Authors: Agatha Christie
Todo aquello era un verdadero misterio. Por un lado resultaba evidente que aquella mujer no pudo cometer el crimen, puesto que en el momento en que sonó el disparo estaba con la señora Havering en el recibidor, y no obstante debía tener alguna relación con aquél. ¿O de otro modo por qué habría de haberse marchado con tantas prisas?
Telegrafié estos últimos acontecimientos a Poirot, sugiriendo al mismo tiempo mi regreso a Londres para hacer las averiguaciones pertinentes en la Agencia Selbourne.
La respuesta de Poirot no se hizo esperar.
«Inútil preguntar a la Agencia. Allí no habrán oído hablar de ella. Averigüe qué vehículo la condujo a Hunter's Lodge la primera vez que fue allí.»
Aunque desconcertado, obedecí. Los medios de transporte de Elmer's Dale eran limitados. El garaje local tenía dos «Ford» desvencijados y dos paradas de coches de caballos. Ninguno de estos vehículos había sido alquilado la fecha en cuestión. Al interrogar a la señora Havering replicó que le había pagado el billete para Derbyshire y entregado el dinero suficiente para alquilar un taxi o un coche de punto hasta Hunter's Lodge. Siempre había uno de los «Ford» en la estación por si alguien requería sus servicios. Considerando que allí nadie había observado la llegada de un extraño, con barba negra o sin ella, la noche fatal, todo parecía señalar que el asesino había llegado en un automóvil que quedó esperando por las cercanías para ayudarle a escapar, y que el mismo automóvil había llevado a la misteriosa ama de llaves hasta su nuevo empleo. Debo hacer constar que las averiguaciones hechas en la Agencia de Londres resultaron según los pronósticos de Poirot. En sus libros no constaba ninguna «señora Middleton». Habían recibido la solicitud de la señora Havering para que le buscasen una ama de llaves, y le enviaron varias aspirantes. Cuando ella les avisó de que ya había admitido una, se olvidó de hacer constar el nombre de la escogida.
Un tanto desanimado, regresé a Londres. Encontré a Poirot instalado en una butaca junto al fuego y con un batín de seda deslumbrador. Me saludó con gran afecto.
—
mon ami
, Hastings! ¡Cuánto celebro verle! La verdad es que siento un gran afecto por usted! ¿Se ha divertido? ¿Ha ido de acá para allá con Japp? ¿Ha interrogado e investigado a su satisfacción?
—Poirot —exclamé—. ¡Este caso es un misterio! Nunca podrá resolverse.
—Es cierto que no vamos a cubrirnos de gloria con él.—No, desde luego. Es un hueso bastante duro de roer.
—¡Oh, hasta ahora no he encontrado ninguno demasiado duro! Soy un buen roedor. No es eso lo que me preocupa. Sé perfectamente quién asesinó a Harrington Pace.
—¿Lo sabe? ¿Cómo lo ha averiguado?
—Sus iluminadas respuestas a mis telegramas me han proporcionado la verdad. Mire, Hastings, examinemos los hechos metódicamente y con orden. El señor Harrington Pace es un hombre de fortuna considerable que a su muerte irá a parar a manos de su sobrino. Punto número uno. Se sabe que su sobrino se encuentra en una situación apurada. Punto número dos. Se sabe también que su sobrino es... digamos un hombre de pocos escrúpulos. Punto número tres.
—Pero se ha probado que Roger Havering estaba en el tren que le llevaba a Londres.
—
Précisement
.... y por lo tanto, puesto que el señor Havering abandonó Elmer's Dale a las seis quince, y en vista de que el señor Pace no había sido asesinado antes de que él se marchase, ya que el médico hubiera dicho que la hora del crimen estaba equivocada, al examinar el cadáver, sacamos la consecuencia de que el señor Havering no mató a su tío. Pero queda la señora Havering, querido Hastings.
—¡Imposible! El ama de llaves estaba con ella cuando se oyó el disparo.
—Ah, sí, el ama de llaves. Pero ha desaparecido.
—Ya la encontraremos.—Creo que no. Hay algo extraño en esa mujer, ¿no le parece así también a usted, Hastings? Me llamó la atención en seguida.
—Supongo que representó su papel y luego se marchó sin pérdida de tiempo.
—Y, ¿cuál es su papel?
—Pues admitir la presencia de su cómplice, el hombre de la barba negra.
—¡Oh, no, eso no era su papel! Sino el proporcionar una coartada a la señora Havering en el momento en que se oyó el disparo. ¡Y nadie logrará encontrarla,
mon ami
, porque no existe! «No existe tal persona», como dice su gran Shakespeare.
—Fue Dickens —murmuré, incapaz de reprimir una sonrisa—. ¿Qué quiere usted decir, Poirot? No le entiendo.
