También se encuentran sentados en los bancos de la capilla la hermana-gata y el hermano-puerco.
Está presente la agente Magda, con las manos apoyadas alrededor de su feto escondido.
En medio de los congregados de luto, la progenitora femenina de Trevor Stonefield.
El esqueleto tambaleante Doris Lilly pronuncia su panegírico. Con los ojos babeantes mirando a su alrededor, en medio de gran sufrimiento angustioso. Gran dolor. Explica que el diablo Tony fue encontrado postrado, que su cadáver se desplomó por culpa de una hemorragia cerebral acontecida por sorpresa. Que el cadáver estaba frío de todo el tiempo que hacía que su músculo cardíaco llevaba sin contraerse. Ubicado debajo de los pies de yeso, la prueba sigue en su sitio: encima de la moqueta hay dos manchitas idénticas de sangre derramada por los canales auditivos del diablo.
El panegírico no menciona los calzones internos de bikini de la agente Magda, manchados de sangre, de semilla y de neurotoxina. Este agente se vio obligado a abandonar dichos calzones petrificados dentro de los dedos contraídos por la muerte del diablo Tony. La tela manchada de algodón estaba tan atrapada que este agente no la puedo extraer. El agente se vio obligado a abandonarlos durante su retirada.
Y otro miedo mayor... dentro de su máquina de pensar, este agente se pregunta si toda la razón de ser del agente-yo, destinado a destruir a los americanos, aniquilar a los homosexuales, a la demencial religión metodista, a los cultos luterano y baptista, a extinguir a toda la decadente burguesía... se pregunta si después del éxito de semejante destrucción total... ¿acaso este agente no quedará obsoleto? ¿Acaso no carecerá de valor?
Si no posee ningún enemigo vil, ¿acaso el agente-yo también dejará de existir?
Sentada para presenciar el rito de sepultura del diablo Tony, la hermana-gata dice en voz baja:
—Mi padre tenía contrato para inventar algo. —Dice la hermana-huésped—: Un dulce con sabor a vainilla y caramelo para una franquicia global de cafeterías tipo Starbucks. —Dice—: Se supone que el sabor tenía que ser irresistible...
La razón de que el padre-huésped, Don Cedar, esté bajo custodia de la policía, es que es víctima de una compleja acción conjunta militar-industrial de conspiración por parte de las corporaciones alimenticias.
Entre los contenidos de la máquina de pensar del agente-yo persiste una idea que este agente ha adquirido y que tal vez también contenga una trampa: la obligación de cuidar y preservar al temido enemigo americano, aunque solo sea para proporcionar un objetivo al odio del agente-yo. Al odio de la patria estatal del agente-yo. ¿Acaso este agente debe proporcionar eternamente sabandijas americanas para asegurarse la continuación de su misión de provocar la extinción?
En medio de los ecos del interior de su cráneo, el agente-yo no está seguro de qué genera un mayor terror: la preservación del enemigo o bien la resolución exitosa del único propósito motriz de este agente, de la energía de su odio inmenso, de la vocación de su vida.
La hermana-gata está sentada en el banco adyacente, oliendo a soldadura, apestando al humo negro emitido durante la explosión del falo asesino, del ataque del falo derretido. La hermana-gata dice:
—Lo que ha pasado ha sido un rollo Louis Pasteur pero al revés. —Dice: susurrando durante los rituales de inhumación—: Se les ha contaminado la cosa esa de plátano, caramelo y nueces. —Dice—: Le ha crecido un moho
superletal
...
La muy venerada momia, el cadáver podrido Doris Lilly, mueve la boca como un loro y habla con voz monótona. Su mano marchita seca el agua que derraman sus ojos nublados por las cataratas.
La hermana-gata explica en voz baja que el sabor artificial ha quedado contaminado por las bacterias, que ha florecido en él un hongo de esporas extremadamente tóxicas, originado en unas neurotoxinas consideradas demasiado letales para ser depositadas en ningún sitio que no sea un almacenamiento profundo y permanente, congeladas. Que jamás debieron usarse para dar sabor a una bebida de franquicia a base de café. Pese a ser tan sabrosa, ahora la esencia de plátano, caramelo y nueces es considerada una amenaza para toda la humanidad y se requiere que sea sellada en una bóveda secreta como alta prioridad.
Y en este momento, el mismo momento en que la hermana-gata está susurrando, la momia Doris Lilly vacía sus mocos nasales para dejarlos pegados a un pañuelo ahuecado. Llenando el micrófono de un sonido espantoso. Por fin se seca la cara con el pañuelo empapado y dice:
—A continuación invito a cualquiera que amara a nuestro querido reverendo a que se levante y venga... —Dice—: Para dedicarle un último adiós.
Para que conste en acta, ni un solo ciudadano endereza las piernas para incorporarse.
