La casa que finalmente se compró Kevin se encontraba a menos de un kilómetro y medio de donde vivían Todd y Mary. Estaba en el mismo camino, pero un poco más lejos de Bovill. Su casa estaba parcialmente enterrada y diseñada para aprovechar al máximo el sol. Tenía diez hectáreas de terreno, la mitad del cual estaba abierto y era apropiado para cortar el heno o para pasto. La otra mitad estaba cubierta de pinos que alcanzaban los trece metros de altura. Kevin habría preferido más tierra, ya que planeaba acabar teniendo ganado, pero finalmente se decantó por comprar. La casa había sido sólidamente construida y estaba bien de precio: noventa y dos mil dólares, que Kevin pagó en efectivo.
Todd Gray tenía veintidós años cuando él y T. K. fundaron el grupo. Medía un metro ochenta y siete, tenía el pelo moreno rojizo y los ojos azules. Se mantenía delgado, nunca superaba los ochenta y cuatro kilos. Cuando entró en la universidad, su padre estaba a punto de jubilarse. Phil Gray, propietario de tres almacenes en la zona alrededor de Chicago, tras amasar la mágica cifra del millón de dólares, había decidido tomarse la vida con más tranquilidad. Un año después, cuando Todd estaba en segundo de carrera, murió de un ataque al corazón. Elise, la madre de Todd, era igual que las madres que salían en televisión: la cena siempre estaba lista a las seis en punto, la colada se hacía los jueves, el verano era la época de preparar conservas, y en invierno siempre regalaba dulces que ella misma había preparado. Años después, aún seguía hablando de Phil como si este siguiese con vida. Nada más empezar el nuevo siglo, un cáncer acabó también con su vida.
Todd se licenció en Económicas. Poco tiempo después empezó a trabajar en Bolton, Meyer y Sloan, una importante compañía contable con sucursales en zonas metropolitanas de todo el país. Más o menos al mismo tiempo se casó con Mary Krause, una estudiante de Terapia Ocupacional que había conocido durante su último curso en la Universidad de Chicago. A Todd le había atraído Mary por diversas razones. En primer lugar, porque era bastante atractiva. Tenía una melena de pelo rubio natural que le llegaba por la cintura, una bonita sonrisa y un cuerpo esbelto y bien formado. A Todd le gustaba también la idea de salir con una chica que tuviese unos conocimientos sólidos en medicina.
—Tendría muchas probabilidades de convertirse en la especialista médico para el grupo —le decía a T. K.
—Venga, admítelo —contestaba T. K.—, te gusta porque es una auténtica monada.
Tom Kennedy fue compañero de habitación de Todd durante los cuatro años de universidad. Tal y como pasaba con la mayoría de los estudiantes de primer año, a Todd y a T. K. les asignaron el mismo dormitorio por pura casualidad. No se habían visto antes de aquel día en el que se ayudaron mutuamente a subir sus respectivos equipajes. Casi inmediatamente se hicieron amigos. Tom, o T. K., como lo llamaba todo el mundo, incluidos sus padres, era reservado, tenía buenos modales y hablaba con un tono de voz muy agradable. Estaba cursando un máster en Dirección de Empresas. Kennedy era el hijo pequeño de un piloto retirado de la Fuerza Aérea. Tras jubilarse después de treinta y dos años de servicio, el padre de T. K. se aficionó a la caligrafía, hasta el punto de que acabó convirtiéndose en su segunda pasión, a la que dedicaba al menos veinte horas semanales. Incluso llegó a dar clases de caligrafía en un colegio local. La madre de T. K. era española, su padre la había conocido mientras estuvo destinado en España. Su padre murió en 2008 de un ataque al corazón. Su madre, un año después, de leucemia.
