Panteón (55 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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—¿Insinúas que encima debería pedir disculpas? ¡No seas tan arrogante! ¡Nos has capturado gracias a la ola gigante!

—Eh, eh, no tan deprisa. La ola nos alcanzó a todos, pero vosotros no habríais sobrevivido si no llegamos a sacaros del agua.

—¿Sacarnos del agua? ¡Fue el dragón quien nos salvó!

—El dragón también estaba medio muerto cuando lo rescatamos. ¿O acaso los dragones pueden respirar bajo el agua?

—No alardees de cosas que no puedes hacer, Glasdur. Si metes la cabeza bajo el agua te ahogas, igual que yo.

El pirata se lanzó sobre él con un grito de furia y un violento salpicón. Alexander se interpuso entre ambos, separándolos a duras penas.

—Deteneos, los dos —ordenó—. Creo que todos tenemos el mismo problema. Estamos atrapados aquí, sin barcos, y todavía no sabemos qué provocó la ola gigante.

—Se estrelló contra las costas de Nanetten —dijo Jack a media voz—. Yo lo vi. Arrasó Puerto Esmeralda, pero por fortuna no llegó muy lejos tierra adentro. Las murallas y el acantilado la frenaron.

Raktar y Shail lo escuchaban con atención. Jack advirtió su mirada y añadió:

—La ola barrió las casas más cercanas al mar e hizo crecer el río, pero la mayor parte de la gente ya había sido evacuada. Los Vigilantes de las Mareas fueron muy eficientes.

—¿Cómo pudo llegar a Puerto Esmeralda antes que a nuestros barcos, que estaban en alta mar? —se preguntó Glasdur, desconcertado.

—Porque la ola tenía dos vertientes. Cuando un barco surca el mar, su paso genera olas a ambos lados, a derecha y a izquierda. Lo que vi desde el aire fue algo similar. Algo que avanzaba a través del mar, provocando dos olas gigantescas; una fue a estrellarse contra la costa, y la otra avanzó hacia el este. Esa fue la que nos alcanzó.

Glasdur se dejó caer de nuevo en el agua, con un chapoteo. Parecía perplejo.

—¿Y qué clase de criatura marina podría provocar algo así? ¿Lo viste, dragón?

—No, no lo vi. Y no creo que nadie sea capaz de verlo. Creo que es una especie de fuerza invisible cuya simple presencia hace que se alteren los elementos. He visto cosas similares últimamente. Algo está destrozando las montañas de Nanhai, y un inmenso tornado arrasó Kazlunn y Celestia en los últimos días. Pero hasta ahora no había visto nada parecido en el mar.

—¿Y por qué están pasando estas cosas? ¿Es obra de los sheks? ¿De algún imitador de Ashran? Si ese maldito mago fue capaz de mover los astros...

—No —cortó Jack—. Creo que es algo más grande y más poderoso. Y lo peor de todo es que no sabemos cómo detenerlo.

—¡Detenerlo! —exclamó entonces Gaeru—. ¿Quieres decir que sigue ahí?

—Se dirige hacia el sur —dijo Jack—. Avanza muy lentamente, pero en los próximos días las olas que provoca golpearán las costas de Derbhad.

—Los acantilados protegerán los bosques de las hadas —dijo Raktary, de todas formas, la mayoría viven en el interior. Lo que sí puede estar en peligro son las tierras bajas de los ganti.

—Y las ciudades submarinas —borboteó Glasdur, pensativo—. No sé cómo afectará esto al Reino Oceánico, pero no puede ser nada bueno.

—Y el Oráculo —añadió Shail—. Zaisei —dijo solamente, mirando a sus amigos.

Jack se hizo cargo de la situación.

