Crisfield, Maryland / Maryland, 1 de julio; 3.34 a. m.
—¡Equipo Alfa! ¡Síganme!
Grace corrió hacia el agujero perforado en el lateral el edificio. Los agentes del equipo Alfa la siguieron a lo que parecía una ducha industrial, pero sus paredes llenas de mugre se habían agrietado con la explosión y una hilera de taquillas de metal habían sido literalmente arrancadas de las paredes. No había señales de vida.
—Redman —dijo ella, y el técnico de explosivos apareció a su lado en un segundo—. Este pasillo parece ser la única salida. Coloca C4. Si los refuerzos no llegan y viene cualquier cosa por ahí que no parezca amistosa, vuele toda esta parte del edificio. Repita mis órdenes.
Y él lo hizo.
—¡Comandante! —dijo Allenson desde unos metros de distancia, en el pasillo. Se arrodilló junto al cuerpo de un hombre que llevaba una bata de laboratorio blanca y esposas de plástico—. Hay un prisionero. Tiene el cuello roto. La explosión debió aplastarlo contra la pared.
—Preocúpese por eso más tarde —dijo, alumbrando el pasillo con la linterna. Todas las puertas del pasillo estaban entreabiertas—. En formación de a dos —ordenó. Los agentes pasaron delante de ella cubriéndose los unos a los otros mientras abrían las puertas y apuntaban el interior de las salas con sus pistolas y sus linternas. Cuatro de ellas estaban vacías, pero apestaban a restos humanos, a sudor y a miseria. En las esquinas había unos bultos indefinibles que podrían ser cuerpos. O partes de cuerpos.
A unos treinta y seis metros, en el pasillo, vieron signos evidentes de otra explosión; probablemente la que habían oído desde fuera. Las paredes habían explotado y el pasillo estaba lleno de escombros. Al echar un vistazo pudieron ver los ordenadores secuenciadores de tecnología punta de los que había informado Joe. La mayoría de ellos estaban derretidos o hechos pedazos, pero parecía que algunos habían sobrevivido a la explosión.
—¡Comandante! —gritó Allenson—. ¡Dios mío!
Grace salió de la sala de ordenadores y se quedó de piedra. Lo que había tomado por montañas de escombros era algo radicalmente distinto. Los decididos haces de luz de las linternas del equipo revelaron una montaña de cadáveres. Los escombros y el polvo de ladrillo los cubrían casi por completo, pero cuando Grace alumbró con su linterna la montaña vio que había docenas de cadáveres.
—¡Por Dios! —dijo Grace sin aliento—. Esto no lo hizo la explosión. —El suelo estaba cubierto de casquillos de bala y el aire estaba plagado de cordita.
Había una habitación más que tenían que comprobar antes de escalar sobre los muertos para seguir el pasillo. Dos agentes flanquearon la puerta y uno de ellos entró.
—¡Comandante! ¡Aquí!
Grace entró por la puerta. Había siete cadáveres en el suelo, todos con varios disparos en la cabeza. Y en la esquina, hecho un ovillo, temblando por la conmoción y por el frío a pesar del terrible calor que hacía, había un hombre. Tenía la ropa rasgada, la cara manchada de sangre y los ojos desorbitados. A su alrededor, el suelo estaba lleno de casquillos y estaba sujetando una pistola con manos temblorosas.
—¡Arma! —gritó Allenson y, al momento, el pecho del hombre estaba lleno de miras láser de color rojo.
—¡No disparen! —gritó y bajó rápidamente la pistola—. ¡Por favor… no disparen!
Grace Courtland le iluminó la cara con la linterna.
Era Skip. Grace se acercó a él, le sacó el arma y se la pasó a Allenson.
—Tyler… ¿está herido? Tyler, ¿le han mordido? —le preguntó.
