Panteón (48 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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—Ya sé —cortó ella— que no debería confiar en ti. Pero lo hago, Christian. De verdad.

El sonrió. Le acarició la mejilla suavemente. Era el primer gesto tierno que recibía de él en mucho tiempo, y el corazón de Victoria bebió de aquella sensación con avidez.

—Por este tipo de cosas —murmuró Christian— me cuesta tantísimo imaginar siquiera la posibilidad de dejarte marchar.

—Si no quieres dejarme marchar no lo hagas, Christian. Con Shizuko o sin ella, yo seguiré aquí mientras tú quieras que siga aquí. Lo que no quiero es que me retengas cuando ya no signifique nada para ti.

—Sigues siendo importante para mí —le aseguró Christian—. De lo contrario, no te estaría pidiendo que fusionases tu mente con la mía. De todas formas, no quiero presionarte. Necesitarás tiempo para pensarlo...

—Ya lo he pensado —cortó ella. Lo miró a los ojos-: Sí que quiero hacerlo.

Por una vez, Christian pareció quedarse sin palabras.

—Pero hay algo que me preocupa —señaló Victoria—. Tendrás acceso a todos mis recuerdos y mis sentimientos, y yo... hay una parte que prefiero que no conozcas, porque es privada. No por mí, sino porque esos recuerdos no me pertenecen a mí solamente.

—Jack —adivinó él.

—¿Está mal que ponga restricciones? —preguntó ella, preocupada.

—No. Por lo que sé, es habitual, de hecho. Se suele pedir a la otra persona que respete las habitaciones de la casa que corresponden a una relación anterior. La razón la has explicado tú muy bien: porque esos recuerdos no te pertenecen a ti solamente. No te inquietes por eso; no tengo el menor interés en saber los detalles de tu relación con Jack, eso es algo que solo os incumbe a vosotros dos.

—Bien —asintió Victoria; se acercó un poco más a él, con cierta timidez—. Entonces, no necesito pensarlo más. La respuesta es sí.

 

 

 

Trató de relajarse, pero le resultaba difícil. El corazón seguía palpitándole con fuerza, y su respiración era agitada e irregular, como si hubiese estado corriendo. A pesar de todo, no se movió. No apartó la mirada de los ojos de Christian, los ojos azules de Christian, que se clavaban en lo más hondo de su alma como un puñal de hielo, como la primera vez que él la había mirado.

«Tranquila», susurró él desde un rincón de su mente. «No tengas miedo».

Victoria alargó las manos, buscando las de él. Las encontró, y las estrechó con fuerza, mientras su mirada seguía clavada en la de Christian, sin apartarse de ella ni un solo instante.

«¿Qué he de hacer?», pensó.

«Sigue mirándome a los ojos y trata de ver más allá. Estoy tendiendo un puente. Encuéntralo, y atrévete a cruzarlo».

Victoria tragó saliva. Sentía que los hilos de la conciencia de Christian tejían una red cada vez más tupida en torno a su propia mente, pero ella misma seguía donde estaba. Se concentró en los ojos de Christian, dejó que la mirada de él la estremeciera entera, como había ocurrido en tiempos pasados. Si el shek estaba nervioso, desde luego no lo daba a entender, pues seguía mostrándose frío y sereno, como siempre. Pese a todo, esa era una de las cosas que más le gustaban de él.

Pronto, los iris de hielo de Christian fueron algo más. Victoria empezó a ver en ellos formas que se movían, como fantasmas, al otro lado. Fascinada, siguió mirando. Las figuras siguieron moviéndose, y entonces empezaron a girar, y Victoria sintió que había algo que tiraba de ella, como si la succionara hacia él. Dejó escapar una exclamación de alarma y quiso resistirse, pero entonces recordó por qué estaban haciendo aquello, y las palabras de Christian volvieron a resonar en su mente: «Encuentra el puente, y atrévete a cruzarlo».

Victoria respiró hondo y se dejó llevar. Y todo empezó a dar vueltas a su alrededor.

Se encontró de pronto en un espacio oscuro. Miró a su alrededor, asustada, pero la oscuridad era solo aparente. Pronto, todo se fue aclarando en torno a ella.

Se sintió abrumada ante lo que vio. Se hallaba en un mundo lleno de imágenes, de sonidos, de palabras... amplio y rico, inmenso y, pese a todo, cuidadosamente ordenado. Victoria se quedó donde estaba, maravillada. Centró su atención en la imagen más cercana y tiró de ella, y salió un retazo de recuerdo completo. Se vio a sí misma hablando con Christian, pero lo veía desde el punto de vista de Christian. Eso era extraño.

Ambos estaban en el apartamento de él, sentados en el sillón. Victoria llevaba la misma ropa, por lo que dedujo que era un recuerdo inmediatamente anterior. Le llegó el sonido de su propia voz: «Debería poder vivir con eso. Sé quién eres y lo que has hecho». Sonrió para sí.

Comprendió que estaba en el nivel más superficial de la conciencia de Christian, por lo que trató de moverse en aquel espacio. Lo consiguió con solo desearlo.

