Los Doyle pasaron tres días enteros transportando suministros hasta el Valle de la Forja en los dos Star Streaks. Fueron necesarios veinticinco vuelos de ida y vuelta. Tras aterrizar en la pradera en el primer vuelo, Ian y Blanca desmontaron las armas de los aviones para hacer espacio para la carga. En los siguientes vuelos transportaron combustible y aceite, en total catorce bidones de dieciocho litros de Premium sin plomo y una caja de aceite de motor de peso 40. Después era el turno de la munición. Llevaron todos los cinturones del M60 y más de la mitad de las reservas del calibre.308 y.223 que había disponibles en ambos refugios. Esto hacía un total de veinticuatro mil balas. En los últimos viajes transportaron comida, tiendas, sacos de dormir y equipo para el tiempo frío. Tras esto, volvieron a retirar las cubiertas de la cabina y a instalar y recargar las armas.
Al mismo tiempo que los vuelos de transporte se sucedían, enormes cantidades de equipo viajaron al Valle de la Forja en palés, carros de jardinería y en las resistentes bicicletas de montaña de los Porter. Las bicis resultaron ser especialmente útiles, pues eran mejores que los carros de jardinería a la hora de sortear los obstáculos del terreno y además podían llevar prácticamente la misma carga. La mayor cantidad iba colgada a ambos lados del centro del cuadro de las bicis y en las cestas. Era imposible montar en las bicis cuando iban tan cargadas, pero bastaba con andar junto a ellas. En cada viaje eran capaces de transportar noventa kilos o más.
Con todo, fueron necesarios más de cincuenta viajes de ida y vuelta para trasladar los suministros hasta el Valle de la Forja. Los milicianos fueron lo suficientemente cuidadosos como para seguir diversas rutas a fin de evitar dejar tras de sí un rastro reconocible. Tras varios viajes, Mary le comentó a Margie que lo prudente hubiera sido dejar un alijo con varios meses de anticipación.
—Imagina lo que podría haber pasado si no hubiéramos recibido un aviso con varios días de antelación. ¡Seríamos hombres muertos! ¿Y qué habría pasado si hubiéramos tenido que salir de ahí zumbando en medio del invierno, con o sin aviso? No habríamos tenido forma de trasladar toda esta carga en unos pocos días. Tendríamos que haber preposicionado la mitad de nuestra comida, combustible y munición en un alijo fuera del refugio hace mucho tiempo.
Los montones de suministros iban creciendo bajo los árboles del Valle de la Forja; cubrieron cada uno con redes de camuflaje. Por suerte, los Gray y otros miembros del grupo habían sido previsores y habían comprado docenas de contenedores impermeables antes del colapso. Los contenedores eran esenciales a la hora de guardar al aire libre armas, munición, comida y equipo de campo. La munición iba guardada en contenedores de los excedentes del ejército, principalmente del calibre.30 y.50. La mayor parte de la ropa y el equipo de campo iba guardado en bolsas Bill's y en Paragon Portage Packs, que eran bolsas de goma impermeables que se usaban para hacer
rafting.
Todd y Mary las habían comprado antes del colapso en Northwest River Supplies, en Moscow. Algunos de los objetos más pesados iban guardados en bidones plásticos de almacenamiento de color verde bosque marca Rubbermaid.
Las cajas rígidas e impermeables York Pack de los Nelson y los Trasel eran las más preciadas para las tareas de transporte y almacenaje. Eran aproximadamente del mismo tamaño que los contenedores Rubbermaid pero totalmente impermeables y además contaban con correas de transporte desmontables. Eran perfectas para llevar el equipo al nuevo campo de operaciones con la certeza de que estarían protegidas de los elementos. Todos los que vieron los York Packs desearon poseer unos cuantos. Las armas iban almacenadas o bien en maletines Pelican o en estuches blandos Gun Boat, ambos impermeables.
Las tiendas de campaña de perfil bajo de dos plazas que estaban esparcidas entre los árboles proporcionarían espacio suficiente para todos. Todas las tiendas estaban cubiertas, parcial o totalmente, por redes de camuflaje colgantes. Casi todas eran o bien del modelo Moss Stardome II o del Little Dipper. Años antes del colapso, Moss era conocido como el mejor fabricante del país de tiendas de campaña de calidad de expedición y para cuatro estaciones. Por desgracia, los colores estándar de las tiendas Moss eran el rojo y el marrón claro. En 1995, sin embargo, a petición de un distribuidor, empezaron a fabricarlas en colores personalizados. La compañía hizo una serie de tirada limitada en la que usó material marrón oscuro en vez de rojo y con sobretecho de color verde bosque en vez de marrón claro. El grupo de Todd adquirió las que provenían de una de esas remesas. Eran tan superiores a las que ya tenían que todos compraron las Moss Stardome II y las Little Dippers, y guardaron las viejas como repuesto.
