Y pegó un empellón más fuerte a las dos chicas que llevaba agarradas con sus manos, corriendo aún más salvajemente, atravesando toda la plaza en diagonal, hacia la calle Gravina…
Vio a su derecha y a su izquierda algunos monstruos que los perseguían con las bocas abiertas…
…o quizá huían del helicóptero y su carga mortal como él y las chicas. Quizá en lo más profundo de sus cerebros podridos les quedara un atisbo de luz para comprender que librarse de la amenaza que se cernía sobre ellos era más importante que alimentarse de esos tres asustados humanos que huían sin rumbo a su lado. Como las bandadas de animales escapan del fuego del bosque mezclados herbívoros con depredadores, así también corrían algunos monstruos junto a Miguel, Belén y Toñi, hermanados en el miedo a una amenaza mayor.
Justo a tiempo, Miguel llegó a la esquina de la calle Gravina. De un vistazo fugaz a su espalda, vio que la bola de plástico se estrellaba contra el suelo, justo en el centro de la plaza de Chueca, liberando un polvo rosa fuerte que rápidamente se difuminaba en espirales de gas denso, en nubes algodonosas que atrapaban a varios de esos seres y desaparecían tragados por la brillante nube.
Miguel continuó corriendo, arrastrando a las chicas, y torció a la derecha por la calle Pelayo, puesto que delante y a la izquierda las calles habían desaparecido tragadas también por la niebla rosa que ya invadía grandes zonas de Chueca.
Belén se paró en seco. Miguel la miró.
—¿Podemos aflojar un poco…? —estaba exhausta.
—Ya estamos casi en Alonso Martínez, Belén, enseguida llegamos… Vamos a salir de esta, ya lo verás.
—Es que no puedo más… Me duele la pierna…
—Toma, te daré una pastilla —Miguel sacó una de su macuto—. Pero hay que seguir, tenemos a los helicópteros encima…
La calle Pelayo descendía en una suave curva hacia la calle Fernando VI. A la izquierda, se alzaba imponente el hermoso palacio de Longoria, sede de la Sociedad General de Autores, un soberbio edificio modernista que, como una tarta de moka con balcones redondeados, impolutos e intactos, ofrecía una nota de belleza en medio de todo el horror.
Una coja Belén, una catatónica Toñi y un agotado Miguel caminaron hasta llegar a la altura de tan emblemático edificio. Justo en ese momento, como aparecidos de la nada, surgieron tres nuevos helicópteros. Uno de ellos soltó su carga letal tras ellos, impidiéndoles la huida, el otro delante, en la calle Campoamor, a apenas diez metros. Y el otro desapareció de la vista descargando a la derecha, cerca de Bárbara de Braganza.
Perezosas nubes de humo rosa comenzaron a crecer delante y detrás de los tres fugitivos. No podían avanzar ni retroceder.
—¡Lo han hecho a propósito! ¡Nos han visto y nos quieren exterminar! —gritó Toñi fuera de sí.
Miguel señaló a la sede de la SGAE.
—¡Adentro! Quizá tengamos una oportunidad si nos metemos en el edificio.
Belén miró las ventanas, tras las verjas. Estaban cerradas, con las persianas bajadas.
—¿Por dónde…?
Miguel señaló hacia la parte de atrás.
—¡Por el jardín! ¡Conozco el palacio!
Toñi trepó sin problemas y Miguel ayudó a Belén a saltar la verja. Se escabulleron por la parte de atrás, un pequeño patio entre edificios con árboles y plantas exóticas, justo en el momento en que los dos grandes cúmulos de humo rosáceo invadían por completo la calle Pelayo sumergiéndola en una bruma impenetrable y acre.
El pequeño patio estaba despejado. Lo atravesaron de dos zancadas, buscando una entrada al edificio. A su alrededor, escalando los muros que los separaban de la calle y lamiendo las plantas y parterres, avanzaba la niebla rosa como un felino al acecho. Las grandes puertas de cristal que daban al
hall
principal estaban cerradas.
—¡Rompámoslas! —gritó Toñi.
—Si lo hacemos el humo entrará. Lo que queremos es aislarnos de esa mierda —dijo Miguel.
Belén, gritó, señalando a lo alto.
—¡Allá arriba!
En el primer piso, tras uno de los balcones, había una ventana cuyas persianas no estaban del todo bajadas. Las hojas parecían estar entreabiertas.
—Súbete a mis hombros, Belén. Y comprueba si podemos entrar por ahí.
A pesar del dolor en su pierna y de que apenas podía moverla, Belén se las ingenió para, desde los hombros de Miguel, acceder al balcón. Vio que, en efecto, la ventana estaba abierta. Se coló por el escaso hueco que las persianas le permitían (se acordó de la tienda de
delicatessen
de su novia, de las veces que se había colado por debajo de su persiana, ahora le parecía que fue hace siglos) y una vez dentro el frescor del edificio la saludó con alegría. Subió un poco más las persianas y silbó a sus dos compañeros que aguardaban expectantes abajo.
