No abras los ojos (62 page)

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Authors: John Verdon

Tags: #novela negra

BOOK: No abras los ojos
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Podría haberle dicho cualquier cosa.

Esa idea había estado molestando a Gurney.

Y en ese momento supo por qué.

Había desencadenado un recuerdo, primero de un modo inconsciente.

Pero ahora lo percibió con claridad.

Otro momento. Otro lugar. Scott Ashton en una conversación seria con una joven rubia en el amplio espacio de un césped bien cuidado. Una conversación que no podía escucharse. Una conversación cuyas palabras se perdieron en el trasfondo de un centenar de otras voces. Una conversación en la que Scott Ashton podría haber dicho cualquier cosa a Jillian Perry.

Podría haberle dicho cualquier cosa. Y ese simple hecho podía cambiarlo todo.

Hardwick lo estaba observando.

—¿Estás bien?

Gurney asintió con la cabeza ligeramente, como si cualquier movimiento mayor pudiera interrumpir el hilo de sus pensamientos.

«Podría haber dicho cualquier cosa. En realidad no había manera de saber lo que dijo, porque las voces reales no podían escucharse. Entonces, ¿qué podría haber dicho? Supongamos que lo que dijo fue: “No importa lo que pase, no digas ni una palabra”. Supongamos que lo que dijo fue: “No importa lo que pase, no abras la puerta”. Supongamos que lo que dijo fue: “Tengo una sorpresa para ti. Cierra bien los ojos”. ¡Dios mío!, supongamos que eso fue exactamente lo que dijo: “Será la mayor sorpresa de tu vida, no abras los ojos”.»

76
Otra capa

—¿
Q
ué demonios está pasando? —preguntó Hardwick. Gurney negó con la cabeza, pues todavía no estaba listo para responder. Su mente le daba vueltas a todo aquello casi con una excitación animal que lo hizo levantarse. Empezó a pasear, primero despacio, por la alfombra antigua, delante del escritorio de Ashton. La gran lámpara de porcelana de la esquina arrojaba un círculo suave de luz cálida, iluminando el intrincado patrón en el fino tejido de la alfombra.

Si su teoría era cierta, cosa que era posible, ¿qué consecuencias tendría?

En la pantalla, se veía a Ashton de pie junto a una de las cortinas de color granate que cubrían porciones de las paredes de la capilla, paseando con aire benevolente su mirada entre las chicas.

—¿Qué pasa?—preguntó Hardwick—. ¿En qué demonios estás pensando?

Gurney dejó de pasear un momento para bajar ligeramente el sonido del monitor y concentrarse mejor en su propia línea de pensamiento.

—¿Ese comentario que has hecho hace un momento? ¿Que Ashton podría haber dicho cualquier cosa?

—Sí, ¿qué pasa?

—Podrías haber derrumbado una de las suposiciones clave que hemos estado haciendo sobre el asesinato de Jillian.

—¿Qué suposición?

—La mayor de todas. La suposición de que sabíamos por qué fue a la cabaña.

—Bueno, sabemos por qué dijo que entró. En el vídeo le estaba diciendo a Ashton que quería convencer a Flores para que saliera a participar en el brindis de la boda. Y Ashton discutió con ella. Le dijo que no se preocupara por Flores. Pero ella entró en la cabaña de todos modos.

Los ojos de Gurney brillaron.

—Supongamos que esa conversación nunca se dio.

—Estaba en el vídeo. —Hardwick parecía tan molesto con la excitación de su amigo como confundido por lo que este estaba diciendo.

Gurney habló muy despacio, como si cada palabra fuera preciosa.

—Esa conversación no está, en realidad, en el vídeo de la recepción.

—Claro que sí.