—Quiero decir que Zoe Havering fue actriz antes de casarse, y que usted y Japp sólo vieron el ama de llaves en el recibidor poco alumbrado.... una figura vestida de negro, de voz apagada, y por último, que ni usted, ni Japp, ni la policía local, a quien fue a buscar la señora Middleton, vieron juntas al ama de llaves y su señora. Fue un juego de niños para esa mujer osada e inteligente. Con el pretexto de avisar a su señora, sube la escalera, se viste un traje llamativo y un sombrero con rizos oscuros que coloca sobre los grises para lograr la transformación. Unos toquecitos más y el maquillaje renovado, y la deslumbrante Zoe Havering baja de nuevo con su voz clara y bien timbrada. Nadie se fija en el ama de llaves. ¿Por qué iban a fijarse? No hay por qué relacionarla con el crimen. Ella también tiene su coartada.
—Pero, ¿y el revólver encontrado en Ealing? La señora Havering no pudo dejarlo allí...
—No, fue cosa de Roger Havering.... pero fue un error por su parte que me puso sobre la verdadera pista. Un hombre que ha cometido un crimen con un revólver encontrado en el lugar del homicidio lo arroja en seguida y no lo lleva consigo a Londres. No, su intención es evidente. El criminal deseaba concentrar el interés de la policía en un punto alejado de Derbyshire. Claro que el revólver encontrado en Ealing no era el que disparó la bala que mató al señor Pace. Roger Havering, después de hacerlo disparar a su vez, lo llevó a Londres. Luego fue directamente a su club para establecer su coartada, y después a Ealing (sólo se tarda veinte minutos), dejó el paquete en el lugar donde fue encontrado y regresó a la ciudad. Esa encantadora criatura, su esposa, dispara tranquilamente contra el señor Pace después de la cena... ¿Recuerda que le dispararon por detrás? ¡Otro detalle significativo...! Vuelve a cargar el revólver, lo coloca de nuevo en su sitio y luego, con la mayor astucia, representa su comedia.
—Es increíble —murmuré fascinado—, y sin embargo...
—Y sin embargo es cierto.
Bien sur
, amigo mío, es cierto. Pero el entregar esa preciosa pareja a la justicia es otra cosa. Bien, Japp hará todo lo que pueda... le he escrito dándole cuenta detallada de todo.... pero mucho me temo, Hastings, que nos veremos obligados a dejarles en manos del destino, o
le bon Dieu
, lo que prefiera.
—Todos los pillos tienen suerte —le recordé.
—Sí, pero siempre a un precio, Hastings,
croyez-moi!
Las palabras de Poirot se confirmaron. Japp, aunque convencido de la verdad de su teoría, no pudo reunir las pruebas necesarias para hacerlas confesar.
La enorme fortuna del señor Pace pasó a manos de sus asesinos. Sin embargo, la mano de Dios cayó sobre ellos, y cuando leí en los periódicos que los honorables señores Havering se encontraban entre las víctimas de la catástrofe ocurrida al
Air Mail
que se dirigía a París, supe que la Justicia quedaba satisfecha.
Cuántos robos de bonos se han registrado últimamente! —observé una mañana, plegando el periódico—. ¡Poirot, dejemos a un lado la ciencia de la deducción y dediquémonos a la delincuencia!
—¿Le han entrado ganas de.... cómo diría yo.... enriquecerse a toda prisa, eh,
mon ami
?
—Bueno, eche un vistazo en este último
sss
, un millón de dólares en Bonos Liberty que el Banco Escocés enviaba a Nueva York y que desaparecieron de manera sorprendente a bordo del
Olympia
.
—Si no fuera por el
mal de mer
y las horas que se tarda en cruzar el canal, me encantaría poder viajar en uno de esos grandes trasatlánticos —murmuró Poirot con aire soñador.
—Sí, desde luego —repliqué entusiasmado—. Algunos deben ser verdaderos palacios; piscinas, salones, restaurantes.... la verdad debe resultar difícil creer que uno se halla en alta mar.
—Yo siempre sé cuándo estoy en la mar —dijo Poirot con pesar—. Y todas esas bagatelas que acaba de enumerar no me dicen nada; pero, amigo mío, considere por un momento la de genios que viajan de incógnito. A bordo de esos palacios flotantes, como usted acaba de llamarlos, uno encontraría, la
élite
, la
haute noblesse
del mundo criminal.
Reí.
—¡De modo que eso es lo que le entusiasma! ¿Le gustaría haber hablado con el hombre que ha robado los Bonos Liberty?
La patrona nos interrumpió.
—Una joven pregunta por usted, monsieur Poirot. Aquí está su tarjeta.
—Miss Esmeé Farquhar —leyó Poirot. Y tras inclinarse para recoger una miga de pan que había debajo de la mesa y arrojarla a la papelera, dijo a la patrona que hiciese pasar aquella señorita.
Al minuto siguiente entraba en la estancia una de las muchachas más encantadoras que he visto en mi vida. Tendría unos veinticinco años, sus ojos eran muy grandes y castaños y su figura perfecta. Iba bien vestida y sus modales eran reposados.
—Siéntese, se lo ruego, mademoiselle. Éste es mi amigo el capitán Hastings, quien me ayuda en mis pequeños problemas.
