Panteón (37 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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«Pero así es como se crean mundos», se dijo ella. «Los comienzos son siempre violentos. Volcanes, maremotos, seísmos, diluvios... hay que golpear con fuerza un mundo para hacerlo despertar, para lograr que brote la chispa de la vida».

La creación y la destrucción, comprendió entonces, eran una sola cosa. Los mismos dioses que habían creado un mundo podían destruirlo. Los mismos dioses que lo habían dejado morir podían devolverlo a la vida. Y el proceso sería trágico y violento. Pero, cuando los dioses se retiraran, si no lo habían destruido todo, dejarían el mundo tan cargado de energía que la vida crecería de nuevo con más fuerza.

«O eso quiero creer», pensaba Victoria a menudo.

Había otra cosa que le llamaba la atención de aquella leyenda, y era que no mencionaba a los dragones, ni a los sheks. Al caer en la cuenta, una cálida emoción la había embargado por dentro. «Los unicornios somos más viejos», se dijo. «La magia es más antigua que el odio entre los sheks y los dragones. Cuando el primer unicornio pisó el mundo, los dragones, los guerreros de los dioses, aún no habían sido creados». ¿Quería eso decir que la guerra entre los dioses había comenzado después? Frunció el ceño. Recordaba que en algún momento Jack le había dado a entender que la lucha entre los Seis dioses y el Séptimo se había iniciado mucho tiempo atrás, que se remontaba incluso a un mundo anterior a Idhún. Se recordó a sí misma que tenía que preguntárselo cuando volviera a verlo.

Había muchas cosas en aquella leyenda que no encajaban con lo que Shail y Alexander le habían enseñado acerca del pasado de Idhún. Intuyendo que podía haber descubierto algo importante, siguió investigando.

La respuesta a algunas de sus preguntas la encontró en un volumen antiquísimo que databa de los tiempos de la Tercera Era. Se trataba de un libro que relataba la historia de Idhún. Por la forma en que estaba contada parecía destinada a la educación de niños y jóvenes. Victoria agradeció que el contenido fuese tan claro y esquemático, porque eso le permitió detectar con mayor facilidad qué era lo que no encajaba. En una de sus páginas decía:

«Nuestra historia comienza con la llegada del primer unicornio, con la llegada de la magia.

»Antes de la magia las seis razas rezaban a los dioses, pero estos vivían lejos de nosotros, Por eso enviaron a los unicornios: y fue entonces cuando comenzó la Primera Era.

»La Primera Era es la Era de la Magia. Duró más de quince mil años. En todo aquel tiempo los magos aprendimos a controlar nuestro poder y ponerlo al servicio del mundo. Se edificaron las tres torres de hechicería. También llegaron al mundo los hijos del Séptimo, y los dioses enviaron a los dragones para combatirlos. Los magos peleamos contra las serpientes, pero algunos magos cambiaron de bando. Uno de estos magos fue Talmannon.

»La Segunda Era es la Era Oscura. Duró casi mil años. Durante todo ese tiempo, Talmannon extendió su imperio por Idhún, y todos los magos le obedecían. En aquella época, por culpa de Shiskatchegg, todos los magos servimos al Séptimo dios. Hasta que Ayshel, la Doncella de Awa, derrotó a Talmannon, los dragones derrotaron a los sheks y los expulsaron de Idhún.

»La Tercera Era es la Era de la Contemplación, y es la que estamos viviendo actualmente. Ahora, Idhún pertenece a los hijos de los Seis, y sus sacerdotes gobiernan el mundo. Y, como todos los magos servimos al Séptimo en tiempos pasados, nos hemos visto condenados al exilio. Ya no hay lugar para nosotros en Idhún. La bendición del unicornio es ahora nuestro estigma. Pero algún día volveremos a cruzar la Puerta interdimensional y regresaremos a nuestro hogar, bañado por la luz de los tres soles...»

Victoria había cerrado el libro, pensativa. Sabía que la Tercera Era había terminado muchos siglos atrás, con el descrédito de las Iglesias y el regreso de los hechiceros. Sabía que Idhún estaba viviendo actualmente su Cuarta Era, la Era de los Archimagos, que acabaría, tal vez, con la muerte de Qaydar, o quizá con la muerte del último unicornio del mundo. Pero no era eso lo que la preocupaba en aquel momento.

Aquella era una versión diferente. Tanto Shail como Alexander le habían enseñado que la Era Oscura y la Era de la Magia eran la misma cosa. Es decir, que al largo período anterior a los unicornios lo llamaban la Primera Era, y que la llegada de los unicornios, y de la magia, había culminado con el imperio de Talmannon, y todo ello formaba la Segunda Era.

«Pero no fue así», comprendió. «Con la llegada del primer unicornio no comienza la Segunda Era, sino la primera. Estamos hablando de quince mil años de historia que se han pasado por alto... o que se han asimilado a la llamada Era Oscura. ¿Qué significa esto?»

