Authors: Laura Gallego García
Qaydar lo miró con fijeza.
—No estoy dispuesto a arriesgar a mis magos en una guerra.
—¿Ni siquiera para recuperar a Victoria? ¿O para obtener el cuerno de unicornio de Gerde?
El Archimago frunció el ceño.
—¿Insinúas que, si Gerde fuese derrotada...?
—... pondríamos el cuerno que posee a disposición de la Orden Mágica —asintió Alsan—. En principio había pensado devolvérselo a Victoria, pero, dadas las circunstancias...
La arruga de la frente de Qaydar se hizo más profunda.
—Entiendo —asintió—. Hablaré con Tanawe y veré qué puedo hacer.
—Os lo agradecería, Archimago. Hace tiempo que tenemos localizada la base de los sheks y, si no hemos atacado aún, es precisamente por esta razón. Pero en cuanto los Nuevos Dragones dispongan de hechiceros que puedan poner en marcha sus máquinas... la batalla comenzará.
—No sé si es buena idea luchar contra las serpientes en estas circunstancias —dejó caer Shail entonces, mirando a Alsan; este se volvió hacia él.
—¿Qué sugieres, pues? ¿Que luchemos contra los dioses?
—No se puede luchar contra ellos, Alsan, lo sabes tan bien como yo. Además, no tienen nada contra nosotros. Es al Séptimo a quien buscan.
—Pues más vale que lo encuentren pronto —gruñó Alsan—. Si pudiera, yo mismo les diría dónde buscarlo. —Miró de nuevo a Shail, súbitamente interesado—. Tú te fuiste a Kazlunn para averiguar más cosas sobre Ashran. Sobre cómo aprendió a invocar al Séptimo, ¿no?
Shail se removió, incómodo, sintiendo sobre él la inquisitiva mirada de Qaydar.
—Sí... Ymur y yo tenemos una teoría —dijo—. Pero, por supuesto, no está confirmada.
Les contó, en pocas palabras, la conclusión a la que habían llegado.
—Eso es absurdo —dijo Qaydar—. Para invocar al espíritu de Talmannon, Ashran habría necesitado al menos dos cosas: un objeto que le hubiese pertenecido y restos de su cuerpo: huesos, cenizas, lo que sea. Estamos hablando de un hechicero que vivió en la Segunda Era, Shail. Todo lo que hubiera podido quedar de él se perdió hace mucho tiempo.
Shail se acarició la barbilla, reflexionando.
—¿Todo...? —preguntó—. ¿Sabemos acaso qué fue de Talmannon después de que Ayshel lo derrotara? ¿Qué fue de su cuerpo?
Qaydar lo miró, entornando los ojos.
—Los restos mortales de Ashran estaban bajo las ruinas de la Torre de Drackwen —insistió Shail—. Lo rescatamos todo e hicimos una pira con su cuerpo. Recogisteis las cenizas, Archimago. ¿Qué fue de ellas?
—No estarás insinuando que se puede invocar a Ashran después de muerto —intervino Alsan, alarmado—. ¿No deberíamos esparcir sus cenizas por el mar, para asegurarnos de que nadie...?
—No queda nada de Ashran que pueda ser utilizado en una invocación —cortó Qaydar, categóricamente.
—A Ashran lo llamaban
el Nigromante —
insistió Shail—. Si de algún modo logró llegar hasta los restos de Talmannon...
—Tampoco queda nada de Talmannon. Es absurdo suponer que alguien pudo invocar su espíritu.
Sin saber muy bien por qué, Shail tuvo la impresión de que el Archimago estaba mintiendo.
—Pero —intervino Alsan— si quedara
algo
y se pudiera realizar la invocación... y preguntarle a Talmannon cómo se habla con un dios...
Hubo un largo silencio. Qaydar y Alsan cruzaron una mirada. Shail la captó.
—No... no estaréis pensando...