—Pues este es el trato —le dijo al pirata-: nos devuelves la espada de Alexander y nos dejas marchar a nosotros tres. Si salimos ya, alcanzaremos nuestro destino antes de que llegue Nel... la ola —se corrigió—. Como iremos volando, no hay peligro de que nos afecte. Iremos a Gantadd y daremos aviso, y enviaremos a alguien al Reino Oceánico. A cambio, dejaréis marchar al capitán y a su tripulación. Creo que coincidirás conmigo en que esto es mucho más grave que vuestras habituales peleas. Si los humanos os ayudan a reconstruir vuestros barcos, recuperaréis antes vuestra flota, y ellos podrán regresar a casa para comprobar si sus familias están bien. Después de lo sucedido en Puerto Esmeralda, no creo que nadie tenga ganas de salir a cazar piratas, de modo que Gaeru y su gente estarán relativamente a salvo.

—Me parece razonable —asintió Glasdur, acariciándose la barbilla.

—Bien —dijo Jack, incorporándose—, entonces no hay más que hablar. Pongámonos en marcha: nos espera un largo viaje.

XIII

El juicio de los sheks

La claridad de la aurora comenzaba ya a teñir la nieve cuando el rostro de Gerde se mostró en el agua del
onsen.
En torno a ella, Shizuko y siete sheks aguardaban pacientemente.

—Puede que no se presente —dijo Shizuko, con voz neutra.

Gerde esbozó una misteriosa sonrisa.

—Oh, vendrá —dijo—. Ya lo creo que vendrá.

En su fuero interno, Shizuko deseaba que tuviera razón.

Por eso, cuando la sombra del híbrido se proyectó sobre el manto de nieve y lo vieron acercarse a ellos, con su habitual paso sereno, la reina de los sheks sonrió para sí.

No obstante, su sonrisa se desvaneció casi de inmediato al comprobar que venía él solo. Los sheks lo vieron plantarse ante ellos, y alzar la cabeza, con calma, pero desafiante.

—Ya estoy aquí —dijo.

—Ya lo veo —respondió Shizuko—. ¿Dónde está la chica?

—No va a venir.

La conversación era tranquila y fluida y, no obstante, tremendamente vacía. Porque, al mismo tiempo que hablaban con sus cuerdas vocales, sus pensamientos se entrelazaban con rapidez por un canal privado.

«¿Qué se supone que estás haciendo?»

«Te dije que tenías un dilema, Shizuko. Imagino que has tenido tiempo de pensar en ello».

«¿Me estás poniendo a prueba? ¿Quieres que tenga que decidir entre rebelarme o verme obligada a matarte?»

«No es tan extraño; yo ya me enfrenté una vez a una elección similar».

«Para ti fue más fácil. No eres del todo un shek».

«Soy
del todo un shek. Y, aunque también soy humano, fui parte de la red telepática, sé lo que significa ser uno de vosotros. No simplifiques las cosas».

—Basta —les llegó la voz de Gerde, aburrida, desde la imagen del estanque—. Kirtash, tenía entendido que Ziessel te había pedido que trajeses contigo al unicornio.

Christian avanzó hasta situarse junto al
onsen.
Dirigió a Gerde una mirada inescrutable.

—Me lo dijo, sí —repuso, con calma—. Pero creo que Victoria no tenía ganas de volver a verte, considerando, además, que aún tienes algo que le pertenece —observó.

—Sé muy bien por qué no la has traído —sonrió el hada—. Era todo lo que necesitaba saber.

—Entonces, ya tienes la información que querías. No era necesario traer a Victoria, ¿ves?

—Puede que no; pero Ziessel te pidió... te ordenó que lo hicieras. ¿No es así?

Christian sonrió para sus adentros. Gerde no podía exhibir demasiada autoridad ante los otros sheks sin desvelar su verdadera esencia. Pero estaba obligando a Shizuko a ejercer la suya. Algunos dudaban ya de que una shek encerrada en un cuerpo humano pudiese ser una buena líder para ellos. El propio Christian era un traidor que no solo había dejado de ser útil, sino que además seguía desafiando a la autoridad de los sheks. Shizuko debería castigarlo por ello. Si no lo hacía, los sheks podrían obligarla a elegir a alguien que la sustituyera como soberano de los sheks. Alguien que no solo mataría a Christian sin dudar sino que, además, podía desahuciarla a ella. Por no hablar de lo que podría hacerle Gerde si volvían a encontrarse.

