Panteón (99 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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Todos ellos iban a ejercer como testigos. No obstante, otras personas los acompañaban. Dos caballeros de Nurgon y media docena de soldados del castillo, bien armados, rodearon a Alsan. Junto a Qaydar habían llegado dos magos más. Uno de ellos era Yber, el hechicero gigante que, tiempo atrás, había sido capaz de contener al príncipe de Vanissar en una de sus transformaciones.

Los testigos ocuparon sus respectivos asientos. Iba a ser una noche muy larga, pero Alsan se mostraba sereno. Reaccionó con naturalidad cuando los caballeros lo condujeron hasta la silla, lo hicieron sentarse y lo rodearon con fuertes cadenas.

—Solo por seguridad —le aseguraron, y Alsan asintió. Lo había hablado con Covan, y sabía que aquello era necesario.

Denyal, Covan y Jack se cercioraron de que las cadenas estaban bien puestas. Antes de separarse de él, Jack oprimió con suavidad el brazo de Alsan, para darle ánimos. Después, regresó junto a Victoria y se sentó a su lado. Se tomaron de la mano, inquietos.

También Shail estaba nervioso. Había cruzado un par de frases cariñosas con Zaisei, pero después había retrocedido hasta el pie de la muralla, donde estaba Yber, y ambos intercambiaban impresiones en voz baja.

Los demás, simplemente callaban y esperaban.

Poco a poco, el cielo se fue oscureciendo, y aparecieron las primeras estrellas. Todos aguardaban, en tensión.

Por fin, las lunas aparecieron en el horizonte, redondas, perfectas. Primero se dejó ver Ilea, la luna verde, brillante y magnífica. La siguió Ayea, la pequeña luna roja, zambulléndose en el cielo nocturno. Y, por último, hizo su aparición, en medio de las otras dos, ocupando el vértice inferior del triángulo, la reina de la noche idhunita, la bellísima Erea, la luna de plata, donde, según la tradición, habitaban los dioses.

Todos contemplaron, sobrecogidos, el triple plenilunio que se alzaba sobre sus cabezas, mientras en otras partes de la ciudad ya sonaba música de fiesta, celebrando la inminente llegada del año nuevo, como siempre hacían en aquellas fechas.

Pero en aquella ocasión se festejaban, además, dos cosas más: que a la mañana siguiente Vanissar tendría por fin un nuevo rey, y que ya había pasado un año desde la derrota de Ashran, el Nigromante, y de sus sheks, en la batalla de Awa.

Fue esto lo que recordaron también Jack y Victoria. Por un momento, cruzaron una mirada, y Jack oprimió la mano de Victoria con más fuerza.

Un año.

Un año desde aquella noche fatídica en que Victoria había tenido que elegir, entregando su cuerno, y su vida, para salvar la de sus seres queridos. Un año desde la noche en que había ardido el cielo, llevándose consigo las vidas de cientos de sheks, y la de Allegra, la abuela de Victoria. Un año desde la caída de la Torre de Drackwen, desde la muerte de Sheziss.

Un año desde la derrota de Ashran, el Nigromante.

Victoria bajó la cabeza, conmovida, y dedicó un pensamiento a su abuela. También se acordó de Christian. Hacía exactamente un año, los tres se habían enfrentado a su enemigo, juntos. La tríada.

¿Dónde estaba Christian ahora?

Procuró no pensar en ello, y alzó la cabeza para mirar a Alsan.

También hacía un año que Alsan se había transformado en la bestia sanguinaria que había acabado con la vida de su propio hermano... y aquella era la razón, se recordó a sí misma, por la que estaban allí aquella noche.

Pero el rostro de Alsan no había cambiado en esta ocasión. Inmóvil como una estatua, encadenado a su trono de hierro, contemplaba la belleza del Triple Plenilunio.

Seguía siendo él.

Los testigos aún aguardaron un largo rato, antes de que la voz telepática de Gaedalu llegara a las mentes de todos.

«Ha superado la prueba», dijo solamente.

—Yo prefiero esperar un poco más —dijo Covan—. No debemos dejar nada al azar.

Gaedalu no dijo nada, pero entornó los ojos. Jack se preguntó si Covan pretendía de verdad obligar a las personas más ilustres de Idhún a permanecer despiertos en una silla toda la noche de fin de año. Por lo visto, el maestro de armas pareció pensar lo mismo, porque añadió:

—Si estáis demasiado fatigada, Madre Venerable, podéis retiraros. Los caballeros y yo nos quedaremos velando al príncipe.

Nadie se movió.

La primera en marcharse, no obstante, fue la reina Erive de Raheld. Un rato más tarde, se levantó y declaró que se retiraba a sus habitaciones. Se despidió de los presentes y, antes de irse, se inclinó brevemente ante Alsan.

—Alteza... —saludó—. Nos veremos mañana, en vuestra coronación.

Alsan le respondió con cortesía y se disculpó por no poder levantarse. Sus palabras, impregnadas de humor, hicieron sonreír a todo el mundo.

Victoria llegó a ver cómo se retiraban también Gaedalu, cuando su piel empezó a resecarse, y Zaisei, que se fue con ella. Después, el sueño le fue cerrando lentamente los ojos...