—No —dijo medio ahogado, y luego negó con la cabeza. Se miró la sangre de la ropa—. No… no es mía. Es… es de…
—Tranquilo, marine —le dijo para tranquilizarle—. ¿Dónde está el equipo Eco? ¿Dónde están sus hombres? —Y, aunque no quería preguntarlo, lo hizo—. ¿Dónde está el capitán Ledger?
Skip sacudió la cabeza.
—No lo sé. Ocurrió algo… Me desmayé y desperté aquí… ¡y esas cosas estaban por todas partes! —Se frotó el cuello y Grace lo alumbró.
—Parece una quemadura —dijo Allenson, y luego especuló—, ¿táser de chorro?
Grace le hizo una señal a uno de sus agentes.
—Beth, vuelva a la salida e informe a los refuerzos de la situación. Dígales que vengan a buscarnos y hágalo rápido, por Dios. Nosotros seguiremos buscando al equipo Eco.
Beth miró a Courtland y luego a la montaña de muertos que bloqueaban el pasillo.
—Dios mío… ¿realmente piensan pasar por encima de todo eso?
—Como se suele decir, la vida es una mierda. —Era un chiste malo y, en cuanto lo dijo, Grace se arrepintió de haber abierto la boca. La segunda parte de aquella frase era: «Y después te mueres». No lo dijo, pero quedó suspendido en el aire como una maldición.
El pasar por encima de los cadáveres fue horrible.
No pienses, no pienses, se decía a sí misma mientras llegaba a la cumbre de la montaña de muertos. No pienses. Bajó como pudo por el otro lado y saltó sobre el hormigón en cuanto le fue posible, feliz de sentir la dura realidad bajo sus botas en lugar de la blanda locura de la carne y de los huesos sobre los que había pasado. Su equipo la seguía y pudo ver sus rostros pálidos y conmocionados, la boca tensa y los ojos brillantes. Algunos parecían furiosos, otros dolidos. Recorrieron en silencio el resto del pasillo comprobando las últimas puertas, pero no encontraron nada con vida.
Al llegar al cruce en forma de «T» se detuvieron. Contando a Beth, a Redman y a los francotiradores de la entrada eran nueve, diez con ella. Envió a Allenson con cuatro agentes por el pasillo de la izquierda y ella fue hacia la derecha.
El sargento mayor Mark Allenson tenía treinta años, había estado en las Fuerzas de Reconocimiento de los marines durante cuatro años y llevaba catorce meses trabajando como agente del DCM. Era mordaz, inteligente y había sido elegido por la comandante Courtland para ser su segundo de mando. Confiaba en su juicio y en las habilidades y capacidades que había demostrado en siete tiroteos distintos relacionados con el DCM. Al equipo le caía bien y Grace era consciente de que era más popular entre las tropas que ella, como tenía que ser. Siempre era mejor tener a un número dos más humano; eso le permitía a ella mantener las distancias necesarias.
Allenson corría por el pasillo con su rifle apuntando a su línea de visión. Llegaron a otra encrucijada y Allenson levantó la mano para que el equipo se detuviese. El suelo estaba lleno de desechos extraños: ropa, efectos personales, juguetes. Comparó la cantidad de objetos con el número de cadáveres que habían visto en el pasillo y no le salían las cuentas. Había muchos cuerpos allí, pero parecía que los deshechos pertenecían al doble de personas. Quizás al triple.
Avanzó lentamente atravesando el agua llena de óxido hasta la intersección y echó un vistazo. Había una puerta de acero atada con una cadena muy gruesa. Sintió un escalofrío. Vio las marcas color marrón chocolate en las paredes y lo unió todo en una imagen mental que no le gustó demasiado.
—¡Jesús! —susurró mientras se alejaba de aquello.
