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Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

Por prescripción facultativa (14 page)

BOOK: Por prescripción facultativa
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Recogió la bandeja y la lámina se alejó por el aire, pasillo abajo, giró en el recodo y desapareció de la vista.

—Está muy bien —murmuró mientras entraba la bandeja—. He estado un poco alejado de los cambios.

El bocadillo desapareció en poco rato, seguido por el café. McCoy comenzó a sentirse mejor al instante. «He de tomar desayunos más abundantes si voy a estar en este puesto durante mucho tiempo. El té con tostadas no es bastante.»

El intercomunicador silbó.

—McCoy —respondió mientras acababa el café.

—Doctor —le dijo Spock—, cinco minutos para la reunión.

—¿Qué? Imposible. Acabo de llegar aquí —murmuró—. Oh, diablos, supongo que el tiempo vuela efectivamente cuando uno se divierte. Estaré ahí de inmediato, Spock.

—Recibido.

McCoy tardó el tiempo estrictamente necesario para ponerse un uniforme limpio —no tenía siquiera tiempo para tomar una ducha sónica; eso debería esperar—, y salió.

—Bueno, pues —dijo mientras miraba los rostros preocupados que se hallaban en torno a la mesa de la sala principal de reuniones—. Uno cada vez, de mejor a peor. Máquinas.

—Sin problemas, nada que informar —replicó Scotty. —Bendito sea. Continúe así. Comunicaciones. —Lo mismo que el señor Scott —declaró Uhura—, salvo nuestra incapacidad para localizar al capitán por los medios corrientes.

—Volveremos a eso más tarde. Ocio.

—Sin problemas operacionales —respondió Harb Tanzer, el corpulento jefe de la sala recreativa, un hombre de cabellos plateados—. Los tripulantes que acuden durante los descansos entre turnos están un poco nerviosos por la desaparición del capitán, pero la situación no es grave de momento.

—Mmf. ¿Cómo ven la situación actual, comandante?

Harb sonrió fugazmente.

—Les preocupa un poco —contestó—, pero la ven positivamente. Usted ha vendado a muchísimos de ellos como para que puedan dudar de sus capacidades generales, y saben que recibe buena ayuda.

McCoy se permitió una o dos carcajadas.

—Muy bien. Ciencia.

—Tenemos una gran cantidad de datos para agregar a los que recogimos ayer —informó Spock—, especialmente en lo que se refiere a la vida vegetal y la flora y fauna del subsuelo. Puede que le interese saber, y ciertamente le interesará a la Flota Estelar, que este planeta es una de las fuentes más prometedoras de sustancias medicinales que hemos hallado hasta la fecha.

—Eso es maravilloso —comentó sinceramente McCoy—, pero también significa que la Flota Estelar ejercerá aún más presión sobre nosotros para que consigamos el acuerdo con las tres especies. Mi deleite no conoce límites… ¿Qué más?

—También tenemos mucha más información sobre la fisiología de los ornae y los lahit. Vislumbramos algunas conclusiones que pronto conducirán a teorías que explicarán cómo han podido evolucionar en el planeta unas especies tan distintas entre sí. En las cantidades, al menos, la información que hemos recogido hasta el momento concuerda con la proporcionada por el grupo inicial de investigación.

—Quiere decir que realmente estaban en lo cierto respecto a algo. —Se produjo una risa sorda que recorrió la mesa. McCoy sonrió con sorna—. Tomo nota. ¿Qué han encontrado hasta ahora? ¿Algún rastro de fósiles?

—Sorprendentemente, sí. Uno de los equipos de descenso, el de geología, se ha concentrado en unos sustratos sumergidos en la costa septentrional, donde tiene lugar la mayor parte de las investigaciones. Hay una posibilidad, por extraña que parezca, de que los lahit y los ornae tengan una especie ancestral común.

McCoy sacudió la cabeza.

