Cuando nos acercamos quedaban puros palos ardiendo, trapos luminosos que volaban y muchas manchas de pasto que ardían humildemente.
Con palas y otras cosas botamos los pedazos de tableros quemantes y aplastamos las llamitas que ardían por aquí y por allá. No me gustó mucho ser bombero. Prefiero seguir haciendo injertos de cachos, colas, patas y demases. Tener mi posta central propia de primeros auxilios para sanar los perros atropellados en las calles. El equipo trabajaba apagando y escarbando, hurgueteando entre las cenizas y los palos quemados. No encontraban nada importante. Algunas porquerías las recogían y echaban en una caja. Yo ayudaba y me quemé ocho dedos por recoger cartuchos de bala y otro asunto que le interesó al sargento.
—Tenemos varios rastros —dijo el jefe—. Cada vez me convenzo más de que son los "Tenebrosos". Aunque se hayan escapado no deben estar muy lejos… Quemaron el rancho con bencina y llevo muestras. ¡Los alcanzaremos!
De la vaca quedaba puramente su huellabosta. ¿Cómo se la llevarían tan ligero? —Ud. dice que los Tenebrosos no están lejos —dije al jefe—. Pero se han ido en camión, porque llevaron la vaca —y le mostré la bosta. Él se quedó pensaroso.
—Tienes razón. Hay que buscar su huella…
Y buscamos. Pero estaba tan quemado el pasto y tan pisoteado por nosotros que nos costó encontrar una marca lejos, andando al revés del pueblo. No había camino, y huellas saltadas entre pasto quemado, cenizas, etc. Pero sí que había hoyos y el asunto era áspero y mata-autos, con piedras, lomas, lomitas, acequias y agujeros.
De repente descubrí que era el mismo camino que habíamos hecho a pie con mi teniente al dejar el helicóptero. Y en ese mismo instante un neumático se reventó nauseabundo. Y anduvimos caramboleando un poco. Pero el equipo cambió la rueda de un chifle y seguimos, brincando harto choreados.
—Si logramos pillar a los Tenebrosos, te vas a hacer famoso, Papelucho —dijo el Sargento.
—Me gustaría pillarlos —dije—, sería harto penca… Pero no me gusta ser famoso, porque me carga que me pongan coronas y cuestiones en la tele.
En ese momento divisamos nuestro refugio de latas y casi al tiro lo poco que quedaba del helicóptero reventado. Aceleramos…
Saltamos todos a tierra y empezó el registro de fierros y cuestiones. Todo muy ligero; iban echando algunas cosas en sus famosas cajitas.
—La placa del motor —dijo mi jefe guardando una cuestioncita—. ¡Y ahora adelante! Hay que darles alcance antes de que se escapen.
Como relámpago treparnos de nuevo a la camioneta y seguimos el baile a todo chifle. Sonaban los amortiguadores como peñascazos. Y por fin divisamos allá lejos un camión.
—¡Atención! ¡Alto! —ordenó el jefe—. ¡A tierra y protegerse!
De un brinco estábamos todos de guatita en el suelo, cada uno con su carabina o metralleta. Yo tenía casco no más. Pero como gusanos, nos íbamos acercando. Ligerito nos dimos cuenta que estaba sólo el camión y tampoco se veía la vaca.
El jefe se levantó y avanzó rápido con su metralleta. Nosotros lo seguimos. ¡Nada por aquí, nada por acá! Ni luces de los Tenebrosos.
Nos abrimos en fila ancha buscando cualquier cosa. Yo fui el primero en encontrar el cacho de la vaca.
—¡Han sacrificado un animal! —dijo un carabinero mostrando algo. El jefe me pescó del brazo y me dejó perpetuo. El carabinero que descubrió el sacrificio iba arrastrando la mano por el pasto y la mostraba roja. Todos se acercaron, menos mi jefe y yo.
—Aquí hay huellas de un helicóptero! —dijo uno.
—Manchas de aceite… Una llave grip… —dijo otro mostrando algo.
Mi jefe miró al cielo y yo también. Allá lejos divisamos el moscardón que se alejaba. No se oía ya el ruido de sus alas. Cada vez se veía más chico. Un puntito y desapareció.
—¡Se nos escaparon de nuevo! —dijo el jefe enojado, pero sin soltarme el brazo.
—Hay pistas de que arrastraron el animal hasta el helicóptero —dijo otro.
—¡Claro! No iban a dejarlo atrás —dijo el sargento—. ¡Lo sacrificaron para llevárselo!
