Oscuros (41 page)

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Authors: Lauren Kate

BOOK: Oscuros
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—Es que están locos —dijo Gabbe—. Pero son muy ambiciosos. Ella forma parte de una secta secreta. Debí darme cuenta antes, pero los signos ahora resultan mucho más claros. Se autodenominan los Zhsmaelim. Todos visten igual y poseen cierta... elegancia. Siempre pensé que hacían más ruido que otra cosa. Nadie se los tomaba muy en serio en el Cielo —le explicó a Luce—, pero ahora lo harán. Su acción de esta noche le valdrá el exilio, y puede que vaya a ver a Cam y a Molly más de lo que tenía previsto.

—Así que Molly también es un ángel caído —dijo Luce con lentitud. De todo lo que le habían dicho ese día, aquello era lo que más sentido tenía.

—Luce, todos somos ángeles caídos —explicó Daniel-. Lo que sucede es que unos estamos en un bando... y otros en otro.

—¿Hay alguien más —tragó saliva— en el otro bando?

—Roland —respondió Gabbe.

—¿Roland? —Luce estaba asombradas—. Pero si erais amigos, y él era tan carismático, tan genial.

Daniel se limitó a encogerse de hombros, pero era Arriane quien parecía más preocupada. Batió las alas con tristeza, desacompasadamente, y levantó una nube de polvo.

—Algún día lo recuperaremos —dijo en voz baja.

—¿Y qué hay de Penn? —preguntó Luce sin poder evitar que las lágrimas se le agolparan en la garganta.

Pero Daniel negó con la cabeza, al tiempo que le apretaba la mano.

—Penn era mortal. Una víctima inocente en una guerra larga y sin sentido. Lo siento, Luce.

—¿De modo que la lucha de ahí fuera...? —preguntó Luce. Su voz sonaba ahogada. Aún no estaba preparada para hablar sobre Penn.

—Una de las muchas batallas que libramos contra los demonios —repuso Gabbe.

—¿Y quién ganó?

—Nadie —contestó Daniel con amargura. Cogió uno de los grandes trozos de cristal que había caído del techo y lo arrojó al otro lado de la capilla. Se fragmentó en cientos de pedacitos, pero no parecía que aquello le hubiera desahogado lo más mínimo—. Nunca gana nadie. Es casi imposible que un ángel aniquile a otro. Todo consiste en darnos un montón de mamporrazos hasta que nos cansamos, y lo damos por terminado.

Luce se asustó cuando una imagen cruzó su mente: era Daniel alcanzado en el hombro por uno de aquellos largos rayos oscuros que habían alcanzado a Penn. Abrió los ojos y examinó su hombro derecho. Tenía sangre en el pecho.

—Estás herido —le susurró.

—No —respondió él.

—No le pueden herir, él es...

—¿Qué es eso que tienes en el brazo, Daniel? —preguntó Arriane señalando su pecho—. ¿Es sangre?

—Es de Penn —dijo Daniel con brusquedad—. La he encontrado al pie de las escaleras.

A Luce se le encogió el corazón.

—Tenemos que enterrar a Penn —dijo—. Al lado de su padre.

—Luce, cariño —dijo Gabbe al tiempo que se incorporaba—. Ojalá tuviéramos tiempo para hacerlo, pero ahora mismo tenemos que irnos.

—No voy a abandonarla. No tiene a nadie más.

—Luce —dijo Daniel frotándose la frente.

—Ha muerto en mis brazos, Daniel, porque no he sabido hacer nada mejor que seguir a la señorita Sophia hasta esta sala de tortura. —Luce los miró a los tres—. Porque ninguno de vosotros me advirtió de nada.

—Vale —concluyó Daniel—. Haremos las cosas como es debido con Penn. Pero luego tenemos que sacarte de aquí.

Una ráfaga de viento que se coló por el agujero del techo hizo que las velas parpadearan y que algunos cristales que aún colgaban de la ventana rota se balancearan. Un segundo después, cayeron en una lluvia de esquirlas cortantes.