Su herencia medio española le dio a Tom el pelo negro, una complexión media y unos ojos oscuros y penetrantes. Al haber nacido de un parto prematuro, solo llegó a medir un metro sesenta y dos. La época en que más fuerte había estado, cuando hacía lucha libre en el instituto, T. K. había llegado a pesar sesenta y tres kilos. En varias ocasiones, mientras estudiaba en la universidad lo confundieron con un estudiante de secundaria debido a su pequeña estatura. Pese a haber superado la treintena, aún le pedían el carné al entrar en algunos bares. Para evitar ser confundido con un muchacho, T. K. se dejó crecer bigote en el verano que iba desde el primer curso de universidad al segundo.
Después de licenciarse, T. K. hizo prácticas de dirección en un almacén de Sears & Roebuck en Glen Ellyn, en Illinois. Pronto fue ascendiendo de posición y, en 2002, tras una temporada en la sede central de Sears en Hoffmann Estates, fue nombrado director general del almacén de Sears en Wheaton, Illinois.
T. K. siempre fue muy tímido con las chicas. Durante la universidad nunca salió con ninguna, y no se casó. Tom se mantuvo muy activo dentro de la iglesia católica. De joven había sido monaguillo. Al acabar los estudios superiores, se convirtió en clérigo secular, y ayudaba con las comuniones y formando a monaguillos.
Cuando T. K. estaba en el instituto, su padre lo aficionó al tiro al blanco. Disfrutaba mucho practicando un deporte en el que su pequeña estatura no resultaba una desventaja. Terminó por convertirse en un tirador de competición y alcanzó el rango de experto. Pese a que entrenaba regularmente y acudía a cada competición que podía, nunca logró alcanzar unas puntuaciones lo suficientemente altas como para calificarse en el equipo del estado. Su sueño de disparar en la competición nacional en Camp Perry, en Ohio, nunca se cumplió.
T. K. era el miembro de mayor edad del grupo. Por ende, fue el primero en licenciarse y empezar a ganar un buen sueldo, lo que le permitió también ser el primero en pertrecharse logísticamente. Como cualquier otro fanático de la supervivencia, T. K. no se durmió en los laureles después de hacerse con el equipamiento estándar, sino que continuó con un plan cuidadosamente trazado y adquirió grandes cantidades de comida, munición, material sanitario y una completa biblioteca acerca del tema de la supervivencia y de las habilidades prácticas.
La única adquisición algo fuera de lo común que se permitió fue una ballesta. Se compró una Benedict S. K. 1 con ciento cincuenta libras de potencia. También compró varias decenas de flechas de aluminio de punta ancha, un carrete de hilo de pescar, quince cuerdas sueltas y un arco. En una reunión que el grupo mantuvo en 2008, T. K. mencionó sin darle demasiada importancia que se había comprado la ballesta. Enseguida, Dan Fong se le echó encima y le preguntó por qué quería un arma «medieval» como aquella.
—La ballesta —respondió T. K.— no es menos práctica que tus armas de fuego, Dan. De hecho, cuenta con varias ventajas. La primera de todas: nos permite cazar las presas sin hacer ningún ruido. Esa puede tratarse de una ventaja muy considerable si estás metido en un agujero y quieres evitar que te detecten. La segunda es que las ballestas son mucho más efectivas para la caza que los arcos tradicionales. Por esa misma razón, en muchos estados es ilegal su uso. La tercera ventaja es que nunca voy a tener que preocuparme por la munición. Cuando empiece a quedarme sin flechas, puedo fabricármelas yo mismo. La última ventaja es que hay que estirar bien fuerte para cargar el maldito trasto. En el entrenamiento no solo haces prácticas de puntería, también haces ejercicio.
Mary Krause entró a formar parte del grupo cuando se convirtió en Mary Gray. Cuando se casaron, Mary sabía que Todd era miembro de un grupo de supervivencia, pero no tenía ni idea de lo involucrado que estaba, o de todo lo que suponía pertenecer a dicho grupo. A Mary le sorprendió la cantidad de dinero que Todd había «invertido» en los preparativos para la supervivencia. En seis años, se había gastado más de cinco mil dólares en armas y municiones, tres mil en comida, cuatro mil ochocientos en comprar y arreglar una camioneta Dodge de 1969 y mil ochocientos en equipo, mochilas, sacos de dormir, tiendas, etcétera.
