Politeísmos (36 page)

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Authors: Álvaro Naira

BOOK: Politeísmos
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Javi se puso unos vaqueros y una camiseta roja de publicidad de cocacola, cogió la cazadora de ante y se calzó las deportivas. Cuando llamaron al telefonillo, descolgó, ladró un par de tacos y dijo que ya bajaban. Antes de salir del portal, el coyote ya se partía en dos de las carcajadas al distinguir la silueta fúnebre que los esperaba.

—Ha sido rejilla —le murmuró a su hermano según abrían la puerta—. Me debes un talego, Fran. ¿Qué pasa, tú? —le saludó de un golpe en la espalda—. Ciérrate el abrigo que me das vergüenza ajena, chaval.

Jaime se quitó las Ray-Ban y se las dejó como una diadema en el cráneo. Tenía el pelo corto, castaño oscuro, prieto y rizado como un casco, y la cara flacucha, afilada, con los ojos pequeños y ojeras marcadas. Era bajo, más o menos de la altura de Javi, pero muy delgado y un poco encorvado. Tenía una sonrisa nerviosa, continua. En conjunto, recordaba a un perro sarnoso y hambriento.

—¿No has dormido o te has pintado, maricón? —le preguntó el coyote.

Jaime se rió por toda respuesta.

—He dormido un par de horas nada más... —confesó después.

—Pues menos vas a dormir hoy. A ver si me acuerdo de cómo se llegaba al sitio ese. Venga, tirad. 

Javi se confundió de calle varias veces, mientras Fran y Jaime hablaban del trabajo.

—¿Queréis dejarlo ya? —protestó—. ¿No os basta con estar pudriéndoos ocho horas diarias y necesitáis más?

—Perdona, Javi —se disculpó Jaime—. ¿A ti qué tal te va?

—A mí siempre me va de puta madre —contestó el coyote con la sonrisa violenta en la cara—. Y si no es así, me las arreglo para convencerme de ello. “Bienaventurado el hombre que sabe reírse de sí mismo, porque nunca dejará de divertirse”.

—Oye, ¿y Álex cómo está?

—Está como una cabra —murmuró Fran—. Por él no pasan los años.

—Completamente de acuerdo contigo —convino su hermano—. Es divertidísimo. Estar con el Álex es como regresar a los catorce. Yo me lo paso pipa. Joder, le he echado un huevo de menos. Es todo un personaje.

—¿Sigue con sus historias? Era la leche toda la película que tenía montada...

—¿Que si sigue? Je. Ahora mismo lo vas a averiguar, porque éste es el antro. 

Empujaron las puertas negras y pasaron dentro. Jaime miraba hacia todos los lados, a los rebaños de siniestros que se apretujaban y consumían alcohol y cigarros. Iba fichando a la gente, fijándose en las pintas y la actitud. Cuando vio la figura del lobo al fondo de la barra, completamente a su bola, concentrado en leer mientras movía la cabeza al compás, se le iluminó la cara. Se acercó a él casi a saltos.

—¡Álex!

Él levantó la vista del libro y se giró en la banqueta. Entonces, Jaime se le lanzó encima y le metió un abrazo. 

Álex dio un respingo y se crispó. Tomó aire. Cerró los puños. Habló con los dientes apretados, marcando mucho las palabras, deteniéndose en cada sílaba.

—NO-
ME
-TOQUES —rugió.

Jaime se separó con un gesto fluido, riendo. Se puso muy recto, tironeó de su abrigo hacia abajo.

—Ya. Mariconadas, las justas, ¿no? 

—Ni media —declaró con la mirada ladeada—. Javi, te voy a matar. ¿Qué te dije? ¿Eh? ¿Qué fue lo que te dije?

—Que si me traía a Jaime no me sorprendiera si no me saludabas —respondió el coyote secándose las lágrimas de la risa—. Puedes no saludarme si quieres.

—Álex —saludó Fran. Tenía una expresión triste, severísima.

—Fran.

La tensión se podía cortar en pedazos y distribuirse como una tarta. Álex no se mordió la lengua.