Aparte de que los sacerdotes contaban una versión de la historia que demonizaba la magia desde sus mismos comienzos, significaba que muchas cosas importantes habían pasado en aquella época. Quince mil años. Quince mil años, y, sin embargo, cuando se hablaba de la magia y de los unicornios casi siempre se hablaba de la Era Oscura, nunca de lo que había sucedido antes. Y era importante, se dijo, porque durante aquellos largos milenios había comenzado y se había desarrollado la guerra entre los dragones y los sheks. Antes de Talmannon, puesto que, tras su caída, los sheks habían sido expulsados a Umadhun y se había iniciado una larga tregua.

Pero los sheks y los dragones habían combatido durante generaciones enteras. Y los szish habían luchado a las órdenes de los sheks durante todo aquel tiempo. Y, no obstante, cuando Ashran se hizo con el poder en Idhún, casi todos los sangrecaliente habían olvidado ya a los sangrefría, pensó Victoria, recordando que cuando Shail les había hablado de los sheks, los había presentado como criaturas legendarias... y que ni siquiera supo de la existencia de los szish hasta que estos invadieron Idhún el día de la conjunción astral.

«Los olvidaron a todos», se dijo Victoria. «Durante quince mil años se desarrolló una larguísima guerra y los magos pelearon junto a los dragones... y, sin embargo, los idhunitas casi nunca retroceden en el tiempo más allá de Talmannon y la Era Oscura. La Era de la Magia para ellos no existe, o es la misma Era Oscura que han tratado de olvidar».

Y allí estaba la clave. Victoria sospechaba que lo que estaba sucediendo en Idhún en aquellos momentos había comenzado a forjarse en aquella Primera Era, la Era de la Magia. La llegada de los Hijos del Séptimo (¿Llegada? ¿De dónde procedían? ¿Por qué se habían presentado en Idhún?), la respuesta de los dragones (¿Fueron creados entonces? ¿Para responder a la invasión shek?), el desarrollo de la magia. Toda una larga historia olvidada de la que, sin embargo, los unicornios habían sido testigos, porque los unicornios ya estaban allí.

Victoria sospechaba que aquello podía ser importante. Siguió revolviendo en la biblioteca, estudiando viejos volúmenes y documentos, en busca de más pistas, pero no encontró nada que arrojara un poco más de luz sobre aquel periodo olvidado de la historia idhunita.

Llegó un momento, sin embargo, en que ni siquiera las viejas leyendas podían distraerla de su soledad. Ya no estaba cómoda en Limbhad, porque le recordaba a Jack, a quien echaba mucho de menos; y tampoco se sentía a gusto en el apartamento de Christian, porque él no estaba. No obstante, seguía durmiendo allí, en el sofá, la mayoría de las noches. La mayor parte de las veces, cuando se despertaba al día siguiente, descubría que Christian había pasado por allí, tal vez un rato, unas horas; pero no la había despertado y, en cualquier caso, seguramente había partido antes del amanecer. No era algo que sucediese con frecuencia, sin embargo: Christian solía pasar día y noche fuera de casa.

Y, cuando estaba, se mostraba distante y reservado, tratándola con una fría cortesía que la hería profundamente. Victoria sospechaba que otra mujer ocupaba los sueños y el corazón de Christian y, aunque podía comprenderlo y aceptarlo, le dolía que él no fuera capaz de sincerarse con ella.

Una noche en que estaba sentada frente a la chimenea, repasando sin mucho interés uno de los libros de la biblioteca de Limbhad, Christian volvió a casa. La saludó con normalidad, como si la hubiese visto el día anterior. Victoria cerró el libro y lo siguió hasta la habitación. Se reunió con él junto a la ventana.

—¿Te molesta que esté aquí? —le preguntó, sin rodeos.

—Sabes que no, Victoria —respondió el shek.

—No, no lo sé —replicó ella—. Hace tiempo que estás muy extraño y distante... más que de costumbre, quiero decir. Sé que estás pensado en ella, en Shizuko. No quiero atarte, Christian, pero si no quieres verme, simplemente dilo.

—Claro que quiero verte, Victoria. Ten por seguro que, si no fuera así, no te dejaría quedarte en mi casa.

Victoria desvió la mirada.

—Pero estás tan frío... Comprendo que después de la batalla contra Ashran pasamos mucho tiempo separados, y que muchas cosas pueden haber cambiado. Si he dejado de gustarte...

Se interrumpió, porque él le había cogido la barbilla para hacerle alzar la cabeza.

—¿Gustarme? Claro que me gustas. Siempre me has gustado, desde la primera vez que te miré a los ojos, y eso que entonces eras casi una niña. ¿Crees que no te deseo? Pues estás muy equivocada, Victoria. Lo único que ocurre es que hay cosas más importantes, y por eso, en estos momentos, lo que yo siento, quiero o deseo, me lo guardo para mí.

Victoria calló, confundida. Christian sonrió al ver que se había ruborizado.

—Sólo te estaba dejando espacio —dijo—. Como tú misma has dicho, hemos pasado mucho tiempo separados. Durante todo ese tiempo, Jack ha estado a tu lado.

