Panteón (46 page)

Read Panteón Online

Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
5.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

Hubo un largo, largo silencio, que oprimió el corazón de Victoria hasta hacerlo sangrar, y que fue para ella mucho más elocuente que cualquier palabra que él pudiera haber pronunciado.

—Bueno —dijo al fin, desolada—. No hace falta que contestes.
Ya
veo que no. No te preocupes, me volveré a Limbhad esta noche, y mañana regresaré a Idhún. No tiene sentido que siga aquí.

—Victoria, no es necesario...

—Sí que lo es —alzó la cabeza para mirarlo—. Hace ya tiempo que he notado que no me tratas igual, y no tiene nada que ver con Shizuko. Puedo entender y aceptar que ya no quieras seguir conmigo, y no voy a retenerte a mi lado a la fuerza... pero, si tenías intención de acabar con esta relación... podrías haberlo hecho de otra manera... antes de lo de la otra noche. Porque fue importante para mí, pero, si para ti no significó nada, entonces preferiría que me lo hubieras ahorrado. Después de eso no has vuelto a tocarme, así que, ¿cómo quieres que me sienta? Si ya no me quieres y además estás con Shizuko, no necesitabas...

—Espera —cortó él; la cogió por las muñecas y la obligó a mirarle a los ojos—. Espera, ¿qué has dicho?

—¿Vas a obligarme a repetirlo? —respondió ella, tensa.

—Me ha parecido entender —dijo Christian, despacio—, que piensas que he llegado con Shizuko al mismo grado de intimidad física que contigo. ¿Es eso lo que crees?

—¿Es que no es así?

—No, no lo es. —Parecía incluso molesto—. Victoria, no la he tocado. Por la sombra del Séptimo, si ni siquiera la he besado.

Victoria lo miró fijamente; había rabia en su mirada. No le dolía tanto la relación de Christian con Shizuko como el hecho de que él le mintiera al respecto.

—Entonces, ¿por qué te sientes tan culpable que te cuesta mirarme a la cara?

Aquella pregunta fue como un jarro de agua fría para Christian. Soltó a Victoria y se dejó caer contra el respaldo del sofá, anonadado.

—Estamos hablando de cosas distintas —comprendió—. Estamos hablando en idiomas diferentes. Pero tienes razón en una cosa —añadió, dirigiéndole una intensa mirada—. Te debo una explicación.

Victoria le devolvió la mirada e inspiró hondo para calmarse. Se acomodó en el sofá, indicando que estaba dispuesta a escuchar.

—Aunque parezca humana —empezó él—, Shizuko es una shek. Es Ziessel, la reina de los sheks. —Victoria abrió mucho los ojos, sorprendida, pero no dijo nada; Christian prosiguió—. Se vio atrapada en un cuerpo humano cuando cruzó la Puerta... un cuerpo que acababa de morir. Shizuko, o Ziessel, como queramos llamarla, parece humana, pero no lo es. No tiene un alma humana, como nosotros dos, o como Jack. Su espíritu, su conciencia... son los de una shek.

Victoria abrió la boca para decir, algo, pero se lo pensó mejor y se mantuvo en silencio.

—Odia su cuerpo humano —siguió Christian—. La simple idea de tener intimidad física con otro cuerpo humano le resulta repugnante.

Puede que con el tiempo se acostumbre a su nuevo aspecto y cambie de idea... o puede que no.

»En cualquier caso, no es ese el principal motivo de que no la haya tocado. La encuentro atractiva, es verdad, pero hay cosas de ella que me llaman más la atención. Mucho más que su cuerpo. Como, por ejemplo, su mente.

—¿Su mente? —repitió Victoria.

—Para un shek, lo mental es mucho más importante que lo físico. Si dos sheks sienten atracción el uno por el otro, no pierden el tiempo con esas cosas, primero exploran sus mentes. Y hablan. Hablan mucho, durante horas, y todo esto sin necesidad de tocarse. Porque es otro tipo de intimidad lo que buscan. Así, el vínculo telepático se va haciendo cada vez más estrecho, cada uno se va introduciendo en la mente del otro, poco a poco...

