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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (30 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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Capítulo 44

 

Cuando el mini concierto de Melendi dio a su fin, Gabriel
propuso a Jessica ir a un Pub cercano para tomar una última copa, a lo que, por
supuesto, ella accedió encantada. 

—Espera aquí —le dijo—, voy a hablar un momento con Ramón.

Gabriel le dio un sonoro beso en los labios y se encaminó
hacia el escenario desapareciendo tras las bambalinas. Al cabo de poco rato,
regresó de nuevo pero esta vez acompañado de su amigo.

—Ramón, quiero presentarte a Jessica.

Ella se incorporó del sofá para recibirle.

—Encantado... ángel de cabellos negros... —sonrió
acercándose a sus mejillas para darle dos besos.

—Lo mismo digo, Melendi.

—Ramón, para los amigos... —le enseñó los dientes al volver
a sonreír—. Todos los amigos de Gabriel, también son mis amigos.

—Por supuesto, Ramón —asintió devolviendo la sonrisa
educadamente.

—¿Hace mucho que os conocéis?

—Casi cuatro semanas.

—Me ha dicho que eres su jefa...

—Sí, de lunes a viernes... —añadió Gabriel divertido— Los
demás días solo somos Gabriel y Jessica...

—Una vez tuve una jefa y nos llevábamos a matar... soléis
ser muy duras con los hombres...

—Porque si no os descarriláis del camino y luego no hay
forma de enderezaros...

Los tres rieron a la vez.

Poco después, salieron a la calle. Ya era casi medianoche y
comenzaron a caminar abriéndose paso entre la gente. Charlaron sin descanso
durante los siguientes minutos hasta llegar al otro local. Gabriel que ya había
estado allí en un par de ocasiones, les sirvió de guía hasta el interior.

El ambiente era bastante tranquilo, ideal para tomarse unas
copas y a la vez disfrutar de buena música. Habitualmente aquel Pub solía
completar su aforo alrededor las dos de la madrugada.

Gabriel les llevó hasta una gran sala abierta en dos
niveles. En el primero había una pequeña pista, la cual estaba rodeada por
amplios sillones de color beige. Decenas de lucecitas de neón colgaban de una
especie de bóveda. El segundo nivel albergaba varios reservados para destacados
socios VIP.

Se acomodaron en el sillón mientras que el divertido ritmo
de la canción “
Blurred Lines” de Robin Thicke
les daba la bienvenida.
Melendi fue a la barra a pedir unas cervezas, por el contrario Gabriel
aprovechó para asegurarse de que todo seguía su curso y marchaba sobre ruedas.

—¿Te gusta este local?

—No es del tipo que suelo frecuentar, pero no está mal.

—Otro día me llevas a uno de esos sitios chic que
vas...

—Pero dudo mucho que te gusten.

—Quizás te sorprenda —le sonrió ladeando la cabeza.

Ramón en seguida regresó con las botellas y antes de
sentarse, las repartió.

Charlaron durante un rato más y poco después se despidió de
ellos, no sin antes intercambiar los números de teléfono para asegurarse de no
volver a perder el contacto con Gabriel.

Cuando de nuevo se quedaron a solas, Jessica aprovechó para
preguntar por su tercer regalo.

—¡Ja, ja, ja...! me parece que te estoy mal
acostumbrando...

Gabriel evitó contestarle y disimuló encendiendo un
cigarrillo.

—Toma, Jess —se lo dio y luego sacó otro de la cajetilla.

—Ya veo que me tocará esperar otro poco más —dijo sujetando
el cigarrillo entre sus largos dedos y llevándoselo a la boca.

—Todavía un poco más… —dijo dando una larga calada— Pero te
prometo que antes de que acabe la noche, tendrás tus tres regalos. Te doy mi
palabra.

Jessica echó la ceniza en uno de los ceniceros y cruzó las
piernas volviendo a mirar a Gabriel.

—Lo cierto es que nunca lo hubiese imaginado.

—¿El qué?

—Que te comportaras de forma tan detallista y tan romántica
con una mujer.

—¿Y por qué no?... ¿Por este aspecto de “pasota” que
siempre tengo?

—Básicamente —se burló.

Gabriel se rió con ganas.

—Bueno... digamos que soy una especie de huevo “Kinder...”
—siguió riendo— y la sorpresa está en el interior...¡ja, ja, ja...!

—Ni que lo dudes.

—¿Y tú?

—¿Yo qué? —enarcó una ceja.

Él la miró a los ojos con descaro.