—Me temo que el que le traigo hoy no sea pequeño, monsieur Poirot —dijo la joven tras dirigirle una pequeña inclinación de cabeza antes de sentarse—. Me atrevo a asegurar que ya lo habrá leído en los periódicos. Me refiero al robo de los Bonos Liberty a bordo del
Olympia
—debió reflejarse cierto asombro en el rostro de Poirot, porque se apresuró a continuar—: Usted se preguntará qué tengo yo que ver con una institución tan seria como el Banco Escocés de Londres. En cierto sentido, nada, y en otro, mucho. Verá usted, monsieur Poirot, soy la prometida de Philip Ridgeway.
—¡Aja! Y Philip Ridgeway...
—Estaba encargado de la custodia de los bonos cuando fueron robados. Claro que no han podido acusarle, puesto que no fue culpa suya. No obstante, está muy disgustado por ese asunto. Su tío insiste en que debió mencionar, sin darse cuenta, que los Bonos obraban en su poder. Es un terrible tropiezo para su carrera.
—¿Quién es ese señor?
—El director general del Banco Escocés de Londres. Es tío de Philip.
—¿Y si me contara toda la historia, señorita Farquhar?
—Muy bien. Como usted sabe, el Banco deseaba extender sus créditos en América y para este propósito decidió enviar un millón de dólares en Bonos Liberty. El señor Vavasour eligió a su sobrino, que había ocupado un cargo de confianza en el Banco por espacio de muchos años, para que realizase el viaje a Nueva York. El
Olympia
salió de Liverpool el día veintitrés, y la mañana de ese día le fueron entregados los bonos a Philip por el señor Vavasour y el señor Shaw, los dos directores generales del Banco Escocés en Londres. Fueron contados e hicieron con ellos un paquete que sellaron en su presencia y que luego él encerró inmediatamente en su maletín.—¿Un maletín con cierre corriente?
—No. El señor Shaw hizo que Hubb's le colocase uno especial. Philip, como le decía, depositó el paquete en el fondo del maletín y lo robaron pocas horas antes de llegar a Nueva York. Fue registrado minuciosamente todo el barco, pero sin resultado. Los bonos parecían haberse desvanecido en el aire.
Poirot hizo una mueca.
—Pero no desvanecieron del todo, puesto que fueron vendidos en pequeñas cantidades a la media hora de haber atracado el
Olympia
. Bien, sin duda alguna, lo que debo hacer ahora es ver al señor Ridgeway.
—Iba a sugerirles que comieran conmigo en el «Queso de Bola». Philip estará allí. Tiene que reunirse conmigo, pero aún no sabe que yo he venido a consultar con ustedes.
Aceptamos la invitación y allí nos dirigimos en un taxi.
Philip Ridgeway había llegado antes que nosotros y pareció un tanto sorprendido al ver que su prometida se presentaba acompañada de un par de desconocidos. Era un joven alto, apuesto, con las sienes ligeramente plateadas, a pesar de que no debía tener más allá de treinta años de edad.
La señorita Farquhar, acercándose a él, apoyó la mano en su brazo.
—Tienes que perdonarme que haya obrado sin consultarte, Philip —le dijo—. Permíteme que te presente a monsieur Hércules Poirot, de quien ya habrás oído hablar, y a su amigo el capitán Hastings. Ridgeway pareció muy asombrado.
—Claro que he oído hablar de usted, monsieur Poirot —dijo al estrecharle la mano—. Pero no tenía idea de que Esmée pensara consultarle acerca de mi... de nuestro problema.
—Temía que no me dejaras, Philip —dijo miss Farquhar tímidamente.
—De modo que tú procuras asegurarte —observó el joven con una sonrisa—. Espero que monsieur Poirot podrá arrojar alguna luz en este rompecabezas extraordinario, pues confieso con toda franqueza que estoy a punto de perder la razón de ansiedad y preocupación.
Desde luego su rostro denotaba cansancio y la enorme tensión bajo la que se encontraba.
—Bien, bien —dijo Poirot—. Vamos a comer y mientras tanto cambiaremos impresiones para ver lo que se puede hacer. Quiero oír toda la historia de labios del propio señor Ridgeway, pero sin prisas.
Mientras disfrutábamos del excelente asado y el pastel de riñones, Philip nos fue relatando las circunstancias que rodearon la desaparición de esos bonos. Su historia coincidía con la de la señorita Farquhar en todos sus detalles. Cuando hubo terminado, Poirot tomó la palabra para hacer una pregunta:
—¿Qué fue lo que le condujo exactamente al descubrimiento del robo, señor Ridgeway?
Rió con cierta amargura.
—La cosa saltaba a la vista, monsieur Poirot. No podía pasarse por alto. Mi maletín asomaba por debajo de mi litera lleno de arañazos y cortes en los lugares donde intentaron forzar la cerradura.
—Pero yo creía que había sido abierto con una llave...
—Eso es. Intentaron forzarlo, pero no lo consiguieron. Y al final debieron lograrlo operando de un modo u otro.
—Es curioso —dijo Poirot, y sus ojos comenzaron a brillar con aquella luz verde que yo conocía tan bien—. ¡Muy curioso! Perdieron mucho, mucho tiempo tratando de abrirlo y luego...
sapristi!
, descubren que tenían la llave... porque todas las cerraduras de Hubb's son únicas.