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Authors: German Castro Caycedo

Objetivo 4 (12 page)

BOOK: Objetivo 4
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ANTONIO (Inteligencia)

El primer paso fue estudiar qué perfiles servían para ir y teniendo en cuenta la región, o sea, Antioquia, seleccionaron a Fernando, quien me iba a acompañar. La gran ventaja era que él conocía toda esa región, las costumbres, hablaba el mismo lenguaje y con el mismo acento, por lo cual iba a pasar desapercibido.

Como yo soy de otra zona del país fue necesario crear una histona para justificar cómo nos conocimos, de dónde nació nuestra amistad, por qué nos hicimos socios, etcétera.

Inteligencia hizo un libreto extenso y muy completo con la histona de cada uno de nosotros. Eso quería decir que teníamos que aprendernos la vida propia y luego la del compañero, partiendo de cero, es decir, desde cuando nacimos, los nombres de los supuestos padres, de los hermanos, de los dos, de los primos de ambos, sucesos de mi vida y sucesos de la vida de Fernando.

Aprendernos aquel libreto nos costó más o menos un mes y medio: la orden era practicarlo en todo momento, trabajo difícil ese de manejar otros apellidos, muchos nombres nuevos, fechas de cumpleaños.

Con ese fin nos caracterizaron las nuevas personalidades. ¿Qué es caracterización? Dejarme crecer el cabello, mi socio se dejó la barba, logró engordarse de la barriga para parecerse a un camionero, y bueno, nos hicimos quemar del sol como cualquier trabajador raso. Además, en la oficina simulamos muchas escenas afrontando situaciones difíciles: ¿Qué pasaría si nos detuvieran en un retén? ¿Qué actitud tomaríamos en tal o cual caso?

La historia comenzaba por un viaje que hice a una región determinada y allí, trabajando en el entorno de alguna plaza de mercado nos conocimos y a fuerza de coincidir en nuestras labores decidimos asociamos.

No teníamos un conocimiento exacto de la zona para donde íbamos y nuestra misión inicial fue trasladarnos al lugar, comenzar a explorar y a planear en qué íbamos a trabajar, fundamentalmente buscando un oficio que nos pusiera a nivel de los comerciantes que, al parecer, era uno de los gremios más castigados por la guerrilla.

En un comienzo no íbamos al pueblo todos los días para evitar sospechas. Simplemente aparecíamos por allí los fines de semana —domingo, día de mercado—, aprovechando, además, que aquella es una zona turística en la que aparece mucha gente de los lugares vecinos. De esa forma pasaríamos inadvertidos.

Cada fin de semana nos íbamos en bus por diferentes caminos porque a esa zona se puede llegar de muchas maneras. Nunca llevábamos papeles que hablaran de la Policía y viajábamos como simples parroquianos. Por ejemplo, en la billetera yo tenía tarjetas de almacenes en una dudad lejana, para respaldar el cuento si por alguna casualidad tenía que decir que venía de allá.

En el pueblo empezamos a observarlo todo, una gente muy amable por cierto, muy hospitalaria. Era un domingo día de mercado, gran movimiento, gente caminando con rapidez, cargamentos, personas que se bajaban de carros, de buses, otras que se subían a ellos.

Allí tuvimos nuestra primera experiencia negativa. Nos acompañaba una cámara digital que supuestamente era la mía en plan de turista. No llevábamos cámaras de video, ni maletines, ni nada. Solamente aquella camarita y empezamos a tomar fotos para enviarles a Bogotá una idea de cómo era el lugar y como ayuda para escoger la actividad que íbamos a realizar. Aún no sabíamos si venderíamos helados, pasteles o si íbamos a traer un carro rojo que dijera "Merengón".

Las fotos recogían algo así como una lluvia de ideas sobre lo que más se movía allí. Tomamos varias, registramos algunas caras y llegó un momento en que nos sentamos a esperar qué línea de transportes nos servía para regresar. Pero al poco tiempo nos pusimos de pie y olvidamos la cámara sobre la silla de la cafetería. Esa nunca apareció. Apenas era el tercer fin de semana que visitábamos el lugar.

No había problema, pensamos, cualquiera que se la encontrara podría ver imágenes captadas por cualquier turista, pero sabíamos perfectamente que era un descuido preocupante pensando en que después nos pudiera suceder algo parecido con algún trabajo más delicada Era una alarma que comprobaba que cualquier descuido por pequeño que fuera podía ser fatal para nosotros y para la seguridad de todos los que nos movíamos ahora en busca del mismo objetivo, y desde luego, para la misma operación. Eso nos llevo a buscar sistemas más seguros en todo.

En aquella observación general establecimos finalmente la actividad que podríamos desempeñar en el pueblo que justificara el quedarnos allí, o sea, trabajar especialmente los días de mercado y vender lo que una parte de la gente vendía: granos.

Todo el equipo participó en planificar la vía por la cual nos iban a hacer llegar esas mercancías, cómo íbamos a montar nuestro negocio, dónde íbamos a embodegar las existencias, etcétera, y eso se demoró un poco mientras lo planificábamos.