Pero Gabbe se deslizó a tiempo desde el altar y se situó junto a Luce para protegerla. No pareció inmutarse.

—Daniel tiene razón —afirmó—. La tregua solo se aplica a los ángeles, y ahora que hay muchos más que saben lo del —se aclaró la garganta—, hummm, cambio en tu estatus de mortalidad, seguro que muchos indeseables de ahí fuera se van a interesar por ti.

—Y muchos otros —añadió Arriane mientras las alas la elevaban del suelo— aparecerán para evitarlo —dicho lo cual, se posó al otro lado de Luce.

—Sigo sin entenderlo -dijo Luce—. ¿Por qué eso importa tanto? ¿Por qué importo yo tanto? ¿Solo porque Daniel me ama?

Daniel suspiró.

—En parte sí, por muy inocente que suene.

—Ya sabes que a todo el mundo le encanta odiar a un par de tortolitos felices —dijo Arriane.

—Cariño, es una historia muy larga —añadió Gabbe, la voz de la razón.

—Solo te podemos contar un capítulo cada vez.

—Y como con mis alas —remató Daniel—, en gran medida lo tendrás que averiguar por ti misma.

—Pero ¿por qué? —preguntó Luce. Aquella conversación resultaba tan frustrante: se sentía como una niña a la que decían que ya lo entendería cuando fuera mayor—. ¿Por qué no podéis simplemente ayudarme a comprenderlo?

—Podemos ayudarte —le respondió Arriane—, pero no podemos soltártelo todo de golpe, igual que no se puede despertar a un sonámbulo de golpe. Es demasiado peligroso.

Luce se abrazó a sí misma.

—Me mataría —dijo Luce al final, unas palabras que los demás trataban de evitar.

Daniel le pasó el brazo por la cintura.

—En el pasado lo hizo. Y por esta noche ya has tenido suficientes encuentros con la muerte.

—Entonces, ¿qué? ¿Ahora solo tengo que dejar el colegio? —Se volvió hacia Daniel—. ¿Adónde me vas a llevar?

Frunció el ceño y apartó la mirada.

—Yo no puedo llevarte a ninguna parte; llamaría demasiado la atención. Tendremos que confiar en otra persona. Hay un mortal con quien podemos contar.

Miró a Arriane.

—Iré a por él —dijo Arriane elevándose.

—No me separaré de ti —le dijo Luce a Daniel. Le temblaba el labio—. Justo acabo de recuperarte. Daniel le besó la frente, con lo que encendió una sensación de calor en Luce que se extendió por todo su cuerpo.

—Por suerte, aún nos queda un poco de tiempo.

20

Amanecer

A
lba. Empezaba el último día que Luce vería Espada & Cruz hasta... bueno, no sabía hasta cuándo. El arrullo de una paloma salvaje sonó en el cielo de color azafrán cuando Luce salió por las puertas cubiertas de kudzu del gimnasio. Se dirigió lentamente hacia el cementerio, cogida de la mano de Daniel. Permanecieron en silencio mientras cruzaban el césped del patio.

Justo antes de que dejaran la capilla, de uno en uno, los demás habían replegado las alas. Era un proceso laborioso y solemne que los sumió en una especie de somnolencia cuando volvieron a adoptar forma humana. Al observar la transformación, Luce no podía creerse que aquellas alas brillantes y enormes pudieran volverse tan pequeñas y frágiles, hasta desaparecer en la piel de los ángeles.

Cuando acabaron, pasó la mano por la espalda de Daniel. Por primera vez, se mostró pudoroso y sensible al tacto de Luce. Pero su piel era tan suave e impecable como la de un bebé. En su cara, y en la de todos los demás, Luce aún podía ver los destello de esa luz plateada que resplandecía en todas direcciones.