Durante un tiempo, no habría sabido decir cuánto, vagó por la mente de Christian, y entendió lo que había querido decir él al compararla con un castillo. No eran solo recuerdos lo que almacenaba allí, sino ideas, pensamientos, razonamientos... algunos tan complejos que a Victoria le costaba seguirlos. Todo estaba tan ordenado que a priori parecía sencillo moverse por allí; y, sin embargo, era tan enorme que daba la sensación de no terminarse nunca.

Topó por casualidad con algunos recuerdos y pensamientos acerca de Shizuko, y decidió no tocarlos; Christian no le había pedido que no lo hiciera, pero prefirió respetar su intimidad, de la misma forma que él iba a respetar la de ella.

Encontró también recuerdos relativos a Ashran. Aquel hombre inspiraba a Victoria un intenso terror, pero descubrió que para Christian había sido importante, y que lo había respetado hasta el final.

Halló pensamientos y recuerdos referentes a la etapa que había pasado en la Tierra. Vio a los idhunitas exiliados morir, uno tras otro, bajo su mirada de shek, y sintió un escalofrío, no tanto por sus muertes, sino por la indiferencia con la que estaban archivadas en la memoria de Christian. Dedicó un pensamiento a cada uno de ellos, víctimas de una guerra absurda, pero no fue capaz de sentir odio ni rencor, ni siquiera rechazo, hacia la persona que los había matado. Se preguntó si, de haber sido completamente humana, habría odiado a Christian por todo aquello. No podía saberlo.

En un nivel más profundo encontró los momentos dedicados a ella.

Revivir aquellas sensaciones desde el punto de vista de él, conocer los pensamientos que le había dedicado, la opinión que tenía Christian de ella, la emocionó y la hizo sentir mucho mejor. Después se vio a sí misma más joven, casi una niña, atrapada entre el filo de Haiass y el tronco de un árbol, aquella vez, la primera vez que se habían mirado a los ojos. Se sorprendió al ver la expresión que su propio rostro había mostrado entonces: sí, reflejaba miedo; pero también una profunda fascinación, y había un brillo de intensa emoción en el fondo de su mirada.

Lo había sospechado, pero nunca lo había sabido con certeza. Ahora, la evidencia la golpeaba con la fuerza de una maza.

Aquella noche, cuando él le había tendido la mano, cuando le había dicho «Ven conmigo»... ella ya estaba enamorada. Podía negárselo a sí misma todas las veces que quisiera, pero la forma en que había mirado al shek traicionaba el sentimiento que anidaba en su corazón.

Y aquel recuerdo era claro y vivido, lo cual indicaba que Christian lo había evocado muy a menudo, y lo guardaba como un tesoro en un rincón de su mente.

De haber estado unida a su cuerpo en aquel preciso instante, se habría ruborizado.

Siguió recorriendo aquella sección, arropada por los pensamientos y sentimientos de Christian con respecto a ella. Era una emoción agradable, pero no tan cálida como Victoria había imaginado. Incluso allí, en un nivel profundo de su conciencia, la implacable lógica del shek tendía a explicar y racionalizar todo lo que sentía. De esta manera, su amor por Victoria no era ardiente ni apasionado, pero, a cambio, poseía unas bases firmes y sólidas. Christian tenía razones para amarla; las había buscado durante años, las había encontrado, y sobre aquella lógica había dejado que crecieran sus sentimientos. Si alguien le preguntaba por qué hacía lo que hacía, podía encontrar una explicación, y eso reforzaba sus actos y lo reafirmaba en sus creencias.

Victoria siguió avanzando y dejó atrás aquella zona, con cierta pena. Inmediatamente después estaba todo lo relacionado con Jack, y era un odio tan oscuro, tan siniestro, que la joven sintió un escalofrío de terror. No obstante, aquel odio estaba rodeado de fuertes razonamientos lógicos que repetían una y otra vez los motivos por los que no debía atacar a Jack. Victoria observó, maravillada, cómo la mente del shek peleaba por mantener prisionero al instinto, por encadenarlo a su conciencia, por tener poder sobre él. Pero el instinto luchaba contra aquellas cadenas y amenazaba con nublar su mente. Victoria se alejó de allí, entristecida.

En un nivel aún más profundo, encontró imágenes de una mujer sin rostro y sin nombre. Supo que era la madre de Christian, y descubrió que no era que él no recordara los detalles; porque todo se queda en la mente, de una manera o de otra, y lo que nos hace olvidar es que no somos capaces de acceder a esos recuerdos. Pero en el caso de Christian, simplemente los recuerdos no estaban. El rostro de su madre había sido borrado. Por más que se esforzase, no lograría recordarlo.

Siguió deambulando por allí, perdida en la compleja red de niveles de conciencia del shek. Aprendió muchísimo sobre él y sobre los sheks en general, a través de los recuerdos del tiempo que Christian había pasado con ellos. Entendió algunas cosas que antes habían sido un misterio, y comprobó, con alegría, que al hacerlo no disminuía la fascinación que sentía hacia Christian; al contrario: seguía admirándolo y amándolo intensamente, y cuanto mejor lo conocía, más lo amaba.