Durante un momento, y otro momento, y otro momento, durante muchos momentos largos, ningún ciudadano se incorpora. Todos permanecen sentados.
De acuerdo con lo que me dice en voz baja la hermana-gata, en una reciente inspección no ha habido constancia de la neurotoxina. La única pista ha sido el registro de seguridad que indica las frecuentes incursiones de Don Cedar en plena noche. Durante la violación de la seguridad de la noche de hoy, la neurotoxina se ha esfumado. En cuanto la toxina ha dejado de residir allí, las autoridades legales han prendido al padre-huésped bajo sospecha de robo. Encarcelamiento máximo en espera de investigación.
Por fin la agente Magda endereza las piernas. Emerge del extremo del banco. Las piernas de Magda emprenden un paseo por la ruta del pasillo central, varias zancadas que la aproximan al ataúd del diablo descompuesto.
En el mismo momento, la progenitora femenina del matón amarillo-claro posa la mirada sobre este agente. La compañera matrimonial del individuo masculino detenido Stonefield no aparta la mirada de la cara del agente-yo. En la mano fuertemente cerrada de la hembra Stonefield, sujeta entre sus dedos, hay una hoja de papel blanco. Atrapado en su presa, un sobre de papel blanco.
Un momento más tarde, el hermano-puerco emerge de su banco por un lado del pasillo de la capilla. Y en ese mismo momento, la progenitora femenina de Stonefield emerge del banco opuesto y entra también en el pasillo central. Los dos ciudadanos se reúnen. La hembra le transmite un mensaje secreto, con la cabeza inclinada hasta el punto de casi ponerse en contacto con la oreja del hermano perro-puerco. El hermano-huésped ladea la oreja para escuchar, y su mano se eleva para aceptar el sobre, el sobre blanco que le cede el dedo de la hembra.
Al momento siguiente, ambos ciudadanos echan a andar por el pasillo. Se insertan en la multitud que espera para presentar sus últimos respetos al cadáver embalado.
El esqueleto parloteante Doris Lilly, con su máscara temblorosa de piel muerta, con su máscara de cuero lleno de arrugas, dice:
—Estoy segura de que nuestro querido y recientemente fallecido reverendo estaría de acuerdo conmigo si os digo que «Las palabras tienden puentes a regiones sin explorar».
Los ojos de la histórica y venerada señora se posan sobre la cara del agente-yo. Sus ojos marchitos miran a los ojos de este agente.
Mientras espera para visitar el ataúd, el hermano perro-puerco destripa el sobre de papel blanco y echa un vistazo a la carta de papel que hay doblada en su interior. El hermano-huésped se pone a leer la carta.
La hermana-gata protesta en voz baja, diciendo:
—Es mi
padre
. —Dice—: Y muy pronto también va a ser el
tuyo
. —Dice—: No podemos dejar que se pudra en la
cárcel
.
Con su boca retorcida y perfilada con cera roja, pegada al micrófono, el cadáver marchito y antiguo Doris Lilly dice:
—«Las palabras... tienden... puentes... a regiones... sin explorar».
Que es una cita exacta de las palabras del cabecilla maníaco y admirable guía Adolf Hitler.
Empieza aquí el informe trigesimoprimero del agente-yo, número 67, donde se rememora cierta sesión de adiestramiento. Una práctica de educación física acontecida en el pasado, en el Ministerio de Salud de la ciudad de XXXXX. Donde se lleva a cabo entrenamiento de resistencia a las pesas rumanas, agachamientos parciales búlgaros, XXXXX, halterofilia. Bajo la observación y la supervisión directa del director en jefe de la Administración de Sanidad XXXXX.
Se describe aquí un entrenamiento estándar en el estudio de fuerza, atiborrado de infinitas hileras de pesas metálicas graduadas de hierro. Barras fijas que alardean de veinticinco kilos, cincuenta kilos y cien kilos de resistencia. Bancos equipados con andamios que sostienen pesas, pesas para deltoides y máquinas de remar. Todos los suelos y paredes están fabricados de cemento. Se oye el estruendo metálico de las pesas numerosas de hierro al golpear el suelo. El ruido metálico de unas pesas al golpear contra otras pesas.
Los gruñidos del agente Bokara mientras levanta pesas. Los gruñidos y berridos angustiados de esfuerzo de Otto. Los jadeos y exclamaciones ahogadas de fatiga del agente Metro.
Tumbado horizontalmente sobre la superficie de uno de los bancos, el agente-yo ejercita los brazos, y sus músculos abductores resisten la carga de entrenamiento de numerosos cientos de kilos de opresión. Se dedica a repetir el levantamiento-descenso de las unidades metálicas sometidas a un tirón masivo de la gravedad, de los discos traqueteantes de hierro forjado que hay montados en ambos extremos de la robusta barra. Con su peso aplastante.