—Si pudiésemos hablar con Irial —reflexionó Alsan— le haríamos ver que estamos aquí. Le contaríamos lo que su presencia, y la de los otros dioses, está suponiendo para nosotros. Podríamos decirle dónde está Gerde. Nosotros lo sabemos, ellos no.
—Podríamos pedirle que volvieran a crear a los unicornios, como en tiempos pasados —añadió Qaydar.
Shail los miraba, alternativamente, a uno y a otro.
—No podéis estar hablando en serio. Talmannon fue el primer emperador oscuro, el antecesor de Ashran... ¿y estáis hablando de invocarlo para preguntarle cómo contactó con el Séptimo... para hacer vosotros lo mismo?
—Lo mismo, no —puntualizó Alsan—. Nosotros invocaríamos a uno de los Seis, no al Séptimo. No es lo mismo.
Shail movió la cabeza, sin poder creer lo que estaba oyendo.
—Es una locura —dijo—. Por fortuna, no poseemos ningún objeto de Talmannon ni conservamos restos de su cuerpo. Así que estamos solo conjeturando, ¿verdad? —insistió.
Reinó un breve silencio.
—Sí —dijo Qaydar entonces—. Es una lástima.
Alsan no dijo nada. Solo entornó los ojos, pensativo.
Cuando Christian se despertó, aquella noche, Victoria no estaba a su lado. No obstante, tuvo la sensación de que estaba cerca. No se trataba de aquella absoluta certeza que solía experimentar tiempo atrás, sino más bien un presentimiento, una intuición. Era mejor que nada.
Inspiró hondo y cerró los ojos. Trató de localizar la red telepática shek, pero solo obtuvo información fragmentaria e imprecisa. «Todo lleva su tiempo», se recordó a sí mismo.
Se levantó, en silencio, y salió de la cabaña.
Sentada junto a la puerta encontró a Victoria, que se sobresaltó al verlo llegar y se secó los ojos apresuradamente. Christian vio que soltaba la Lágrima de Unicornio, que había estado oprimiendo entre los dedos como si se tratase de su más preciado talismán.
—No podía dormir —murmuró ella ante la mirada inquisitiva del shek.
—Echando de menos a Jack, ¿no es cierto? —sonrió él, sentándose a su lado.
Victoria se encogió de hombros.
—Es mejor así. Estaba claro que yo no podía hacerle feliz, así que...
—¿De verdad piensas eso? —preguntó Christian, mirándola fijamente.
—Se merece tener a su lado a una chica que pueda quererle solamente a él —murmuró Victoria—. Y yo no soy esa chica.
Christian movió la cabeza con desaprobación.
—Claro —dijo—. Y el hecho de que hayas entregado tu vida para salvar la suya en un par de ocasiones no cuenta nada, ¿verdad?
—Por lo visto, no —respondió Victoria, con una sonrisa cansada—. Pero no se lo reprocho. Cada uno tiene sus prioridades. Quizá tendríamos que haberlo aclarado mucho antes... tendríamos que haber hablado de todo esto. Pero supongo que había que salvar el mundo y no tuvimos ocasión de ser sinceros el uno con el otro. Me parece que en el fondo él estaba esperando que tú y yo rompiéramos nuestra relación. Creía que era cuestión de esperar. Tendría que haberle dicho...
—Se lo dijiste —cortó Christian—, de cien maneras distintas. Y creo que lo aceptó, pero... parece que lo del bebé ha sido demasiado para él.
—Normal —sonrió Victoria, acariciando su vientre con ternura—. Somos tan jóvenes... Tendría que haberle aclarado que yo seguiría queriéndole aunque mi hijo fuera hijo tuyo también. Pero no sé si habría servido de algo. No —concluyó—, es mejor así. Es mejor que tenga la posibilidad de encontrar a una mujer con la que formar una familia en el futuro, sin una tercera persona...
—¿Crees de verdad que llegará a querer a alguien de la misma forma que a ti? No sois del todo humanos, Victoria.
