—Venga, capitán… no se habrá tragado toda esa mierda, ¿verdad? Nosotros les proporcionamos las claves. Esto estaba planeado para que ocurriese justo antes del día cuatro, para que hubiese más preocupación para este evento. Me puse loco de contento cuando oí que íbamos a venir aquí porque eso significaba que todo, absolutamente todo, estaba en su sitio. Lo único que tienen que hacer es gastarse una cantidad ingente de dinero en investigación e inoculación. Ese Bruce Lee del DCM ya está trabajando en el tratamiento. En Filadelfia hay suficientes agentes y polis para contener la infección. Nada de esto saldrá del centro. Le alegrará saber que esta fue la última difusión de la plaga que había planeada. No…, esto no es el fin del mundo, solo es cuestión de pasta. Siempre ha sido así y siempre lo será.
—Diez millones de dólares me parece un precio demasiado bajo por tu alma, Skip.
—Me las arreglaré. Sobre todo en el lugar al que voy. Puedo vivir bien y estar ilocalizable para el resto de mi vida.
—¿Y qué pasa con la gente que ha muerto? Todos los agentes del DCM, la gente que se convirtió en caminantes en la planta de procesado de cangrejo…
Busqué un destello de conciencia en sus ojos, pero no había nada. Estaba muerto por dentro, como un caminante.
—¿Y a mí qué coño me importa? Yo no soy más que un jugador. Si quiere culpar a alguien, jefe, culpe al gilipollas al que le acaba de disparar. Sí, ese era El Mujahid. Le hicieron unos apaños para que se pareciese a un agente del Servicio Secreto. Yo me ocupé de conseguirle la documentación y la identificación justo antes de que mi jefe me transfiriese al DCM. Todo salió muy bien.
—Tu jefe. ¿Te refieres a Robert Howell Lee?
Skip parpadeó, pero se recuperó rápidamente.
—Muy bien. Quizá usted sea mejor de lo que pensaba, pero ahora ya no importa. Puede quedarse con Lee. No me importa una mierda. Es una comadreja. Yo… saldré de aquí.
—Por lo menos dime una cosa, Skip —dije—. ¿Quién inició todo esto? Apuesto a que alguna compañía farmacéutica con los terroristas como ayuda de alquiler.
Él volvió a parpadear.
—De acuerdo, tres puntos más para usted. Sí, toda esta mierda es un gran negocio.
—¿Te importaría decirme qué compañías?
—¿Para qué? —dijo, y luego se encogió de hombros. Seguía apuntándome con una de las pistolas, pero bajó la otra y avanzó un par de pasos. Entonces le puso la otra pistola en la cabeza a Top—. En realidad no sé mucho más que usted. Lo único que me dijeron es que una gran empresa farmacéutica paga las facturas. —De nuevo hizo un gesto con la cabeza señalando el lugar donde estaba El Mujahid en medio de un gran charco de sangre—. Alguien va a ganar mucho dinero.
—Quizá, pero no podrán gastar demasiado. Los atraparemos.
Él resopló.
—El DCM puede, pero no usted, capitán. Y aunque lo hagan, ¿a mí, qué? Yo no soy más que un peón contratado. No tengo ningún interés personal en esto pase lo que pase y cuando tiren de la manta ya estaré muy lejos, en la tierra de «Y vivieron felices para siempre». Apuesto que el lugar al que voy ni siquiera sale en los mapas.
—Niñato, si salgo de esta —dijo Top en voz baja— más te vale que no dejes de mirar a tus espaldas porque un día de estos estaré ahí.
—Vaya, ¡pero qué miedo tengo! —dijo, y volvió a empujar a Top con la pistola—. Intenta perseguirme, viejo, y te cortaré las pelotas y luego te las haré tragar.
De repente se escuchó otra ráfaga de disparos procedente del final del pasillo. En la Cámara de la Campana. Grace.
Skip sonrió.