Se despertó con las primeras luces del alba. Seguía en su silla; se había dormido con la cabeza apoyada en el hombro de Jack.

—¿Qué ha pasado? —murmuró, un poco aturdida.

—Sssshh —la hizo callar Jack, en voz baja—. Mira.

Victoria alzó la cabeza y vio que Alsan todavía estaba encadenado a su silla, y que Yber, el gigante, se hallaba tras él. Por un momento, se sintió inquieta, pero entonces vio que todo parecía seguir igual que horas atrás; las ropas de Alsan estaban intactas y ni la silla de hierro ni las cadenas parecían haber sufrido desperfectos.

Yber estaba, justamente, arrancando las cadenas que habían retenido a Alsan hasta entonces. Cuando cayeron al suelo, con estrépito, despertando a Shail, que también se había quedado dormido contra el muro, Alsan se levantó, despacio, moviendo los brazos para desentumecerlos. No parecía molesto por haber sido sometido a aquella prueba, y tampoco contento por haberla superado. Mostraba en su rostro una expresión extraña, distante y, a la vez, reflexiva.

Covan se adelantó entonces unos pasos. Los dos caballeros que lo habían acompañado lo seguían de cerca.

Ambos, príncipe y maestro, cruzaron una larga mirada. Después, lentamente, Covan hincó la rodilla ante Alsan, y los caballeros lo imitaron.

—¡Suml-ar-Alsan, rey de Vanissar! —dijeron al unísono.

A Jack le pareció que era una escena tremendamente solemne, por lo que se levantó de su asiento. Victoria lo imitó.

Alsan inclinó la cabeza y tendió la mano a Covan para ayudarle a levantarse. Después, los dos hombres se unieron en un abrazo fraternal.

Sin embargo, los ojos de Alsan miraban más allá, por encima del hombro de Covan. Jack no pudo evitar volverse para seguir la dirección de su mirada.

Las sillas de los testigos estaban casi todas vacías ya. Qaydar se había retirado poco antes del primer amanecer, y los soldados también habían vuelto a sus puestos hacía un buen rato.

Denyal, en cambio, seguía allí. Se había quedado un poco más alejado, junto a la puerta, y contemplaba la escena con los ojos entornados. Jack lo vio llevarse la mano al muñón de su brazo izquierdo y sacudir la cabeza para, seguidamente, dar media vuelta y marcharse, sin dirigir a Alsan una sola palabra.

Y, no obstante, no era a él a quien miraba Alsan.

Había una persona, aparte de Jack y de Victoria, que no se había movido de su silla.

Era Ha-Din, el celeste, el Padre Venerable.

Jack no había tenido ocasión de hablar con él desde su llegada a Vanissar, y lo cierto era que tampoco había acudido a su encuentro. Temía que Ha-Din percibiera sus dudas con respecto al embarazo de Victoria y, aunque Zaisei le había asegurado que su miedo e inseguridad podían ser fácilmente interpretables como los temores de un padre primerizo, Jack se sentía inquieto de todos modos.

Ahora, no obstante, los ojos de Ha-Din estaban clavados en Alsan. No sonreía, pero tampoco lo observaba con reprobación. Jack detectó un rastro de inquietud en su expresión, como si hubiera captado en Alsan algo que no terminaba de gustarle, pero no pudiera definir de qué se trataba.

Finalmente, Ha-Din se levantó y, con una forzada sonrisa, inclinó la cabeza ante Alsan. El joven correspondió al gesto.

Jack no era un celeste, pero, a pesar de eso, percibió con claridad la tensión existente entre los dos.

Después, Ha-Din dio media vuelta y se dirigió a sus habitaciones.

Alsan dejó de prestarle atención. Shail estaba ya junto a él, y los dos comentaban, sonrientes, los resultados de la prueba.

—¿Qué está pasando? —murmuró Victoria, desconcertada.

—¿Tú también te has dado cuenta? —dijo Jack, preocupado.

No pudieron hablar más, porque en aquel momento, Shail les indicó con un gesto que se acercaran. Jack inspiró hondo.

—Ven —dijo, tomando de la mano a Victoria—. Vamos a felicitar al nuevo rey de Vanissar.

VIII

Ruptura

La ceremonia de la coronación tendría lugar cuando Kalinor, el sol mayor, alcanzase su punto más alto sobre el cielo idhunita.

Hasta entonces todavía faltaba tiempo.

Los que habían presenciado la prueba de Alsan hasta el final apenas habían dormido: salvo el propio Alsan y los caballeros que lo vigilaban, que no habían pegado ojo, el resto sí habían dado alguna cabezada en el transcurrir de la larga noche. No obstante, no hubo tiempo para descansar. Aún quedaban muchas cosas que preparar para la ceremonia.

Habían elegido una explanada a las afueras de la ciudad, cerca del bosque. Allí se había dispuesto una tarima con tres asientos, como era habitual en las coronaciones de los reyes de Nandelt. Dos de ellos los ocuparían el futuro rey y la persona que iba a colocar la corona sobre su cabeza. Normalmente este gesto solía realizarlo alguien de la misma familia, pero, dado que Alsan ya no tenía hermanos, y que sus padres también habían muerto tiempo atrás, sería otro soberano quien le ceñiría la corona. En este caso, Alsan había elegido a Erive, reina de Raheld.

