Por qué fracasan los países (9 page)

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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

BOOK: Por qué fracasan los países
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La otra parte de la hipótesis geográfica es que los trópicos son pobres porque la agricultura tropical es intrínsecamente improductiva. Según afirman, la tierra tropical es fina e incapaz de mantener los nutrientes, y dicen que esas tierras se erosionan rápidamente debido a las lluvias torrenciales. Sin duda, este argumento tiene cierto mérito, pero, como veremos, el determinante principal de por qué la productividad agrícola (la producción agrícola por unidad de superficie) es tan baja en muchos países pobres, sobre todo del África subsahariana, tiene poco que ver con la calidad de la tierra. De hecho, es consecuencia de la estructura de propiedad de la tierra y de los incentivos que el gobierno y las instituciones crean para los agricultores. También mostraremos que la desigualdad del mundo no se puede explicar por las diferencias en la productividad agrícola. La gran desigualdad del mundo moderno que apareció en el siglo
XIX
fue debida a la desigual distribución de las tecnologías industriales y la producción manufacturera, no a la divergencia en los resultados agrícolas.

Otra versión influyente de la hipótesis geográfica es la que avanza el ecologista y biólogo evolucionista Jared Diamond, quien defiende que el origen de la desigualdad intercontinental al principio del período moderno, hace quinientos años, radicó en las distintas dotaciones históricas de plantas y especies de animales que, posteriormente, influirían en la productividad agrícola. En algunos lugares, como el Creciente Fértil del moderno Oriente Próximo, había un gran número de especies que pudieron ser domesticadas por los humanos. En otros, como en el continente americano, no existían. Tener muchas especies que podían ser domesticadas hizo que la transición del estilo de vida de cazador-recolector al de agricultor fuera atractivo para aquellas sociedades. En consecuencia, la agricultura se desarrolló antes en el Creciente Fértil que en América. La densidad de la población aumentó, lo que permitió la especialización del trabajo, el comercio, la urbanización y el desarrollo político. Resulta significativo que, en lugares en los que dominaba la agricultura, la innovación tecnológica tuviera lugar con mucha más rapidez que en otras partes del mundo. Por lo tanto, según Diamond, la diferencia en la disponibilidad de animales y especies de plantas creó distintas intensidades de agricultura, lo que condujo a diferentes caminos de prosperidad y cambio tecnológico en los distintos continentes.

A pesar de que la tesis de Diamond es una aportación sólida al rompecabezas en el que se centra, no se puede generalizar para explicar la desigualdad mundial moderna. Por ejemplo, Diamond afirma que los españoles fueron capaces de dominar las civilizaciones de América por su amplio dominio de la agricultura y porque, por lo tanto, disponían de una tecnología superior. Pero ahora tenemos que explicar por qué los mexicanos y los peruanos que vivían en las antiguas tierras de los aztecas y los incas eran pobres. A pesar de que el acceso al trigo, la cebada y los caballos podría haber hecho a los españoles más ricos que a los incas, la brecha entre sus rentas no era muy grande. La renta media de un español era probablemente menos del doble que la de un ciudadano del Imperio inca. La tesis de Diamond implica que, una vez que los incas hubieran estado expuestos a todas las especies y tecnologías resultantes que no habían sido capaces de desarrollar por sí mismos, deberían haber alcanzado rápidamente el nivel de vida de los españoles. Sin embargo, no ocurrió nada de esto. Al contrario, en los siglos
XIX
y
XX
, apareció una brecha mucho mayor en las rentas entre España y Perú. Actualmente, el español medio es más de seis veces más rico que el peruano medio. Esta brecha en las rentas está estrechamente relacionada con el reparto desigual de las tecnologías industriales modernas, pero no tiene mucho que ver con el potencial de domesticación de animales y plantas ni con las diferencias de productividad agrícola intrínseca entre España y Perú.