—Entiendo —asintió Victoria—. Y es eso lo que estás haciendo con Shizuko.

—Nunca antes había mantenido una relación con una shek —confesó él—. Es... diferente. Y una parte de mí anhelaba ese tipo de comunión con alguien. ¿Entiendes?

—Sí —susurró ella—. Porque mi mente no es la de un shek y no puedes establecer ese vínculo telepático conmigo.

Christian sonrió.

—No podía, pero me las arreglé para hacer algo parecido. ¿Adivinas cómo?

Victoria lo sabía. Alzó la mano para contemplar el anillo que llevaba.

—Exacto —asintió el shek—. Te he dicho muchas veces que no me importa que estés con Jack, y es verdad. Porque estoy unido a ti incluso en la distancia.

Victoria bajó la cabeza. Estaba confusa, y Christian lo notó.

—Creo que no me conoces tanto como piensas —le dijo con suavidad—. Las relaciones físicas no me interesan mucho, lo confieso; normalmente tengo cosas más importantes qué hacer, cosas más interesantes en qué pensar. En eso no he dejado de ser un shek, supongo. Aunque tenga un cuerpo humano, no soy tan apasionado como la mayoría de los jóvenes humanos de mi edad. Esa necesidad de contacto físico con otra persona... la siento a veces, pero no muy a menudo. Es verdad que tú y yo pasamos mucho tiempo separados; pero ahora estamos juntos, por lo que, si quisiera pasar la noche con alguien, ¿por qué razón necesitaría buscar a otra persona?

—No sería tan extraño si yo hubiese dejado de interesarte..., como me has dado a entender. Y ya te he dicho que lo comprendo, y que puedo aceptarlo. Pero que necesito saber a qué atenerme.

Y qué es lo que esperas de mí. Por la forma en que me has tratado estos días, se diría que ya no me quieres a tu lado.

Christian reflexionó sobre sus palabras.

—Se debe a que yo mismo no sabía cómo tratarte. Porque tienes razón, me siento culpable cuando te miro. Como apenas concedo importancia a las relaciones físicas, no podría sentirme así por estar con una mujer que no fueras tú. Pero sí me sentiría culpable si sintiera algo especial por ella. Sentiría que te estoy traicionando.

Y creo que es eso lo que me está pasando.

Victoria entendió.

—Christian, ¡te estás enamorando! ¡Otra vez!

El shek movió la cabeza, perplejo.

—Puede ser. O puede que sea, simplemente, que mi alma de shek anhelaba desde hace mucho poder intimar con otro shek. Puede que solo sea añoranza ante aquello que he perdido, o que tal vez nunca tuve. A lo mejor me atrae Shizuko porque es muy parecida a mí. Todavía es pronto para saberlo. Además, el hecho de que me sienta culpable por ti implica, supongo, que todavía me importas, así que aún no estoy preparado para dejarte marchar. No sé lo que quiero de verdad, Victoria, y eso no es algo que me pase a menudo. Por eso estoy bastante confuso y no sé cómo actuar contigo. Te pido disculpas.

Victoria respiró hondo. Ahora comprendía la perspectiva de Christian. No había tocado a Shizuko, no había compartido su cuerpo con ella, pero, desde su punto de vista, estaba haciendo algo peor: estaba compartiendo su mente con la shek y, de alguna manera, también su corazón.

—Bueno..., tengo que reconocer que de esto sí que sé un poco —sonrió Victoria—. Puede ser que termines decidiéndote por una de las dos, o puede que te pase como a mí: que la quieras a ella sin dejar de sentir algo especial por mí. Entonces... —vaciló—. En fin, mientras me sigas queriendo yo estaré aquí para ti, pero consideraría justo que me dedicaras a mí el mismo tiempo que a ella. Por lo menos —concluyó, con una sonrisa.

