Patriotas (78 page)

Read Patriotas Online

Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Patriotas
3.39Mb size Format: txt, pdf, ePub

El horizonte empezaba a clarear visiblemente. Espoleado por el sonido de los motores de los vehículos capturados, el resto del equipo de asalto entró en acción. Un cordón de detonación abrió limpiamente huecos en las vallas traseras. Una lluvia constante de misiles LAW y RPG, disparados desde el tejado de una biblioteca cercana de cinco plantas, empezó a impactar en ambos barracones. Al mismo tiempo, siete francotiradores expertos comenzaron a disparar a los objetivos que se presentaban en los alrededores y en el interior de los dos edificios.

Los vehículos de transporte blindado y los tanques abandonaron el aparcamiento y se separaron. Desde los TBP empezó una descarga espesa de fuego de 12,7 mm y 14,5 mm. Esporádicamente, las metralletas principales de los tanques M60 también abrían fuego.

Los dos edificios fueron ampliamente acribillados. La mayor parte del fuego se concentró en los extremos de los edificios, donde estaban las armerías. Tras un minuto de fuego continuo, una bengala de paracaidista de color blanco voló cielo arriba disparada desde el «caballo de Troya». Una compañía fuertemente reforzada de sesenta y cinco luchadores de la resistencia, todos con faja azul, salió disparada desde un edificio escolar situado al otro lado de la calle hacia la entrada de los barracones, que estaba abierta. Al mismo tiempo, otros sesenta, también vestidos con fajas, cargaron a través de las brechas abiertas en las vallas traseras. Los tanques y los TBP dejaron de disparar. La infantería de la resistencia penetró en los barracones y se hizo con el control de las armerías y las oficinas de mando. Hubo más bien poca resistencia organizada. Los soldados federales se habían visto totalmente sorprendidos por el asalto. La mayoría estaba durmiendo cuando empezó el tiroteo.

Pese a que la mayor parte de los federales guardaban sus armas de mano cargadas en un extremo de las literas, el resto de lanzamisiles y de armamento pesado estaba fuera de su alcance, encerrado en las armerías. Los asaltantes condujeron a los federales a las cafeterías. Solo unos pocos federales dispararon a la milicia mientras esta despejaba el edificio. Aquellos que lo hicieron fueron abatidos rápidamente. Tan solo hubo tres milicianos muertos y cinco heridos en la toma de las antiguas residencias.

En total, capturaron a cuatrocientos cuarenta y dos soldados. Los federales tuvieron cincuenta y tres heridos, muchos de ellos graves. Los milicianos también hicieron prisionero al comandante del Cuerpo junto con todos sus asistentes. Más de ochenta federales murieron en el asalto, la mayoría a causa del tiroteo previo a la intervención. Para cuando el sol se arrastraba sobre las colinas del este, la batalla y los disparos ya se habían extinguido.

El plan operativo original ordenaba que la ocupación de los barracones no excediera la hora de duración. Durante ese tiempo se registraron sistemáticamente los edificios en busca de logísticas útiles y mapas y papeles que pudieran contener información de inteligencia que pudiese resultar valiosa. Una un par de camiones de dos toneladas y media se arrimó contra los edificios para cargar el material capturado. Cuando las milicias estaban preparándose para partir y «fundirse con las colinas», comandantes de unidades federales cercanas empezaron a llamar uno tras otro a través de los teléfonos de campaña para consultar las condiciones de la rendición.

En un primer momento, Matt Keane pensó que las llamadas eran una treta.

—¿Quieren saber cómo se pueden rendir? Pero si nos superan en número. Esto es una locura. Deberían de estar machacándonos ya mismo.

Mike Nelson negó con la cabeza y dijo:

—No. Piensa un poco, Matt. Ya no cuentan con cuartel general ni con un comandante que esté al mando. Hemos decapitado a la serpiente. Esta es una ocasión de oro para las unidades subordinadas, pueden rendirse sin problemas. Probablemente llevan tiempo esperando una oportunidad así, y esta es la mejor que les podíamos haber brindado.

Una vez que las dos primeras unidades de los Cuerpos se rindieron, prácticamente todas las demás, desde tan al norte como Coeur d'Alene y tan al sur como Grangeville, capitularon una tras otra. Un batallón de artillería presentó alguna resistencia: bombardeó la zona del campus y el centro de Moscow la misma tarde del asalto. Murieron docenas de civiles. Como las posiciones del batallón eran conocidas, una descarga de contraataque de MLRS no tardó en acallarlos. Después de eso, al igual que la mayoría de las unidades antes que ellos, enviaron su capitulación por radio o por teléfono de campo. Equipos de la milicia fueron enviados en TBP y en camiones a cada unidad para formalizar el proceso de rendición y desarme.

Al atardecer, Todd Gray recibió el honor de arriar la bandera de las Naciones Unidas en los barracones de Moscow y de izar la bandera de Idaho. Tras izar la bandera, se arrodilló y rezó en agradecimiento. Al ver esto, el resto de los milicianos y los federales desarmados lo imitaron. Fue un momento solemne y lleno de emoción.