«¿Por qué has vuelto?», gimió Shizuko en su mente, angustiada. Christian detectó verdadera preocupación en ella, y se sintió conmovido.

«He vuelto a buscarte», dijo solamente. «Pero para eso necesito saber que vas a venir conmigo».

Los ojos rasgados de Shizuko se abrieron de par en par, reflejando una sorpresa que su rostro, tan frío, no solía mostrar.

«Eso no es justo», replicó ella. «Si no eres capaz de tomar una decisión, asúmelo, en lugar de ponerme a mí contra la pared. Sé que quieres que te traicione para poder regresar junto a tu unicornio con la conciencia tranquila, pero no voy a seguirte el juego, porque no es asunto mío».

«Puede que tengas razón. Pero eso no quita el hecho de que, tarde o temprano, tendrías que enfrentarte a esto».

—Cierto, te ordené que me trajeras a la muchacha, y me has desobedecido —le dijo ella en voz alta, respondiendo a la pregunta de Gerde—. Pero siento curiosidad por saber por qué has regresado. Sabías que te mataríamos si te negabas a cumplir mi petición. Si deseas volver a ser considerado uno de nosotros, no deberías contrariarme. Sobre todo teniendo en cuenta que juré no hacer daño a la chica.

Christian le devolvió una larga mirada.

—Ella es un asunto personal —dijo—. Pertenece a mi
usshak.
Si de verdad me consideráis un shek, deberíais respetar esto. Y si creéis que no soy uno de vosotros, entonces no tengo por qué obedecer a Ziessel. Y mucho menos a Gerde.

—Pero no debemos olvidar quién es ella —dijo entonces Gerde, con una dulce sonrisa—. Si puede entregar la magia, aún es peligrosa: recuerda que mató a Ashran, junto con el dragón... y junto contigo. No creo que debamos dejar pasar esto. Si es inofensiva, no vale la pena pensar más en ella. Pero, si te niegas a traerla, ¿qué vamos a pensar? Dos de los asesinos de Ashran siguen juntos. ¿Cómo sabemos que no conspiran contra nosotros?

—Gerde, tú sabes que quiero protegerla —dijo Christian—. No tengo ninguna intención de obligarla a luchar de nuevo.

—Oh, sigues encaprichado de ella —ronroneó el hada—. Qué curioso que alguien que se precie de ser un shek oculte en su
usshak
a una criatura medio humana, medio unicornio. Si eres un shek... ¿no deberías tener otro tipo de intereses? ¿Una shek, por ejemplo?

Los pensamientos de Christian y de Shizuko se entrelazaron rápidamente en una misma idea:

«Lo sabe».

Pero Christian había detectado un leve rastro de dolor en la mente de Shizuko, y supo que Gerde había logrado sembrar la duda en su corazón.

Los otros sheks sisearon por lo bajo, desaprobando las palabras de Gerde. Habían captado la insinuación. Sabían que ninguna shek mantendría una relación con un híbrido, pero la misma Ziessel tenía un cuerpo humano. Y los veían a ambos juntos muy a menudo.

Por un lado, la idea les resultaba repugnante. Por otro, si Christian prefería a Victoria antes que a Ziessel, la reina de los sheks, no debía de tener tanta esencia de shek como decía y, por tanto, ellos no tenían por qué respetarle a él, ni tampoco su
usshak.

—Las preferencias de Kirtash no vienen al caso —dijo Shizuko con frialdad—. Dada su naturaleza, dudo mucho que tenga opción.