—No. Lo que está grabado en el vídeo es una charla entre Scott Ashton y Jillian Perry en el césped, en la recepción, en el fondo de la escena, demasiado en el fondo para que la cámara grabara sus voces. La «conversación» que estás recordando (y que todos los que han visto el vídeo han estado recordando) es la descripción de la conversación que Scott Ashton les hizo a Burt Luntz y a su mujer después de que ocurriera. El hecho es que no tenemos forma de saber qué le dijo Jillian a él ni qué le contó él a Jillian. Y hasta ahora no hemos tenido ninguna razón para cuestionarlo. En realidad, lo único que tenemos es lo que Ashton afirma que se dijo. Y como has comentado hace un momento sobre su conversación inaudible con esa rubia en la capilla, podría haberle dicho cualquier cosa.

—Vale—dijo Hardwick, con incertidumbre—. Ashton podría haberle dicho cualquier cosa. Eso lo entiendo. Pero ¿qué crees que le dijo de verdad? ¿Cuál es el sentido de esto? ¿Por qué iba a mentir sobre la razón de Jillian para ir a la cabaña?

—Se me ocurre al menos una razón horrible. Me refiero, otra vez, a que no sabemos lo que pensamos que sabemos. Lo único que sabemos es que hablaron entre ellos y que ella entró en la cabaña.

Hardwick, impaciente, empezó a dar golpecitos en el reposabrazos labrado de la silla tipo trono.

—Eso no es todo lo que sabemos. Recuerdo que alguien fue a buscarla. Llamó a la puerta de la cabaña. ¿Una de las camareras? ¿Y no estaba ya muerta? Al menos no respondió a la puerta. No entiendo adónde demonios quieres ir a parar.

—Empecemos por el principio. Si observas las pruebas visuales reales y olvidas la interpretación que le hemos dado, la pregunta es: ¿hay algún otro relato creíble que sea coherente con lo que vemos que ocurre en pantalla?

—¿Como cuál?

—En el vídeo parece que Jillian atrae la atención de Ashton y señala su reloj. Muy bien. Supongamos que él le hubiera pedido que lo avisara cuando fuera el momento del brindis nupcial. Y supongamos que cuando se acerca a ella, le dijo que tenía una gran sorpresa para ella y que quería que fuera a la cabaña, porque allí era donde iba a dársela, antes del brindis. Ella tenía que entrar en la cabaña, cerrar la puerta y quedarse completamente en silencio. No importaba quién fuera a la puerta, no tenía que abrir ni decir una sola palabra. Todo formaba parte de una sorpresa que ella entendería después.

Hardwick estaba absorto, prestando plena atención.

—Entonces, ¿estás diciendo que ella podría haber estado bien cuando la camarera llamó a la puerta?

—Y luego cuando Ashton abrió la puerta con su llave, supongamos que le dijo algo como: «Cierra bien los ojos. Será la mayor sorpresa de tu vida, no abras los ojos».

—Y luego…

Gurney hizo una pausa.

—¿Recuerdas a Jason Strunk?

Hardwick frunció el ceño.

—¿El asesino en serie? ¿Qué tiene que ver con esto?

—¿Recuerdas cómo mataba a sus víctimas?

—Las descuartizaba y enviaba trozos a policías locales.

—Exacto. Pero en lo que estaba pensando es en el arma que usaba.

—Un hacha de carnicero, ¿no? Una herramienta japonesa, muy afilada.

—Y la llevaba en una sencilla funda de plástico debajo de la chaqueta.

—Así pues…, ¿qué estás diciendo? Oh, no ¡vamos! ¿No estarás diciendo que… Scott Ashton entró en la cabaña, le dijo a su nueva esposa que cerrara los ojos y le cortó la cabeza?

—Basándonos en las pruebas visuales, es tan posible como la historia que nos contaron.

—Dios, montones de cosas son posibles, pero…—Hardwick negó con la cabeza—. ¿Y luego? ¿Después de cortarle la cabeza a la novia, la deja limpiamente sobre la mesa, empieza a gritar, vuelve a guardarse el arma ensangrentada en su funda de plástico, sale tambaleándose de la cabaña y se derrumba?

Gurney continuó.

