Read Por si se va la luz Online
Authors: Lara Moreno
Ahora vuelven a estar juntas en la cocina, han terminado con el suelo de toda la casa. Ya casi es mediodÃa. En el pequeño jardÃn verjado de la parte de delante, hay algunas plantas y una mesa con sillas de hierro, pero nunca están ahÃ, siempre utilizan la parte de atrás. A Zhenia le gusta mucho. No hay vallas, todo el campo que se extiende alrededor les pertenece. Están los cordeles para tender la ropa, el gran lebrillo, la piedra para escurrir, cubos, una mesa destartalada con macetas secas, un sillón viejo y desinflado y lo más divertido: una manguera que enchufan al grifo de la cocina, a través de la ventana. Cuando lavan las sábanas y las cortinas y las tienden en los cordeles, recortan el recinto y se siente protegida, nadie puede verlas. Tampoco nadie las verÃa porque no hay nadie. Las casas de alrededor están vacÃas, y yendo por la izquierda se llega a la casa de Damián, pero está lejos, él no ve desde su campo lo que pasa detrás de las sábanas mojadas. Es mediodÃa, los pájaros ya no cantan, ¿de dónde sacarán el agua para beber? Ellos pueden volar y alcanzar la parte alta de las montañas y los valles profundos. El sol viene desde un cielo azul estiradÃsimo.
Ivana ha tirado el agua sucia del barreño hacia los árboles más cercanos y ahora está llenándolo de nuevo con la manguera, que tiene un chorro diminuto, tendrán que ser pacientes, el barreño es grande, cabe una persona muy gorda ahà dentro. Zhenia se ha quitado las bragas y las ha metido en un cubo pequeño. Espera desnuda a que el barreño esté preparado, dando saltitos, con las manos juntas sobre el pubis, como si tuviera frÃo. Tienes el pelo muy largo, le dice Ivana, deberÃamos cortarlo. El pelo de la niña cubre más allá de sus hombros y a causa del sol está más amarillo que nunca, blanco casi en las puntas. Cuando por fin el lebrillo tiene suficiente agua, no hasta el borde porque al meterse dentro rebosarÃa, Zhenia coge la pastilla de jabón y salta adentro. Es tan divertido. El fondo del barreño está fresco, primero se queda de pie y se mira los dedos que parecen de palmÃpedo a través del lÃquido, pero pronto se sienta, para ella es como una piscina pequeña donde puede chapotear. El agua se calienta rápido por el sol, su carne ha sido piel de gallina solo unos minutos. Refriega su cuerpo canijo contra la pastilla de jabón, que se desliza varias veces de sus dedos y le provoca una risa histérica. Ivana la mira desde arriba con aparente severidad pero se nota que disfruta con el baño de la niña. Es un momento de júbilo, la intimidad más fuerte que hay entre ambas, posiblemente la única. Te ayudo a enjabonarte el pelo, le dice mientras coge la pastilla de jabón y la frota en el cráneo de la niña, recogiendo su pelo largo hacia arriba, hasta que toda la cabeza está llena de espuma. Luego fricciona con los dedos haciéndole un masaje, frotando detrás de las orejas como recuerda que le hacÃan a ella cuando pequeña. Zhenia tiene la cabeza alzada y los ojos cerrados, una sensación placentera la llena de alegrÃa.