—Era la vaca… —dije. Yo no sé por qué tenía pena—. ¿Duele que lo sacrifiquen a uno? —pregunté, y nadie me contestó.
—¿Nada? —mi teniente Albornoz salió a recibirnos. Se le había achicado tanto la nariz que casi no lo reconocí.
—¡Se nos escaparon otra vez! Volaron el rancho que todavía ardía cuando llegamos. Pero dejaron bastantes rastros… —mostró las cajas—. Partieron en otro helicóptero y abandonaron un camión. Se les quedó en él un trasmisor.
—¡Caramba! No tienen problemas de dinero esos sinvergüenzas!
Entramos. En una mesa fueron poniendo las "pruebas" y explicando. Apareció el libro grande y comenzó el anoto. Uno se chorea un poco de oír lo que acaba de pasar y más porque no hay misterio; es como ver dos veces la misma película. Así que me puse a pensar en mi mamá, en la Domi y hasta en la Ji, así como cototiento. Y entonces mi chori-amigo-adivino que oye lo que yo pienso, se me acercó y me dijo:
—Papelucho, tú debes querer comunicarte con tu casa. Dame el número y pediré la comunicación.
Eso me reajustó y me puso radiante. Pero me duró poco porque dieron la comunicación al tiro y cuando oí la voz de mi mamá no sé por qué quedé mudo.
Yo trataba de tragarme el cototo pero estaba tan duro, que no había caso. Mi teniente Albornoz adivinó otra vez y tomó el fono:
—¡Señora —dijo—. Llama el teniente Albornoz para decirle que Papelucho está perfectamente. Se ha emocionado un poco al oírla pero ya vuelve al fono. Tendrá mucho que contarle mañana, cuando se lo llevemos. No es posible esta noche porque estamos un poco lejos. Quiero felicitarla por su hijo que se ha portado muy hombre y muy valiente.
Me pasó el fono a mí y pude hablar con cada uno. Todos me querían mucho por teléfono. "Ojalá que les dure" —pensaba yo cuando oí al propio Javier que se despedía con un "chaíto hermano".
—¡Papelucho, mi lindo! —allá lejos su voz era congojosa y con hipo—. ¡Gracias a Dios de oírte!
Esa noche comí en el comedor de los uniformados y alojé en un catre de verdadera campaña. Junto con acostarme me dormí y ni tuve tiempo de soñar.
A la mañana siguiente tuvieron que despertarme y apenitas me lavé la cara porque estaban tomando desayuno. Y junto con terminar tuve que despedirme de los amigos, porque era hora de partir. Habían lavado el furgón y estaba brillante y me hicieron sentarme entre mi teni y el sargento que manejaba.
—Aquí va algo para el camino —el jefe me entregó un paquetito con rico olor de arrollado y también un cinturón de cuero con una hebilla chora.
—Eso va de recuerdo —dijo. Chitas que aprietan fuerte la mano al despedirse; se me quedaron esterilizados los dedos un buen rato, y a uno le da congoja irse y dejar atrás la pesquisa de los Tenebrosos. Uno le toma cariño al trabajo de pillar ladrones y más que todo cuando esos ladrones son un poco de uno. Y me acordaba de la lola, de la vaca y su leche, del refugio que hicimos esa noche en el potrero. Partimos.
—Aunque no los pillamos —decía mi teni al sargento— pudimos comprobar que no se trata de una banda cualquiera. Son una verdadera mafia. Mira que no dárseles nada el quemar un refugio bien equipado, ni perder un helicóptero… No les falta otro para reponerlo al tiro. Esa barra de oro que dejaron olvidada, es un pelo de la cola. ¡Sepa Dios lo que ya habían bajado antes!
—¿El oro era un pelo de la cola? —pregunté.
—Es un modo de decir, Papelucho. Aquí llevamos una pulsera con brillantes y esmeraldas que se quedó enredada en los flecos de una bufanda, en el potrero y la placa del motor del helicóptero. Son pistas que ayudarán a identificar a los mañosos y a dar una idea de lo que han robado.
—El cacho de la vaca era también una pista —alegué rencoroso.
—También viene el cacho de la vaca —contestó.
—Pero ella está sacrificada… ¿Estará muerta?
—Preguntas muchas cosas, Papelucho.
—Es que yo quiero ayudar y no me gustaría que pillaran a los Tenebrosos sin mí.
