Esta conversación es extraña e incómodamente surrealista. Sólo resulta creíble cuando recuerdo el hecho de que yo he matado dos veces en el día de hoy. ¿Cómo puede ser? Joder, hasta esta mañana ni siquiera había golpeado a nadie al perder los estribos, y mucho menos matado. Patrick me pasa una botella de agua de la que bebo, sediento.
—¿Y tú? —le pregunto.
—He matado —contesta—. No sé quién era el tipo, tenía que hacerlo, como el resto de nosotros. Sólo estaba allí, mirándome, cuando me estaba subiendo al coche...
—¿... Y?
—Y lo atropellé. Arranqué el coche, lo perseguí por la calle y lo atropellé. Casi me cargo también el coche. Seguí conduciendo con él bajo las ruedas. No sabía qué otra cosa podía hacer. Intenté volver a casa pero cuando llegué vi que mi hija era como el resto de ellos y...
—... y ya conoces el resto de la historia —gruñe Craig—. No tenías más remedio que hacerlo, ¿no?
—Es como una segunda naturaleza —dice Patrick lentamente—. Es instintivo. Es un instinto animal.
La habitación se queda en silencio.
—¿Y ahora qué? —pregunto.
—Quién sabe —responde Nancy—. Supongo que nos seguiremos matando hasta que hayamos desaparecido nosotros o ellos. Una locura, ¿no te parece?
Es difícil aceptar que esta mujer (que tiene la apariencia de cualquier otra mujer/madre/hija/hermana/tía) esté hablando tan tranquilamente de matar. En los días que han pasado desde su cambio parece que ha renunciado a cualquier aspecto de su vida anterior y ahora está preparada para matar con el fin de seguir viva. En momentos como éste todo parece increíble. Nancy tiene más la apariencia de estar a punto de hornear un pastel que de matarte. Muevo la cabeza sorprendido mientras Craig se levanta y coloca un tablón de madera, tapando el hueco de la puerta y bloqueando los últimos retazos de luz que llegan del exterior.
Entonces, ¿cuánto de lo que te hemos contado lo habías deducido ya? —pregunta Patrick. Ambos estamos en el piso de arriba, en lo que probablemente estaba destinado a ser el dormitorio principal de la casa a medio acabar, con las espaldas apoyadas sobre una pared enyesada hace poco. El cielo ha ido clareando y la luna proporciona una iluminación limitada pero agradable a través de la reja sobre la ventana. Estoy cansado y no tengo ganas de hablar pero no puedo evitar contestar a su pregunta.
—No tengo ni maldita idea de lo que está pasando —respondo con honestidad—. Esto es todo lo que he conseguido averiguar —digo mientras saco el doblado folleto de mi bolsa y se lo paso. Hojea las páginas bajo la luz de la linterna y sonríe irónicamente.
—¡Buen material! —ríe sarcástico.
—Lo cogí de una casa en la que estuve escondido —le explico—. No dice mucho.
—¿Cuándo fue la última vez que el gobierno te dio algo que lo dijera?
Cierra el folleto y lo tira al suelo.
—Tampoco se trata de algo que le puedas preguntar a cualquiera —digo—. Aún no sé si alguien sabe realmente lo que está pasando.
—Alguien lo sabe —refunfuña—, lo deben saber. Puedes apostar algo a que desde el mismo momento en que cambió la primera persona, algún departamento del gobierno en alguna parte ha estado analizándonos y cortando a tiras a gente como tú y yo...
—¿Cortando a tiras a la gente?
—Estoy exagerando —prosigue—, pero sabes lo que quiero decir, ¿no? Deben tener un equipo de científicos de primera fila sentados en algún laboratorio investigando qué nos ha ocurrido. Deben estar trabajando en una cura.
—¿Tú crees?
Él se encoge de hombros.
—Quizás. Ocurra lo que ocurra, intentarán encontrar una forma de pararnos para que no sigamos con lo que hacemos.
