Pellucidar (7 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

BOOK: Pellucidar
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Mientras nos aproximábamos a las islas, Perry se rendía ante su belleza. Cuando estuvimos entre ellas cayó en un justificado éxtasis; no pude reprochárselo.

La tropical lujuria del follaje, que casi se sumergía en el mismo borde del agua, y los vivos colores de la floresta que moteaba aquel verdor, formaban un espectáculo grandioso.

Cuando Perry se hallaba en la mitad de un florido panegírico sobre las maravillas de la pacífica belleza de aquella escena, una canoa surgió de la isla más cercana. En ella había una docena de guerreros; al momento fue seguida de una segunda y una tercera.

Cierto que no sabíamos las intenciones de aquellos extraños, pero podíamos suponerlas fácilmente.

Perry quería coger los remos e intentar escapar de ellos, pero enseguida le convencí de que cualquier velocidad que el Sari pudiera alcanzar sería claramente insuficiente para distanciar a las ligeras aunque indignas piraguas de los mezops.

Esperé hasta que estuvieron lo bastante cerca para oírme, y luego les di el alto. Les expliqué que éramos amigos de los mezops, y que íbamos a visitar a Ja de Anoroc, a lo que contestaron que estaban en guerra con Ja, y que si esperábamos un minuto nos abordarían y arrojarían nuestros cuerpos a los azdyryths.

Les advertí que lo pasarían mal si no nos dejaban en paz, pero sólo lanzaron gritos de burla y remaron velozmente hacia nosotros. Era evidente que estaban considerablemente impresionados por la apariencia y dimensiones de nuestro navío; pero dado que estas gentes no conocen el miedo, estaban lejos de sentirse atemorizados.

Al ver que estaban decididos a prestar batalla, me asomé a la barandilla del Sari y puse en acción al escuadrón imperial de combate del emperador de Pellucidar por primera vez en la historia de aquel mundo. En otras palabras, disparé mi revolver a la canoa más cercana.

El efecto fue mágico. Un guerrero se elevó sobre sus rodillas, arrojó su remo a lo alto, se irguió rápidamente durante un instante y luego se derrumbó por la borda.

Los otros dejaron de remar, y con los ojos muy abiertos miraron primero hacia mí y luego a las bestias marinas que se peleaban por el cuerpo de su camarada. Les debió parecer un milagro que fuera capaz de alcanzarles al triple de distancia del mejor lanzamiento de jabalina y que, con un fuerte ruido y un poco de humo, abatiera a uno de los suyos con un proyectil invisible.

Pero sólo permanecieron paralizados por aquella maravilla durante un momento. Después, con salvajes gritos, se echaron sobre sus remos y avanzaron rápidamente hacia nosotros.

Volví a disparar una y otra vez. A cada disparo un guerrero caía al fondo de la canoa o se tambaleaba por la borda.

Cuando la proa de la primera canoa tocó el costado del Sari, sólo llevaba hombres muertos o moribundos. Las otras dos piraguas se estaban acercando con rapidez, así que volví mi atención hacia ellas.

Creo que aquellos salvajes y desnudos guerreros de piel roja debían estar comenzando a tener ciertas dudas, porque cuando el primer hombre cayó en el segundo bote, los demás dejaron de remar y empezaron a hablar rápidamente entre ellos.

El tercer bote se puso al costado del segundo y su tripulación se unió a la conferencia. Aprovechando el momentáneo descanso de la batalla, invité a los supervivientes a que volviesen a sus costas.

—¡No quiero luchar contra vosotros! —grité, indicándoles a continuación quién era yo y añadiendo que si querían vivir en paz más pronto o más tarde deberían unir fuerzas conmigo.

—¡Volved ahora a vuestro pueblo —les aconsejé— y decirles que habéis visto a David I, emperador de los Reinos Federados de Pellucidar, y que os ha vencido sin ayuda, como piensa derrotar a los mahars, los sagoths y a los demás pueblos de Pellucidar que amenacen la paz y el bienestar de su imperio!

Lentamente volvieron las proas de sus embarcaciones a tierra. Era evidente que estaban impresionados, aunque también estaba claro que eran reacios a rendirse sin contestar a mi pretendida superioridad naval, ya que algunos de ellos parecían exhortar a los otros a renovar el conflicto.

A pesar de todo, al final se alejaron lentamente y el Sari, que no había variado su velocidad de caracol durante su primer compromiso, continuó su lento e irregular camino.

En ese momento Perry asomó la cabeza por la compuerta, llamándome

—¿Se han ido esos truhanes? —preguntó— ¿Los mataste a todos?

—Se han ido todos a los que no acerté, Perry —contesté.

Salió a cubierta y echando la vista a un lado, divisó la solitaria canoa flotando a escasa distancia de nuestra popa con su siniestra y espeluznante carga. Después sus ojos vagaron hacia los botes que se alejaban.