Toñi subió a horcajadas sobre la espalda de Miguel y alcanzó el balcón. Después ayudó al muchacho a trepar. En menos de dos minutos, tras haber bajado las persianas del todo y haber cerrado a cal y canto, los tres estaban descansando en la oscuridad de la oficina a la que habían podido acceder. Era una pequeña habitación con una mesa de despacho sencilla, una librería y unos archivadores. Todo estaba perfectamente ordenado e impoluto.
—Esto ha estado cerrado durante todo el fin de semana y desde la crisis seguro que no ha entrado nadie. Estamos de suerte, chicas—dijo Miguel—. Este es un sitio seguro, no creo que el humo se cuele aquí dentro, es demasiado denso.
—¿No deberíamos comprobar que estamos solos? ¿Y que todas las ventanas están cerradas? —dijo Belén pero Toñi, lastimera, le agarró por el hombro.
—Espera, no puedo más… Es horrible… Lo que le ha pasado a Conrado es horrible…
—Lo es, Toñi, pero Belén tiene razón, si hay alguna ventana abierta, si el gas se cuela, estamos perdidos.
—¿Es que no vamos a hablar de lo que ha pasado ahí fuera? ¿Es que no habéis visto que Conrado se ha… se ha…?
BELEN:
(sugiere)
¿…desmontado?
MIGUEL:
(corrobora)
Desmontado, sí.
TOÑI: ¡Sí, desmontado, deshecho, desintegrado! ¡Nos quieren matar a todos! ¡El gobierno nos odia, odia a los maricones! ¡Nos van a exterminar!
MIGUEL: No creo que sea nada personal, Toñi. Simplemente no saben cómo manejarlo, se les ha escapado de las manos. Es como la quimioterapia. Son… como medicamentos para matar el cáncer pero también matan células buenas.
TOÑI: ¿Y lo dices tan fresco? ¡Han matado a mi amor…!
(llora)
MIGUEL: No seas
drama queen
que lo conocías de tres horas. Lamento informarte de que aquí no eres la protagonista. Belén tiene la pierna destrozada y no se queja y mírame a mí… ¿me ves?
(se exhibe)
¿Ves todas mis heridas? ¿Y ves que diga algo? ¿No verdad?
(TONI se lo queda mirando con expresión absorta. Como si hubiera tenido una revelación)
.
TOÑI: Sí… Es cierto…
(BELÉN los hace callar)
.
BELÉN: ¿Oís? Son voces. Voces lejanas. En este mismo edificio. No estamos solos.
(Los tres se levantan, despacio y con precaución abren la puerta de la oficina y salen)
.
PERSONAJES PRINCIPALES:
LOS VISITANTES
MIGUEL el negro herido
TOÑI la travestí egoísta
BELÉN la lesbiana inocente
LOS REFUGIADOS
EL SOLDADO facha
NACHO el bailarín promiscuo
ÁGUEDA la señora tradicional
DIANA la lesbiana organizada
EL DESCONOCIDO cobarde
(Una gran sala oscura con una escalinata señorial presidiendo la estancia. Muebles caros del XIX mezclados con elementos modernos. Un arco detector de metales. Parte del mobiliario es moderno y funcional y parte clásico. Las ventanas están todas cerradas, con las persianas bajadas. En una esquina de la sala hay una pequeña hoguera, apenas una llamita, que es lo que proporciona luz al entorno. ÁGUEDA, una mujer regordeta, alimenta el fuego de vez en cuando arrancando las páginas de un libro y echándolas a la hoguera. Diseminados por la sala hay más personas. Algunas sentadas, otras de pie. Son cinco en total. Tres hombres y dos mujeres. EL SOLDADO está tumbado junto al fuego, tiene una pierna entablillada. Los demás están diseminados aquí y allá, todos sucios, con ropa actual —cada uno en su estilo— pero mugrienta)
.
DIANA: Han estado sobrevolando todo el día.
EL DESCONOCIDO: Creo que han echado algo. ¿No lo notáis? Huele raro.
SOLDADO: Yo sólo huelo a humo.
NACHO: Tenemos que apestar a gitano.
DIANA: Qué racista.
NACHO: Es que a quién se le ocurre encender una hoguera aquí dentro, vamos.
ÁGUEDA: Es muy pequeña.
DIANA: Pronto podremos salir… Ahí fuera está el ejército ocupándose de esto, buscándole una solución.
(El SOLDADO rompe a reír a carcajadas. Los demás lo miran en silencio un rato)
.
DIANA: ¿De qué te ríes?
(EL SOLDADO lucha por mantener la compostura)
.
SOLDADO: Perdón.
DIANA: ¿No es mejor intentar mantener el optimismo? Al menos tenemos un refugio seguro, que ya es más de lo que mucha gente puede decir…
SOLDADO
(burlón)
: ¡Y qué refugio! ¡El maravilloso palacio de Longoria, sede de la famosa entidad de gestión, la Sociedad General de Autores! Me gustaría saber qué derechos de autor van a gestionar ahora que todo se está yendo a la mierda. Para qué les ha servido toda su lucha contra la piratería, el cánon digital y esas mierdas sacacuartos.
ÁGUEDA
(A Diana)
: ¿De qué habla?