—Eso sería una revelación sorprendente. En cualquier caso, supongo que toda esa información ha sido incluida en el paquete de la próxima transmisión destinada a la Flota Estelar.

—Así es.

—Bien. Seguridad.

—Nada que informar por lo que respecta a la nave, señor —respondió Ingrit Tomson, la mujer alta y rubia que ocupaba la jefatura de seguridad—. En la superficie del planeta, tenemos grupos de búsqueda que están peinando toda el área en la que estaban concentrados nuestros contactos con los ornae y los lahit, y que extenderán luego la búsqueda en forma de espiral. Hasta el momento no se ha encontrado nada, aunque hemos cubierto alrededor de cincuenta kilómetros cuadrados. No hay rastro del capitán, pero tampoco hemos hallado señales de juego sucio.

—Hay también algo peculiar —intervino Spock—. Doctor, cuando usted me proporcionó las coordenadas a las que descendió pude realizar un sondeo de la temperatura de la zona… aunque han pasado algunas horas, quedan rastros de radiaciones caloríficas que indican el paso de un cuerpo humano.

Spock tendió una mano y pulsó los botones de la terminal de datos que tenía delante. Un segundo después, las terminales de todos mostraban una imagen del claro visto desde arriba, con los colores procesados por la computadora para indicar las áreas de calor latente. Había una línea vacilante que salía de un lado del claro, daba vueltas en torno a un punto y desaparecía.

—¿Es eso lo que hizo Jim? —inquirió McCoy.

—No, doctor. Eso es lo que hizo usted. La pista del capitán es ésta.

—Señaló otra gruesa línea borrosa, a un lado del claro, que entraba por el mismo sitio que la anterior… y desaparecía paulatinamente.

Por la mesa se entrecruzaron miradas.

—¿El rayo transportador de alguien más? —preguntó McCoy.

—Improbable, doctor. Esto también deja una leve pista térmica y algunas radiaciones de fondo muy características. Esta desaparición gradual es atípica y no se parece a la causada por un rayo transportador.

—Fantástico —comentó McCoy—. Algo tuvo que apoderarse de él y llevárselo misteriosamente. Algo lo bastante sutil para que necesitemos métodos como éste para averiguarlo. —Suspiró—. ¿Alguna teoría?

—Ninguna, de momento —replicó Spock.

—Muy bien. ¿Defensa?

—Nada que informar —respondió Chekov—. Todos los sistemas de defensa de la nave funcionan con normalidad y están preparados.

—Bien. ¿Medicina?

—Lo habitual, doctor —le dijo Lia, sentada al final de la mesa—. Pequeñas intervenciones de rutina. Por cierto, el problema de Morrison era, aparentemente, algún tipo de alergia. Nadie más ha informado de problemas similares y la irritación de la piel le ha desaparecido casi del todo.

—Eso está bien. Comunicaciones…

—Los de lingüística y yo trabajamos juntos —explicó Uhura— para intentar mejorar el nivel de traducción y conseguir que sea más rápido de lo normal. Desgraciadamente, nos encontramos con algunas dificultades… no tanto con el vocabulario, a estas alturas, sino con la conceptualización y las estructuras mentales, que son tremendamente diferentes. Tengo una grabación que me gustaría vieran todos ustedes.

Pulsó un botón de su propia terminal. La pantalla se iluminó para mostrarla a ella sentada en el suelo, en charla amistosa con un ornaet, mientras Kerasus tomaba notas.

—Tengo una pregunta que formularle —decía Uhura en la grabación.

—De acuerdo —replicó el ornaet.

—Uno de los nuestros desapareció aquí abajo —le explicho la mujer—. ¿Comprende usted el término «desaparecer»?

—Que no se le puede encontrar —replicó el ornaet—. ¿Y por qué ha hecho eso?

—Él no lo hizo por propia voluntad —le explicó Uhura—. Fue otro quien le hizo desaparecer.

—Eso es ridículo —declaró el ornaet.

—¿Por qué?