Se preguntó entonces qué estaría encontrando el shek en su mente, y por un momento tuvo miedo de que él no viera nada grande ni hermoso en ella, sino... algo sencillo y pequeño, como una choza, como decía él. Ante aquel pensamiento, algo tiró de ella, y comprendió que, si deseaba regresar, lo haría de inmediato, por lo que se esforzó en pensar en otra cosa, y siguió recorriendo las galerías de la conciencia de Christian, perdiéndose en el inmenso entramado de su mente.

Christian, por su parte, no se estaba moviendo. Se había quedado exactamente en el mismo lugar.

Había examinado otras veces la mente de Victoria, había intuido lo que podía encontrar allí, pero sus suposiciones no tenían nada que ver con la realidad.

Siempre le había parecido que la conciencia de la muchacha era simple, sencilla, porque era fácil ver todo lo que pensaba. Ahora que estaba dentro se daba cuenta de que era mucho más compleja de lo que había supuesto. Lo que ocurría era, sencillamente, que los niveles de su mente eran tan luminosos y transparentes que podía contemplarlos todos a la vez. Así, si la mente humana era una choza y la de un shek, un castillo, la mente de Victoria era como un bellísimo palacio de cristal, muy pequeño en comparación con su propia mente, pero puro y diáfano. Y todos los recovecos de su conciencia mostraban un delicado entramado de pensamientos, sutil como la luz de las lunas, brillante como una gema irisada.

Christian dedicó un largo rato a contemplar la mente de Victoria desde allí. Sin necesidad de desplazarse era capaz de alcanzar a la vez varios niveles de su conciencia, admirando las filigranas que formaban sus ideas, sus recuerdos, sus sueños. Tenía miedo de entrometerse en los niveles más profundos: temía estropear algo. Pero, finalmente, su curiosidad fue más fuerte, y su conciencia recorrió la mente de Victoria con cuidado. Se aproximó a sus pensamientos, a sus anhelos más secretos, a sus recuerdos más preciados. Descubrió a la Victoria oculta, la muchacha que habitaba en un recoveco de su propia conciencia, un lugar no impregnado por el amor que sentía hacia Jack y Christian. Un lugar solo para ella.

Christian encontró allí a Victoria, simple y pura, solamente ella misma; y le gustó.

No se quedó mucho tiempo allí, sin embargo. No quería perturbar con su presencia aquel lugar secreto, que le pertenecía solamente a ella. Evitando cuidadosamente las zonas por donde vagaban pensamientos y sentimientos dedicados a Jack, Christian siguió explorando la mente de la muchacha, admirando los arcos cristalinos que sostenían su conciencia. Y entonces entendió por qué le parecía tan hermoso.

La mente de Victoria era delicada y transparente, como el cristal... como el hielo.

Poco a poco, ambos regresaron a sus propios cuerpos... a sus respectivas mentes. Permanecieron un largo rato en silencio, asimilando todo lo que habían experimentado, acostumbrándose de nuevo a ser ellos mismos. Victoria apoyó la cabeza en el pecho de Christian, con un breve sollozo de emoción. Él la rodeó con los brazos, cerró los ojos y reposó los labios sobre su pelo.

Ninguno de los dos habló. Estaban demasiado extasiados; aquel momento era demasiado mágico como para estropearlo con palabras.

«Si es así, llámame», había dicho el shek. «Y acudiré a tu lado». Shizuko lo había hecho, pero en el fondo de su corazón dudaba que él respondiese a su llamada. Había cumplido con lo que se esperaba de él y debía de saber ya que estaba en peligro. Era lógico que se refugiase en su
usshak
y no volviera a salir de allí, al menos hasta que estuvieran tan ocupados con otras cosas que se olvidaran de él.

Esa era la conducta más lógica, más racional. Si él actuara así, Shizuko lo entendería.

Y, no obstante, algo en ella se estremecía de angustia ante la posibilidad de no volver a verle.

Por eso, cuando Christian apareció de nuevo en el balcón de su apartamento, Shizuko se sintió aliviada, aunque no lo demostró.

«De nuevo te haces de rogar», comentó con suavidad al verle. Había estado tendida en la cama, tratando de dormir, sin conseguirlo, cuando la presencia del híbrido en la terraza había reclamado su atención. Se había puesto una bata de seda azul, una de las pocas cosas que conservaba de la verdadera Shizuko, porque el tacto suave y ligero de aquella prenda le resultaba agradable, y había salido para encontrarse con él.

Christian no se movió. Estaba apoyado en el antepecho, sereno y frío, como de costumbre.

«He estado ocupado», dijo.

«Y otra vez corres un gran riesgo. Eres consciente de ello, ¿no es así?».

«Sí, lo sé. Pero dije que acudiría a tu llamada, y suelo cumplir mi palabra».

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