El tercer asiento estaba reservado para un representante de la Orden de Caballería de Nurgon. Naturalmente, lo ocuparía Covan.

También habían dispuesto una grada para que se situaran los invitados importantes.

El resto del público tendría que permanecer de pie, puesto que no había sillas para todos. Por su parte, los cocineros del castillo habían pasado toda la mañana y gran parte de la noche anterior preparando cientos de las empanadas de ave típicas de Vanissar. También se servirían grandes cantidades de
nunk,
un tipo de bebida muy común en todo Nandelt, que se hacía con bayas silvestres fermentadas. De modo que todos los que acudiesen a la ceremonia de la coronación
no
solo contemplarían el espectáculo que iban a ofrecer los magos y los dragones artificiales de Tanawe, sino que además se marcharían a sus casas con el estómago lleno.

A pesar del cansancio que sentían, los amigos de Alsan siguieron supervisando los últimos detalles, hasta que apenas quedó nada por supervisar.

—Acaban de enviar el altar desde el templo, y en la explanada no tienen muy claro dónde ponerlo —informó Jack a Shail y a Victoria, a media mañana—. ¿Qué hago? ¿Pregunto a Gaedalu dónde deberían colocarlo?

—No es necesario molestarla por algo tan obvio —repuso Shail—. Se trata de un pequeño altar de ofrendas, y se coloca siempre a la entrada del lugar de oración: en este caso, junto al camino que conduce a la explanada, por donde va a llegar la gente. Eso lo sabe todo el mundo. ¿Qué problema tienen?

—Por lo visto, bloquea la entrada —repuso Jack.

Shail dejó escapar un suspiro exasperado.

—Iré a ver qué pasa. ¿Me acompañáis? —les preguntó.

—Yo, sí —dijo Jack—, pero Victoria debería quedarse en el castillo hasta la hora de la ceremonia.

Ella asintió, con cierta resignación. En los últimos tiempos apenas salía del castillo a plena luz del día. La gente solía abordarla por la calle para suplicarle que les concediese la magia.

—Me aseguraré de que todo va bien en la cocina —dijo—. ¿Dónde está Alsan?

—Ha ido a la capilla a rezar —dijo Shail—. Para pedir a los dioses salud y buena fortuna en su reinado, ya sabes. Es la tradición.

Victoria echó un breve vistazo al cielo.

—Daos prisa —dijo—, pronto empezará a llegar la gente a la explanada, y todo tiene que estar a punto.

Christian había llegado a la ciudad con el primer amanecer, pero
no
se había acercado al castillo. Tras rondar por la explanada donde iba a celebrarse el acto de la coronación, se había ocultado entre la maleza con las primeras luces del día, y se había dedicado a observar desde allí a la gente que iba y venía, preparándolo para la ceremonia.

No había dejado de preguntarse por qué razón habían elegido aquel día, el día de año nuevo, para la fiesta de la coronación de Alsan. La noche anterior había habido un Triple Plenilunio, y Christian sabía el efecto que las lunas ejercían sobre el príncipe. Imaginaba que habían mantenido encadenado a Alsan toda la noche; no estaría en muy buenas condiciones, por tanto, para asistir a su propia coronación.

¿Por qué aquel día? El aniversario de la muerte de Ashran era una fecha simbólica, sin duda. Pero también se trataba del aniversario de la muerte de Amrin, el hermano de Alsan, a manos de este. Coronarse rey de Vanissar el día en que todo su pueblo recordaba a su anterior soberano no era una idea inteligente. ¿Por qué?

Christian estaba al tanto de la presencia en Vanissar de Ha-Din, Qaydar y Gaedalu. No había tardado en enterarse de los rumores acerca de la «prueba» a la que supuestamente iban a asistir como testigos. No le costó trabajo atar cabos y comprender que tenía que ver con el Triple Plenilunio.

¿Habría conseguido Alsan dominar el espíritu de la bestia? Parecía imposible y, sin embargo, era la única explicación que tenía sentido.

Mientras cavilaba sobre aquello, fue testigo de cómo un grupo de novicios del templo llegaban a la explanada y colocaban el altar de las ofrendas bloqueando el camino de entrada. Había espacio para pasar, pero, por lo visto, no el suficiente, porque pronto les llamaron la atención y les pidieron que lo retiraran. Estalló una discusión hasta que, momentos después, un muchacho fue enviado al castillo, seguramente para solicitar la intervención de alguien con más autoridad.

Christian aguardó pacientemente. Un rato más tarde vio llegar a Jack y a Shail.

Como cada vez que veía al dragón, tuvo que controlar el impulso que lo llevaba a desenvainar a Haiass y a lanzarse contra él. Observó a Shail con curiosidad, al ver que caminaba con bastante soltura sobre sus dos piernas, y sonrió para sí. No cabía duda de que Ydeon había hecho un buen trabajo.

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