—Me sorprende verte aquí, Fran. Ya sabes, fuera de tu caseta. ¿Y Paula? ¿La has dejado atada? Si fuera a la cama, amordazada y en pelotas me parecería bien, pero no es el caso, ¿verdad?

—Ya empezamos... —Fran chascó la lengua—. Paula está trabajando. Luego iré a por ella. Estoy aquí sólo para hacer tiempo.

—Haces que me sienta tan especial, Fran —declaró Álex levantando la comisura de la boca—. ¿Tabaco?

—¿Pido minis? —preguntó Jaime, cogiendo la banqueta de al lado de Álex.

—Pide lo que quieras. Yo paso de beber.

Se le quedaron los tres mirando como si, de pronto, fuera de color verde y con antenas. 

—¿Que no vas a beber?

—No.

—¿Y eso?

—Porque no me sale de las pelotas beber.

—Oye, Álex, si no tienes pelas yo te invito... —sugirió Jaime con una sonrisa ratonil. Al lobo le apeteció enormemente descolocarle los dientes perfectos, modelados con corrector dental en la infancia.

—He dicho que no quiero beber —repitió con la voz ya tirante—. Y si pagas tú, menos. Yo de ti no quiero ni la hora.

—No cambiarás nunca, ¿eh? —se rió el chacal apretándole el hombro. Álex giró las pupilas hasta fijarlas en la mano que le tocaba y luego atravesó todo el recorrido para clavárselas en la cara. No dijo una palabra, pero Jaime suspendió rápidamente el contacto. Álex suspiró, se dio la vuelta y se metió en su lectura. Se leyó una página entera y la volvió, ignorándoles.

Javi le quitó el libro.

—¿Qué coño es tan interesante? —como no le sonaban el título ni el escritor, le dio la vuelta y leyó la breve biografía del autor—. “French writer, poet, singer and musician. His surrealistic works were often highly controversial, but his writing and performance of jazz songs gained the admiration of many famous names...”. Álex, tío. Eres un friqui. ¿Qué coño haces leyendo a un francés en inglés?

—No he entendido ni media puta palabra de lo que has dicho, así que a ver si aprendes a pronunciar que con ese acento no vas a ligar con las guiris. Y leer esto en inglés es igual de idiota que cuando tú lees a un francés en castellano, Javi.

—Error. Yo no leo franceses. Ni ingleses. Ni españoles. De hecho, yo no leo más libros que los de la carrera. Y ni ésos. ¡Jaime! ¡Pide de una puta vez dos minis de cerveza! Y yo quiero un cubata, chaval. Ráscate ese bolsillo enorme que tienes. Hala. Di que sí. Tú paga con un billete de diez mil pelas. Mira, ya que estás podrido de dinero, pídeles también a estos dos abstemios un cubata para cada uno.

—Javi. Yo no voy a beber —repitió Álex—. Así que éste que se ahorre el mío.

—Tío, ¿te has reformado? ¿A tu edad?

—Joder qué plasta eres, Javi. Emborráchate a mi salud y devuélveme el puto libro.

—No, que te pones a leer —se lo guardó en el bolsillo interior de la cazadora—; y aquí tienes a tres colegas de la pubertad que están deseando oír todas tus aventuras.

—¿Quieres aventuras? —respondió Álex, empujando la espalda contra la barra y poniendo el codo sobre la lápida decorativa del local—. Mi vida es sumamente aburrida: traduzco juegos y me la pelo con ellos. Mejor —sonrió de forma agria— que nos cuente la suya Jaime.

Fran negó con la cabeza cuando su hermano le tendió la copa. Le dio un trago al mini de cerveza. Tenía los ojos pardos, mansos y líquidos, amargamente clavados en la figura desenvuelta del lobo, que fumaba y contemplaba al chacal con un desprecio sin fisuras.

—... ahora estamos ampliando el local. Hemos comprado el de al lado —decía Jaime—; es un coñazo de tirar tabiques y arreglar todo el cableado. De esto se está encargando Fran. Tenemos ocho empresas y ya hemos terminado de firmar papeles con otra distribuidora...