Como complemento, se tomó la decisión de que nos harían llegar las mercaderías de forma periódica, a bordo de un carro controlado por satélite.

En las siguientes idas nos dedicamos a establecer cuál podría ser el lugar donde íbamos a vender aquellas cosas y además, lo ideal era que pudiéramos vivir allí mismo.

Buscábamos sitios pero la mayoría quedaban lejos del mercada Bueno, pues nos demoramos un poco porque no siempre uno llega y encuentra lo ideal, hasta que finalmente dimos con una casita no tan grande como la queríamos, pero bien ubicada para poder observar todo lo que sucedía alrededor. Era una casita de dos pisos. La señora en un principio parecía negarse a dejárnosla, y... "¿A ustedes quién me los recomienda? ¿Ustedes de dónde vienen?".

—Estamos empezando una sociedad para comerciar.

Finalmente logramos convencerla y, además, le prometimos que le pagaríamos tres meses por adelantado. A ella se le iluminaron los ojos. Luego hicimos un contrato a mano, sin notaría de por medio, sin misterios, y ya.

En primer lugar nos tocó reparar un poco aquella casa, especialmente porque tenía goteras, humedades y defectos que no podíamos exigirle a la señora que los solucionara porque no tenía los medios para hacerlo.

Nuestra explicación era que nosotros corríamos con esos gastos porque no podíamos permitir que se nos dañara la mercancía.

La casa era de dos plantas. En la primera se adaptó lo que iba a ser el local, se organizó de la mejor manera algo llamativo, algo bonito, y en la segunda acomodamos algo como una pequeña sala, un comedor, un televisor y un par de camas.

Obviamente nos tocaba cocinar y la mayoría de las veces nos turnábamos porque acondicionamos la casa con todo lo necesario, muy sencilla, sí, pero completa: un pequeño refrigerador, licuadora, cositas de esas.

Mi socio suida de calor y yo de frio, y me tocaba aguantar un ventilador toda la noche. Son cosas que uno debe estar dispuesto a afrontar.

Los primeros meses nuestro trabajo era, además, detectar más personas que estuvieran siendo extorsionadas y recibir información que ya se conocía en Bogotá y que nosotros podíamos verificar. Entonces, aparte de ser una comisión que iba a explorar, debía confirmar datos que estaban apareciendo por controles técnicos, por informes de guerrilleros que habían pactado su desmovilización con el Estada En Bogotá nos decían, por ejemplo:

—Ojo, allá hay unas personas a las que les dicen Tal y Tal. Deben trabajadas —así comenzó un interés muy especial, pero muy especial por un chocoano, dueño de un camión—: traten de conseguir la mayor información acerca de ese chocoano, dónde vive, con quién vive, qué costumbres tiene —cosas de ese tipo para finalmente pensar en infiltrar en aquel pueblo a una tercera persona.

Después de montar el negocio nos llegó el primer cargamento de granos. Ahora teníamos que salir a ofrecerlo y optamos por la gente que bajaba del campa Las personas que piensan y planean, o sea el equipo, buscó dónde conseguir aquellas mercancías y la manera de hacérnoslas llegar. Nosotros simplemente recibíamos un pequeño camión frente a la casa.

En ese vehículo entró a actuar Rodrigo, el nuevo agente de Inteligencia que iba a jugar a la larga un papel clave. Lo hizo como cargador de bultos o como ayudante del chofer, o como le dicen en todo el país: como cotero y se trataba de que no lo relacionaran con nosotros.

MARIELA (Analista)

Ese mismo mes de junio, la comisión de Medellín obtuvo dos números telefónicos del Paisa. ¿Cómo? A través de víctimas que pusieron sus quejas. Según dijeron, la gente no podía llamarlo a él. El Paisa era quien se comunicaba con ellas.

Pedimos los reportes de las llamadas desde aquellos números durante esa primera mitad del año, pero los aparatos ya no se hallaban en funcionamiento. Esa era una de las tácticas del Paisa ahora conocida por nosotros: él usaba un teléfono celular para extorsionar hoy —algunas veces él llamaba, otras ponía a sus colaboradores a hablar— y luego botaban el chip del celular o lo cambiaban.

Todos esos números y todas esas llamadas estaban en nuestras bases de datos. Eso era como lo preliminar acerca de información técnica, digamos, y quedó allí guardado para comenzar a integrarlo a todo lo que fuera apareciendo posteriormente

El 26 de jumo recibí información del Costeño, un miliciano —guerrillero que se movía en la urbe— que proveía a los frentes subversivos de medios de comunicación y artículos de tecnología, y les entregaba, además, material explosivo. Nos habían comentado que delinquía, tanto en Barranquilla, Bogotá y Medellín como en el norte de los departamentos de Antioquia y Chocó, una extensa zona donde se movía el objetivo.

El Costeño estaba recluido en una cárcel de Medellín... Al analista le llega información de muchas partes y todo lo que estuviera asociado al frente Treinta y Cuatro, al Paisa, al bloque respectivo, terminaba en nuestras manos.