De repente, una luz de emergencia situada a su izquierda empezó a arder y a quemarse, lanzando chispas al pasillo que cayeron sobre una gran pila de periódicos viejos y de ropa desgarrada que sobresalía de un cubo de basura. El papel prendió de inmediato y creó una llama grande y alta. Allenson dio otro paso atrás, pero uno de los trozos de papel en llamas se cayó del cubo y fue a parar a otro montón de harapos. De repente notó un ligero aroma a productos químicos en cuanto los harapos se incendiaron.
—Sargento —dijo uno de sus hombres— hay un extintor de incendios ahí mismo. —Y estiró el brazo para cogerlo.
Allenson se giró y abrió la boca para gritar «¡No!».
Pero todo explotó antes de poder pronunciar una sola palabra. Él y su equipo se evaporaron en un abrir y cerrar de ojos.
Grace sintió la explosión incluso antes de oírla y cuando se giró hacia el lugar del que provenía el ruido, la onda expansiva la alcanzó y la lanzó contra la pared. Rebotó y cayó de rodillas. El golpe la dejó sin aliento y, mientras luchaba por respirar, una nube de humo la envolvió, llenándole los pulmones y haciéndola entrar en un paroxismo de dolorosa tos. El polvo del hormigón se le metía en los ojos, que le escocían. A su lado oía a lo que quedaba de su equipo atragantándose y quejándose, pero de repente no oía nada y le llevó un rato darse cuenta de que se había quedado medio sorda a causa de la explosión.
La explosión.
—Allenson… —dijo respirando entrecortadamente—. Dios mío…
Grace buscó a tientas su arma y la encontró medio enterrada entre los escombros. La cogió y utilizó el cargador como muleta para ponerse de pie. El humo se estaba disipando, pero solo conseguía ver un mundo gris y emborronado. Se sacó el cuello de la camiseta por la abertura del chaleco de Kevlar y lo utilizó como filtro. Sus pulmones protestaban, querían toser, pero Grace dominó los reflejos, luchando por conseguir calma física. Cuando fue capaz, dijo con voz ronca:
—Equipo Alfa… ¡recuento!
Respondieron algunas voces. Solo unas pocas. Y cuando los reunió vio que todo lo que quedaba de su equipo original eran cuatro agentes, todos cubiertos de sangre y heridos. Volvió a trompicones hasta el cruce en forma de «T» aferrándose a la esperanza de que hubiesen sobrevivido uno o dos más. Pero no había nadie. Las paredes del pasillo habían desaparecido y había un cráter gigante en el suelo. Vio algún cascote, parte de una pistola, una mano… y poco más.
Delante de ella, al otro lado del cráter humeante que había en el pasillo, donde antes estaban las gruesas puertas de acero, vio movimiento. Unas figuras tan pálidas como el humo que las rodeaba comenzaron a moverse hacia ella. Grace levantó la linterna e iluminó con ella la sala cavernosa. Vio al menos una docena de cadáveres con los cuerpos destrozados por la explosión. Pero detrás de ellos, llenando la sala casi de pared a pared, había caminantes. Cientos de ellos. Algunos, los que estaban más cerca de la puerta, estaban destrozados y les faltaban brazos y trozos de carne. Los que estaban más lejos seguían enteros. Todos estaban mirando el agujero de la pared. Vieron la luz y siguieron con la mirada el haz hasta su fuente, y entonces sus ojos se clavaron en Grace. Era una masa de cosas muertas que arrastraban los pies, todos con los ojos negros y la boca roja, que abrían y cerraban como si se preparasen para un truculento banquete; y todos a una, soltaron un alarido de necesidad sobrenatural y comenzaron a moverse hacia ella.
—No…, Dios…, no… —dijo alguien a su lado. Era Jackson, el único sargento que le quedaba. Grace sabía que enfrentarse a ellos era un suicidio.
—¡Retírense! —gritó, pero en cuanto se movió, los caminantes se lanzaron sobre los cuerpos de sus propios muertos.
Entonces, a otro lado de la esquina del pasillo, oyó el ruido intermitente de disparos de armas automáticas. Incluso medio sorda, Grace reconoció el ruido de las AK-47.