Después trasladaron el cuerpo de Penn escaleras arriba, hasta la capilla, limpiaron los cristales que quedaban en el altar y colocaron allí su cuerpo. Era imposible enterrarla esa mañana, no con el cementerio atestado de mortales, como Daniel aseguró que estaría.

A Luce le resultó terrible aceptar que tendría que conformarse con susurrarle unas palabras de despedida a su amiga dentro de la capilla. Todo cuanto se le ocurría decir era: «Ahora estás con tu padre. Sé que él está feliz por tenerte a su lado de nuevo».

Daniel enterraría a Penn como era debido tan pronto como las cosas se calmaran en la escuela, y Luce le enseñaría dónde estaba la tumba del padre de Penn para que pudiera ponerla a su lado. Era lo mínimo que podía hacer.

Se sentía apesadumbrada mientras cruzaban el patio. Llevaba los vaqueros y la camiseta sucios y arrugados. Necesitaba limpiarse las uñas y se alegraba de que no hubiera espejos cerca para no ver cómo llevaba el pelo. Deseaba poder rebobinar la parte oscura de la noche —sobre todo, haber podido salvar a Penn— y quedarse con las partes buenas. La emoción de descubrir la verdadera identidad de Daniel, el momento en que apareció frente a ella en toda su gloria, ver cómo les crecían las alas a Gabbe y a Arriane. Había tantas cosas que habían sido maravillosas.

Y otras muchas habían acabado en una destrucción terrible.

Podía sentirlo en el ambiente, como una epidemia. Podía leerlo en las caras de los numerosos alumnos que vagaban por el patio. Era demasiado pronto para que ninguno de ellos estuviera despierto por voluntad propia, lo cual significaba que debían de haber visto u oído algo de la batalla que se había librado la noche anterior. ¿Qué podían saber? ¿Ya habría alguien buscando a Penn? ¿A la señorita Sophia? ¿Qué pensarían que había ocurrido? Todos se habían reunido en pequeños grupos y hablaban en voz baja. Luce habría querido quedarse por allí y escuchar a hurtadillas.

—No te preocupes. —Daniel le apretó la mano—. Imita una de esas miradas perplejas que ponen y nadie se dará cuenta de nada.

Aunque Luce tenía la sensación de que todos la miraban, Daniel tenía razón.

Ninguno de los demás estudiantes se fijó especialmente en ellos.

En las puertas del cementerio parpadeaban las luces azules y blancas de la policía, reflejándose en las hojas de los robles. La entrada estaba bloqueada por una cinta amarilla.

Luce vio la silueta de Randy a contraluz. Caminaba de un lado para otro frente a la entrada del cementerio y gritaba por un Bluetooth que llevaba enganchado en el cuello de su polo sin forma.

—¡Creo que deberías despertarlo! —bramaba a través del dispositivo—. Ha ocurrido algo en la escuela. Te lo repito... No lo sé.

—Tengo que advertírtelo —le dijo Daniel mientras la alejaba de Randy y de las luces parpadeantes de los coches de policía tomando el robledal que bordeaba el cementerio—. Puede que lo de allí abajo te parezca extraño. El estilo de guerra de Cam es más sucio que el nuestro. No es sangriento, es... es diferente.

Luce pensaba que a esas alturas ya no había demasiadas cosas que pudieran escandalizarla. Algunas estatuas por el suelo sin duda no iban a escandalizada. Anduvieron por el bosque haciendo crujir las hojas secas bajo sus pies. Luce pensó en que la noche anterior aquellos árboles se habían visto ocupados por la atronadora nube de sombras con apariencia de langostas. Sin embargo, no quedaba ni una sola señal.

Poco después, Daniel señaló un segmento de la valla de hierro del cementerio que estaba retorcido.

—Podemos entrar por aquí sin que nos vean, pero tenemos que hacerlo rápido.