—Lo sé. Pero Jack es un chico cariñoso, sociable y abierto. Creo que puede llegar a ser feliz con otra persona que no sea yo. Sabes... puede que yo haya sido el gran amor de su vida, al menos hasta el momento, pero la gente no siempre termina emparejándose con su gran amor. Puede que llegue a ser feliz con una mujer a la tenga mucho cariño y que llegue a ser una buena compañera para él. Alguien que pueda entregarse solamente a él... alguien a quien no tenga que compartir con nadie.
Christian movió la cabeza en señal de desaprobación.
—¿Y es eso más importante que un verdadero sentimiento?
—Para Jack, quizá sí.
—Pues no le des más vueltas. Si de verdad le importa más poseerte que amarte, entonces es que no se merece tu amor.
—Es por lo del bebé —murmuró Victoria, tratando de justificarlo—. Supongo que tenía miedo de que yo decidiese abandonarlo si resulta que es hijo tuyo.
—¿Y por eso te ha abandonado él antes a ti?
Ella trató de aguantar las lágrimas, pero no fue capaz. Christian la atrajo hacia sí, y Victoria lloró largo rato sobre su hombro.
—Si no te importara tanto —murmuró el shek, cuando ella se calmó—, te juro que hace mucho tiempo que le habría arrancado las entrañas, por estúpido.
—Atrévete a tocarle un solo pelo y lo lamentarás —susurró Victoria.
Christian sonrió, a pesar de que sabía que no estaba bromeando.
—Supongo que no soy quién para hablar de esto —dijo—. Me enerva que te haga daño y, no obstante, yo tampoco te he tratado siempre bien.
Victoria esbozó una sonrisa amarga.
—Estoy acostumbrada —dijo—, a la indiferencia de uno y los celos del otro. Pero nadie es perfecto, ¿no?
Christian deslizó la mano hasta el vientre de Victoria y guardó silencio.
—¿Has notado eso? —susurró la joven, con los ojos brillantes—. Se ha movido.
Christian asintió.
—¿Ya has pensado en ponerle nombre?
—En realidad necesito cuatro nombres. Dos de chico y dos de chica. Uno idhunita y uno terrestre para cada caso. ¿Es muy complicado?
—No —repuso él—. Porque será hijo de los dos mundos.
—Eso si queda algún mundo al cual pertenecer, cuando todo acabe.
Christian sacudió la cabeza.
—No hables de eso ahora. Quiero disfrutar de este momento. Dime, ¿en qué nombres estabas pensando?
Victoria inclinó la cabeza.
—Lo cierto es que los nombres idhunitas no los había pensado aún. Casi todos los nombres que se nos ocurrieron eran nombres terrestres. Por ejemplo, si es niño... Jack había sugerido llamarlo Erik.
—¿Qué significa?
—No lo sé. A Jack le gustaba simplemente. Me dijo que era un nombre común en Dinamarca y que varios reyes daneses lo habían llevado.
—Entonces, tal vez su nombre idhunita sería Kareth. Varios reyes de Nandelt llevaron ese nombre.
—Kareth —repitió Victoria con suavidad; sonrió—. Me gusta. Si es niña —añadió—, me gustaría llamarla Eva. Tampoco sé lo que significa. Según la tradición, este fue el nombre de la primera mujer.
—En rigor, la primera mujer fue Lilith —la corrigió Christian, con una sonrisa—. Pero Eva es un buen nombre. La primera mujer idhunita, según dicen, no fue humana, sino feérica. Su nombre era Lune.
Victoria cerró los ojos.
—Erik o Kareth, Eva o Lune. Me gustan todos los nombres. Gracias.
Christian se encogió de hombros.
—Me gusta poder aportar algo al tema de la elección del nombre. Sea o no hijo mío, me siento responsable.
Victoria lo miró, sonriendo.
—¿Te has hecho a la idea de ser padre, Christian?
—Desde el mismo instante en que me dijiste que estabas encinta —respondió él—, supe que protegería a ese niño con mi vida, sin importar si era mío o no. Y sigo pensando igual. Pero no sé si seria un buen padre o, al menos, de los que están en casa todos los días.