Tu abuela es una mujer muy sabia, ya te lo he dicho, pero yo no la conozco. Sà conozco a tus padres, y estoy segura de que han hecho lo que han podido. Zhenia no se espera estas palabras y su semblante se pone serio, sus cejas se alzan con escepticismo; abre los ojos y siente que una sombra las espÃa desde detrás de las sábanas, pero sabe que no es posible, ellos no vienen nunca a esta hora y siempre entran por la parte delantera. Vuelve a cerrar los ojos, no quiere estropear el momento. Ivana sigue hablando mientras enjuaga la cabeza de la niña: ¿te gustarÃa volver a tu paÃs, echas de menos a tu abuela? Es el tipo de pregunta obvia que Ivana nunca quiere formular, la clase de pregunta que un adulto le hace a un niño, dando por supuesto que el niño es tonto. Ivana nunca la trata asÃ, y piensa que por eso Zhenia está más o menos a gusto con ella, pero no ha podido evitarlo. La niña está encogida al calor del agua jabonosa del barreño, desnuda, frágil, tanto que pronto dejará de ser una niña, en el momento menos esperado, pero aún lo es. Su cuerpo es fino como la aguja de los pinos. Ivana se arrepiente de haberle preguntado pero no rectifica, necesita que la niña le conteste que no, que está bien con ella, que ella la cuida tan bien como su abuela. Ha sido un acto de egoÃsmo pueril decir esas palabras, quizá llevasen algo de dolor, de daño. La niña es frágil pero independiente e Ivana se ha dado cuenta de que cualquier persona del pueblo la cuidarÃa, la magia de la necesidad impuesta se ha desvanecido. Zhenia mete la cabeza dentro del agua, tapándose la naricilla con una mano, y la mueve a un lado y a otro para eliminar todo rastro de jabón. Luego se levanta y sale del barreño, se tapa el cuerpo con la toalla preparada encima de la roca. Me gustarÃa volver a mi paÃs y vivir otra vez con mi abuela, pero eso no es posible, porque mi abuela me dijo que ella morirÃa en cuanto yo me fuera, que nadie me estarÃa esperando allÃ. Mi abuela es una persona muy vieja. Es más vieja que los viejos de aquÃ. Tú nunca has visto a nadie tan viejo como ella. La única manera de que yo esté bien en otro sitio es pensando que ella está muerta. Asà que supongo que habrá cumplido su palabra y habrá muerto.
Es el turno del baño de Ivana, pero se ha quedado de pie, sin quitarse el vestido, mirando hacia el suelo empapado. El gato ha estado todo el tiempo dentro de la casa y ahora sale afuera a buscar a Zhenia, se enreda en sus tobillos, y la niña le dice algunas palabras en ruso, primero lo acaricia y luego lo empuja lejos de ella. Ivana reacciona por fin y se quita el vestido, su cuerpo voluminoso se mezcla con el blanco de las sábanas tendidas, Zhenia mira fijamente sus pechos y el vientre un poco suelto. Desanuda el moño y el pelo negro, veteado de canas, le cae sobre la espalda. Se mete en el lebrillo, que parece más pequeño con Ivana dentro, no encajada, pero casi. Aun asà hay agua alrededor, espacio como para meter las manos y jugar con el jabón. Las rodillas redondas de Ivana permanecen secas, flexionadas fuera del agua, igual que los hombros y parte de los pechos. Normalmente Ivana se baña sola pero esta vez Zhenia deja la toalla sobre la piedra y se acerca al barreño. Puedo enjabonarte la espalda si quieres. Como Ivana no contesta pero tampoco hace ninguno de sus movimientos despectivos o de dudoso significado, la niña coge la pastilla de jabón y la refriega suavemente por el trozo de espalda que está fuera del barreño. Incluso se atreve a recoger el pelo de la mujer y a colocárselo hacia delante, por encima de uno de sus hombros. Mueve la pastilla en cÃrculos, Ivana tiene una piel suave, rara. Huele fuerte pero no está sucia. La mujer guarda silencio durante un rato, con la respiración obstruida por las sensaciones. La niña dice: prefiero estar contigo a estar con mis padres. Lo dice sin afectación. Entonces Ivana le quita la pastilla de las manos y continúa enjabonándose ella sola, las piernas, los brazos, debajo de los pechos. No contesta. Zhenia entra en casa, abre el baúl de su cuarto y saca unas bragas limpias y una camiseta, se viste. Luego se tumba encima de la cama-diván, sin sábanas, y comienza a leer un libro de los que le ha dejado Nadia. Leer le cuesta más trabajo que hablar, pero lo más difÃcil es escribir. Desde el patio de atrás, oye la voz ronca de Ivana, que tararea una canción.
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Ella insistió en subir a casa. Súbeme al nido, dijo. O, más bien, subamos. Ya nunca subimos cuando nos juntamos con los libros. Pero ella lo dijo, subamos al nido, me apetece tomar ron. Al final accedÃ. Para qué crear conflicto. Y sin embargo subà las escaleras con tristeza, porque estoy muy a gusto en el bar, cada vez más. Hay un olor humano, y siempre puede llegar alguien. En el último intercambio conseguà más vino, más manteca, incluso tengo una botella de aceite sin estrenar. Me ha dado esperanzas todo esto, porque la escasez iba siendo visible y ha llegado un cargamento de tesoros cuando no los esperaba. Latas en conserva. Un milagro; si seguimos asà mi bar se convertirá en restaurante.