Al abandonar la protección que brindaban los árboles, Luce fue comprendiendo lentamente a qué se refería Daniel con lo de que el cementerio había cambiado. Se encontraban de pie en el límite, no muy lejos de la tumba del padre de Penn, pero era imposible ver unos metros más allá. El aire era tan turbio que quizá no debía calificarse como aire. Era denso, gris y arenoso, y Luce tuvo que abanicarlo con sus manos para poder ver lo que tenía enfrente.

Se frotó los dedos.

—Esto es...

—Polvo —dijo Daniel cogiéndole la mano para guiarla. Él podía ver a través del polvo, y no se asfixiaba ni tosía como Luce—. En la guerra, los ángeles no mueren, pero sus batallas dejan esta alfombra de polvo a su paso.

—¿Y qué efectos tiene?

—No demasiados, aparte de dejar perplejos a los mortales. Más tarde se disipará y vendrá un montón de gente a estudiar lo que ha pasado. Hay un científico loco en Pasadena que piensa que es a causa de los ovnis.

A Luce le entró un escalofrío al recordar aquella nube negra voladora no identificada. Aquel científico no andaba muy desencaminado.

—El padre de Penn estaba enterrado por aquí —dijo señalando la esquina del cementerio.

Aunque el polvo resultaba espeluznante, le alivió que las lápidas, las estatuas y los árboles del cementerio siguieran en pie. Se puso de rodillas y limpió la capa de polvo que cubría la tumba que había supuesto que era la del padre de Penn. Sus dedos temblorosos frotaron aquella inscripción que casi le hizo llorar.

STANFORD LOCKWOOD

EL MEJOR PADRE DEL MUNDO

El espacio que había al lado de la tumba del señor Lockwood estaba vacío. Luce se puso en pie y pisó el suelo con tristeza, detestaba la idea de que su amiga tuviera que acompañarlo en aquel lugar. Detestaba no poder estar presente siquiera para ofrecerle a Penn un funeral decente.

La gente siempre hablaba del Cielo cuando alguien moría, de lo seguros que estaba de que los muertos irían allí. Luce nunca había acabado de comprender todo eso, y ahora se sentía menos todavía menos cualificada para hablar de lo que podía ocurrir después de la muerte.

Se volvió hacia Daniel con lágrimas en los ojos. A él se le desencajó la cara al verla tan triste.

—Me ocuparé de ella, Luce —dijo—. Sé que no será como querías, pero haremos todo lo que podamos.

Rompió a llorar desconsolada. Se sorbió la nariz, sollozaba y deseaba que Penn volviera con tanta fuerza que pensaba que iba a desmayarse.

—No puedo dejarla, Daniel. ¿Cómo podría hacerlo?

Daniel le secó las lágrimas con delicadeza con el dorso de la mano.

—Lo que le ha ocurrido a Penn es terrible, un grandísimo error. Pero cuando hoy te vayas no la habrás abandonado. —Le puso una mano en el corazón—. Ella está contigo.

—Aun así no puedo...

—Sí que puedes, Luce. —Su voz era firme— Créeme. No tienes ni idea de cuántas cosas valientes e increíbles puedes hacer. —Apartó la mirada y la dirigió a los árboles—. Si queda algo bueno en este mundo, lo sabrás muy pronto.

Les sobresaltó un único pitido de la sirena de un coche de policía. Una puerta del coche se cerró de un portazo, y no muy lejos de donde estaban oyeron el crujir de unas botas sobre la grava.

—Pero ¿qué diablos...? Ronnie, llama a comisaría y dile al sheriff que venga aquí.

—Vámonos —murmuró Daniel cogiéndole la mano.

Luce pasó la mano con tristeza por la lápida del señor Lockwood, y luego regresó con Daniel por la zona de tumbas que había en la parte este del cementerio. Llegaron a la zona maltrecha de la valla de hierro y regresaron rápidamente al robledal.

A Luce la alcanzó una ráfaga de viento frío. En las ramas que había sobre sus cabezas distinguió tres sombras pequeñas pero furiosas colgando boca bajo como murciélagos.

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