—Pasas la mayor parte del tiempo tratando de parecer fría y
distante.

—No trato de parecerlo, soy así —añadió sin pestañear.

Gabriel negó con la cabeza, haciendo una mueca con los
labios.

—También tienes tu corazoncillo —le señaló el pecho con el
dedo.

—Yo no estaría tan segura.

—Ya lo creo que sí...

Gabriel le quitó el cigarrillo de los dedos y luego lo
apagó en el cenicero. Palmeó su muslo invitándola a sentarse sobre él. Ella ni
corta ni perezosa, se levantó y se sentó sobre sus piernas.

—He dejado de esperar... —hizo una pausa mirándole a los
ojos intensamente— Porque sé que jamás dirás que me quieres.

Jessica abrió los ojos, sorprendida.

—Pero ya no hace falta, lo tengo asumido —le rodeó su
cintura con los brazos— Sé que me quieres y con eso me basta.

Aquella declaración la dejó sin palabras. Gabriel al darse cuenta
de ello, trató de relajar como pudo el ambiente haciendo un nuevo comentario.

—¿Cómo no vas a adorar a este mozo tan apuesto? —dijo
jocosamente señalándose a sí mismo.

Logró robarle una sonrisa furtiva.

—Me gusta este mozo.

Jessica se acercó para besar su boca y mordisquear
lentamente su labio inferior para luego proseguir:

—Es guapo, es sexy y me pone de cero a mil en solo una
fracción de segundo —dijo mientras frotaba deliberadamente su sexo contra la
entrepierna de Gabriel. Él por el contrario, carraspeó mirando a ambos lados al
acecho de miradas impertinentes.

—Señorita Orson, es usted una descarada.

—Señor Gómez... Sabe usted perfectamente que lo soy. —le
besó—. Y ni se imagina lo que disfruto siéndolo.

Él le devolvió el beso con mayor fervor mientras le clavaba
los dedos en el trasero.

—Vamos a los servicios.

Gabriel esbozó una pícara sonrisa en forma de respuesta.
Segundos después ella ya estaba de pie y tirando insistentemente de su mano.

—Quiero sentirte dentro... y no pienso esperar...

Gabriel sintió como su pene brincaba orgulloso apretando
con fuerza la tela de sus vaqueros.

—Sus deseos son órdenes.

Cruzaron la pista de baile a grandes zancadas llegando
pronto al destino.

—¿El de caballeros o el de señoras? —dudó.

Jessica puso los ojos en blanco, agarró su camiseta por el
cuello mientras al mismo tiempo daba un puntapié a la puerta del lavabo de
mujeres. Entraron al primer cubículo con tantas ansias que ni siquiera se
detuvieron en comprobar si había más personas en los demás. Después cerraron la
puerta casi dando un portazo y colocaron el pestillo de un golpe certero.

—Vamos Gabriel... fóllame, como tú solo sabes hacerlo...

La respiración de ambos comenzó a acelerarse en cuestión de
segundos. Gabriel se abalanzó sobre ella como un halcón hambriento, deseoso de
devorar y alimentarse de sus tentadoras y jugosas carnes.

Y sin perder más tiempo, la estampó contra la pared. Aunque
hubiese poco espacio, Gabriel no desistió. Le abrió la boca con la suya y le
metió la lengua hasta la campanilla. Jessica gimió presa de aquel loco
arrebato. Se excitaba solo con ver a Gabriel devorándola así de aquella forma
tan salvaje y tan ruda. Ambos eran como el mismo fuego, ardientes y pasionales.

Logró deshacerse de la camiseta de ella con un único
movimiento de muñeca. Con prisas, como si el mundo se acabara, metió la mano
dentro del sujetador para sacar uno de sus pechos, luego se lo llevó a su boca,
comenzando a lamerlo y a succionarlo perezosamente. Jessica soltó un gritó al
sentir el primer mordisco en su endurecido pezón. Como de costumbre ese
contraste "dolor-placer" le hacía perder la cordura. Cuando acabó con
uno de los pechos, se dedicó sin miramiento con el otro.

La espalda de Jessica se arqueó golpeando con violencia la
pared, una y otra vez. Cuando Gabriel le concedió una pequeña tregua y dejó sus
pechos para besar su cuello, ella estiró su mano para quitarle los pantalones,
liberando así su larga y gruesa erección. Después, cogió ambos testículos y los
comenzó a masajear con deliberada dedicación.

—¡Dios!... Me vuelves loco... —dijo apretando los dientes
con fuerza.