—Nadie hace cosas excepto por sí mismo. Él ha debido querer marcharse, si es que, en efecto, se ha marchado a alguna parte.

En la grabación, Uhura pensó en aquello durante un momento.

—¿Adónde cree usted que puede haberse marchado? —preguntó seguidamente.

—No lo sé. ¿Por qué iba a querer marcharse, en primer lugar?

—Eso es lo que yo intento averiguar. ¿Ha desaparecido de esa manera alguno de su pueblo?

—Oh, muchísimos. Pero todos estaban aquí mismo.

—¿Aquí, cerca? ¿O aquí, en el planeta?

—Sí.

Otra larga pausa. El ornaet, sentado cerca de ella, se volvió ligeramente a la luz del sol y sus iridiscencias destellaron intensamente.

—¿Por qué hace estas preguntas? —inquirió el ornaet. —Estamos preocupados por nuestro amigo. —¿Por qué? Él está bien.

—¿Cómo lo sabe?

—Nada malo le sucede nunca a nadie en este lugar. Los ;at se encargan de ello.

En la grabación, Uhura alzó las cejas.

—Sí —dijo luego—, hablemos de eso. ¿Dónde están hoy los ;at?

—Están aquí —le dijo el ornaet.

—¿Cómo? ¿Aquí con nosotros, ahora mismo?

—Sí.

—Yo no los veo —comentó Uhura.

—Tampoco yo —le aseguró el ornaet—, pero están aquí.

—¿Cree que ellos saben dónde está nuestro amigo?

—Probablemente —replicó el ornaet—. Ellos lo saben casi todo.

—¿Podría preguntárselo usted?

—Cuando lleguen aquí —le dijo el ornaet—, sí. —Pero si acaba de decirme que están aquí.

—Es que lo están —le aseguró el ornaet con una voz que sonaba ligeramente impaciente.

—¿Hay alguna razón por la que no pueda preguntarles eso ahora?

—Sí —contestó el ornaet.

Una larga pausa.

—¿Cuál es? —inquirió Uhura.

—Es por la estática —fue la respuesta.

Una o dos personas de las que se hallaban ante la mesa gimieron. McCoy resistió la tentación de hacer otro tanto. Tenían un verdadero problema entre manos; una de esas diferencias de puntos de vista alienígenas que podrían tardar meses en comprender y resolver. De alguna manera, McCoy dudaba que la Flota Estelar les concediese meses.

—Bien, pues —dijo Uhura en la grabación—, ya volveremos a ello. Cuando pueda preguntarles eso, ¿lo hará?

—De acuerdo. —Se produjo otra larga pausa—. No tiene importancia, ¿sabe? —continuó el ornaet—. Su amigo está bien.

—Pero ¿cómo lo sabe usted? —intervino Kerasus.

El ornaet sacó las antenas oculares para mirarla.

—Nada puede suceder aquí —le dijo—. Su amigo debía querer irse.

En la mesa, Uhura pulsó un botón y congeló la imagen.

—Y así continuó durante aproximadamente una hora —comentó—; sólo les he enseñado lo más importante. Hablamos con varios otros ornae y con algunos lahit… nuestro trabajo con su idioma obtiene resultados muy satisfactorios, aunque aun así nos gustaría saber cómo las dos especies pueden hablar idiomas completamente diferentes y entenderse la una a la otra sin necesidad de traducción. No existe componente telepático alguno… según creemos. En cualquier caso, todos los seres con los que hablamos aseguraban que el capitán quiso desaparecer, que estaba perfectamente bien, que los ;at probablemente sabían algo al respecto y que nos dirían todo lo que quisiéramos saber en cuanto llegaran. Aunque ya estaban allí. —Uhura suspiró—. Varios de ellos insistieron en que el capitán estaba allí en ese momento y que organizábamos mucho alboroto por nada.

—¿Cuáles son las probabilidades de que eso sea cierto? —inquirió McCoy—. ¿Spock?