Mary se quedó algo consternada cuando descubrió una carpeta bien gruesa con listas de cientos de artículos adicionales que Todd tenía intención de adquirir. Siguiendo la mentalidad de un contable, Todd había desglosado las posibles compras, había comparado los precios de los distintos proveedores, había fijado prioridades y anotado la secuencia en que planeaba adquirirlos. Mary se dio cuenta entonces de que era probable que sus planes de pasar unas largas vacaciones en Europa nunca llegaran a buen término.
Poco antes de casarse con Todd, Mary se puso a trabajar como terapeuta deportiva en el hospital del condado de Cook, en Chicago. Le encantaba todo lo que tuviese que ver con curar. Como era normal, pasó a convertirse en la médica del grupo. A veces los demás la llamaban en broma la «jefaza médica».
En 2008, Todd consiguió llegar a un acuerdo con su jefe para trabajar media jornada desde casa. Todd fue muy directo a la hora de solicitar el cambio. Le dijo a su jefe que «los cuarenta minutos de ir y los cuarenta de volver, todos los días» le estaban volviendo loco, y que eso «estaba contribuyendo a que se quemara antes de hora». A su jefe no le gustó escuchar la expresión «quemarse», ya que había sido la causa de que muchos de sus mejores contables en los últimos años dejaran el trabajo. Pese a que Bolton, Meyer y Sloan era una compañía «de la vieja escuela», el jefe de Todd fue capaz de arreglar el cambio de jornada para que Todd pudiese trabajar desde casa tres días a la semana.
Para poder hacer el trabajo desde casa, Todd se compró un clon de IBM de 1,8 GHz con un disco duro de veinte
gigabytes
y un módem. Su compañía le facilitó de forma gratuita todos los programas de cuentas que necesitaba. Al poco de empezar a trabajar desde casa, el jefe de Todd percibió un aumento en su productividad. Cuando se lo comentó, Gray respondió:
—Eso simplemente responde a la razón de que en vez de pasarme cuatro horas a la semana en la carretera, me las paso sentado frente al ordenador.
Un año más tarde, cuando a Todd le ofrecieron un aumento de sueldo, él solicitó que, en vez de eso, le permitiesen trabajar enteramente desde casa. Cuando los socios de la compañía tuvieron noticia de la petición y tras haber sido informados del incremento que había experimentado su productividad, le concedieron la subida de sueldo y le permitieron trabajar desde casa la jornada completa. Era el primer empleado de Bolton, Meyer y Sloan que tenía un trabajo desde casa. Todd contaba de broma que la compañía había salido por fin de la prehistoria.
Mary entró en éxtasis cuando se enteró del aumento de sueldo y de los nuevos acuerdos de trabajo. Ella y Todd estuvieron hablando hasta la madrugada acerca de la posibilidad de irse a vivir a Idaho. Cuando Todd comentó lo tarde que se estaba haciendo, Mary le preguntó:
—¿De qué te preocupas? Mañana solo tienes que ponerte las zapatillas de estar por casa y bajar hasta el salón.
La siguiente persona en entrar a formar parte del grupo fue Dan Fong, un licenciado en Diseño Industrial que acabó encontrando trabajo como jefe de ingenieros en una compañía de enlatados. Dan, que era chinoamericano de segunda generación, era un apasionado de las armas. A menudo, los otros miembros del grupo lo criticaban por ser un «pirado de las armas». Lo censuraban en particular por no dejar de ampliar su colección, que estaba formada principalmente por armas exóticas con calibres raros. Dan no paraba de comprar armas, pero su acopio de comida, alimentos y material médico seguía estando muy por debajo de lo necesario.
Pese a estar un poco rellenito, Dan comía poquísimo y se enorgullecía de su frugalidad. La única extravagancia que se permitía era beber cerveza de muy buena calidad durante la cena. Le gustaban la Anchor Steam, la Samuel Adams y algunas otras de pequeñas cervecerías de la región central del país.