—Apuesto a que todos podemos adivinar lo que está ocurriendo ahí fuera. La locura de los zombis y todo retransmitido por la televisión nacional. Va a ser un alucine. Pero también es el momento perfecto para salir de aquí cagando leches. Un poco de histeria resulta muy útil, ¿no le parece, capitán?
—Para alguien que supuestamente es un asesino a sangre fría como tú, estás hablando demasiado. ¿Cuál es el problema? ¿No te atreves a dispararle a tus compañeros de equipo?
Él se rió.
—Tío, eso es precioso. Pareces recién salido del curso de Psicología 101: intentar manipular las emociones del secuestrador estableciendo un vínculo entre él y sus cautivos. Por favor… No, capitán, quería asegurarme de tener la oportunidad de devolverle la patada en el culo que me dio el otro día. No se me da muy bien eso de perdonar y olvidar.
—¿Quieres otra oportunidad? Venga. ¿Quieres una lucha cuerpo a cuerpo o prefieres una pelea con cuchillos? Según tu expediente eres muy bueno con la navaja…
—Sea realista. ¿Cree que soy idiota? Sé que me puede ganar en una pelea. ¿Por qué cree que no estoy jugando limpio, gilipollas?
—De acuerdo… entonces me has confundido. ¿Qué tienes en mente?
—Quiero ver cómo le da una paliza alguien a quien no le pueda ganar.
—¿Ah si? ¿Y quién va a ser esa persona?
—Yo… —susurró una voz gutural detrás de mí.
Me di la vuelta.
El corpulento El Mujahid estaba en el umbral de la puerta. Y, sí, estaba muerto, aunque no es que importase demasiado ahora mismo. Me sonrió y me enseñó los dientes.
Entonces Skip dijo con una voz burlona:
—¿A que es una putada?
Gault y Amirah / El búnker
Gault tuvo que gatear por dos túneles de acceso y bajar por cuatro frías escaleras metálicas para alcanzar el corazón del edificio, que estaba en un nivel muy inferior del búnker. Intentaba llegar a un juego de mandos que había construido en el búnker desde el principio, por si acaso el resto de las opciones fallaban. Ponía mucho cuidado de no hacer ruido, por si Amirah o alguna de sus criaturas, vivas o muertas, lo habían seguido. Allí abajo todo estaba prácticamente a oscuras, solo había luces de seguridad cada treinta metros, por lo que tuvo que ir a tientas. También hacía un calor insoportable.
Debajo del búnker había un agujero que daba a una corriente de lava enterrada en lo más profundo del desierto. La energía geotérmica que alimentaba el búnker era prácticamente ilimitada y una serie de seis conductos de ventilación, tuberías de ochocientos metros cada uno, evitaban que los conversores térmicos se sobrecargasen. Aunque la mitad de ellos se estropeasen, la ventilación evitaría una sobrecarga crítica en la unidad. Pero había un único punto en el que todas se juntaban: un eje vertical gigante perforado en el tejado de catedral de la cámara de lava. Los gases sobrecalentados subían por el eje y luego se dispersaban por los seis conductos de ventilación, que estaban inclinados hacia arriba. El calor siempre va hacia arriba y eso mantenía los motores en funcionamiento y, al mismo tiempo, creaba una vulnerabilidad, porque el calor solo podía despresurizarse si nada lo evitaba. Si se bloqueaban los conductos de ventilación, todos ellos, el calor quedaría atrapado debajo de los generadores. Con la lava canalizando tanto calor solo harían falta minutos para que los generadores se fundiesen o explotasen. En cualquier caso, activaría todos los dispositivos de seguridad del búnker, protocolos tan arraigados en la estructura de la unidad y con tantas redundancias que incluso un intento deliberado de desactivarlos los activarían. Una vez activado, el sistema de seguridad enviaría señales eléctricas a los pernos explosivos que harían que se cerrasen y se soldasen todas las puertas. A continuación, el sistema de seguridad activaría una serie de ventiladores de aleación recubiertos de amianto que empujarían los gases recalentados hacia todas las salas y cámaras del búnker. Gault había diseñado el búnker de aquella manera para evitar que escapasen sus patógenos.