32. Las Enmiendas

«La comida es poder. Nosotros la utilizamos para modificar comportamientos. Hay quien pensará que se trata de un soborno.

No vamos a pedir disculpas por ello.»

Catherine Bertini, directora ejecutiva del programa alimentario de Naciones Unidas (1997)

La Sexta Región Continental, formada por los territorios de los antiguos Estados Unidos, México y Canadá, fue cayendo progresivamente en poder de las guerrillas. Incluso las zonas previamente pacificadas vieron aumentar la resistencia, tanto la activa como la pasiva. Los grupos guerrilleros actuaban desde el sur de la península del Yucatán hasta las zonas más al norte de Terranova. Las Naciones Unidas fueron perdiendo el control que tenían sobre la región de forma gradual pero incesante.

El día que el presidente Hutchings tenía que llevar a cabo uno de sus discursos bianuales sobre «El estado del continente» se produjo un incidente que dejó en entredicho a las fuerzas de las Naciones Unidas. Cuando Hutchings y su séquito llegaron a bordo de sus vehículos TBP al estudio de televisión que había en Fort Knox, se encontraron a parte del equipo del estudio y a varios policías militares intentando abrir dos de las puertas de acero que tenía el edificio con palancas y con un mazo. Al lado de una de las puertas, encontraron un tubo de resina epóxica de cianocrilato de marca Krazy Glue y lo guardaron como posible prueba. Los cilindros de las cerraduras de cada una de las puertas estaban completamente bloqueados. Veinte minutos antes de la hora en que estaba previsto que Hutchings apareciera en antena, consiguieron entrar en el edificio. Para ello, les hizo falta recurrir a un soplete de oxicorte.

Una vez en el interior, el equipo del estudio descubrió que los cerrojos de las puertas principales habían sido atascados siguiendo el mismo procedimiento, pero esta vez el problema fue más fácil de solventar. Un par de golpes certeros con la maza bastaron para ir abriendo cada una de las puertas. Los técnicos avanzaban a tientas con ayuda de las linternas, mientras intentaban determinar por qué no funcionaban las luces. Enseguida descubrieron que el saboteador había arrancado los diferenciales de la caja donde estaban todos agrupados. Las lentes de las cámaras fijas estaban todas rotas, pero consiguieron meter una cámara móvil que llevaban de sobra en la camioneta y colocarla encima de un trípode. «Debido a problemas de carácter técnico», Maynard Hutchings apareció por fin en directo veinticinco minutos más tarde de la hora prevista y sin maquillar. En el discurso, recalcó «la fantástica cooperación» que los Socios para la Paz de las Naciones Unidas estaban prestando, habló de las recientes victorias sobre los bandidos en Michigan y Colorado, y de los «índices cada vez más bajos de actividad terrorista». Prometió que «muy pronto» se celebrarían elecciones regionales.

La semana siguiente, un pelotón de fusilamiento perteneciente a la oficina del jefe del cuerpo de la policía militar en Fort Knox ejecutó al saboteador del estudio de televisión. Era el hijo décimo tercero de un comandante del cuerpo de artillería destinado en el fuerte y que vivía en la cercana población de Radcliffe, Kentucky. Dos días después, otro pelotón de fusilamiento ejecutó al comandante y a su esposa. Se dice que el presidente Hutchings afirmó que «a los padres se les debe pedir responsabilidades por la actuación de los hijos».

Una pauta de conducta se hacía evidente a lo largo y ancho del continente norteamericano: la resistencia era más fuerte, estaba mejor organizada y obtenía mayores logros en las zonas rurales. La administración de las Naciones Unidas y los colaboracionistas, incapaces de acabar con las escurridizas guerrillas, empezaron a concentrar sus esfuerzos en eliminar sus fuentes de suministro de alimentos.

En las zonas donde la resistencia era rampante, se construyeron «complejos de detención temporal» para alojar a cualquiera que pudiese considerarse políticamente desafecto. Se llevaron a cabo redadas especialmente intensas contra granjeros y rancheros que pudiesen resultar sospechosos, o con cualquiera que estuviese remotamente conectado con los negocios de distribución de alimentos. Cuando los granjeros eran retenidos, sus cosechas eran confiscadas, arrasadas o quemadas. Las autoridades vigilaban cuidadosamente las grandes existencias de comida. A pesar de los esfuerzos, las guerrillas no dejaban de aumentar en número.

Mientras la guerra proseguía, la resistencia siguió incrementándose hasta que las Naciones Unidas fueron incapaces de hacerle frente. Cada centro de detención generaba nuevas células de resistencia. Cada represalia o atrocidad llevada a cabo por las fuerzas federales o de Naciones Unidas alentaba a más ciudadanos, e incluso a algunos jefes de unidades de los federales, a apoyar activamente a las guerrillas. Un número cada vez mayor de mandos militares decidieron «hacer lo que había que hacer», y apoyaron «el Documento» (la Constitución), y no a la élite que ejercía el poder desde el gobierno provisional en Fort Knox. Unidades militares, en algunos casos brigadas enteras, apostaron por las guerrillas y les cedieron su equipamiento. En muchos casos, la mayoría de sus efectivos se unió a la resistencia. Condado a condado primero, y estado a estado después, todos los territorios fueron cayendo bajo el poder de la resistencia.