Sé que tiene razón. Somos una amenaza para ellos. Una amenaza mucho mayor que cualquier enemigo al que hayan tenido que combatir con anterioridad.
—No quiero que me curen —afirmo, sorprendiéndome a mí mismo con mi confesión—. Quiero seguir siendo así. No quiero volver a ser uno de ellos.
Patrick asiente y apaga la linterna. En la oscuridad, vuelvo a pensar en Ellis. Sé que sólo es cuestión de tiempo que cambie, si es que no lo ha hecho ya. He intentado convencerme a mí mismo de que estará bien pero sé que, mientras esté con los demás, está en peligro. Lo más duro de asumir del día de hoy —más duro incluso que todo lo que he perdido— es el hecho de que Lizzie, la persona que ha engendrado a mi pequeña y que le ha proporcionado más seguridad que cualquier otra persona, es ahora la que representa el mayor peligro para ella. El dolor que siento cuando pienso esta noche en Ellis es indescriptible. Quizá debería intentar llegar hasta ella ahora mismo. La pequeña no sabe lo que está a punto de ocurrir. No tiene ni la más mínima idea...
—No hablas mucho —me presiona Patrick. Está empezando a atacarme los nervios pero siento que tiene la necesidad de hablar. Está tan nervioso, asustado y confundido como yo, de manera que no reacciono.
—No hay mucho que decir —gruño en respuesta.
—¿En qué estás pensando?
Muy listo. Me callo pero decido contestarle. Quizá me ayude.
—Mi hija pequeña. Es como nosotros.
—¿Por qué no está contigo?
—A causa de su madre. Ocurrió en casa... con toda la familia. Supe que Ellis era como yo e intenté llegar a ella pero...
—Pero ¿qué?
—Lizzie llegó a ella antes que yo. Me golpeó en la cara con un maldito tubo de metal. Lo siguiente que supe es que se había ido y se había llevado a los niños.
Patrick menea la cabeza.
—Muy malo... —murmura—. Duele cuando los pierdes, ¿no?
Asiento, pero no sé si se ha dado cuenta de mi respuesta.
—¿Y tú? —pregunto—. Antes dijiste algo sobre tu compañera...
No responde durante unos segundos eternos.
—Como dije, conseguí volver a casa después de que ocurriese. Casi antes de verlos ya sabes si han cambiado o no. Hice lo que tenía que hacer.
No sé lo que quiere decir con eso. ¿La mató? Con rapidez decido que probablemente no sea una buena idea preguntarle. Por un momento pienso que es el final de la conversación pero entonces Patrick vuelve a hablar.
—Lo entienden todo al revés, ¿no? —prosigue.
—¿Qué?
—Los periódicos y la tele y todo eso —explica— nos han convertido en los malos de la historia, ¿no te parece?
—Para ellos lo somos.
—Han deducido que somos nosotros los que los odiamos a ellos...
—Nunca he odiado a nadie —replico—, por lo menos no como lo cuentan en las noticias.
A la luz de la luna veo que Patrick asiente, convencido. No es estúpido. Se ha pasado tres días reflexionando sobre lo que yo sólo he intentado comprender en unas pocas horas.
—¿Sabes lo que pienso?
—¿Qué? —contesto con un bostezo.
—Nos llaman Hostiles porque desde su punto de vista todo lo que hacemos es atacar y matar. Eso es lo que me parecía antes de cambiar. ¿Estás de acuerdo?
—Supongo.
—Pero la verdad es que todo el mundo odia. Ellos son tan malos como nosotros. Nos quieren muertos tanto como nosotros nos queremos librar de ellos. Puedes sentir cómo el odio mana de ellos, ¿no es así? Aunque no sean capaces de mostrarlo como nosotros o asumirlo como lo hacemos nosotros, nos quieren ver muertos. De manera que todo lo que hacemos es protegernos. Sólo sabes que tienes que hacerlo, ¿verdad? Tienes que matarlos antes de que te atrapen.