—Estaremos en contacto contigo. Es posible que tengas que declarar porque yo estuve inconsciente un buen rato y tú no. También tú conociste a los que robaron el auto que son seguramente de la mafia. Te llamaremos.
—Ojalá sea luego, antes de que se me olviden sus caras.
El camino era largo y poca la conversa, pero al pasar por un pueblo nos paramos a tomar un refresco y a estirar las piernas. La de mi teni todavía le cojeaba del problema, pero su nariz se había achicado rotundamente. El dueño de la fuente de soda tenía una perra que le colgaban las mamaderas bastante desinfladas y un montón de perritos chicos oledores.
—¿Vende los perros? —le pregunté al señor, y a mi teni le dije: —Yo creo que sería harta ayuda para la pista un perro policial…
—Te regalo uno —dijo el dueño—. Ya están buenos para destetarlos. ¡Elige!
Ya lo tenía elegido, porque él me eligió a mí y me olorosaba los zapatos moviendo su colita. Cuando lo tomé en brazos me langüeteó la cara entera.
—¿Es policial? —le pregunté al señor.
—Bastante —dijo riendo con dos puros dientes—. Aunque puede ser de la policía secreta…
Para probarlo le di a oler un billete, pero como es tan chico se lo comió de un tirón.
—Hay que enseñarlo —dije confundido.
—Y dejarlo crecer… —dijo el dueño.
—¿De verdad puede crecer en mi casa? ¿Es mío?
Dijo sí con la cabeza y riendo. Mi teni la miró en los ojos y me dijo:
—Elegiste una perra Papelucho…
—Ella me eligió a mí —alegué—. ¿No hay mujeres policías?
En todo caso ahora es mía y se llama Tenebrosa.
La Tenebrosa es de carácter investigoso y va a resultar más penca.
Hay que ver cómo hurgueteaba todo el camino y lo hacía más corto, revolviéndola todo el tiempo. Pero cuando íbamos en lo mejor, sonó la radio sola:
—B trece, B trece, B trece, llamando a L7…
Me resalté. Y sujeté a la Tenebrosa. Mi teni tomó una cuestioncita del auto: L7, L7, L7, recibe llamado B trece, paso —dijo con voz naval.
—Déme ubicación —dijo la voz.
—L siete llamando a B trece desde Panamericana kilómetro ciento setenta y dos. Paso.
—Siga ruta a Santiago. Tome desvío en Nos y espere órdenes. Avise llegada. Paso.
—L siete recibió conforme y tomará desvío. Nos avisando.
—Conforme.
Un clic y mi teni colocó la cuestioncita en su hoyo propio.
—Pareciera que nos esperan novedades —le dijo al jefe.
—Ya era tiempo. Estos gallos nos llevan poca delantera, ahora. ¿No llevamos seis meses siguiendo la pista?
—Lo menos —dijo mi teni.
—¿Y no se aburren de seguirlos? —pregunté.
—Al revés, se pone interesante la pesquisa.
La Tenebrosa me enterró un diente en la mano y no podía sacarlo, y mientras tanto a mí me fue volviendo la cuestión de pensar-columpio. O sea que mientras me repercutían las ganas de seguir en la pista de los Tenebrosos también me bajaban las ídem inflamables de ver a mi mamá, papá, Ji, Domi, etc. Así que dale con pensar en mi casa y el olor de sopaipillas y dale para el otro lado con los hippies del Peugeot, el cacho de la vaca y sus huellas. Porque con mi Tenebrosa propia que olorosea mundial, era seguro pillarlos. Y no todos los días tiene uno perpetuidad de poder pillar una mafia. Y dale otra vez con que "madre no hay más que una", etcétera.
Ya me estaba choreando con el columpio cuando mi teni tomó otra vez el micrófono:
—L siete llamando a B trece, L siete llamando a B trece —sopló adentro.
Ipso flatus zumbó la otra voz:
—B trece a L siete, paso.
—L siete entra al desvío Nos Panamericana, paso.
—Conforme L siete. Ubiqúese a 300 mts. entrando en corralón. Confirme.
—Ubicarme en corralón a 300 mts. conforme.
Paso.
—A quinientos metros sureste la hostería El Pequen. Debe ir no acompañado y sin arma visible. Una bebida mientras observa a los del mesón. Aquí va el retrato hablado y se largó con el tal retrato bien hablado y difícil de entender. Irán refuerzos al corralón. Dé una seña a su compañero y entretanto gane tiempo en la hostería. Hay indecentes que están ahí más de un Tenebroso. Paso.