Gabriel le quitó los pantalones y el tanga al mismo tiempo.
La levantó en volandas y colocando su glande en el orificio de su vagina, lo
deslizó para empaparse de su caliente humedad y después penetrarla de una sola
estocada.

—Como ves yo tampoco puedo esperar...

Jessica volvió a gritar aún con más fuerza, sin reprimirse
en absoluto, sujetándose de sus hombros.

—¿Estás bien? —le preguntó preocupado por su escandaloso grito.

Jessica se rió perversamente.

—Tú dedícate a follarme, Gabriel... —dijo entre jadeos
entrecortados.

Y así lo hizo. La siguiente embestida fue mucho más
profunda y mucho más intensa. Jessica volvió a gritar zarandeando la cabeza.
Tenía la sensación de que en cualquier momento iba a partirse en dos. Aun así,
Gabriel no se detuvo, sino todo lo contrario incrementando así el número y la
fuerza en las acometidas.

Los constantes y repentinos golpes contra la pared y los
jadeos descontrolados, resonaban en toda la estancia.

—Estoy a punto Gabriel... ¡córrete conmigo...! —balbuceó
Jessica casi sin aliento.

—Claro que sí...

Clavándose una vez más en ella, se dejó ir, ahogando los
violentos gruñidos de placer en la boca de ella.

Y sus piernas eran lo más parecido a un postre de gelatina,
temblaban ya casi sin fuerzas.

—Jamás me cansaré de estar dentro de ti —le susurró al
oído.

—Gabriel...

—Dime —contestó murmurando con los ojos cerrados mientras
la dejaba en el suelo.

—Hace un par de semanas que tienes la absoluta
exclusividad.

Él frunció el entrecejo, perplejo. Le había asegurado que
tenía varios amantes, de los cuales disfrutaba a su antojo.

—¿Hace dos semanas?

—Eso he dicho.

—Desde el viaje a Las Vegas.

—Más o menos —le sonrió.

—¿Por qué has tardado tanto en decírmelo?

—¿Por qué tendría que haberlo hecho?

Gabriel sonrió de nuevo y su corazón dio un brinco. Esa era
una declaración en toda regla. Por lo visto ya no tenía amantes, solo a él.
Viniendo de Jessica eso eran palabras mayores.

—Me ha apetecido decirlo pero no le des demasiadas vueltas.
Solo quería que lo supieras.—dijo mientras se vestía—. Venga, invítame a una
copa y dame mi tercer regalo... creo que ya me lo he ganado con creces.

—De eso no me cabe la menor duda...

Gabriel tras limpiarse y vestirse, abrió el pestillo y la
puerta. Cogió a Jessica de la cintura y cuando iban a salir se encontraron con
unos ojos verdes que les observaban a través del espejo.

Daniela abrió los ojos como platos y comenzó a ruborizarse
rápidamente. Se había quedado con las manos bajo el chorro de agua tibia,
petrificada. Gabriel se acababa de tirar a su jefa en uno de los lavabos y por
lo que podía llegar a intuir, no era ni la primera, ni la última vez que lo
harían.

—Pero... ¿qué coño?...

Gabriel no pudo acabar la frase, sus brillantes ojos verdes
no paraban de lanzarle dardos venenosos. Jessica se quedó ojiplática, era la
misma chica que Gabriel insistió tanto que encontrara cuando tuvo que volar a
Barcelona de forma repentina.

Jessica se acercó hasta Daniela y le cerró el grifo.

—Te recuerdo. Eres Daniela, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza dejando de mirar a Gabriel para
mirarle a ella.

—¿Has venido con alguna amiga?

—Ehm... no... —titubeó—. Con Eric...

Gabriel arrugó la frente al escuchar el nombre de su amigo.
¿Qué estaba haciendo con él? Ya le advirtió que se mantuviese alejada de él. El
muy sinvergüenza... seguro que había desplegado todo su arsenal de seducción
para llevársela a la cama.

«¡Joder!... si es así, voy a partirle la cara a ese
capullo...»

—¿Eric no es tu amigo, Gabriel? —Le preguntó Jessica
sonriente— ¿Por qué no nos tomamos una copa con ellos?

«¿Con ellos?... No es buena idea, ¡primero tengo que
dejarle sin dientes!»

Jessica miró a Gabriel confundida. Tenía un gesto extraño
en su cara, parecía estar muy enojado.

—Me apetece conocer a tu amigo.

—Nosotros ya nos íbamos —añadió Daniela.

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