Otoño en Manhattan (24 page)

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Authors: Eva P. Valencia

BOOK: Otoño en Manhattan
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Ya no podía mentirle más, así que con un evidente deje de
consternación y resignación en su hilo de voz, le respondió:

—Dentro del polideportivo junto a las pistas de atletismo.
No estoy sola, estoy con Jessica Orson.

—En dos minutos estaré allí. Ni te muevas... —dicho esto
concluyó así con la llamada telefónica.

Jessica sin mediar ninguna palabra más con Caroline,
comenzó a caminar hacia la puerta acristalada, en aquel lugar no se le había
perdido nada más, se sentía orgullosa por haber logrado su cometido. Ahora le
cedería el turno a su cliente Peter Kramer, a quien le compadecía por
tener a una hija así.

Pero instantes antes de cruzar el umbral de la puerta, se
giró y dijo unas últimas palabras a Caroline:

—Si vuelvo a ver merodear tu bonito culo a menos de diez
metros de Gabriel... y eso incluye llamadas telefónicas o cualquier tipo de
contacto... tu padre recibirá la visita de tu ex-profesor o mejor dicho, de tu
ex-amante Brad Adams...

Jessica cerró la puerta a sus espaldas y cruzó el
campus universitario. Buscó su Blackberry y esperó un par de tonos hasta
escuchar como venía siendo costumbre la voz grave y sensual de Gabriel:

—Hola, Jess... ¿todo bien?

—Mejor que nunca —sonrió abiertamente—. Ven esta noche a mi
casa... Tengo algo que contarte y algo importante que celebrar...

—Me tienes intrigado...

—Ten paciencia, te aseguro que merece la pena esperar.

—De acuerdo.

—Te envío mis señas en cuanto cuelgue.

—¿Puedo llevar champagne para celebrar eso que desconozco?

—Con tu presencia será suficiente... —dijo con picardía.

Tras despedirse, Gabriel se encaminó hacia su apartamento.
No sabía por qué pero tenía un agradable presentimiento, quizás las cosas
empezarían a cambiar su rumbo para aposentarse en un futuro algo menos
incierto.

Capítulo 33

 

Siguiendo
las instrucciones que Jessica le había proporcionado, Gabriel pudo llegar hasta
la verja de hierro forjado que rodeaba su mansión.

Apoyó
uno de sus pies en el suelo para mantener la moto en vertical mientras con gran
destreza se balanceaba pulsando el botón del interfono. Segundos después el ama
de llaves contestó con voz agradable y apacible:

—Buenas
tardes, señor Gómez.

—Buenas
tardes —respondió enarcando una ceja al escuchar cómo pronunciaba su apellido
con total confianza y seguridad.

—Cuando
se abra la verja, atraviese el camino y rodee la fuente del fondo hasta llegar
al porche... Allí le esperaré.

—Gracias
—sonrió.

Circuló
a medio gas por el camino adoquinado tal y como le había sugerido, no sin antes
hacer un repaso a los enormes jardines que se abrían paso a ambos lados.
Pronto, visualizó la fuente y el porche justo por detrás. 

Detuvo
la moto y se bajó. Giró la llave en el contacto y el motor comenzó a morir
lentamente. Pero antes de quitarse el casco de la cabeza, ya tenía a su lado a
Geraldine, el ama de llaves con una amplia sonrisa en sus delgados y sonrosados
labios.

Gabriel
le observó desde su posición privilegiada. Era una mujer de mediana estatura,
de formas curvilíneas, unos cabellos grises recogidos en un moño bajo y
discreto. Los rasgos de su rostro se dibujaban afables y a la vez irradiaban
experiencia, madurez y templanza.

Ella
comenzó a dar varios pasos al frente para aproximarse y detenerse junto a
Gabriel.

—Señor
Gómez, si me permite... —acercó su mano enseñándole la palma—. Yo me haré cargo
de su casco, de su cazadora y de sus pertenencias.