—Entonces somos tan malos como todos los demás —sugiero.
—Quizá. Como he dicho, todo el mundo odia, sólo que nosotros lo sabemos canalizar mejor que ellos. Tenemos que mirar por nosotros mismos y, si eso significa destruirlos, eso es lo que tenemos que hacer.
—El problema es que ellos sienten exactamente lo mismo...
—Lo sé. Pero ellos no tienen el físico ni son tan agresivos como nosotros y ahí es donde tenemos ventaja. No se mueven con la suficiente rapidez. En su momento pagarán el precio.
—Pero ¿qué es lo que ha cambiado? —pregunto—. ¿Y por qué ahora? ¿Por qué le ha pasado a algunos y a otros no? En definitiva, ¿por qué ha ocurrido?
—Ésa es la gran pregunta, ¿verdad? Esa es la que no soy capaz de contestar y puedes apostar a que tampoco vamos a encontrar ningún indicio en el maldito folleto del gobierno.
—Pero ¿qué crees que lo ha provocado?
—No lo sé. Hasta ahora he llegado a algo así como un centenar de explicaciones posibles —se ríe entre dientes— ¡pero todas son una mierda!
—¿Se trata de una enfermedad? ¿Hemos pillado algo?
Él niega con la cabeza.
—Quizá sí. Por lo que parece puede haber dos explicaciones posibles. O es un virus o algo por el estilo, o quizá le ha ocurrido algo a todo el mundo. Gente como tú y como yo nos hemos visto afectados, pero el resto no han cambiado en absoluto.
—¿Algo como qué?
—No lo sé... quizás alguien ha puesto algo en el agua. Quizás el planeta ha atravesado una maldita nube de gas espacial o algo así. Quizá se trata sólo de la evolución. La naturaleza siguiendo su curso...
Patrick se vuelve a reír entre dientes. La habitación se queda en silencio y eso me da la oportunidad de valorar lo que acaba de decir. Puede que tenga razón. Si fuera un virus o una enfermedad, es seguro que mucha más gente se habría visto afectada. Todo es tan extraño esta noche que todas estas teorías contradictorias e insubstanciales suenan plausibles.
—¿Cuánta gente como nosotros crees que existe? —pregunto, sabiendo que él no puede hacer nada más que suposiciones para contestar.
—Ni idea —contesta—. Lo último que recuerdo es que hablaban de una pequeña minoría y eso es lo que dice en tu folleto. Pero creo que es mucho mayor de lo que nadie reconoce. Es posible que nadie sepa lo grande que es.
—¿Y cómo se ha extendido? ¿Seguramente esto no puede estar ocurriendo sólo aquí?
—Se ha extendido de un lado al otro del país con bastante rapidez, ¿no? De manera que si un país está afectado...
—... entonces, ¿por qué no los demás?
—Exactamente.
—Entonces, ¿dónde acaba esto?
Más silencio.
—No lo sé. Ni siquiera sé si quiero pensar en ello. Tenemos que seguir luchando para seguir vivos y puedes apostar a que ellos harán exactamente lo mismo. De manera que sólo podemos seguir corriendo y matando —contesta—, porque, si no vamos a por ellos, vendrán a por nosotros.
Finalmente, Patrick ha cerrado la boca. Estoy tendido en el frío suelo y trato de dormir para descansar la mente y el cuerpo. No puedo dejar de pensar en Ellis. Por la mañana, decido, seguiré hacia la casa de la hermana de Liz y la buscaré allí. Sólo rezo para no ocurra nada antes de que pueda llegar a su lado.
Por la mañana correré el riesgo de coger un coche para ir más rápido. Me siento fuerte y tranquilo, y estoy preparado para andar el resto del camino pero iré más rápido en coche, aunque esté mucho más expuesto y vulnerable. Ahora no importa. Lo que estoy haciendo parece tan correcto. Con cada minuto que pasa, la vida que he dejado atrás se me antoja más extraña y antinatural. Nunca volvería a ella, aunque tuviera la oportunidad. Sólo querría que Lizzie, Edward y Josh pudieran ser como Ellis y yo.