Christian sonrió a su vez.

—En cualquier caso —prosiguió Victoria—, cuando lo sepas, no dejes de decírmelo.

—¿Cuando sepa qué?

—Si todavía soy importante para ti. Si lo que te ha alejado de mí es ese sentimiento de culpabilidad, o es que realmente lo nuestro se ha enfriado. Por mi parte, sabes que no. Ahora te toca hablar a ti. Pero si necesitas tiempo...

—Puede que necesite un poco más de tiempo —dijo Christian tras una pausa.

—Lo tendrás —le prometió ella, conciliadora—. Esperaré a que tomes una decisión, y la aceptaré, sea cual sea. Pero, por favor, sé siempre sincero conmigo. Y si algún día dejo de ser especial para ti, simplemente dímelo... pero no me utilices —le rogó, con cierta amargura.

Christian le dedicó una larga mirada.

—Por si te interesa saberlo —dijo en voz baja—, sí que fue diferente.

Victoria alzó la cabeza.

—¿Cómo dices?

—Es lo que te estabas preguntando, ¿no? Si para mí no eres más que una mujer humana con la que mantener una relación física, puesto que no puedo establecer un vínculo telepático contigo, de la misma manera que podría hacerlo con una shek.

—Ah...

—Y he de decirte que no. Para mí también fue especial lo de la otra noche. Y quería que lo supieras.

Victoria no pudo más. Se lanzó a sus brazos, enterró la cara en su hombro y se echó a llorar suavemente. Christian la abrazó.

—Eso era lo que necesitaba oír —sollozó ella.

—No lo he dicho porque necesitaras escucharlo. Lo he dicho porque es la verdad.

Poco a poco, ella se fue calmando. Christian le acarició el pelo, pensativo, pero de pronto se incorporó, alerta.

—¿Qué? —dijo Victoria, inquieta.

Christian no respondió. Se separó de ella con suavidad, se levantó y salió a la terraza. Victoria se quedó en el sofá, esperándolo, hasta que él regresó, muy serio.

—Tengo que volver a Japón. Parece que hay cambios en nuestro proyecto.

—¿Proyecto?

—Gerde quiere establecer una comunicación entre Idhún y la Tierra. Para poder hablar con Ziessel sin necesidad de cruzar la Puerta interdimensional constantemente. Eso era lo que estábamos haciendo.

Victoria inclinó la cabeza.

—Comprendo.

—He de irme, pero ya sabes que volveré. Sabes... que siempre vuelvo.

Victoria sonrió, pero no dijo nada. Apenas un momento después, el shek se había ido.

El agua temblaba y se estremecía, y su superficie adquiría, por momentos, un curioso brillo azulado, metálico. Shizuko la contempló, pensativa.

«No se ha estabilizado todavía», dijo Akshass.

«Puede que necesite un poco más de tiempo», repuso Shizuko. «O un poco más de la magia de Kirtash».

«¿Por qué tenemos que depender de la magia de un medio shek?»

Shizuko tardó un poco en responder. Akshass era un shek joven, pero prometedor. Había estado a su lado desde el principio, durante la guerra en Dingra contra los caballeros de Nurgon. Habían peleado juntos en el bosque de Awa. La shek sabía que Akshass se había hecho ilusiones con respecto a ella, y que no había perdido la esperanza de volver a verla en el cuerpo de Ziessel, la bella. Quizá por eso no soportaba a Kirtash. El hijo de Ashran no solo había dado al traste con aquellas esperanzas, con su explicación sobre lo que le había sucedido a la reina de los sheks sino que, además, ambos pasaban cada vez más tiempo juntos, a solas. Y Akshass tampoco podía olvidar que se sabía que el shek que habitaba en Kirtash era hijo de Zeshak, el predecesor de Ziessel. Zeshak, que, según decían, también había sentido interés por Ziessel en el pasado.

