Patente de corso (37 page)

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Authors: Arturo Pérez-Reverte

Tags: #Comunicación, Periodismo

BOOK: Patente de corso
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El Semanal, 19 Enero 1997

Gringos, lumis y camareros

Alguien se ha ofendido, creo, porque hace unas semanas sugerí que, tras negociarlo con Washington, el Gobierno podría conseguir que la VI Flota utilice Cartagena y Cádiz como burdeles, a fin de animar un poco la economía nacional. Un lector, incluso, se adhiere a mi propuesta sugiriéndome que añada a la oferta la casa de la madre que me parió. De cualquier modo -mientras considero el asunto- creo superfluo precisar que los nombres de esas ciudades, bases navales por cierto, fueron tomados al azar, y no porque sus condiciones las hagan más idóneas que, por ejemplo, Cáceres o Barcelona. Lo que pasa es que Cáceres no tiene puerto de mar, y en Barcelona los marineros gringos de origen hispano, que son cada vez más, iban a hacerse la picha un lío con la rotulación lingüísticamente normalizada, pasándose las noches preguntándoles a las lumis de las esquinas si estaban en España o no. De cualquier modo, la idea original no es mía. Asociaciones de comerciantes de algunas ciudades mediterráneas han llevado a cabo iniciativas para ofrecer facilidades y descuentos a los marinos de los buques norteamericanos si éstos hacen escala fija en sus puertos. Y por algo se empieza. Ignoro cuál es el estado actual de esas gestiones, y prefiero no saberlo. Pero el móvil resulta comprensible: es muy duro vivir del pequeño comercio y ver que mientras todo el mundo, Gobierno, ayuntamientos y ciudadanos de a pie, da las máximas facilidades a las grandes superficies, a ti no te entra nadie en la tienda. Así que, bueno. Más vale, se dicen, un fulano de Arkansas con descuento que ciento volando.

Y es que hay que cogerle el tranquillo al asunto. El cuadro general consiste en la afirmación apriorística de que Europa es un espacio compartido, cuya población y gobiernos tienen por meta el bien común y la solidaridad: inexactitud que orientó la política económica de mis primos, los de los cien años de honradez, durante trece largos años. No sé si se acuerdan de aquel ministro bajito y de Tafalla, cuya gestión -pelotazos de gente guapa aparte puede resumirse en la idea de que, como Europa era un solo espacio económico, las industrias lo mismo daba que estuvieran en Alemania que aquí. Así que, puestos manos a la obra, se desmanteló lo de aquí, y ahora, efectivamente, las industrias están en Alemania. Y allí se van a quedar para el resto de nuestra puta vida. En cuanto al concepto de liberalismo económico -que los sonrientes herederos del asunto parecen compartir con entusiasmo-resulta que en España consiste en decirle a la gente que se busque la vida como pueda. A saber: que el empresario es quien se lo guisa y se lo come, que las prestaciones a los más desfavorecidos y a la enseñanza pública van a menos, y que quienes educaron a sus hijos para ganarse el pan honrado en un puesto de trabajo decente y seguro, ya pueden irlos reciclando para que sean unos golfos buscavidas, salvo que prefieran trabajar jornadas interminables por sueldos de miseria que a veces ni llegan a cobrar, en manos de explotadores y de sinvergüenzas que se aprovechan de la mano de obra barata, y a quienes sus víctimas no se atreven a denunciar por miedo a verse en la lista negra de la oferta laboral.

Voto a Dios que lo están consiguiendo. En realidad, cuando algunos hablan de buenas perspectivas económicas se refieren a que hay pajar abierto para quienes se montan el asunto de la pasta de tú a tú con Europa o con quien sea; pero muchos de tales negocios también pueden hacerse con una secretaria y un fax, sin generar puestos de trabajo estables, suspendiendo pagos de vez en cuando, cerrando unas empresas y abriendo otras a conveniencia, peloteando letras y chalaneando de aquí para allá. Aunque lo pare un país no es próspero porque circule el dinero negro, sino porque la gente goza de perspectivas estables que aseguran su futuro, en vez de ir tirando a base de contratos basura, limosnas comunitarias y subvenciones. Y a este paso, la aventura europea va a quedarse, para buena parte de España, en un país de servicios. Y como todo el mundo sabe, servicios es un eufemismo para referirse, entre otros, a los países de putas y camareros. Los imbéciles y los irresponsables que hicieron y hacen posible todo esto son los que, a la larga, dan lugar a que la gente aplauda a las malas bestias totalitarias que, a cambio de ofrecer trabajo, secuestran la vida y la libertad.