Akshass entornó los ojos, irritado. Sabía perfectamente que estaba mintiendo. Sabía que realmente tenía opción, que la reina de los sheks podría haberlo acogido a su lado. Pero insistía en proteger a esa joven, una enemiga, y ello solo podía acarrearle la muerte.

El shek se alzó sobre sus anillos, cansado de ser simplemente un observador, e intervino en la conversación; y su voz telepática sonó en las mentes de todos.

«Sí que viene al caso, Ziessel», dijo. «Tal vez tu lamentable accidente te hace experimentar cierta simpatía por el híbrido, simpatía que te impide analizar la situación con frialdad. Pero lo cierto es que la sangrecaliente tiene razón. Le hemos dado al híbrido una segunda oportunidad que no merecía, y ahora discute a su reina una petición que me parece razonable. Todavía no nos ha aclarado si el unicornio conserva o no su poder, y, teniendo en cuenta sus reticencias a hablar del tema, me temo que es así. Protegiendo a la asesina de Ashran y desobedeciendo el deseo de su reina, el híbrido no demuestra arrepentimiento, sino todo lo contrario; para mí está claro que sigue siendo un traidor, y ya se me ha agotado la paciencia. No veo por qué perdemos el tiempo tratando de decidir si debe seguir con vida o no».

Los otros sheks sisearon, mostrando su aprobación. Gerde sonrió.

—Entonces, ¿esas son mis opciones? —dijo Christian en voz alta—. ¿Traeros a Victoria o ser ejecutado, por traidor?

—No se trata de eso, Kirtash —respondió Shizuko—. Se te está juzgando por delitos pasados, delitos contra toda la raza shek. Deberías haber sido condenado por ellos hace mucho tiempo y, no obstante, se te ha perdonado la vida... con la condición de que vuelvas a ser útil a los tuyos. A tu reina... a tu dios. Si no aprovechas esta oportunidad, no tendremos más remedio que seguir considerándote un traidor y un enemigo peligroso.

Christian y Shizuko cruzaron una mirada. Sabiéndose en peligro, Christian había cerrado en banda su mente para evitar cualquier posible ataque telepático. Y, no obstante, el canal privado que había creado para Shizuko seguía abierto. Ella se percató de esta circunstancia.

«No deberías hacer esto», le dijo.

«Yo creo que sí», replicó él. «Si crees que merezco morir, entonces mátame tú misma».

«Creo que mereces morir», respondió ella. «Pero no quiero matarte, así que no me obligues a hacerlo».

«Entonces, no me obligues tú a elegir entre Victoria y tú. Lamento decirlo, pero podrías salir malparada».

«No tanto como piensas. Si es cierto que la prefieres a ella, entonces eso significa que no eres lo bastante shek como para merecerme».

—No voy a entregarme, así, sin más —dijo Christian, con suavidad, pero con firmeza—. El que quiera ejecutarme, tendrá que enfrentarse a mí primero.

Akshass entornó los ojos.

«¿Estás sugiriendo un combate mental?»

—Hay cosas en mi mente que considero demasiado valiosas como para arriesgarlas de ese modo —repuso Christian—. No; me estoy refiriendo a un combate cuerpo a cuerpo.

Los sheks sisearon, disgustados. No tenían por costumbre pelear cuerpo a cuerpo, excepto cuando estaban realmente furiosos, o cuando luchaban contra enemigos que no poseían una mente adecuada para el combate mental.

«¿Lo crees adecuado, Ziessel?», le preguntó Akshass a Shizuko.

Ella tardó un poco en contestar.

—Entiendo que el híbrido quiera luchar por su vida —dijo—. No obstante, lo veo innecesario. Porque, aunque llegara a derrotarte, después tendría que luchar contra cualquier otro que desease ejecutarlo. Acabará muriendo de todas formas. Pero si desea morir luchando, no veo razón para negárselo.

«Sea», dijo Akshass entonces. «Pelearé contra ti en un combate cuerpo a cuerpo».

—Gracias —respondió Christian, y se transformó lentamente en shek.

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