En realidad no quería destruir el mundo. Lo único que quería era ser el más rico de la Tierra.
Gateó por el túnel sudando y avanzando lentamente hacia un lugar que solo se podía encontrar por el tacto: unas marcas tipo Braille que Gault había grabado personalmente en la plancha de acero. Detrás de aquella plancha había seis palancas hidráulicas. Cada una haría que cayese en torno a una tonelada de rocas sobre cada una de los conductos de ventilación aplastándolos. Coser y cantar.
Le quedaban doce metros por delante.
Nueve. Seis. Y entonces lo oyó, una voz susurrando en la oscuridad muy cerca de él.
—Sebastian —dijo ella, con una voz suave, dulce y terrible a la vez.
Centro de la Campana de la Libertad / Sábado 4 de julio; 12.19 p. m.
Me aparté de El Mujahid al verlo salir con paso firme de la oscuridad de la oficina.
—¡Madre de Dios! —oí susurrar a Top.
El maquillaje del rostro de El Mujahid se había corrido y le daba un extraño aspecto derretido. Al desaparecer reveló un terrible corte, como hecho con una navaja, que dividía en dos su rostro. Era la primera vez que estaba tan cerca de él. Mediría casi dos metros y pesaría como ciento diez kilos. Se sacó la chaqueta que había llevado como parte de su disfraz del Servicio Secreto, luego se aflojó el nudo de la corbata, se la sacó y la tiró al suelo. Tenía la camisa blanca empapada de sangre y se tocó los agujeros de las balas. Estaban en lugar adecuado, deberían de haberle atravesado el corazón. Entonces sonrió.
—Funcionó —dijo maravillado—. Mi princesa ha encontrado el modo…
Skip dijo:
—Ahí tiene un incentivo, jefe. Puede que los que me contrataron no intentasen acabar con el mundo… ¿pero este gilipollas? Mierda, pero si es el jinete del Apocalipsis. Si consigue salir de aquí, el juego habrá terminado.
El Mujahid le gruñó a Skip y por el rabillo del ojo pude ver a este observando al gran terrorista con una mezcla de admiración y repugnancia. Luego me di cuenta de que Top me estaba mirando fijamente con sus intensos ojos oscuros y sin parpadear. Tenía los brazos pegados al cuerpo y, al girar la cara hacia El Mujahid, encogí el pulgar y el meñique de mi mano izquierda para enseñar tres dedos. Entonces encogí el anular, luego el corazón y por último el índice, con la esperanza de que Top hubiese entendido mi gesto correctamente.
De repente me lancé sobre El Mujahid y le di un corte en la garganta con el golpe de cuchillo más fuerte que jamás había utilizado contra un ser humano. En ese mismo instante, Top giró sobre sí mismo con una velocidad acelerada por la adrenalina, el miedo y muchísima indignación. Agarró a Skip por una muñeca con una mano y lo golpeó en el estómago con el codo opuesto. El dedo de Skip se encogió en un espasmo de dolor y apretó el gatillo. La bala le pasó a Top junto a la cabeza y le quemó el lateral de la sien. Top gritó de dolor, pero se levantó del suelo y embistió a Skip haciéndole recorrer la mitad de la sala hasta que ambos chocaron con una mesa de despacho. La pistola salió volando a una esquina.
Skip empujó a Top mientras soltaba un taco y, con un movimiento de muñeca, sacó un cuchillo de la funda de una manga y lo agarró con la mano. Abrió la boca para insultar a Top, pero el sargento primero Sims salió disparado y chocó contra Skip. Ambos se golpearon de nuevo contra la mesa y cayeron rodando por el otro lado, y entonces los perdimos de vista.