—Puedo imaginar cómo serías como padre —murmuró Victoria—. Porque sé cómo eres como pareja. Capaz de hacer los mayores sacrificios, de luchar hasta la muerte por las personas que amas... pero incapaz de atarte a nadie. De estar en los pequeños momentos de cada día en los que se necesita un hombro en el que apoyarse. Yo puedo soportar eso, con o sin Jack. Pero no sería justo para mi hijo.
—Tiene dos padres —señaló Christian—, Lo bastante canallas como para hacerte sufrir más a menudo de lo que sería deseable, pero no tanto como para abandonarte con un bebé a cuestas. O al menos, eso creía en el caso de Jack. Veo que estaba muy equivocado.
—Basta, por favor —murmuró Victoria, cansada—. Sé que no era el mejor momento para romper nuestra relación, pero prefiero que hayamos dejado las cosas claras. No creo que fuera bueno para el bebé tener un padre que no es feliz estando a mi lado. O, peor aún, que lo tratara mal, lo despreciara o lo ignorara por ser el hijo de otro hombre. Así que puede que, después de todo, las cosas estén mejor así. Y tampoco... —vaciló.
—¿Tampoco crees que sea buena idea que yo me ocupe de él, si al final resulta ser hijo de Jack? —Christian movió la cabeza—. Victoria, ya te he dicho que eso me es indiferente. Puede que no sea capaz de estar siempre que me necesites, pero te aseguro que, si tu hijo se mete en problemas, me dejaré la piel para sacarlo de ellos, aunque, por un casual, apeste a dragón. ¿No lo hago ya con Jack, acaso?
Victoria sonrió, aunque recordar a Jack seguía provocándole una angustiosa opresión en el pecho. Parpadeó para retener las lágrimas. No pudo, y se cubrió el rostro con las manos.
Christian aguardó un poco a que se calmara, y después la abrazó por detrás, con suma delicadeza, y le dijo al oído:
—Sé que le echas de menos, y sé que lo harás durante el resto de tu vida. Ni siquiera yo puedo cambiar eso, ni hacerte feliz si él no está; pero deja, al menos, que trate de reconfortarte un poco.
Victoria cerró los ojos, tragó saliva y trató de resistirse:
—Deberías guardar reposo. Has estado muy enfermo...
—Estoy guardando reposo. Pero, cuando deje de hacerlo, cuando me recupere del todo, tendré que marcharme otra vez. Puede que tardemos en volver a vernos.
Victoria se volvió hacia él, y detectó en sus ojos un rastro del hielo que solían mostrar.
—Parece que estás mucho mejor —observó.
—No lo suficiente —dijo él—. No lo suficiente.
Le dedicó otra de sus medias sonrisas, y fue un bálsamo para el corazón herido de Victoria.
Eissesh se inclinó sobre el nido para acariciar a una de las crías. La pequeña serpiente alzó la cabeza y lo miró. Parecía agotada. Sus alas eran apenas dos frágiles membranas húmedas y arrugadas que se le pegaban al cuerpo. Tardaría aún un tiempo en desplegarlas, y más aún en aprender a volar.
«Quince», informó la madre. «Seis varones y nueve hembras. Otras dos no han logrado salir del huevo».
«Buena prole», aprobó Eissesh. «Mi enhorabuena».
La madre shek entornó los ojos y siseó con suavidad. Después, levantó la cabeza para mirar a Eissesh.
«Son muy jóvenes», dijo. «¿Resistirán el viaje?».
El shek se alzó sobre sus anillos, pensativo.
«No lo sé», respondió. «Aún no sé cuándo nos iremos, ni cómo será el viaje a ese otro mundo en el que nos esperan Ziessel y los demás. Es la primera vez que nuestra especie hace algo parecido, si exceptuamos, claro está, cuando nos exiliamos por culpa de los dragones. Pero haremos lo posible por proteger a las crías. A las tuyas, y a todas las demás. Son el futuro de nuestra especie».