—Comiendo barato se ahorra un montón de dinero —le dijo una vez a T. K.
Solía tomar un desayuno muy ligero, no comía nada en el almuerzo y después de volver del trabajo, se hacía una cena en la que el ingrediente principal era siempre el arroz. Solo se cocinaba carne o pescado dos veces a la semana. De esas pocas comidas ricas en proteínas aprovechaba la grasa de la carne para hacer una salsa que le diese algo de sabor al arroz que consumía durante la semana. Siempre pensaba que la culpa de su redondeada barriga la tenía la cerveza y no lo que comía.
La colección de armas que tenía cambió de forma drástica cuando se unió al grupo. Pese a eso, nunca bajó de la veintena. Cuando se incorporó al grupo, la colección consistía principalmente en fusiles, rifles de caza mayor y armas de avancarga. Más adelante, su colección se orientó más hacia lo paramilitar, pero sin abandonar el exotismo.
Dan tenía, entre otros, un fusil de asalto FN FAL belga, una versión portuguesa de principios de los sesenta del AR-10 (un predecesor del AR-15, pero con calibre de 7,62 mm), un fusil de francotirador SSG (Scharf Shuetzen Gewehr) fabricado en Austria, una Beretta de 9 mm modelo 92SB, dos pistolas de 9 mm Browning HiPower, una de ellas con un alza tangente y con una culata para apoyar en el hombro, una Magnum Smith and Wesson de acero inoxidable de calibre.357, un Winchester de repetición modelo 1897 con capacidad para doce disparos, un fusil McMillan contra francotiradores con cartuchos de metralleta del calibre.50, una pistola Thompson-Center Contender con cartuchos Remington de calibre.223, y varias armas de coleccionista de la segunda guerra mundial como una pistola Walther P38, una carabina M1A1 con culata plegable y un MI Garand. Tras bastantes presiones del resto del grupo, Dan acabó por comprar el juego completo de armas que fue consensuado entre todos, así como la munición necesaria.
Jeff Trasel se incorporó al grupo al mismo tiempo más o menos que Dan Fong. Con veinticinco años, Jeff seguía en el primer ciclo de la universidad después de cuatro años y vivía aún en casa de sus padres, donde tenía un pequeño cuarto repleto de estanterías. Poco después de acabar el instituto, Jeff se enroló en el cuerpo de Marines. Allí, le asignaron a la unidad de reconocimiento.
Jeff era un atleta excelente y un estudiante brillante y pasó la mayor parte del tiempo en escuelas especiales. Sin que nadie supiese muy bien cómo, realizó cursos en la escuela de las fuerzas de reconocimiento, la de paracaidismo, la de asalto aéreo, la de francotiradores, la de submarinistas, la de demoliciones submarinas, en la Army Ranger School, en la Army Pathfinder School y, cómo no, en la de los Navy Seáis. Jeff pasó más tiempo en estas escuelas especiales que en la unidad que le había sido asignada.
Cuando en el año 2002 dejó el servicio activo, le costó bastante adaptarse a la vida civil. Pese a su capacidad académica, no fue capaz de ingresar en una universidad normal y corriente. En vez de eso, se pasaba el día en casa holgazaneando o haciendo gimnasia y asistía a algunas clases del primer ciclo de la universidad. En un momento dado, se planteó la posibilidad de trabajar en Blackwater o en alguna de las otras empresas «contratistas» que operaban en el extranjero, pero los trabajos en Iraq iban dirigidos a soldados que habían servido en dos o más misiones en el desierto. Por casualidades de la vida, Jeff se había mantenido alejado de Oriente Medio, de forma que la única posibilidad que tenía era enrolarse en la Legión Extranjera francesa. Jeff detestaba la idea de combatir en nombre del gobierno francés. Pese a que admiraba el historial militar de la Legión, no quería tener nada que ver con el gobierno galo: los franceses, según decía, «eran capaces de cagarla en una marcha fúnebre en la que solo desfilaran dos carrozas».