No podía ir a ayudar. Yo tenía mis propios problemas.
El golpe que había utilizado con El Mujahid debería haberlo matado. Como mínimo debería haberlo lisiado. Le había hecho eso a muchos hombres.
Pero El Mujahid ya no era un hombre. Tosió, pero luego estiró el pecho y pude escuchar cómo los fragmentos de su hueso hioides hecho añicos se volvían a unir. Fue el sonido más aterrador que jamás había escuchado.
Con una voz ronca, gruñó:
—Mi princesa me ha hecho inmortal. ¡Bendito sea Alá!
Al principio, cuando salió de la sala, sus ojos parecían cansados y adormilados, pero ahora estaban enfocándose. No conseguía entenderlo. Si era un caminante, entonces ¿por qué podía hablar… o pensar?
Dio un paso hacia mí. El primero fue un poco inestable, como si no tuviese claro cómo utilizar su cuerpo. Pero el segundo ya fue más firme y el tercero no mostraba ningún tipo de inestabilidad.
Mierda.
Su rostro adoptó una expresión que era mitad mirada triunfante y mitad hambre mortal y en sus ojos brillaba un destello de fanatismo como si de una llama solar se tratase.
—Alá es el único Dios y yo soy su cólera en la Tierra.
—Lo que tú digas —dije mientras lo esquivaba y le golpeaba en todo el muslo con la punta de acero de mi zapato, un golpe que dejaría inválido a cualquiera. Pero, de nuevo, a él no le hizo nada.
—Es divertido —dijo en farsi—, pero no duele. ¡Oh, Amirah…, cuánto te quiero!
Me agaché para coger la pistola que se me había caído, pero El Mujahid se abalanzó sobre mí. Cualquier torpeza que pudo haber sentido cuando volvió a la vida había desaparecido. A pesar de su tamaño, se movía con la rapidez de un gato; me bloqueó cuando quise coger la pistola y la lanzó debajo de una mesa de una patada. Yo di un giro brusco y me agaché en posición de combate. De acuerdo, pensé, vamos, Joe, ya has hecho esto otras veces. Rómpele el cuello y detén a este cabrón.
Así que salté e intenté agarrarlo por el pelo y la barbilla. La mayoría de la gente probablemente solo habrá visto este movimiento en las películas. No lo reconocería si alguien intentase hacérselo y es tan rápido que cuando la víctima se da cuenta, ya está muerta.
Por desgracia para mí, El Mujahid no era ningún novato. Eludió mi movimiento y me golpeó en las costillas con un puñetazo seco que me levantó por completo del suelo; luego levantó la mano y la dejó caer dándome un golpe que casi me arranca la cabeza. Conseguí levantar un hombro a tiempo para salvar la cabeza, pero El Mujahid era como una locomotora y su puñetazo me hizo caer al suelo. Aterricé con fuerza y, de inmediato, rodé por el piso y conseguí evitar un pisotón que me habría aplastado el cráneo.
La primera dama no dejaba de gritar y me preguntaba si se habría vuelto loca.
Al terminar de rodar me apoyé con las puntas de los dedos de las manos y los pies e intenté coger la 38 que llevaba en el tobillo, pero me hizo un placaje y ambos salimos rodando por el suelo. Al detenernos conseguí levantar una rodilla y colocarla entre nuestros cuerpos y la apoyé contra su pecho mientras él intentaba darme un abrazo de oso. Con esos brazos me habría destrozado la espalda. Eché los hombros hacia atrás y utilicé la gran fuerza de mis piernas para zafarme de él. Él cayó de espaldas y yo volví a intentar coger la pistola. Y esta vez lo conseguí, pero El Mujahid saltó hacia delante como un delfín que sale del agua y cae sobre el borde de la piscina. Fue un movimiento torpe, todo impulso, pero funcionó y consiguió alcanzarme y sacarme la pistola de la mano.