Las unidades leales a las Naciones Unidas y a los federales fueron retirándose hacia Kentucky, Tennessee y el sur de Illinois. Muchos permanecieron allí hasta el inicio del verano del cuarto año. Las milicias y las unidades de los federales que se habían puesto de su lado fueron ganándoles terreno desde todas las direcciones.

Cuando corrió la noticia de que Hutchings, junto a su gabinete y la mayoría de los administradores, había salido del país rumbo a Europa la noche del 1 de julio, las fuerzas federales y de Naciones Unidas capitularon de forma masiva. No fue necesaria ninguna batalla final. La guerra no acabó con un gran estruendo, sino más bien con un quejido contenido. Las unidades del ejército de la resistencia tomaron Fort Knox el 4 de julio, sin encontrar resistencia. Arriaron la bandera de Naciones Unidas e izaron la bandera de Estados Unidos sin demasiadas ceremonias. Los soldados de la resistencia cortaron en pequeños pedazos la bandera de las Naciones Unidas y los guardaron como recuerdo.

Rápidamente, se desarmó y deshizo a los ejércitos que habían capitulado. Aparte de unos cuantos soldados que fueron juzgados por crímenes de guerra, a finales de agosto se les permitió a los nacidos en suelo estadounidense que regresaran a los estados de los que eran originarios. Los campos de internamiento rodeados de alambradas que habían utilizado las tropas de las Naciones Unidas se convirtieron en el lugar idóneo donde mantener a los soldados de la ONU mientras esperaban el momento del regreso a casa. Se tardó más de un año en enviar de vuelta a Europa por medio de barcos y aviones a la totalidad de las tropas de las Naciones Unidas.

A los europeos les irritó que se les pasase la factura de los gastos de la desmovilización y el transporte de las tropas. La «recompensa por regresar a casa» era de cincuenta onzas de oro por soldado alistado, doscientas por oficial y quinientas por administrador civil. Todos los pagos debían hacerse por adelantado. El nuevo gobierno interino de la Restauración de la Constitución dejó claro que si los pagos por las recompensas dejaban de hacerse efectivos, los vuelos de repatriación se suspenderían.

Maynard Hutchings se suicidó antes de que se hiciese efectivo su proceso de extradición. La mayoría de su equipo y los mandos de unas cuantas brigadas y divisiones fueron extraditados desde Europa, juzgados y condenados a muerte. A cientos de colaboracionistas y de oficiales militares de menor rango se les detuvo también y se les llevó ante un tribunal. Algunas de las sentencias incluían el corte del pelo al cero y el mareaje con hierro candente. En ciertos casos excepcionales se firmaron penas de muerte. En algunas ocasiones aisladas se concedió asilo a soldados de Naciones Unidas que temían posibles represalias en sus países de origen. Esos individuos comparecieron individualmente ante el Gobierno de la Restauración de la Constitución (GRC). La mayoría de ellos acabaron consiguiendo la nacionalidad estadounidense.

El mes de noviembre posterior a la rendición federal en Fort Knox, los estados celebraron las primeras elecciones después de que se produjese el colapso. El partido de la Constitución y el partido libertario tuvieron una victoria aplastante. Un miembro del partido libertario, antiguo gobernador de Wyoming, fue elegido presidente. El nuevo Congreso contaba con tan solo noventa escaños, asignados tras llevar a cabo algunos cálculos aproximados de población.

En los tres años siguientes a las elecciones, los legisladores estatales aprobaron, con breve espacio de tiempo entre una y otra, nueve enmiendas constitucionales. El Documento sufrió algunos cambios significativos.

La Vigésimo Séptima Enmienda garantizaba la inmunidad total de los crímenes cometidos durante la segunda guerra civil y el periodo anterior a esta, por parte de cualquiera que hubiese participado activamente en la resistencia.

La Vigésimo Octava Enmienda revocaba las enmiendas Décimo Cuarta y Vigésimo Sexta. También decretaba que la ciudadanía estatal plena era un derecho que se adquiría al nacer, y que debía ser concedido tan solo a ciudadanos nacidos en el país que fueran a su vez hijos de ciudadanos. A los inmigrantes se les permitía comprar la ciudadanía estatal. Aclaraba que la «ciudadanía estadounidense» solo tendría efecto cuando los ciudadanos estatales viajaban fuera de las fronteras de la nación, y declaraba ilegales los títulos nobiliarios.

Other books

The Forty Column Castle by Marjorie Thelen
Still the One by Debra Cowan
Birth: A Novella by Ann Herendeen
Keeping the Promises by Gajjar, Dhruv
The Modern World by Steph Swainston
Ola Shakes It Up by Joanne Hyppolite