—Pero eso a ti nunca te ha detenido —objetó ella—. Nunca te ha importado que Jack y yo estuviésemos juntos, o al menos, eso decías.

—Y no me importa. Pero no se trata de mí ahora, sino de ti. Es verdad que nos hemos distanciado, y que en todo ese tiempo has estrechado tu relación con Jack. Así que imaginé que necesitabas tiempo para hacerte a la idea de que yo volvía a estar cerca, y de que Jack no estaba contigo. Además, todavía estás convaleciente, y sé que ahora te intimido un poco. Así que no quise agobiarte con mi presencia.

Victoria lo miró sin poder creer lo que estaba oyendo.

—¿Por eso me dejabas sola?

—No del todo. Tenías la opción de venir aquí cuando quisieras. Pero, sinceramente, Victoria, odio verte dormir en el sofá —añadió, muy serio—. Te habría obligado a aceptar la cama que te ofrecí en su día, si no supiera que te incomoda la idea de dormir en mi cama. Y, como ya te he dicho, no quería presionarte.

Victoria bajó la cabeza, confundida. Sintió la presencia de Christian tras ella, sus brazos enlazando su cintura, y oyó su voz susurrando en su oído:

—Me dices que estoy distante, pero en el fondo tienes miedo de que te toque. ¿No es verdad?

—Tengo miedo de lo que provocas en mi interior —respondió ella en voz baja—. Es algo muy intenso, ¿sabes? Temo perder el control.

—Y ya te dije en su día que yo seguiría controlándome por los dos. ¿No es acaso lo que he estado haciendo?

—Supongo que te he malinterpretado —murmuró Victoria—. Lo siento.

—Y supongo que yo debería haberme dado cuenta de que hace días que tu corazón me estaba llamando a gritos —respondió él—. De que el tiempo que precisabas para acostumbrarte al cambio ya se agotó y ya no necesitabas estar sola. Soy yo quien lo siente. Últimamente he tenido muchas cosas en que pensar.

La abrazó con más fuerza. Victoria cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás para apoyarla en su hombro.

—Me he dado cuenta —dijo, con voz apagada.

—Es por Shizuko, ¿verdad? —dijo Christian—. ¿Te sientes amenazada?

—No soy quien para pedirte explicaciones, Christian. Al menos, no mientras siga amando yo también a otra persona.

Hubo un breve silencio.

—Necesito estar con ella —dijo él entonces—. Para tratar de comprender quién soy... y por qué soy así. A veces siento que solo ella tiene las respuestas a las preguntas que nunca me atreví a formular.

—Entiendo. Pero...

—Pero eso no implica que mis sentimientos por ti hayan cambiado lo más mínimo.

Tiró de ella y le hizo dar media vuelta para mirarla a la cara.

—Dime, ¿por qué tienes miedo? —le preguntó con suavidad.

La joven cerró los ojos y dejó que él acariciara su mejilla. Suspiró cuando sus dedos bajaron hasta el cuello.

—Por eso precisamente —respondió en voz baja—. Por lo que siento. Supongo que se debe a todas las veces que me he repetido a mí misma que no debería amarte. Desde aquella primera vez —añadió, abriendo los ojos para mirarlo a la cara— en que debías matarme y no fuiste capaz. Cuando me tendiste la mano. Supongo que es por todos ellos, por Jack, por Alexander, por Shail... y por todos los que esperan de mí que me comporte de otra manera. Todos aquellos que se horrorizarían de saber que el último unicornio se ha enamorado de Kirtash, un shek, el hijo de Ashran...

—Te han machacado mucho con eso, ¿eh? —preguntó él con cierta dulzura.

—No me importa lo que digan. Yo sé lo que siento por ti, y eso no va a cambiar. Es solo que cuando estoy contigo siento que los estoy decepcionando a todos... traicionando las esperanzas que depositaron en mí. Y, sin embargo...

—... sin embargo, me quieres —sonrió Christian—. Sí. Sé exactamente cómo te sientes. Pero esos son los motivos de ellos, no tus motivos. Por una vez, Victoria, haz lo que deseas, y no lo que todos esperan de ti. Deja que sea tu corazón el que guíe tus actos.

Se acercó más a ella, y Victoria sólo tuvo el tiempo justo de sentir que su corazón empezaba a latir desenfrenadamente, antes de que él la besara, con un beso lento, intenso. Cuando sus labios se separaron, Christian no se alejó mucho. Se quedaron un momento así, muy juntos, tan cerca que Victoria podía sentir el aliento de él sobre su pelo. Los brazos del shek rodearon la cintura de la muchacha, con suavidad.

—¿Era esto lo que querías? —dijo Christian en voz baja.

—Sí —susurró Victoria, todavía sin aliento.

—Bien —asintió Christian—. Porque es lo que quería yo también.

La besó de nuevo. Victoria suspiró y le echó los brazos al cuello, y gimió cuando los labios de él se deslizaron hasta su garganta, cuando sus dedos recorrieron su espalda.

—¿Es lo que quieres? —repitió Christian suavemente, casi con dulzura. Sus labios rozaban su piel, muy cerca del lóbulo de su oreja.

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