El Semanal, 26 Enero 1997

«Hola, estoy en el AVE»

Iba el arriba firmante en el AVE, camino de Sevilla, leyendo la entrevista que El Semanal le hizo a mi ex ministro y secretario general de la OTAN favorito, don Javier Solana. Y justo al llegar a sus dramáticos recuerdos de cuando fue espantosamente tiroteado en Sarajevo, y aquella noche infernal, dantesca, que pasó sin luz ni agua en el hotel Holiday Inn en 1995 -la guerra de Yugoslavia empezó en 1991, y él se había pasado cuatro años dándoles palmaditas en la espalda a los serbios y asegurando que aquello estaba resuelto, sin que ninguno de los que éramos tiroteados cada día lo viéramos asomar por allí-, justo cuando llegué a ese heroico párrafo, digo, y estaba a punto de tirarme por el suelo de risa, sonó un teléfono móvil y rompió el encanto de la cosa.

Si hay algo que detesto es un local cerrado cuando empiezan a sonar los teléfonos móviles y el personal se pone a contar su vida sin el menor pudor. Lejos de caer en la cuenta, además, de que el único teléfono práctico de verdad es aquel cuyo número no conoce nadie. Y que a alguien verdaderamente poderoso no lo llaman nunca, porque es su secretaria la que incordia a otros desde la oficina; mientras que quienes responden en mitad de un viaje, o un almuerzo, o en mitad de la calle, sólo son desgraciados y tiñalpas cuyos jefes les tienen hipotecado hasta el tiempo libre, o rasca-puertas que para ganarse el pan tienen que estar todo el día dale que te pego, o exhibicionistas más tontos que una mierda. Que es otra variedad, la del parlanchín compulsivo por el morro que el arriba firmante se ofrecería voluntario con gusto para ejecutar masivamente al amanecer.

El caso es que aquel día de autos, o de AVES -reconozco que es un retruécano imbécil-, rompió el fuego telefónico un fulano empeñado en explicarle a un presunto socio que ciertos recambios de una conocida marca de automóviles estaban disponibles en Jaén, especulando sobre si llegarían o no a tiempo para que los recogiese López; apasionante tema que nos tuvo a todos los pasajeros del vagón pendientes de un hilo, hasta que otro bip-bip-bip y otra llamada desviaron nuestra atención al extremo de la fila de asientos, donde una individua con aspecto de ejecutiva segura de sí se puso a contarle a una tal Montse algo sobre un reciente viaje a Cuba, al parecer turístico. A la altura de Puertollano la ejecutiva seguía amorrada al asunto, y López debía de haber tomado el control de la situación en Jaén, porque el de los recambios leía ahora el periódico y había sido relevado dos asientos más atrás por un italiano que era -lo juro por mi santa madre- idéntico a Torrebruno, y que interpelaba, en su lengua y con potencia de barítono, a alguien llamado Mario. La ejecutiva seguía a lo suyo, poniendo a parir, por cierto, a un tal Aguirre; que, dedujimos todos por el contexto, era o su jefe o su marido o algo así -por cierto, Aguirre, si lees estas líneas, pongo en tu conocimiento que ella te la está pegando, bien con una empresa de la competencia, bien con un tío de Málaga-. En fin. Estaba yo atento, tendiendo la oreja a ver si podía averiguarlo a pesar de los gritos que daba el italiano, cuando mi vecino de asiento, contagiado sin duda por el ambiente, sacó otro móvil y marcó un numero.