—Doctor, nos movemos entre muchas cosas desconocidas. —El vulcaniano entrecruzó los dedos y miró a McCoy por encima de ellos—. No tengo forma alguna de darle probabilidades sobre algo tan improbable como eso. Obviamente, debemos continuar la búsqueda según las formas ortodoxas, pero también hemos de cuidar muy atentamente las recogidas de datos, con el fin de no pasar por alto ninguna información que pueda hacer que todas estas aparentes contradicciones se aclaren. Lo más urgente es que los trabajos de lingüística continúen adelante a tanta velocidad como sea posible.

—Estamos de acuerdo —comentó Uhura—. Toda nuestra gente trabaja en ello.

—Sólo quiero recordarles a todos el comentario que oyó ayer el primer grupo de descenso —dijo McCoy—, algo referente a que los ;at eran los únicos del planeta que ponían objeciones a nuestra llegada. Todavía nos queda por averiguar qué significa eso. Uhura, me gustaría que usted y la teniente Kerasus lo investigaran. Y tenemos algunos otros misterios que resolver; por ejemplo, el ;at con el que hablé esta mañana aseguraba que había alrededor de un millón de ellos. ¿Dónde están? ¿Cómo es que el grupo de investigación inicial no tuvo problemas para encontrar… a muchos de ellos? ¿Qué es lo que hace que se muestren tan tímidos con nosotros? Necesitamos respuestas a estas preguntas.

Los demás asintieron con la cabeza mientras tomaban notas.

—Hay otros problemas —continuó McCoy—. En cuanto reciban las últimas noticias, los de la Flota Estelar se van a poner nerviosos y, conociéndolos como los conocemos, querrán saber qué hacemos para traer de vuelta al capitán.

—No contamos con ningún recurso diplomático —señaló Spock—, dado que hasta el momento no hay acuerdo alguno. Indudablemente, la Flota Estelar sugerirá algún tipo de demostración de fuerza.

—Será mejor que se olviden de ello —le espetó McCoy—. Esa gente apenas entiende el concepto de la muerte o heridas, hasta donde yo he podido ver. No quiero ser yo quien les enseñe el significado de esas palabras. Tampoco lo querría Jim, si estuviera aquí en mi lugar. Me negaré a cumplir semejante orden si es que me la dan, o hallaré alguna manera de zafarme de ella.

La expresión de Spock era serena, pero había una advertencia escondida en ella.

—Si tenemos éxito y encontramos al capitán —le dijo—, la Flota Estelar podría muy bien perdonarle eso… eventualmente. Si no… su carrera en la Flota Estelar podría ser muy corta.

—Que sea como haya de ser —replicó McCoy—. Yo he de atenerme a un juramento, al igual que ellos. Que la disciplina del servicio se vaya al demonio. No estaremos grabando esta reunión, ¿verdad?

—Nadie escuchará —le aseguró Spock— lo que ciertamente ha sido una observación casual hecha después de la reunión propiamente dicha. —Luego miró a Uhura.

—Por supuesto que no —le dijo ella al vulcaniano—. Echaré una mirada por ahí y veré si puedo encontrar mis tijeras de costura.

McCoy rió entre dientes.

—Bueno, pues. ¿Alguien tiene algo que agregar? Nadie dijo una palabra.

—Muy bien —continuó McCoy—. Regresemos todos a lo que teníamos entre manos. Mantengan la calma, hagan que su gente mantenga la calma y sean amables, lentos y metódicos…

Fue entonces cuando la sirena de la alerta roja se encendió. McCoy se puso en pie de un salto. Nunca había sido bueno para soportar ese tipo de ruido repentino.

—¡Santo cielo! ¿¿Qué es eso??

Alerta roja, alerta roja. Esto no es una maniobra de entrenamiento, esto no es una maniobra de entrenamiento, dijo la voz automática de alerta. Inmediatamente después se oyó la voz del oficial auxiliar de comunicaciones, el señor Brandt.

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