—Eso es. Esa última parte está grabada en el vídeo: Ashton gritando, tambaleándose, cayendo en los rosales. Todos vienen corriendo hacia él, todos miran en la cabaña y todos llegan a la conclusión obvia dadas las circunstancias. Exactamente la conclusión a la que Ashton quería que llegaran. Así que no había razón para que nadie lo registrara. Si llevaba un hacha de carnicero o un arma similar escondida en la chaqueta, nadie lo habría sabido nunca. Y en cuanto los perros encontraron el machete ensangrentado en el bosque, todo pareció perfectamente claro. El relato sobre Héctor Flores estaba grabado en piedra, solo a la espera de que Rodriguez estampara su sello de aprobación.

—El machete… con la sangre de Jillian…, pero ¿cómo?

—La sangre podría haberla sacado del test de nivel de litio de dos días antes. Ashton podría haber cancelado la cita habitual de la practicante y haberle sacado la muestra él mismo. O podría haberla conseguido de otra forma, haciendo algún cambio, como empezábamos a pensar que podría haber hecho Flores. Y podría haber dejado el machete por la mañana antes de la recepción. Podría haberlo manchado con sangre, haberlo llevado al alféizar de la ventana de atrás, dejar ese rastro de feromona sexual para que los perros lo siguieran y luego volver a entrar a través de la cabaña. En ese punto, antes de la fiesta, no habría ninguna cámara en funcionamiento, lo que explicaría por qué el machete fue desde la cabaña al lugar en el que se encontró sin que, en el vídeo, nadie pasara por delante de ese árbol.

—Espera un segundo, olvidas una cosa: ¿cómo demonios le rebanó el cuello, a través de las carótidas, sin salpicarse de sangre? O sea, ya sé eso del informe del forense sobre la sangre por el otro lado del cadáver y mi propia idea de cómo el asesino habría usado la cabeza para desviar la sangre. Pero tendría que salpicar algo.

—Quizá salpicó.

—¿Y nadie se fijó?

—Piensa en ello, Jack, en la escena del vídeo. Ashton llevaba un traje oscuro. Cae en un arriate lleno de barro. Un lecho de rosas. Con espinas. Estaba hecho un desastre. Recuerdo que algunos invitados lo llevaron a la casa. Me jugaría mi pensión a que fue directo al cuarto de baño. Eso le ofrecería una oportunidad de deshacerse del hacha, quizás incluso de cambiarse el traje por otro también lleno de barro, para poder salir aún hecho un desastre, pero sin rastro de sangre de la víctima.

—Joder—murmuró Hardwick, pensativo—. ¿De verdad crees todo eso?

—Para ser sincero, Jack, no tengo ninguna razón para creerlo. Pero es posible.

—Hay algunos problemas, ¿no te parece?

—¿Como el problema de que un famoso psiquiatra sea un asesino despiadado? ¿Poco creíble?

—De hecho, esa es la parte que más me gusta—dijo Hardwick.

Gurney sonrió por primera vez ese día.

—¿Algún otro problema?—preguntó.

—Sí. Si Flores no estaba en la cabaña cuando mataron a Jillian, ¿dónde estaba?

—Quizá ya estaba muerto—dijo Gurney—. Tal vez Ashton lo mató para que pareciera el culpable que había huido. O quizás el escenario que acabo de dibujar está tan lleno de agujeros como cualquier otra teoría sobre el caso.

—Así que este tipo, o bien es el autor de un crimen extraordinario, o bien es su víctima inocente. —Hardwick miró al monitor de detrás del escritorio de Ashton—. Para ser un hombre cuyo mundo se está derrumbando, parece muy tranquilo. ¿Adónde ha ido a parar toda la desesperación?

—Parece que se ha evaporado.

—No lo entiendo.

—¿Resistencia emocional? ¿Está poniendo buena cara?

Hardwick parecía cada vez más desconcertado.

—¿Por qué quería que viéramos esto?

Ashton caminaba con lentitud por la capilla, casi imperioso, como un gurú entre sus discípulos. Tranquilo. Seguro de sí mismo. Imperturbable. Irradiaba más placer y satisfacción a cada minuto. Un hombre poderoso y respetado. Un cardenal del Renacimiento. Un presidente de Estados Unidos. Una estrella del rock.

—Scott Ashton parece una piedra preciosa con muchas caras—dijo Gurney, fascinado.