No sé si se hacen cargo de la situación. Hasta ese momento, mi vecino -un tipo de mediana edad y aspecto amable- y yo nos habíamos mirado con esa especie de solidaridad de las víctimas unidas ante lo adverso. Y de pronto, igualito que en aquellas películas de invasiones extraterrestres en que al final uno descubre que a su amigo Johnnie le han injertado un chip en un huevo y es un alienígena camuflado, comprobé con horror que también mi vecino era uno de ellos, como Donald Sutherland en La invasión de los ultracuerpos «¿Cómo están los niños?», dijo. Así que me levanté, dispuesto a hacer pipí, aprovechando para darme a la fuga. Al pasar junto a la ejecutiva susurré: «recuerdos a Montse», y me miró con mala cara, como preguntándose de qué va este gilipollas.

Volví a los tres minutos. MÍ vecino de asiento, una vez recabada la información sobre el estado de los niños, marcaba un nuevo número. «Hola. Estoy en el AVE, dijo. Y yo me partí la uña que estaba mordiendo con desesperación. Al fondo, la ejecutiva y Montse seguían a lo suyo, y Torrebruno le contaba a Mario algo sobre los spaghetti de la Mamma.

El Semanal, 02 Febrero 1997

Intercambios carnales

La verdad es que no sé de qué puñetas se escandaliza tanto fariseo soplagaitas y tanto tonto del haba. A mí, francamente, que una -o varias-señoras estupendas de esas que salen en la prensa del corazón, de profesión modelos, o aficionadas, o francotiradoras profesionales, se lo monten a su aire con millonarios, industriales de campanillas, políticos con mando en plaza, presidentes de clubs de fútbol marchosos y demás personal bien sobrado de viruta, me parece de perlas. Y mucho más si en el intercambio afectivo o carnal correspondiente obtienen del enamorado y ahito prójimo visones, apartamentos, navidades blancas en esquiódromos de lujo y Mercedes de nueve kilos.

A mí, en fin. Que un individuo ande sobrado de ganas y encuentre a alguien que, por amor al arte o previo desembolso de razonable estipendio le alivie el depósito, es cosa de cada cual. Todos -y todas--tenemos derecho a darnos un desahogo antes de palmarla, y cada cual se lo monta lo mejor que puede, con lo que puede y con lo que tiene. Tampoco veo objeción notable a que una señora que va a ser guapa diez o quince años más, como mucho, y no tiene otro capital que un metro ochenta, una cara bonita y un cuerpazo de bandera, procure rentabilizar el asunto antes de que lleguen las vacas flacas y nadie le diga ojos negros tienes.

Porque las cosas como son. Tal vez recuerden los lectores veteranos de esta página que el arriba firmante sigue desayunando cada mañana colacao con crispís y prensa del corazón. Y supongo que ustedes ven, como veo yo entre crispí y crispí, los caretos de algunos de los galanes. E incluso, en veranó, les ven la tripa y los michelines fofos mientras toman el sol en sus yates frente a Puerto Banús. Y convendrán conmigo en que, por mucho que se cuiden y se masajeen y se trasplanten, si no estuvieran podridos de pasta, con esos años y esas pintas no iban a comerse una rosca en su puta vida, salvo pagando. Y eso es lo que hacen: pagar.

Mientras tecleo recuerdo a una guapa señora, que casualmente también era modelo y estaba -está todavía- tremenda, quien pasó cierto tiempo casada con un empresario bajito que la acompañaba a todas partes, pegado como una lapa, y en las fotos salía el hombre con cara de acojonado, como intentando averiguar por dónde iban a sonar clarines. Por fin, como se veía venir, la dama le dijo ahí te quedas, chaval. Y allí se quedó, cual pronosticaba yo para mis adentros. Pero oye. A fin de cuentas, que le quiten lo bailado. Previo pago de su importe.