Mientras que España, aunque con cierto retraso, adoptó las tecnologías de la energía de vapor, el ferrocarril, la electricidad, la mecanización y la producción fabril, Perú no lo hizo, o, en el mejor de los casos, lo hizo de forma muy lenta e imperfecta. Esta brecha tecnológica persiste hoy en día y se reproduce a mayor escala a medida que las nuevas tecnologías, en particular las relacionadas con la tecnología de la información, impulsan un crecimiento mayor en muchos países desarrollados y en algunos de desarrollo rápido. La tesis de Diamond no nos dice por qué esas tecnologías cruciales no se difundieron e igualaron las rentas de todo el mundo, ni explica por qué la mitad norte de Nogales es mucho más rica que su gemela que está justo al sur de la valla, a pesar de que ambas formaran parte de la misma civilización hace quinientos años.

La historia de Nogales destaca otro problema crucial para adoptar la tesis de Diamond: como ya hemos visto, fueran cuales fuesen los inconvenientes de los imperios inca y azteca en 1532, Perú y México eran, sin duda, más prósperos que aquellas partes de América que se convertirían en Estados Unidos y Canadá. Norteamérica llegó a ser próspera precisamente porque adoptó con entusiasmo las tecnologías y los avances de la revolución industrial. La población recibió educación y el ferrocarril se extendió a través de las grandes llanuras en claro contraste con lo que sucedió en Sudamérica. Esto no se puede explicar en función de las distintas dotaciones geográficas del norte y el sur de América, que, en todo caso, habrían favorecido a Sudamérica.

La desigualdad del mundo moderno es, en gran medida, el resultado del reparto y la adopción desiguales de tecnologías, y la tesis de Diamond no incluye argumentos importantes sobre este asunto. Por ejemplo, él afirma, siguiendo al historiador William McNeill, que la orientación este-oeste de Eurasia permitió que los cultivos, los animales y las innovaciones se extendieran desde el Creciente Fértil hasta Europa occidental, mientras que la orientación norte-sur de América explica por qué los sistemas de escritura, como el que se creó en México, no se extendieron a los Andes ni a Norteamérica. Sin embargo, la orientación de los continentes no puede proporcionar una explicación para la desigualdad del mundo actual. Veamos el caso de África. A pesar de que el desierto del Sáhara presentaba realmente una barrera importante para el traslado de productos e ideas desde el norte hasta el África subsahariana, no era una barrera insuperable. Los portugueses, y después otros europeos, navegaron cerca de la costa y eliminaron las posibles diferencias de conocimiento en un momento en el que la brecha entre las rentas era muy pequeña en comparación con la que existe actualmente. Desde entonces, África no ha podido seguir el ritmo de Europa; al contrario, ahora la brecha entre las rentas de la mayoría de los países africanos y europeos es mucho mayor.

También debería quedar claro que el argumento de Diamond, que trata de la desigualdad continental, no permite explicar la variación entre los continentes, parte esencial de la desigualdad del mundo moderno. Por ejemplo, aunque la orientación del territorio euroasiático podría explicar cómo consiguió Inglaterra beneficiarse de las innovaciones de Oriente Próximo sin tener que reinventarlas, no explica por qué la revolución industrial tuvo lugar en Inglaterra y no, por ejemplo, en Moldavia. Además, como indica el propio Diamond, China y la India se beneficiaron mucho de grupos muy ricos de animales y plantas y de la orientación de Eurasia. No obstante, la mayor parte de los pobres del mundo actual se encuentran en estos dos países.