—David —dijo—, ésta es una ocasión notable. Es un gran día en los anales de Pellucidar. Hemos obtenido una gloriosa victoria. La marina de su majestad ha derrotado a una flota enemiga tres veces superior y tripulada por diez veces más hombres. Debemos dar gracias.

Apenas pude contener una sonrisa ante el uso del plural por parte de Perry; sin embargo estaba feliz por compartir aquella alegría con él, del mismo modo que siempre estaré feliz de compartir cualquier cosa con mi querido y viejo compañero.

Perry es el único cobarde que he conocido al que puedo respetar y querer. Él no nació para pelear, pero pienso que si alguna vez se presentase la ocasión en que ello fuere necesario, daría gustoso su vida por la mía. Estoy seguro de ello.

Nos llevó mucho tiempo rodear las islas y acercarnos a Anoroc. La desocupación nos proporcionó la oportunidad de trabajar en nuestro mapa, y gracias a la brújula y también un poco a ojo de buen cubero, trazamos con cierta exactitud la línea costera que habíamos dejado y sus tres islas.

Unos sables cruzados señalaban el lugar donde había tenido lugar la primera gran batalla naval de aquel mundo. En un libro de notas apuntamos, como hasta entonces había sido nuestra costumbre, detalles que más tarde pudieran ser de un valor histórico.

Anclamos frente a Anoroc, en un punto bastante cercano a la costa. Por mi anterior experiencia sabía que debido a los tortuosos senderos de la isla nunca podría encontrar el camino a la escondida ciudad arbórea del caudillo mezop, Ja; así que permanecimos a bordo del Sari, disparando a intervalos nuestros rifles exprés con el fin de atraer la atención de los nativos.

Luego de disparar a intervalos unos diez tiros un cuerpo de guerreros cobrizos apareció en la costa. Nos observaron durante un rato y después les saludé, preguntándoles por el paradero de mi viejo amigo Ja.

Al principio no nos contestaron, sino que permanecieron en pie reunidos en seria y animada discusión. Continuamente volvían sus ojos hacia nuestra extraña nave. Era evidente que estaban tremendamente confusos por nuestra aparición, así como también eran incapaces de explicar el origen de los fuertes ruidos que habían atraído su atención hacia nosotros. Al fin uno de los guerreros se dirigió a nosotros.

—¿Quiénes sois vosotros que buscáis a Ja? —preguntó— ¿Qué queréis de nuestro jefe?

—Somos amigos —contesté—. Yo soy David. Dile a Ja que David, cuya vida salvó en una ocasión de un sithic, ha venido a visitarlo. Si enviáis una canoa iremos a tierra. No podemos llevar nuestro gran navío de guerra más cerca.

De  nuevo estuvieron hablando durante un tiempo considerable y luego dos de ellos subieron a una canoa que entre varios habían arrastrado desde su escondite en la jungla y remaron velozmente hacia nosotros.

Eran magníficos especímenes de hombre. Perry nunca antes había visto de cerca de un miembro de esta raza roja. De hecho, los hombres muertos de la canoa que habíamos dejado atrás después de la batalla y los supervivientes que remaban rápidamente hacia su costa, eran los primeros que había visto. Se quedó gratamente sorprendido de su belleza física y de la promesa de superior inteligencia que daban sus bien formados cráneos.

Los dos que ahora remaban nos recibieron en su canoa con una digna cortesía. A mis preguntas relativas a Ja explicaron que no se encontraba en el pueblo cuando oyeron nuestras señales, pero que había enviado mensajeros tras él y que sin duda ya estaría camino de la costa.

Uno de los hombres me recordaba de la ocasión anterior en que había visitado la isla; estuvo extremadamente agradable desde el momento en que se acercó lo bastante como para reconocerme. Dijo que Ja estaría encantado de darme la bienvenida, y que toda la tribu de Anoroc sabía de mí por mi reputación, y había recibido instrucciones de su caudillo de que si alguna vez uno de ellos se encontrase conmigo me mostrase amistad y ayuda.

En la costa fuimos recibidos con iguales honores. Mientras estábamos conversando con nuestros amigos de bronce, un alto guerrero salió repentinamente de la jungla; era Ja. Cuando sus ojos se posaron en mí, su rostro se iluminó de satisfacción. Rápidamente se acercó a saludarme a la manera de su tribu.

Fue igualmente hospitalario con Perry. El anciano se encariñó con el gigantesco salvaje de forma tan completa como lo había hecho yo. Ja nos condujo a través del laberíntico sendero hasta su extraño pueblo, donde nos entregó una de las casas árboles para nuestro uso exclusivo.

Perry se interesó mucho por la singular habitación, que a nada se asemejaba tanto como a un enorme avispero construido alrededor del tronco de un árbol muy por encima del suelo.

Después de que hubiésemos comido y descansado vino Ja a buscarnos con varios de sus principales jefes. Escucharon atentamente mi historia, que incluyó una narración de los eventos que llevaron a la formación de la Federación de los Reinos, la batalla con los mahars, mi viaje al mundo exterior y mi regreso a Pellucidar en busca de Sari y de mi compañera.