Y me parece muy bien, oigan. Me parece bien que paguen. Porque no querrán, encima de la pasta que tienen los tíos, calzarse a esos pedazos de mujeres así, por su labia y gratis, y encima presumir luego con los colegas del consejo de administración. A ver si además pretenden que ellas se enamoren de sus apolíneas hechuras. Venga ya. El que quiera carne fresca y ya no esté en condiciones de ganársela por su cuerpo serrano, a pecho descubierto y por las bravas, que tire de talonario y se retrate sin rechistar con coches, apartamentos, viajes al Caribe y lo que haga falta. Y si lo sacan en el Hola y la legítima le pide el divorcio y cuatro mil kilos, que se joda. No te fastidia.

En cuanto a ellas, pues bueno. Unas tuvieron más suerte y se lo montaron con ministros de pelotazo, gente guapa, banqueros o anticuarios de postín que las colocaron para toda la vida, y otras tienen que buscarse el jornal alternando empresarios que les pongan un piso, elegantes futurólogos que las traigan del misterioso Oriente, o tronados condes italianos que las hagan salir en el Diez Minutos, que es una sección de anuncios por palabras tan buena como otra cualquiera. Pero en general, desde mi punto de vista, las feministas galopantes que tanto protestan con los anuncios del queso de tetilla gallego y con los bebés de Prenatal entre pezones de señora -anuncios que, por cierto, a mí me parecen bien- y se pasan el tiempo haciendo demagogia feminera barata, podrían emplear sus energías en reivindicar la figura in-comprendida de esas mujeres que a su manera, y a estricto golpe de cono, se buscan la vida poniendo a los hombres en su sitio. Haciéndose pagar a peso de oro lo que otras pobres desgraciadas, con menos apariencia física o menos suerte, tienen que conceder gratis a los mierdas que las explotan, por la cara y sin soltar un duro, en su doble utilidad de chachas para todo y muñecas hinchables para el sábado sabadete. Ya saben: camisa blanca -planchada por ellas- y polvete.

El Semanal, 09 Marzo 1997

Sobre cachorros y niños

Una vez tuve un amigo negro, silencioso y fiel como una sombra, al que, a pesar del tiempo transcurrido desde que se durmió en mis brazos, todavía sigo buscando con la mirada cada mañana al despertarme, en su rincón favorito del jardín. A veces sueño con él; y otras veces, despierto, imagino que se encuentra en ese lugar magnífico -un prado cubierto de flores hermosas- donde van a descansar los perros buenos y valientes: allí donde sólo hay agua limpia y fresca, huesos con mucho tuétano y perras guapas que siempre están en celo. Ya sé que como paraíso canino suena algo prosaico, pero estoy seguro de que cualquier perro prefiere eso a un sitio lleno de ángeles tocando el arpa y bibliotecas con las obras completas de Marcel Proust.

Desde hace unos días, está de nuevo en casa. Algo cambiado, es cierto; pero no cabe duda de que es él. De pronto se le han quitado de encima los achaques de trece años de vida, esa pesada y dolorida torpeza de los últimos meses que pasamos juntos. Sus ojos melancólicos ya no miran con tristeza, pero sí con la misma atención, idéntica curiosidad que mostraba en los primeros tiempos, cuando era joven y vigoroso. Ahora lo es de nuevo. Otra vez tiene mes y medio y es un cachorro de labrador fuerte y sano que va marcando el territorio, que tanto conoce pero que por alguna razón quiere descubrir de nuevo, con rigurosas meadillas para dejar las cosas claras. Mide apenas dos palmos y parece de peluche, pero sus colmillos, todavía finos como agujas, ya los ejercita a conciencia, el cabroncete, en cuanta madera y cuero encuentra en las incursiones de comandos que lanza si le quitas la vista de encima. Adora roer cables de la luz y cordones de zapatos como si estuviera majareta. Cuando se siente inseguro en lo alto de la escalera gime lastimero, pero ayer ladró por primera vez con un ladrido minúsculo, agudo y bravo, cuando se cabreó porque nadie atendía sus demandas de juego. Ahora se llama como el hijo de Milady en Veinte años después, un nombre sonoro y temible que acentúa todavía más, por contraste, su aspecto de cachorro cuando duerme arropado en su manta o resbala, torpe, haciendo una insólita pirueta en el suelo. Pero cuando miro sus ojos grandes y oscuros se que de nuevo es él, y que ha vuelto.

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