Shizuko sonrió para sus adentros. Sí, era cierto que Zeshak la había pretendido. Pero entonces ella no había estado interesada en establecer un vínculo tan fuerte con nadie. Era joven y tenía muchas otras cosas en qué pensar. Zeshak lo había entendido y no había insistido.

En cierta manera, resultaba irónico que ahora estuviese dando con Kirtash pasos que no había iniciado con su padre.

Pero las cosas habían cambiado mucho. Si alguna vez se había sentido tentada de aceptar a Zeshak, o a Akshass, desde luego aquellos proyectos se habían desvanecido. No porque no siguiera poseyendo la poderosa mente de una shek, sino porque, después de todo, había quedado atrapada en un cuerpo humano para siempre.

«La técnica de comunicación interdimensional pertenece al terreno de la magia», le recordó. «El es el único mago que hay entre nosotros, y posee el poder de abrir portales. De momento, le necesitamos».

«Por lo visto, pronto ya no lo necesitaremos más», señaló Akshass.

Shizuko no respondió. Había percibido la llegada del híbrido, antes que ningún otro de los sheks. Su vínculo telepático había llegado a ese grado de intimidad. No se movió, sin embargo, ni dio a entender que lo había detectado, hasta que él se situó a su lado.

«¿Me habéis llamado?», dijo, y su pregunta llegó a la mente de todos los sheks.

«Fíjate», respondió Shizuko, volviendo hacia el manantial la mirada de sus hermosos ojos orientales.

«El tejido entre dimensiones se está debilitando», dijo Christian tras un breve vistazo.

«¿Podrás estabilizarlo?»

«Puedo intentarlo».

Se acuclilló junto al manantial y pasó la mano sobre la superficie del agua, sin llegar a tocarla. Un brillo plateado reverberó en las ondas, se apagó y después volvió a iluminar las aguas. Christian lo intentó de nuevo, concentrándose intensamente.

Apenas unos instantes más tarde, la superficie del
onsen
tembló un segundo, y enseguida se solidificó.

Shizuko y los sheks se inclinaron hacia delante, con curiosidad. La capa superficial del manantial se había convertido en un espejo de hielo.

Christian se levantó con la agilidad felina que era propia de él. Miró a Shizuko.

«Llámala», la invitó, hablándole en privado. «Está deseando volver a contactar contigo».

Ella movió la cabeza.

«Nunca ha contactado conmigo».

«Sí que lo hizo. Pero entonces no se llamaba Gerde. Entonces ni siquiera tenía nombre. Ahora, son dos conciencias unidas en una sola, bajo una misma identidad».

«Trataré de recordarlo. Aunque me resulta difícil imaginarlo. Supongo que tendrá los recuerdos de Gerde, la feérica, sumados a los de la Voz... que debe de haber vivido muchas vidas, tal vez docenas, y conservará recuerdos de todas ellas. No sé cómo puede conjugarse todo ese conocimiento en una sola persona. Quizá eso la haya vuelto inestable».

«O tal vez le haya dado una visión más amplia del mundo. Lo que sí te puedo asegurar es que, en muchos aspectos, sigue siendo Gerde».

Shizuko rió interiormente al percibir el disgusto de Christian, pero su rostro continuó impasible, igual que lo había estado durante toda la conversación.

Se inclinó junto al manantial y se asomó a su lisa superficie. La capa de hielo, pura como el cristal, le devolvió su propio reflejo. Su alma de shek se estremeció de dolor al ver su rostro humano una vez más, pero se sobrepuso y se concentró profundamente. Lanzó los tentáculos de su percepción a través del espejo y aguardó a que hubiese alguien al otro lado.

Other books

Twisted Metal by Tony Ballantyne
Irania by Inma Sharii
Territorial Rights by Muriel Spark
Bitter Gold Hearts by Glen Cook
Soul of Dragons by Jonathan Moeller
Crisis Zero by Chris Rylander