 

 

De hecho, la mejor forma de ver el alcance de la tesis de Diamond es en términos de sus propias variables explicativas. El mapa 4 muestra datos sobre el reparto de
Sus scrofa,
el antepasado del cerdo moderno, y el uro, antepasado de la vaca moderna. Ambas especies estaban ampliamente repartidas a lo largo de Eurasia e incluso el Norte de África. El mapa 5 muestra la distribución de algunas de las variedades silvestres de cultivos domesticados modernos, como la
Oryza sativa,
antecesora del arroz cultivado asiático y las variedades primitivas del trigo y la cebada. Demuestra que la variedad silvestre del arroz estaba distribuida ampliamente en el sur y el Sudeste de Asia, mientras que las del trigo y la cebada estaban repartidas a través de un arco largo desde el Levante hasta Irán y Afganistán y el núcleo de los actuales Turkmenistán, Tayikistán y Kirguistán. Estas especies ancestrales están presentes en gran parte de Eurasia. Sin embargo, su amplia distribución sugiere que la desigualdad dentro de Eurasia no se puede explicar mediante una teoría basada en la frecuencia de las especies.

 

 

La hipótesis geográfica no solamente no ayuda a explicar el origen de la prosperidad a lo largo de la historia, sino que es en gran parte incorrecta en su énfasis y no es capaz de explicar la situación con la que empezamos este capítulo. Se podría pensar que cualquier modelo persistente, como la jerarquía de las rentas en América o las diferencias muy marcadas y de largo alcance entre Europa y Oriente Próximo, se puede explicar por una geografía inalterable. Sin embargo, no es así. Ya hemos visto que es bastante improbable que los modelos existentes en las Américas hayan sido impulsados por factores geográficos. Antes de 1492, fueron las civilizaciones del valle central de México, América Central y los Andes las que tenían una tecnología y un nivel de vida superiores a los de Norteamérica o lugares como Argentina y Chile. A pesar de que la geografía continuaba siendo la misma, las instituciones impuestas por los colonos europeos crearon un «revés de la fortuna». Además, también es poco probable que la geografía pueda explicar la pobreza de Oriente Próximo por razones similares. Al fin y al cabo, este territorio fue pionero mundial en la revolución neolítica y las primeras ciudades se desarrollaron en el Irak moderno. El hierro fue fundido por primera vez en Turquía y no fue hasta la Edad Media cuando Oriente Próximo fue tecnológicamente dinámico. No fue la geografía de este territorio lo que hizo que la revolución neolítica floreciera en esa parte del mundo, como veremos en el capítulo 5, y tampoco fue la geografía la que hizo que fuera pobre. De hecho, fueron la expansión y la consolidación del Imperio otomano y es el legado institucional de este imperio lo que mantiene pobre a Oriente Próximo hoy en día.

Por último, los factores geográficos no ayudan a explicar no solamente las diferencias que vemos en distintas partes del mundo hoy en día, sino tampoco por qué muchos países como Japón o China se estancan durante largos períodos y, posteriormente, inician procesos de rápido crecimiento. Necesitamos una teoría que sea mejor.

 

 

La hipótesis de la cultura

 

La segunda teoría ampliamente aceptada, la hipótesis de la cultura, relaciona la prosperidad con la cultura. La hipótesis de la cultura, igual que la geográfica, tiene un linaje distinguido, que se remonta como mínimo al gran sociólogo alemán Max Weber, que defendía que la Reforma protestante y la ética protestante que estimuló tuvieron un papel clave a la hora de facilitar el ascenso de la sociedad industrial moderna en la Europa occidental. La hipótesis de la cultura ya no se basa solamente en la religión, sino que destaca también otros tipos de creencias, valores y ética.

A pesar de que no sea políticamente correcto decirlo en público, mucha gente todavía afirma que los africanos son pobres porque carecen de una buena ética del trabajo, todavía creen en la brujería y la magia y se resisten a las nuevas tecnologías occidentales. Muchos piensan también que América Latina nunca será rica porque sus habitantes son intrínsecamente derrochadores, carecen de medios económicos y sufren de la cultura «ibérica» o del «ya lo haré mañana». Evidentemente, muchos creyeron también una vez que la cultura china y los valores del confucianismo eran perjudiciales para el desarrollo económico, aunque ahora la importancia de la ética de trabajo china como motor del crecimiento en China, Hong Kong y Singapur se pregona a los cuatro vientos.

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