Una semana después se tuvo información acerca de la posible área de ubicación del Paisa en aquel momento, un rincón conocido como Bocas del río Murrí, cerca de Vigía del Fuerte. También nos llegaron números de algunos celulares con los que estaría realizando las coordinaciones para conseguir elementos logísticos y realizar las extorsiones.

La comisión de Medellín, a su vez, comenzó un trabajo de identificación de la familia del guerrillero y localizamos, por ejemplo, a una de sus hermanas, comerciante en un municipio lejano al río Murrí, realizamos controles sobre ella y comprobamos que nunca se comunicaba con el Paisa.

La comisión de Urrao recolectó información en cuanto a encargados de recoger los dineros de las extorsiones y terminando julio identificó a algunos de ellos por sus apodos. ¿Qué hacían? Extorsionaban desde Frontino y la gente de Urrao iba y cobraba. Se hacían llamar, por ejemplo, Arturo, el Chinche, Torombolo, Ninfa, Brother.

Igualmente nuestros agentes consiguieron algunos números de celulares de los extorsionistas e hicimos lo mismo: pedimos llamadas y comenzamos a integrar toda esa nueva información. Ahora corría agosto, mediados del mes.

Para esas fechas, o sea, siete meses y medio después de haber comenzado la operación, por fin fue verificado el nombre real del Paisa: Aicardo de Jesús Agudelo Rodríguez, y los de su núcleo familiar.

Con esa base se solicitó partida de nacimiento en un municipio llamado San Jerónimo y supimos que había nacido cincuenta y tres años antes.

Más tarde entrevistamos a un guerrillero desmovilizado que había permanecido tres años a su lado y nos dio información un poco más precisa sobre él: al parecer, se movía por los alrededores de un río llamado Mandé. Ahora teníamos dos punto»: Bocas de Murrí y el río Mandé.

Según él, en aquel frente se levantaban más o menos a las cinco de la mañana, desayunaban a las siete, almorzaban al mediodía y la comida dependía del lugar donde estuvieran reunidos. Se acostaban más o menos a las ocho de la noche y sobre el cambio de campamento daban aviso un día antes de abandonar el lugar donde se asentaban.

Aquel hombre dijo también que algunas veces regresaban a los campamentos abandonados si no habían sido intervenidos por la Fuerza Pública y que permanecían más o menos dos semanas en cada sido. Eso era favorable para nosotros porque en una operación como la nuestra, quince días pueden representar tiempo suficiente.

Las tácticas de la guerrilla habían cambiado luego de la muerte de un par de cabecillas importantes llamados Raúl Reyes y, más tarde, Iván Ríos. Antes confiaban más y ocupaban ciertas áreas durante más tiempo.

Lo llamativo es que el guerrillero desmovilizado contó que dos años atrás habían llegado al frente del Paisa tres extranjeros a darles instrucción militar. Aquellos se habían reunido con los cabecillas del frente, incluido el objetivo, a quienes les entregaron películas sobre entrenamiento y manejo de armas.

Según él, los mercenarios habían ingresado por el departamento del Chocó, tierra de selvas y grandes ríos en el litoral Pacífico, por un punto conocido como San Antonio, cercano al campamento que estaban ocupando en aquella época.

A mediados del mes de agosto fuimos a la región en compañía de nuestro jefe y allá nos esperaba una persona de cada una de nuestras comisiones: una de Vigía del Fuerte, otra de Urrao y otra de Frontino, que se habían unido a los de la base en Medellín.

Allí comenzamos a escuchar —porque es muy diferente estudiar un documento a oír directamente cómo están viviendo las condiciones específicas de cada lugar y dónde están los riesgos o dónde las vulnerabilidades del trabajo—, y con estas bases estudiamos los pasos para continuar.

Analizamos nuevamente la información obtenida hasta ese momento, cuando va conocíamos diferentes ángulos del Paisa y sabíamos, gracias a la información de guerrilleros desmovilizados, que el bandido contaba con gente cercana que lo estaba abasteciendo.

Por ejemplo, el Paisa nunca se comunicaba con su familia que en realidad vivía muy mal, o sea que no estaba sacando dinero de sus fechorías para ayudarlos.

¿Qué creíamos? Que tenía prohibido mantener contacto con ellos y a su vez ayudarlos, precisamente por lo que él representaba para el frente.

Sabíamos que Paola, su compañera, durante los últimos años había permanecido a su lado y que las personas que estaban más cercanas a él en cuanto a colaboración en Frontino y Urrao eran cinco, pero de toda la información acerca de ellos nos atrajo de forma especial aquel a quien llamaban el Chocoano.

Ocho meses después de haber comenzado la operación, supimos también que el bandido hacía ir prostitutas al campamento, algo que hasta entonces ignorábamos, lo que indicaba que los controles no habían sido suficientemente estrechos y que lo que obteníamos por interceptación era realmente poca Las comisiones en la zona estaban obteniendo mucho más.

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