—Qué bien. ¿Ahora eres electricista, tío? —le preguntó Álex al perro, que apretó los labios y no contestó. Fran volvió a inclinar el mini y lo dejó sobre la barra. Javi le puso el cubata en la mano y ahora sí lo cogió—. Creía que hacías servicio técnico, ya sabes. Llegar al chalé donde te espera una angustiada señorita ligera de ropa a la que no le tira el ordenador, introducir el antivirus en el lector, sonreír como en un anuncio de dentífrico, limpiar de spyware y troyanos el disco y recibir el pago amabilísimo de los coños húmedos de la chica, la hermana, la madre, la tía, la asistenta y la vecina que acude precipitadamente a pedir una taza de azúcar...

—Álex —interrumpió Javi meándose de la risa—. Deja de ver pelis porno.

—Perdona, tío. Es que antes me han calentado un cojón y me duelen las pelotas. Y tú, Jaime. Deja de contarme tu vida laboral, que me importa menos que lo que hayas merendado. Y antes de que te lances a narrarme que has tomado leche desnatada con cereales en copos, preguntaba por tu fascinante y variada vida sexual.

—Álex...

—Venga, no te hagas de rogar. ¿A cuántos te has tirado en estos años? El
cuántos
con arroba, por supuesto. ¿Cómo se pronunciará eso, por cierto? ¿Cuántes?

—Tío, ya te vale. Tú no lo entiendes.

—No,
yo no entiendo
, Jaime. Y tú tampoco, a pesar de que lleves esa camiseta de rejilla puesta. A ver, lo que me toca los cojones es la gente que se queda en medio de la calle en lugar de caminar por una acera. La puta pose, hostia. “Voy a ser bisexual porque está de moda”. Tú vas, eres maricón, te subes sobre la barra y lo gritas y me parece cojonudo: fóllate a muchos, pásalo bien y deja a las tías para los demás, que a más tocamos. Pero tú no eres homosexual. A ti lo que te hace falta es que te metan una polla como un vaso de tubo por el culo —cogió la copa de Jaime y le dio un golpe contra la repisa para rematar la afirmación e ilustrarla—, y ya verías si te gustaba o no. Lo de las tías —meditó— es cosa aparte. Me parece perfecto que le den a todo; mucho más divertido.

—Eres la voz de la sabiduría, chaval —concluyó Javi—. Y ¿aquí hay muchas góticas de las que les mola montar tríos? Señálame alguna...

—La verdad es que si lo pienso —iba diciendo Álex—, también me la sopla que los tíos sean bisexuales. De hecho, probablemente soy yo el que manifiesta una enfermiza conducta heterosexual, que en la variedad está el gusto. Si hablamos de un gótico que se ha comprado un armario de calaveras con forma de ataúd en el Alchemy sólo para poder salir de él ante los aplausos de toda la escena siniestra, me molesta un poco más, pero peor para él. Mira, ya he localizado qué es lo que me toca los cojones. Me tocas los cojones tú, Jaime. Sólo tú. Ya lo sabes. 

—Ladras mucho pero no muerdes, Álex —rió el chacal.

Él levantó el labio con repugnancia.

—En eso te equivocas completamente, Jaime. Eso pasa con los perros. El lobo, cuanto más fina tiene la lengua, más afilado tiene el colmillo. Y deja de sonreír así, que me entran ganas de darte una hostia, pero igual sangras y yo no sé qué enfermedades tienes. Mínimo me pegas la rabia.

—Es un tic...

—Ya.

Fran se encendió un cigarro y le dio un trago más al cubata. Apenas levantaba la boca de la copa. A sorbos pequeños y continuos se lo estaba casi acabando. Álex tenía el suyo enfrente, sin tocar, aguándose por los hielos. Los de Jaime y Javi iban por menos de la mitad.

—“Lobo” —repitió Jaime—. Así que sigues con tu película. Es genial.

—Oh, sí. Verás: soy uno de los grandes gurús de una secta antihumana de cientos de personas. Mis acólitos practican el sexo en grupo y el consumo ritual de drogas, pero de momento no me ingresan religiosamente en el banco la décima parte de su sueldo cada mes, lo que me parece fatal. ¿Te mola? ¿Quieres formar parte? ¿Te doy mi número de cuenta de La Caixa? Asegúrate de que pongan en concepto “Aniquilación de la humanidad: sangre, muerte y destrucción”, y en impositor “Chacal”.