Las cabras y las ovejas del refugio también viajaron al Valle de la Forja. La cabra más mayor, el macho, la oveja y el carnero fueron amarrados individualmente junto al arroyo. El resto del rebaño se quedó junto a ellos.
A las pocas horas de que empezaran a circular los rumores de la venida de los federales, las docenas de pequeñas milicias de la región se activaron. En solo dos días, nueve de las milicias recibieron una enorme cantidad de comida y equipo de manos de la Milicia del Noroeste. Todo esto se entregó como un «préstamo a largo plazo» sin la firme esperanza de recuperarlo alguna vez. Contando con las entregas anteriores, y siguiendo las cuentas de Todd, habían prestado veintiún pistolas con sus respectivos kits de limpieza, 118.500 cartuchos de munición, más de cien cargadores de diversos tipos y capacidades, doce minas Claymore de fabricación casera, cuarenta y seis granadas de mano improvisadas, ciento cincuenta y siete cócteles Molotov, once kits de primeros auxilios, tres mochilas, doce morrales, cuatro sacos de dormir, ocho ponchos, seis carpas de primeros auxilios y veintitrés juegos de correaje. La yegua de Mike Morgan fue entregada a un miembro de los Irregulares de las Marcas Azules de Bovill, pues operaban principalmente a caballo y estaban necesitados de dos animales.
Mike llegó a la conclusión de que ellos harían un mejor uso del caballo del que podría llegar a hacer él. Las milicias locales (o «maquis», como se hacían llamar algunas de ellas) recibieron, junto al apoyo logística, información detallada y plenamente actualizada sobre los distintos puntos de reunión. Las órdenes eran atacar a cualquier posible objetivo de las Naciones Unidas o de los federales que quedara dentro de su radio de acción. Debían mantener las transmisiones de radio bajo mínimos, o mejor incluso, apagar completamente todos los transmisores. Como siempre, todo esto debía aprenderse de memoria, así si los federales capturaban o mataban a alguien no podrían obtener ni el más mínimo rastro de información de inteligencia.
Seis días después del aviso inicial, Terry oyó en la banda ciudadana que los federales habían llegado a Moscow. Aquel mismo día instalaron en los POE de cada refugio parte del material más pesado y difícil de transportar, como el deshidratador, los paneles fotovoltaicos, las baterías de ciclo profundo, las herramientas agrícolas, el torno de Lon y la bicicleta-generador. También almacenaron allí parte de los recuerdos personales de los Gray, como los álbumes de fotos. Todo este material estaba firmemente empaquetado y llegaba hasta el techo de los POE. A continuación, impermeabilizaron cuidadosamente con Visqueen los POE y enterraron sus entradas y las ventanillas para las armas. Finalmente, camuflaron la tierra fresca con hierba sacada a más de cien m de distancia de cada bunker. Tras este proceso, los POE quedaron convertidos en alijos gigantes.
Conscientes de que su casa y su propiedad serían con toda probabilidad el blanco de la ira de los federales, el tractor de los Gray fue trasladado al granero de los Andersen, donde estaría seguro. Abastecieron de combustible los demás coches, excepto el VW de Mary, y los dispersaron por los caminos forestales a varios kilómetros de distancia de los refugios. Antes, los vaciaron de todo contenido aparte de unas cuantas garrafas de gasolina. Mike recordó a todo el mundo que debían usar el POE de campo para esconder las llaves: las depositarían frente a la rueda delantera izquierda y después pisarían el pedal ligeramente para que la rueda rodara y enterrara así la llave. De esta manera, en caso de necesidad, cualquier miembro de la Milicia del Noroeste sabría dónde encontrarla inmediatamente.
Antes de la evacuación final, Todd le pidió a Lon, a Mike y a Lisa que se quedaran en su casa para ayudarle con los preparativos de última hora. El resto marcharon rumbo al Valle de la Forja cargados con sus mochilas. Shona acompañó a este grupo. La perra había salido en numerosas ocasiones con las patrullas de seguridad, por lo que estaba entrenada para quedarse cerca y permanecer callada. Los Doyle volaron en sus aviones hasta el Valle de la Forja con los últimos cargamentos. Estos incluían los teléfonos de campaña TA-1, una sierra carnicera, camales, palanganas, cacharros de cocina y cubertería. Muchos de estos objetos habían sido ignorados hasta ese momento. Una vez allí, Ian y Blanca desmontaron las alas y los timones de los aviones y arrastraron los fuselajes entre los árboles, donde los ocultaron bajo redes de camuflaje.
Las últimas tareas en casa de los Gray ocuparon un día entero. Una vez hechas, Todd se detuvo para dar a cada uno de sus ayudantes un abrazo y leer en voz alta el salmo 91. A lo lejos podían oír el estruendo de las balas de mortero.
—Por cómo suena diría que están bien lejos al oeste, más allá de Bovill —dijo Mike—. En Troya, quizá.
Todd le agarró la mano y la estrechó con fuerza.