Ja me dijo que los mezops habían oído hablar de la Federación y se habían interesado mucho. Incluso habían llegado a enviar una partida de guerreros a Sari para investigar aquellas noticias y arreglar la entrada de Anoroc en el imperio en el caso de que resultase haber algo de verdad en los rumores de que uno de los fines de la Federación era el derrocamiento de los mahars.

La delegación se encontró con una partida de sagoths. Dado que desde hacía muchas generaciones existía una tregua entre los mahars y los mezops, acamparon con los guerreros de los reptiles; por ellos supieron que la federación se había deshecho, así que la partida regresó a Anoroc.

Cuando le enseñé a Ja nuestro mapa y le expliqué su propósito, se mostró muy interesado. La localización de Anoroc, las Montañas de las Nubes, el río y la línea costera le eran totalmente familiares.

Rápidamente me señaló la situación del mar interior y, junto a él, la ciudad de Phutra, donde una de las poderosas naciones mahars tenía su asiento. Así mismo nos mostró donde debería encontrarse Sari y llevó la línea costera tan lejos al norte y al sur como le era conocida.

Sus adiciones al mapa nos convencieron de que Greenwich estaba situado al lado del mismo mar en el que nos encontrábamos, y que se podía llegar hasta él más fácilmente por mar que a través del difícil paso de las montañas o del peligroso aproximamiento por Phutra, que estaba prácticamente en línea entre Anoroc y Greenwich hacia el noroeste.

Si Sari estaba en el mismo mar, entonces la línea costera debía retroceder hacia el sudoeste de Greenwich, una suposición que más tarde descubriríamos que era cierta. Efectivamente, Sari se encontraba sobre una elevada meseta, en el extremo meridional de un gran golfo del poderoso océano.

La localización que nos dio Ja de la lejana Amoz nos dejó confusos, ya que la situó al norte de Greenwich, aparentemente en medio del océano. Como Ja nunca había llegado tan lejos y sólo conocía Amoz a través de rumores, pensamos que debía estar equivocado; pero no lo estaba. Amoz estaba situado directamente al norte de Greenwich, en una península del mismo golfo en el que se encuentra Sari.

El sentido de la dirección y la localización de estos primitivos pellucidaros es un poco increíble, como ya he tenido ocasión de hacer notar en el pasado. Puedes poner a cualquiera de ellos en el extremo más alejado de su mundo, en un sitio del que nunca haya oído hablar, y aun sin sol ni luna ni estrellas para guiarle, sin brújulas ni mapas, viajará directamente hacia su casa y por el camino más corto. Puede estar rodeado por montañas, ríos y mares, que jamás le fallará su sentido de la dirección: el instinto del hogar es más fuerte.

De la misma forma extraordinaria que nunca olvida la situación de cualquier lugar en el que alguna vez haya estado, conoce de otros muchos de los que sólo ha oído hablar a otros que los han visitado.

En definitiva, cada pellucidaro es un libro de geografía andante de su propia región y además de la mayoría del territorio contiguo. Esa característica siempre nos resultó una gran ayuda para Perry y para mí, que estábamos ansiosos por ampliar nuestro mapa, ya que nosotros no estábamos dotados de aquel instinto del hogar.

Después de varios largos consejos, se decidió que para acelerar las cosas, Perry regresaría al Excavador con una numerosa partida de mezops y recogería el cargamento que yo había traído del mundo exterior. Ja y sus guerreros estaban muy impresionados por nuestras armas de fuego, y además estaban ansiosos por construir botes con velas.

Ya que en el Excavador teníamos armas y libros sobre la manufactura naval, pensamos que resultaría una excelente idea comenzar con aquel pueblo marino por naturaleza la construcción de una sólida armada de recios navíos a vela. Estaba seguro de que con planos precisos y bajo la supervisión de Perry, se podía conseguir la construcción de una flotilla adecuada.

Pese a todo, advertí a Perry que no fuera demasiado ambicioso y se olvidase de acorazados y cruceros armados durante un tiempo y en su lugar construyera unos cuantos pequeños navíos a vela que pudieran ser manejados por cuatro o cinco hombres.

Yo iba a salir hacia Sari, y mientras proseguía mi búsqueda de Dian, intentaría al mismo tiempo la rehabilitación de la Federación y Perry iría tan lejos como fuera posible por mar, con posibilidades de que todo el viaje pudiera ser realizado de esa manera, lo que probaría aquel hecho.

Con un grupo de mezops como compañeros me dirigí a Sari. Para evitar cruzar la cordillera principal de las Montañas de las Nubes, tomamos una ruta que pasaba un poco al sur de Phutra. Habíamos comido cuatro veces y dormido una más, y estábamos, como me dijeron mis compañeros, no lejos de la gran ciudad mahar, cuando repentinamente nos encontramos con una numerosa banda de sagoths.

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