—Chacal —Jaime sonrió—. Sigues en tus trece, ¿eh?

—Claro. Y el común, el de lomo negro, el puto carroñero, no el chacal dorado. El dorado es otra especie y es mazo de bonito. Es como un coyote orejudo. Aunque el coyote ya es bastante orejudo...

—Gracias por la parte que me toca, Álex —comentó Javi dándole una colleja.

—¿Por qué no cambiamos de tema? —interrumpió Fran acabándose el cubata y volviendo a coger un mini—. ¿Hay novedades en Square, Álex? ¿Cuándo lanzan juego?

—No tengo ni puta idea, Fran —respondió el lobo no sin antes poner una mueca por la incomodidad del perro respecto al tema—. Yo ya envié mi traducción; ahora todo lo que les queda son trámites de los que no se me informa, que yo soy un
free-lance
y el último mono de la empresa. Míratelo en la página que sabrán más que yo. Hostia, a ver cuándo me llaman para la presentación en Londres, joder. Tengo unas ganas de volverme a ir...

Javi meneó la cabeza.

—No me jodas que te toca ponerte en plan ejecutivo agresivo y montar un Power Point ante un montón de yuppies para explicarles qué decisiones trascendentales has tomado respecto a la traducción del ataque de bolas de fuego...

—Pues sí, eso es exactamente lo que me toca hacer, Javi. Y estoy deseándolo: billete gratis, una mañana haciendo el gilipollas (espero por dios que no haya comida de empresa) y tarde y noche libres para hacer lo que me dé la gana. El hotel yo ni lo piso, os lo garantizo.

—Tío, si te vas a Londres tráeme...

—¿Te conoces el cuento del “Tú pitarás”? —le cortó Álex.

—Pues no...

—Yo sí —murmuró Fran—. Uno se va a la feria y la gente del pueblo le anda pidiendo que traiga un montón de cosas y él no responde ni palabra. Se le acerca un niño, le da una moneda y le dice que quiere un pito, un silbato. Y el tío contesta...

—“Tú pitarás” —concluyó Álex.

—Eso te lo contó Paula —le dijo Fran con cierto resquemor.

El lobo dio una calada.

—Antes que a ti.

Se quedaron callados, mirándose, casi retándose. Fran se encendió un cigarro con el ascua del anterior.

—¿Cómo os va? —preguntó Álex.

—Nos va bien, gracias. ¿Y tú con la que estabas...?

—Finalizó de manera satisfactoria para ambos. Con un poco de dolor de huevos, pero nada grave. Fruto de un calentón, no te creas que de una patada. Aunque creo que se quedó con las ganas...

—Así que estás soltero —suspiró Fran.

—Me temo que sí —estrechó la mirada y sonrió—. ¿Por qué pones esa cara, Fran? ¿Te jode que no tenga novia o qué? ¿Qué pasa, que te acojono? ¿Tan mal os va? 

—¿Pero de qué coño habláis? —intervino Javi—. ¿De Paula? 

—Hace muchísimo que no la veo... —comentó Jaime—. ¿Cómo anda?

—Con los pies, desgraciadamente —contestó Álex—. Si caminara a cuatro patas le iría mejor la vida...

Javi movía negativamente la cabeza. 

—Álex, tío. No te flipes. Paula te odia a muerte, puedo certificarlo. No escupe cada vez que te nombro porque es una chica educada.


Eso
a mí me preocuparía, Fran —sentenció el lobo con los dientes fuera—. Si sintiera una plácida indiferencia hacia mi persona sería distinto. Pero el odio... Joder, el odio es un sentimiento
intenso
. Átale la correa corta a la caseta, perrito, que el bosque y la libertad llaman siempre a la puerta —le dio tranquilamente un tiro al cigarro y saboreó el humo antes de soltarlo en una nube—. ¿Por qué me miras así, tú? Estoy de coña. ¿Es que me tienes miedo?

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