—Buena suerte, Mike. Si todo sucede tal y como he planeado deberíamos de vernos en el Valle de la Forja dentro de entre dos y cuatro días. Si al llegar allí compruebo que habéis salido pitando, imaginaré que os dirigís al punto de reunión azul, debajo de la montaña de Mica. Y si tampoco estáis allí, iré al zulo que hay en el punto de encuentro verde a buscaros a vosotros o a cualquier mensaje que hayáis dejado.
Todd miró a Nelson a los ojos y le imploró:
—En el improbable caso de que no salga de esta, prométeme que ayudarás a cuidar a Mary y a mi pequeño.
—Tienes mi solemne palabra, jefe —contestó Mike—. Me aseguraré de que permanezcan sanos y salvos. Si no consigues volver, yo cuidaré de ellos.
Mike, Rose y Lisa se dieron la vuelta y pusieron rumbo este, en formación de columna de marcha.
Todd se echó la mochila al hombro y recogió su HK. Antes de partir rumbo al punto de la línea de cresta que había seleccionado y preparado, a unos seiscientos ochenta metros hacia el sudoeste, se detuvo, dio una vuelta sobre sí mismo para ver la granja y dijo en voz alta:
—Tener que perder todo esto. Es una auténtica vergüenza.
Roger Dunlap llevó a cabo su empeño de permanecer todos en el refugio de los templarios. Pese a las ruidosas protestas de algunos miembros del grupo, Dunlap decidió que era más probable que los federales siguieran hacia el norte desde Moscow y pasaran Troya y Bovill de largo. Desde el punto de vista de Dunlap no había manera de evacuar incluso aunque quisieran. Ni los coches ni los camiones funcionaban. Tenían varios caballos, pero algunos de los miembros del grupo no se encontraban en condiciones de andar ni de montar. Tres guardaban cama afectados por una gripe estomacal especialmente virulenta. Otra estaba embarazada y hacía una semana que había salido de cuentas.
Cuando oyeron los primeros rumores sobre los federales en Grangeville, Dunlap dio órdenes de cavar trincheras en tres de los cuatro lados del rancho. Y en el momento en que las tropas ocuparon Lewiston, acordaron dejar un alijo con suministros un kilómetro y medio al sur de la casa. Con la llegada de los federales a Moscow, los templarios enviaron a una joven pareja del grupo, Tony y Teesah Washington, a cuidar del alijo. Todos accedieron a quedarse, con el convencimiento, o la esperanza, de que los federales pasarían de largo. Confiaban en pasar desapercibidos el tiempo suficiente como para que los enfermos se recuperaran y la futura madre diera a luz.
Un explorador montado en motocicleta llegó zumbando por la carretera alrededor de las dos de la tarde. Redujo su velocidad cuando pasó frente al portón de los Dunlap y luego volvió a acelerar. El vigilante del portón de los templarios, escondido en un POE cerca de la carretera, envió por radio un mensaje. Todo aquel que estuviera disponible se dirigió a su puesto designado en las trincheras. Los enfermos, los viejos y los niños permanecieron en la casa. Se quedaron esperando.
Justo después de las cuatro de la tarde oyeron las maniobras de muchos vehículos en la carretera, y en los caminos forestales hacia el sur y el oeste. No estaban en el campo de visión de la casa o del guardián del portón. Entonces, el sonido de los motores se detuvo. Wes, el guardavías retirado, fue correteando por la línea conectora de las trincheras hasta Dunlap. Lo señaló con el dedo índice y le dijo:
—Eres un estúpido, Roger. Te dije que teníamos que haber construido uno o dos
travois
al estilo indio. Podríamos haber llevado a todos al alijo hace dos días.
Dunlap se quedó de pronto sin palabras. Se quedó mirando a Wes y finalmente dijo:
—Lo siento.
Tras unos instantes oyeron el característico sonido de los disparos de mortero lejos en la arboleda.
—Te lo dije —dijo Wes con amargura. Luego se encogió instintivamente junto a los demás en el fondo de la trinchera.
Pasó un rato hasta que los primeros disparos de mortero empezaron a caer. Debido a la elevada trayectoria parabólica, pasaban veinte segundos desde el momento en que salían disparados hasta que aterrizaban. Los templarios tenían la sensación de que ese espacio de tiempo duraba una eternidad.
Los primeros disparos cayeron en el lado norte de la casa. Los proyectiles de 88 mm impactaban provocando un gran estruendo y levantaban enormes nubes de polvo. Todos estaban en modo «explosión rápida», por lo que estallaban inmediatamente después de impactar. Tan solo por unos pocos metros no acertaron en las trincheras que había al norte de la casa.
En una colina a seiscientos cincuenta metros hacia el sur, un joven sargento de quinta categoría llamado Valentine, perteneciente a un equipo de fuego de apoyo, transmitía órdenes a través una vieja y machacada radio de campo PRC-77 mientras observaba a través de unos prismáticos baratos de marca Simmons.