—O un cabrón asesino—replicó Hardwick.

—Hemos de decidir cuál de las dos cosas es.

—¿Cómo?

—Reduciendo la ecuación a sus términos elementales.

—¿Que son…?

—Supongamos que Ashton mató a Jillian.

—¿Y que Héctor no estuvo involucrado?

—Exacto—dijo Gurney—. ¿Qué seguiría después de ese punto de partida?

—Que Ashton es un buen mentiroso.

—Así que quizá nos ha estado contando un montón de mentiras y no nos hemos enterado.

—¿Mentiras sobre Héctor Flores?

—Exacto—dijo Gurney de nuevo, frunciendo el entrecejo, pensativo—. Sobre… Héctor… Flores.

—¿Qué pasa?

—Solo estaba pensando.

—¿Qué?

—¿Es posible… que…?

—¿Qué?—preguntó Hardwick.

—Espera un momento. Solo quiero…—La voz de Gurney se fue apagando; su mente iba a mil por hora.

—¿Qué?

—Solo… reduciendo… la ecuación. Reduciéndola a lo más simple… posible…

—Dios, deja de pararte en medio de las frases. ¡Escúpelo!

Dios, no podía ser tan simple, ¿no?

Pero quizá lo era. Tal vez era perfecta y ridículamente simple.

¿Por qué no lo había visto antes?

Se rio.

—Por el amor de Dios, Gurney…

No lo había visto antes porque había estado pensando en la pieza que faltaba. Y no había podido encontrarla. Por supuesto que no había podido encontrarla. No faltaba ninguna pieza. Nunca había faltado una pieza. Sobraba una pieza. Una que no dejaba de interponerse en medio de todo, que había estado entrometiéndose en el camino de la verdad desde el principio. La pieza que había sido fabricada específicamente para que se interpusiera en el camino de la verdad.

Hardwick lo estaba mirando con frustración.

Gurney se volvió hacia él con una sonrisa desquiciada.

—¿Sabes por qué no pudieron encontrar a Héctor Flores después del asesinato?

—¿Porque estaba muerto?

—No creo. Hay tres posibles explicaciones. Una: escapó como pensamos que hizo. Dos: está muerto, víctima del asesino de Jillian Perry. O tres…: nunca estuvo vivo.

—¿De qué coño estás hablando?

—Es posible que Héctor Flores nunca existiera, que nunca hubiera ningún Héctor Flores, que solo fuera un personaje creado por Scott Ashton.

—Pero todas las historias…

—Habrían salido del propio Ashton.

—¿Qué?

—¿Por qué no? Las historias se empiezan, cobran vida propia, una idea que tú mismo has expresado muchas veces. ¿Por qué no podrían tener todas las historias un mismo punto de partida?

—Pero hubo gente que vio a Héctor Flores en el coche de Ashton.

—Vieron a un jornalero mexicano con sombrero de vaquero y gafas de sol. El hombre que vieron podría ser cualquiera que Ashton hubiera contratado ese día en particular.

—Pero no entiendo cómo…

—¿No lo ves? Ashton podría haber creado él mismo todas las historias, todos los rumores. El alimento perfecto para el cotilleo. El nuevo jardinero especial. El mexicano maravillosamente eficaz. El hombre que aprendió todo tan deprisa. Un tipo con un potencial tremendo. El hombre Cenicienta. El protegido. El asistente personal de confianza. El genio que empezó a hacer cosas raras. El hombre que estaba desnudo sobre un solo pie en el pabellón del jardín. Muchas historias, muy interesantes, coloridas, asombrosas, deliciosas, repetibles. El alimento perfecto para los chismes, ¿no lo ves? Alimentó a sus vecinos con una serie de rumores irresistibles, y estos la continuaron, se la contaron unos a otros, la embellecieron, la contaron a los desconocidos. Creó a Héctor Flores de la nada y lo convirtió en leyenda, capítulo tras capítulo. Una leyenda de la que Tambury no podía dejar de hablar. El hombre se hizo más grande que un gigante, más real que la realidad.

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