—Gracias
—volvió a repetir mirándola con asombro. Desde luego, no estaba acostumbrado a
tanto despliegue de amabilidad—. Por favor, llámeme Gabriel... de lo contrario
me dará la sensación de estar hablando con mi padre...

Geraldine
esbozó una tímida sonrisa que ocultó tras su pequeña mano. Si él no estaba
acostumbrado a su amabilidad, ella por el contrario, no estaba acostumbrada a
tanta naturalidad. Robert, el ex marido de Jessica y los demás hombres que
habían desfilado por aquella mansión, no eran ni por asomo así. Solían ser
estirados personajes snobs, de clase media-alta y la mayoría, nativos de Nueva
York. En cambio Gabriel era todo lo opuesto a todos ellos: Era joven,
divertido, natural... y con una bonita y fresca sonrisa. Una sonrisa, que según
intuía la larga experiencia de Geraldine, no escondía nada.  

—Si
no le importa, me dice dónde colgar la cazadora y el casco...

—Señor... 

—Gabriel...
por favor —ladeó la cabeza y juntó ambas palmas de sus manos en forma de ruego.

—La
señorita Orson, como de costumbre, preferirá que siga manteniendo las normas de
la casa.

Gabriel
se acercó a su oído con sigilo y comenzó a susurrarle unas palabras en tono muy
bajito.

—Puede
llamarme Gabriel cuando estemos a solas, Jessica no se enterará... la gente
dice que soy el mejor en guardar secretos. Ya verá, solo tiene que ponerme a
prueba y se lo demostraré.

Gabriel
retomó su distancia y le guiñó un ojo. Ella al final cedió. Le recordaba a su
hijo John, obviamente mucho antes de acabar en la cárcel condenado a varios
años por tráfico de drogas.

Así
que, sin poder contenerse por más tiempo, soltó una risa contagiando al
instante hasta al mismísimo Gabriel.

Definitivamente,
él no era como los demás amantes de su Señora, en absoluto.

—De
acuerdo... Gabriel... —enfatizó en la última palabra
—.
Sígame.

—Eso
está mucho mejor... 

Gabriel
le regaló una bonita sonrisa y le acompañó escaleras arriba. Una vez en el
interior, quedó boquiabierto tras observar la amplia sala que servía a su vez
de recibidor y punto de partida hacia diferentes puertas que permanecían
cerradas. Al frente, una impresionante escalera de mármol que giraba tras un
arco, perdiéndose en la segunda planta. 

Miró
a su derecha, tras una puerta corredera se dibujaban las formas de una espectacular
cocina en tonos blanco, chocolate y delicados detalles dorados. Aquella cocina
era tan grande como su apartamento.

—Aquí
puede colgar la chaqueta y dejar el casco sobre la repisa.

—Gracias
Geraldine —le volvió a sonreír asintiendo a su vez con la cabeza.

—Presumo
que el viaje ha sido largo. ¿Le apetece una copa de champagne?

—Sí,
claro.

—Mientras
se lo preparo, puede salir al jardín, la Señora le está esperando allí.

Gabriel
avanzó siguiendo las indicaciones del ama de llaves. Atravesando la cocina llegó
hasta un enorme ventanal, el cual daba acceso a una zona ajardinada. Nada más
cruzar al otro lado, unos chapoteos acrecentaron su curiosidad. Era Jessica.
Nadando al estilo mariposa, extendiendo los brazos de atrás hacia delante con
sutiles movimientos simulando a los de un delfín.

Él
se descalzó, acercándose al borde de la piscina.

Jessica
que permanecía con los ojos cerrados no presintió como otros seguían cada uno
de sus rítmicos movimientos.

Poco
después, unos pasos se aproximaron tras de sí. Geraldine, apareció con una
bandeja de plata y una copa de champagne justo en el centro de la
circunferencia.

—Tenga,
Señor.

—Muchas
gracias, Geraldine.