Subimos a casa y ella curioseó a su antojo. La librerÃa está completamente removida, hay volúmenes encima de la mesa baja, apilados. SÃ, he vuelto a leer. Recuerdo otras épocas y el espejo se deforma: libros, mujeres y vino. ¿No se habÃa parado mi péndulo? Nadia miró mi cama con descreimiento y con sospecha: las camas no pueden esconder nada. La avisé, no esperaba visita, como ves está todo desordenado. Pero ella contestó con regocijo, es justo como querÃa encontrarlo. ¿Has venido a intercambiar libros o a espiarme? Alisé las sábanas sucias mientras ella reÃa: creo que hoy he venido a verte y a beber ron, nada más. Verte, asà conjugado, es un verbo que denota confianza. Asà que hoy es el dÃa en que inauguramos nuestra confianza, pensé, y no le dije nada para no alentarla, porque me ando con cuidado cuando estoy con ella.
La botella de ron está siempre sobre la mesa, junto a los libros amontonados, y ella se acercó a la cocina para remojar dos vasos que habÃa en el fregadero. Las mujeres siempre acaban tomándose libertades en la casa de uno. No parece que Nadia sea una mujer que hace del espacio su terreno, pero es un alivio pensar que no es tan distinta a las demás. Bebimos ron sentados uno frente al otro y habÃa una mueca divertida en su cara, estaba jugando conmigo o escondiéndome algo. Ella no hablaba, solo bebÃa observándome, y entonces abrà el libro que me habÃa dejado y leà en voz alta:
Todo el desorden se cuela por una figura llamada muchacha
. Era un regalo a su atrevimiento. Me pidió más, y seguÃ, buscando entre las páginas:
Toda la tristeza de estos años se perderá contigo
. Si no fuera tan estoica se habrÃa estremecido, habrÃa gemido, dejando caer el vaso de ron, pero seguÃa mirándome a los ojos buscando alguna clave o confirmando que todo estaba en su sitio en el dÃa de la inauguración de nuestra confianza. Yo pronuncio
muchacha
y ella quiere ser esa muchacha que yo pronuncio, eso es algo de lo que no me habÃa dado cuenta hasta entonces porque ya no recordaba que todo ser humano necesita de los demás para existir. De pronto qué fácil era transformarla. Se me hizo la boca agua y continué: leà un par de versos más de ese tipo, del tipo
Hay una enfermedad secreta llamada Lisa
, y tragando ron para aclararme la voz fui más lejos:
Cuerpo tirado sobre las sábanas mi idea de la perdedora: por entre las nalgas baja un hilillo de semen como luz propia
. Lo que ella no sabÃa todavÃa es que no es eso lo que yo he subrayado en el libro. Los versos que he subrayado para mÃ, para mi estupor o mi desagrado, son más o menos de este estilo:
La enfermedad es estar sentado bajo el faro mirando hacia ninguna parte
; o también
De nuevo adoptas la apariencia de la soledad
. Y por supuesto:
Imposible escapar de la violencia. Imposible pensar en otra cosa
. Pero cuando la vi frente a mÃ, con su camisa blanca abultada en los puños y cerrada en el cuello, ¿cómo no me di cuenta antes de que no llevaba nada debajo, de que no tenÃa puesto sujetador y sus pechos redondos brillaban bajo la tela? Fue en ese momento cuando me arrepentà de haber subido, de haber pronunciado la palabra
muchacha
, de haber fingido, porque yo no habÃa subrayado esa palabra, para mÃ
Lisa
no tenÃa ningún significado, ninguna importancia cosas como
tristeza
, como
contigo
. SÃ semen. SÃ soledad. SÃ todo ese juego de amigos muertos.