DIANA: Delira, como siempre.
SOLDADO: ¡Ya me acuerdo! ¿No hubo aquí dentro uno que se lo llevó crudo? ¡Eso sí es una buena gestión!
DIANA: ¿Quiere dejarlo ya?
SOLDADO: Por cierto, no hay nada más manido que el apocalipsis, es un plagio en sí mismo, el lugar común más común de todos, el cliché más manoseado. Espero que no tengamos que pagar derechos de autor…
DIANA: ¡Que lo deje!
SOLDADO: Claro, jefa.
(Silencio)
.
NACHO: Tenemos que oler a humo que tiramos p'atrás. ¿Por qué le hemos dejado a la vieja encender esa puta hoguera?
ÁGUEDA: ¡Es una hoguera pequeña!
DIANA: Y además eso ya se votó. Necesitamos un poco de luz durante la noche.
NACHO: ¡Pero ya es de día! ¡Hace horas que es de día!
EL DESCONOCIDO: ¿Cómo lo sabes? Aquí encerrados con las persianas bajadas todas las horas son iguales.
NACHO: ¡Pues lo sé, lo sé, lo sé!
(NACHO se acerca a la hoguera y la pisotea. La sala queda sumida en la oscuridad. En ese momento todos se paralizan mirando a las escalinatas. Tres figuras han aparecido en lo alto. Los que están abajo se ponen a murmurar entre ellos)
.
EL DESCONOCIDO: ¡Han entrado! ¡Han entrado!
NACHO: ¿A quién le tocaba vigilar?
ÁGUEDA
(señala a EL DESCONOCIDO)
: ¡A él!
EL DESCONOCIDO: ¡A mí no! ¡He estado toda la noche!
NACHO: ¡Te tocaba a ti por ser el último en llegar!
SOLDADO: ¡Basta! ¡Están bajando!
(Las tres figuras descienden la escalera a la vez, acompasadas)
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SOLDADO: ¡Alcánzame el arma!
(EL DESCONOCIDO corre a por una escopeta que está apoyada en una esquina. Se la lleva al SOLDADO. Antes de que se la pueda entregar, una de las sombras habla. Es MIGUEL)
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MIGUEL: No, por favor. Somos normales.
(El SOLDADO les apunta)
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SOLDADO: ¿Seguro? ¡No puedo veros!
ÁGUEDA
(con resquemor)
: Si el niñato no hubiera apagado la hoguera…
NACHO: ¡Cállate, vieja!
SOLDADO: ¡Callaos los dos!
(sin dejar de apuntar a las sombras)
¿Quiénes sois? ¿Cómo habéis entrado?
BELÉN: Había una ventana abierta en el piso de arriba, en la parte de atrás. Pero ya la hemos cerrado.
SOLDADO: ¡Encended vuestros móviles! ¡Necesito luz!
DIANA: ¿Pero no había que ahorrar batería…?
SOLDADO: ¡Encended los móviles!
(Todos buscan en sus bolsillos o bolsos sus teléfonos móviles y encienden las pantallitas. Cuatro cuadrados de luz blanca se desplazan por la estancia como luciérnagas movibles, realizando una grácil coreografía)
.
SOLDADO: ¡Apuntadles!
(Los cuadrados de luz apuntan a la vez a los tres recién llegados, que ya han bajado por completo las escaleras)
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ÁGUEDA: Huy, esta chica está desnuda…
NACHO
(desagradable)
: No es una chica, fíjate bien.
(ÁGUEDA mira la entrepierna de TOÑI y lanza un gritito)
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ÁGUEDA: Ay, la virgen…
(TOÑI da un paso al frente)
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TOÑI: ¿Nacho?
NACHO: ¿Me conoces?
SOLDADO: ¡Atrás! ¡No te muevas, te estoy apuntando!
MIGUEL: ¡Basta, tío, somos personas, deja de amenazarnos!
SOLDADO
(enloquece)
: ¡Que te quedes quieto!
(Silencio)
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SOLDADO: ¿Quiénes sois?
MIGUEL: Gente normal, como vosotros.
SOLDADO: A mí el travestí ese no me parece muy normal.
TOÑI: Ya estamos, un homófobo de mierda.
(El SOLDADO le apunta con su arma; MIGUEL, con un gesto, apacigua a TOÑI)
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MIGUEL: Llevamos tres días sobreviviendo en Chueca. Nos ha pasado de todo, ¿quieres dejar de apuntarnos…? Te digo que somos normales, estamos cansados y heridos pero no somos peligrosos.
SOLDADO
(receloso)
: ¿Heridos? ¿Estáis heridos? ¿Os han mordido?
MIGUEL
(miente)
: No.
SOLDADO: Encended la hoguera y venid a la luz, tengo que reconoceros… Los demás apagad los móviles; hay que ahorrar batería.
MIGUEL: Te digo que no nos han mordido.
(EL DESCONOCIDO y NACHO agarran a MIGUEL y lo acercan a la luz de la hoguera que ÁGUEDA ya ha reavivado echando páginas de un libro. DIANA lo observa todo, algo alejada)
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