—Si
no me necesita, me retiro para continuar con mis quehaceres.

—Claro
—asintió.

Gabriel
aprovechó que se quedaba solo para dar un par de sorbos a la copa.

De
nuevo ese calor sofocante y pegajoso que se enganchaba a la piel. Tras haber
diluviado durante toda aquella mañana en la ciudad de Nueva York, a esas horas
del atardecer aún lucía el sol con fuerza.

Depositó
la copa medio vacía sobre la superficie de una mesita. Se sacó la camiseta
negra de manga corta por encima de la cabeza, dejándola caer sobre una de las
butacas junto al jacuzzi. Lo mismo hizo con el pantalón y el bóxer. En poco
menos que un suspiro, estaba como
"Dios le trajo al mundo"
, y
lanzándose a la piscina en busca de Jessica.

Tan
solo unas cuantas brazadas le fueron necesarias para llegar hasta su lado.

Jessica
abrió los ojos al notar como las manos de Gabriel acariciaban su rostro,
dejando de nadar al instante.

—Hola...
—le sonrió—. Has llegado pronto.

—No
podía esperar... Ya te dije que estoy muy intrigado.

—Todo
a su debido tiempo.

—Es
cierto... Todo puede esperar... excepto esto...

Gabriel
la besó ardientemente. Con fuerza, con verdadera ansia, hasta dejarla sin
aliento. Luego, nadó en dirección al lado menos profundo de la piscina,
invitándola a que le siguiera. Así, ambos podían permanecer en pie porque el
agua no les cubriría más que medio cuerpo.

Gabriel
la esperó, apoyando su espalda en la piedra de la pared y estiró su brazo hacia
ella.

—Ven,
Jess...

—Ya
veo lo poco que te importa que alguien nos pueda ver... —sonrió con picardía.

—No.
Y sé que a ti tampoco te importa... En el fondo, somos tal para cual y estamos
creados para estar juntos... ¿Acaso aún lo cuestionas?

—Deja
los debates existenciales para otro momento —sonrió mientras se desataba el
nudo del biquini y se desprendía de las braguitas—. Ahora... cállate y
demuéstrame por qué crees que somos tal para cual.

Gabriel
tiró de su mano hasta hacerla chocar contra su cuerpo que ya estaba expectante
y muy excitado. La miró a los ojos sin pestañear. Los de ella con la sal de la
piscina brillaban de un azul zafiro mucho más intenso. Tenía un ligero rubor
sobre la piel canela de sus mejillas y la boca entreabierta, recuperando poco a
poco el aliento tras el ejercicio. Su pelo, de un negro azabache, se ceñía a
las curvas de sus hombros y de sus pechos, dejando entrever unos pezones
erguidos y duros como guijarros.

Gabriel
comenzó a lamer su cuello hasta su lóbulo derecho, lenta y sensualmente.

—Echaba
de menos el sabor de tu piel.

—Y
yo tus besos, tus caricias y tu trasero... —le susurró pellizcando una nalga.

—Eres
muy traviesa...

—Ya
me conoces.

—Sí...
Y no sabes lo que eso me pone...

Gabriel
le rodeó con fuerza con sus brazos, dándole la vuelta con suma rapidez, para
cuando quiso darse cuenta la tenía atrapada entre la pared y su cuerpo,
apretando con fuerza su erección contra su vientre.

—Creo
que voy a pasar de los preliminares... Me has puesto tan cachondo que no puedo
esperar más.

—Ya
estás tardando... —le dijo mordiéndose el labio con fuerza.

Jessica
rodeó con una de sus piernas las caderas de él. Gabriel sin demorar más la
espera, colocó su miembro en su sexo y comenzó a penetrarla lentamente.

—Mírame, cielo...
—le susurró Gabriel con voz grave y ronca—. Quiero ver cómo te corres para
mí... quiero que grites mi nombre hasta quedarte afónica... quiero que no
olvides que eres mía y de nadie más.