Para que conste en acta, durante el entrenamiento de resistencia este agente es emparejado con la agente Magda. Mientras el agente-yo se dedica a levantar pesas en el banco, Magda se posiciona a horcajadas sobre su cara, lista para atrapar la barra aplastante cargada de infinitas pesas cuando por fin fallen los brazos del agente-yo. La regia entrepierna de Magda permanece suspendida por encima de la nariz de este agente, y este agente procede a levantar y a bajar, a levantar y a bajar la barra metálica cargada, expandiendo su musculatura pectoral a modo de noble servicio a este Estado glorioso.
El pecho de este agente se contrae y se expande mientras Magda dice, bramando para infundirle coraje:
—Deshazte de los grilletes, camarada.
Dice:
—No toleres a las estúpidas comadrejas.
Dice:
—No permitas la opresión de las naciones occidentales que aplastan los cráneos de los ciudadanos.
Los huesos del agente-yo y sus músculos crujen, sus articulaciones hacen ruido de desencajarse. Sus tendones tiemblan de dolor. Los brazos de este agente se elevan temblorosos y vibran como si estuvieran a punto de desplomarse. Levantan la carga. Bajan la carga. Con la respiración atrapada dentro de la caja torácica. Con la piel facial recalentada y sujeta a un gran rubor de sangre.
Y Magda dice entre dientes:
—Sufre, esclavo de mierda.
Dice:
—¡Retuércete bajo la dominación del tacón de la bota americana!
Y dice a gritos:
—¡Forcejea para resistir el control americano, débil marioneta!
La agente Magda apoya todo el peso propio sobre las placas de hierro forjado que hay ensartadas en la barra de ejercicios y dice:
—¡Sufre el aplastamiento bajo la presión asfixiante de los medios de comunicación de Estados Unidos, esa industria de la degradación!
Con el suelo pélvico aposentándose para asfixiar la nariz del agente-yo, la agente Magda ejerce presión hacia abajo para colapsar el esternón de este agente, y a continuación se pone a gritar:
—¡Los engranajes pulverizadores de la tiranía colonial de Occidente, la rueda de molino del imperialismo que lo mastica todo...!
Y dice a gritos:
—¡Camarada! —Grita—: ¡América se muere de ansia hambrienta de macerar a todos los ciudadanos del globo!
Haciendo un gran esfuerzo por sobrevivir, este agente resiste los músculos agarrotados del brazo de Magda. El cráneo del agente-yo permanece oprimido entre los gruesos y muy olorosos muslos enormes de la agente Magda y la dura musculatura de sus glúteos.
Este agente no puede respirar.
Los dos brazos enormes con los músculos hipertrofiados de Magda empujan el hierro a fin de colapsar el tórax del agente-yo.
—Prepárate, camarada —dice Magda—. Para ser aplastado bajo las ruedas acechantes de la implacable ideología occidental.
Al momento siguiente, la puerta de la sala de entrenamientos se abre para desencajarse de la pared. Permitiendo el paso al muy reverenciado director en jefe de la Administración de Sanidad, que a continuación planta las botas en el suelo con las piernas muy separadas y apoya los puños en las crestas ilíacas de las caderas respectivas. Posando la vista facial sobre todos los agentes.
Para que conste en acta, de acuerdo con las normas, todos los presentes, Tibor, Magda y Vaky, dicen al unísono:
—Saludos, director muy estimado y reverenciado.
Con una sola voz al unísono, los agentes Mang, Chernok y Tanek dicen:
—Acepte, por favor, nuestro agradecimiento por la sabiduría que nos imparte.
Atrapado debajo de la barra con pesas, con la caja torácica comprimida, este agente dice con una voz que es un graznido:
—Acepte, por favor...
Con el músculo cardíaco resquebrajándose bajo semejante presión. Con el pulmón colapsado bajo tanta carga, dice en voz baja:
—... por la sabiduría que nos imparte.
El director en jefe lleva a cabo una reverencia con la cabeza.
Y todos los agentes inclinan también la cabeza.
El director en jefe cita al generoso monarca y eficiente tutor Adolf Hitler, diciendo:
—«El odio dura más que el desagrado».
Sus botas emprenden un desfile, un desfile negro y lustroso que lo lleva al centro de la cámara. Se posiciona en el centro de todos los agentes. Con el pecho cubierto de un grueso y victorioso legado de las muchas medallas recibidas. El director en jefe va ataviado con un uniforme rematado con charreteras cargadas de abundante oro trenzado. Los flecos dorados le bailan sobre los hombros. La mano del director desaparece dentro de la pechera del blusón y emerge sacando un grueso tajo de muchos papeles.
Los papeles resultan ser fotos satinadas. Una colección enorme de fotos muy numerosas.
Y en ese mismo momento, los brazos fornidos de la agente Magda rescatan con sus músculos abultados a este agente. Levantan la carga de la barra de las pesas. La colocan encima del soporte de seguridad.