—Joe —dijo para sí, y luego gritó—: ¡Joe!
Se dio la vuelta y corrió por el pasillo en dirección a los disparos. Jackson, Skip y los Alfas que quedaban la siguieron. Al menos esto era algo contra lo que sí podían luchar; era algo que podían entender.
Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 3.38 a. m.
Una segunda explosión sacudió todo el edificio, esta vez diez veces más fuerte. Del techo cayeron trozos de escayola y de metal, y varias luces se pusieron blancas y luego explotaron formando fuentes de chispas blancas. Todos nos agachamos, mirando a nuestro alrededor, esperando a que cayese el último trozo, pero después de un rato el estruendo se detuvo y el edificio se hundió en un silencio sepulcral.
—¿Qué demonios fue eso? —gruñó Bunny.
Top escupió polvo de escayola.
—Todavía no es la caballería, chicos. Ese tipo de explosión no es suya.
Al otro lado de la puerta comenzaron de nuevo los disparos, pero así nunca conseguirían entrar. Me preguntaba por qué se molestaban. Luego me di cuenta: los disparos no siempre tienen que ser un ataque, también podrían ser un señuelo.
—¡Grace! —dije en voz alta, y justo después se escuchó una ráfaga de disparos. Definitivamente, esta vez eran MP5. Me quedé quieto y miré a Bunny, que estaba sonriendo.
—Ahora sí —dijo—. Es la caballería.
Solo había dado un paso hacia la puerta cuando la pared voló por los aires. Yo me lancé hacia la izquierda y empujé a Ollie para quitarlo de en medio y esquivar la puerta, que caía hacia dentro. Top dio un pequeño paso lateral para que no le cayese encima un trozo enorme de metal retorcido, pero a Bunny le dio en el casco un bloque de hormigón del tamaño de una pelota de béisbol y lo noqueó.
Unas figuras empezaron a moverse en el humo; Top y yo salimos disparados cada uno a un lado y nos agachamos detrás de las mesas de laboratorio, con las armas en alto y niveladas. Dos figuras entraron de un salto en la sala blandiendo armas y gritándonos que no nos moviésemos, que dejásemos las armas. Gritaban en inglés. La voz más fuerte pertenecía a una mujer.
Era Grace.
Comencé a sonreír, pero luego le vi la cara ensangrentada y la expresión salvaje y casi inhumana de sus ojos. El dedo que tenía en el gatillo hizo una contracción nerviosa al mismo tiempo que mi corazón golpeaba contra las paredes de mi pecho. ¡Jesús! ¿Está infectada?
—¡No disparen! —grité, y todo el mundo se quedó quieto—. ¡Grace! ¡Atrás, atrás!
Se giró hacia mí levantando el cañón de su arma. Tenía el pelo cubierto de polvo gris y cortes en las mejillas y la frente de los que le brotaba sangre. Estaba jadeando, ya fuese del esfuerzo, del estrés o de la infección, no sabría decirlo. Aunque me dolió en el alma hacerlo, puse el mortífero punto rojo de mi visor láser en su pecho, sobre el corazón.
—¡Grace… atrás! —grité.
—¿Joe…? —Unos cuantos agentes del equipo Alfa se arremolinaron a su alrededor, todos sangraban, todos tenían el uniforme lleno de polvo y desgarrado. Me estaban apuntando a mí. No habían visto a Top en su escondrijo. Ollie estaba conmigo, en el suelo, junto a la mesa, desarmado. Bunny no se había movido de donde había caído.
—Atrás —insití manteniendo el tono de voz—. No te lo repetiré.
—Joe… ¿estás herido? Los caminantes…
—Nadie está infectado, Grace. ¿Y vosotros?
Tomo aire y luego sacudió la cabeza mientras bajaba el arma. Luego le dijo a su equipo que se retirase.