—Gabriel...
Sabes que eso no puede ser... Yo...

Antes
de que pudiera seguir hablando, Gabriel comenzó a embestirla con fuerza,
violentamente, una y otra vez, estampando el cuerpo de ella contra la pared,
una y otra vez... Hasta la saciedad.

—Jess...
eres mía —gruñó apretando los dientes hasta hacerlos chirriar.

El
sol se ocultó de golpe tras las nubes que tiñeron de un manto negro el cielo de
Manhattan. En cuestión de minutos, rompió a llover con desesperación. Las gotas
chocaban contra el agua de la piscina y contra sus desnudos cuerpos.

Jessica apretaba
con fuerza los brazos de Gabriel, sin dejar de mirarle a los ojos tal y como le
había pedido. Jadeaba y se movía al mismo compás de sus embistes. Rítmicamente,
en perfecta sincronía.

—Vamos,
Jessica... Córrete para mí.

—¡Dios!...
Maldito seas... No soy tuya, Gabriel...

—Sí
lo eres... mía.

—¡Eres
un maldito bastardo...!

Gabriel
se rió. La agarró de las nalgas y la penetró más intensamente. Un par de
movimientos más le bastaron para escucharla gritar a viva voz su nombre entre
múltiples gemidos. Casi al mismo tiempo, él también se dejó ir, bramando como
un verdadero animal.

El
azul zafiro y el verde esmeralda de ambas miradas, se fundieron en un solo
color. Gabriel, cogió con ambas manos su rostro, besándola despacio, con mucha
dulzura. Saboreando cada rincón sin prisas, con calma.

—Jessica...
—murmuró mirándola fijamente—. Eres lo mejor que me ha pasado en mi vida...

Ella
se quedó muda e intentó tragar sin éxito el significado de aquellas palabras,
que se le habían quedado atascadas en la garganta. Hizo como si no las hubiese
escuchado.

—Vamos
dentro. Geraldine debe de estar empezando a preocuparse... Y no quiero que
salga y nos encuentre así... Además, me moriría si he de prescindir de ella,
porque le haya dado un infarto al verte desnudo... —se rió mientras caminaba
hacia la escalerilla y subía por ella.

Gabriel
la siguió entornando los ojos.

—¿A
qué te refieres...? —le preguntó bajando la vista y echando un vistazo a su
propio cuerpo.

—Gabriel...
pero, ¿tú sueles mirarte a los espejos?

Rió
con picardía, mientras corría para cobijarse en una especie de porche de
madera. Se cubrió con el albornoz y esperó a que llegase él para ofrecerle uno.

—Pensaba
que te gustaban mis
piercings
, mis tatuajes... y mi... juguetito.

—Ya
conoces la respuesta —se le acercó para taparle con el albornoz—. Ya sabes
cuánto me pone tu cuerpo... no hace falta que te lo diga, lo sabes de sobra.
Pero dudo mucho que ella esté acostumbrada a tanto

adorno”... —sonrió.

De
golpe, Geraldine apareció cruzando la puerta de la cocina, con toallas,
zapatillas y ropa seca.

—Señora...
Deberían entrar a casa o pillarán una pulmonía.

—No
se preocupe, estamos bien —dijo mirando a Gabriel—. Por favor, prepare en mi
habitación un baño caliente con sales minerales y abra la mejor botella de vino
tinto de la bodega.

—Claro,
Señora —asintió—. ¿Alguna cosa más?

—De
momento nada más, gracias.

—Entonces,
me retiro.

Gabriel
sonrió mientras acababa de secarse el pelo con una de las toallas.

—¿El
mejor vino tinto de tu bodega?... ¡Hum!, así da gusto celebrar buenas
noticias... Apuesto a que deben de ser muy buenas.

—No te quepa la menor duda. Y si eres bueno...y te portas
bien... —dijo repasando con la yema de su dedo su torso desnudo—. Dejaré que duermas
esta noche en mi cama...

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