Fuera hay más ruido. Es de madrugada —las dos o las tres, creo— y hay un flujo constante de ruido que llega desde el centro de la ciudad. Oigo más camiones y helicópteros. Más patrullas descubriendo a la gente. Pase lo que pase mañana, sé que tengo que abandonar este lugar. No quiero permanecer en un mismo sitio durante demasiado tiempo. Seguiré en movimiento hasta que encuentre a Ellis y entonces, cuando la tenga conmigo, huiremos juntos. Encontraremos algún lugar seguro donde haya más gente como nosotros, muy lejos de los que nos odian. Y si no podemos encontrar ningún sitio seguro, entonces mataremos y destruiremos a tantos como podamos. Como ha dicho Patrick, tenemos que matarlos antes de que nos maten.
Ahora voy a dormir y me iré con la primera luz del día.
—¡Fuera! —grita una voz aterrorizada por encima de un ruido terrible—. ¡Por el amor de Dios, salid de aquí! Me levanto con rapidez. Me duele el cuerpo de dormir en el suelo. La casa a medio construir está llena de un ruido ensordecedor. Corro hacia la ventana y aplasto la cara contra la reja de metal gris, desesperado por ver lo que ocurre fuera. Un helicóptero se cierne cerca de nosotros. No está directamente sobre el edificio pero sí lo suficientemente cerca y sé que está buscando a gente como nosotros. Miro alrededor y veo que estoy solo. Patrick se ha ido pero sus cosas siguen aquí.
Mierda. Hay un camión al final del camino de grava y los soldados ya están saliendo de su parte trasera y corriendo hacia estas casas. Agarro mi bolsa y me dirijo hacia la puerta. Desde un altavoz, alguien grita una advertencia sobre quedarse tranquilo y sin moverse y... disparos. Vuelvo corriendo a la ventana y miro de nuevo: ahora veo a Craig boca abajo en un charco de barro y sobre él un soldado con el fusil aún humeante que le apunta a la nunca. También puedo ver a Patrick y a Nancy, que están intentando huir. Más tropas los rodean con rapidez, cortando cualquier vía de escape, al mismo tiempo que llega otro camión.
Tengo que alejarme de aquí. Quizá pueda subir a la buhardilla y esconderme. ¿O debo intentar huir? ¿Estoy demasiado arriba para saltar por una de las ventanas? No puedo permitir que me cojan. Pasos sonoros, pesados, metálicos. Jesús, probablemente ya sepan que estoy aquí. Corro hacia una de las pequeñas habitaciones traseras y me doy de bruces con un soldado enmascarado que va en dirección contraria. Intento pasar a su lado pero el cabrón me golpea en la cara y antes que pueda reaccionar estoy tendido de espaldas mirando al techo. Intento levantarme pero unas manos duras me agarran por los brazos y me arrastran escaleras abajo. Es inútil luchar, pienso, mientras intento no dejarme llevar por el pánico. Ahora mi única opción es esperar hasta que esté en el exterior y entonces intentar correr. Pero entonces pienso en el pobre bastardo de Craig, desplomado en el suelo, cosido a balazos. Coopera con ellos, decido, a pesar de que todos los nervios, tendones y fibras de mi cuerpo quieren combatir a estos animales y destruirlos.
Me arrastran por el pasillo, la cocina y finalmente al exterior de la casa. Me empujan hacia el camión frente al cual se encuentran temblando Nancy y Patrick. Tropiezo y caigo de rodillas en el barro, al lado de los pies de Patrick.
—¡Levántate! —me grita uno de los soldados y una mano me agarra por el pescuezo y me levanta. Patrick me mira. Veo desesperación, terror y frustración en sus ojos asustados.