Yo habÃa fingido por dejarme llevar pero vi que venÃa a enseñarme las tetas. Y no como me las enseñarÃa Ivana, de frente, descarada y pueblerina, no, de otra forma, cómo explicarlo, con una camisa blanca que debe de ser su camisa de los libros, su camisa de venir a verme, porque se la ha puesto muchas veces en nuestros encuentros, y ese ritual extraño me perturbó, si hubiera llegado directamente desnuda me habrÃa sorprendido menos, pero llegó, y no me di cuenta al principio, con esa camisa blanca que solo tiene un botón a la altura de la nuca, que es como una blusa del siglo diecinueve, de mangas abombadas en las muñecas y que se ciñe a la espalda y a la cintura y muestra las formas de la mujer que hay debajo, no de la chica o la muchacha o el engendro sino de la mujer con los pechos pequeños, redondos, firmes, más grandes de lo que esperaba. Mi solución, mi engaño al leerle los versos me pareció tonto, ella ya habÃa contado con eso, con
Todo el desorden se cuela por una figura llamada muchacha
, ella venÃa preparada para
por entre las nalgas baja un hilillo de semen como luz propia
, ella me habÃa mentido primero. Entonces, mientras yo pensaba esto, ella aprovechó mi silencio y se levantó del taburete, mis ojos quedaron a la altura de su vientre, escondido en unos pantalones rectos, anchos, de hombre, de tela oscura. Creo que estás preparado, su voz rompió el embrujo y la consternación, ¿por qué me afectó tanto, qué mierda tenÃa todo aquello, si un par de tetas no son nada, nada?, voy a buscar una cosa. Y bajó las escaleras. Me quedé solo y solté el libro sobre la mesa,
La Universidad Desconocida
, en realidad no me habÃa gustado mucho, era demasiado parecido a mÃ. No encontraba iluminación sino vacÃo, y el vacÃo ya lo conozco. Quise que todo hubiera seguido su camino normal, no importaba aquà arriba en casa o abajo en la barra, con los ojos esquivos de Nadia escrutándome, intentando sacar provecho de nuestros encuentros literarios como si de verdad lo fueran, como si la cultura no estuviera muerta en este lugar o como si nosotros fuéramos lo suficientemente audaces como para construir algo que nos aliviara por dentro. Me hubiera gustado ser yo quien la dominara a ella y que con nuestras gargantas resecas de tabaco estuviéramos hablando algo asà como ¿te ha gustado? No, no me ha gustado, o me ha dado un poco igual, y ella me confesara que su corazón se hace agua de ternura cuando lo lee y no sabe por qué y no puede evitarlo aunque deteste que se repita tanto. Pero no era asÃ. Yo estaba empalmado, la polla me dolÃa bajo el pantalón vaquero, en ese momento no era una polla ni un sexo sino un nabo apretado que en vez de liberarme me cohibÃa, me sorprendà de que fuera la primera vez que me empalmaba de verdad estando con ella, los dos solos, como si hasta ese momento no la hubiera visto. Pensé en ponerme de pie, dar vueltas por la habitación, esconderme y estar de espaldas cuando volviera o cerrar la trampilla para que no pudiera subir, vete, puta, pero no hice nada, me amasé el cráneo, encendà un cigarro, servà más ron en los dos vasos, los segundos ya eran minutos y me entró la impaciencia, incluso imaginé que me desabrochaba el pantalón y empezaba a masturbarme allÃ, cuando su cabeza asomara por el agujero lo primero que verÃa serÃa mi polla dura entre mis dedos, quizá hasta me habrÃa dado tiempo a correrme. No iba a hacer nada de eso y la erección fue bajando, obediente, porque no soy un chaval. Hace demasiado calor para llevar sujetador, ¿por qué tenÃa que ser de otra forma? ¿Por qué me asustó su cuerpo? Pensé que me lo estaba inventando todo, Nadia tardaba mucho (¿tres, cuatro minutos?), ¿y si se habÃa ido a su casa? ¿Para siempre? No a la casa del boticario, sino a su casa. ¿Y si Nadia no existÃa? En ese momento asomó su cabeza por el hueco de la escalera. Estaba radiante o eran alucinaciones mÃas. Sus mejillas, la frente más morena que antes, la piel tersa, todo el bla bla bla. En el cabello revuelto junto a las sienes descubrà sudor y quise pensar en el sudor de los niños para calmarme del todo y recuperar cierta aversión hacia la juventud. ¿Me ayudas?, traigo algo para ti. El embrujo estaba roto definitivamente y mi polla volvÃa a ser un pellejo flácido, es decir, un pene.