No abras los ojos (61 page)

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Authors: John Verdon

Tags: #novela negra

BOOK: No abras los ojos
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—Qué pesadilla—dijo. Se aclaró la garganta, pero sonó más como un lamento que como una tos—. Díganme algo, caballeros: ¿alguna vez han sentido que han fracasado por completo? Así es como me siento ahora mismo. Cada nuevo horror…, cada muerte…, cada descubrimiento sobre Flores o Skard o como se llame es… Cada extravagante revelación sobre lo que ha estado ocurriendo en realidad en la escuela, todo prueba mi fracaso absoluto. ¡Qué idiota descerebrado he sido!—Negó con la cabeza, o más bien la movió adelante y atrás en un movimiento lento, como si estuviera atrapado por algún tipo de corriente subterránea—. Ese estúpido y fatal orgullo. Pensar que podría curar una plaga con un poder tan increíble y primitivo.

—¿Una plaga?

—No es el término que mi profesión aplica comúnmente al incesto y al daño que causa, pero creo que es bastante preciso. Cuanto más tiempo trabajo en este campo, más me convenzo de que de todos los crímenes que los seres humanos cometen los unos contra los otros, el más destructivo de lejos es el abuso sexual de un menor a manos de un adulto, en especial de un progenitor.

—¿Por qué dice eso?

—¿Por qué? Es sencillo. Los dos modos primarios de relaciones humanas son el parental y el de pareja. El incesto destruye los patrones diferenciados de estas dos relaciones al aplastarlos juntos; básicamente contamina ambos. Creo que se produce un daño traumático en las estructuras neuronales que sostienen las conductas naturales de cada uno de estos modos de relación y que los mantienen separados. ¿Entienden lo que estoy diciendo?

—Eso creo—apuntó Gurney.

—Se me escapa—dijo Hardwick, que había estado observando en silencio la larga conversación entre los dos hombres.

Ashton le lanzó una mirada reprobatoria.

—Una terapia eficaz de esa clase de trauma necesita reconstruir los límites entre el repertorio de respuestas padre-hija y el repertorio de respuestas de pareja. Lo trágico es que ninguna terapia puede equipararse en fuerza (en el descomunal impacto) a la violación que busca reparar. Es como reconstruir con una cucharita de té una pared derribada por una excavadora.

—Pero… ¿no fue ese el problema al que eligió dedicar su carrera?—preguntó Gurney.

—Sí. Y ahora está más que claro que he fracasado. Total y miserablemente.

—No lo sabe.

—¿Se refiere a que no todas las exalumnas de Mapleshade han elegido desaparecer en algún submundo psicosexual? ¿No todas han sido asesinadas por placer? ¿No todas han continuado teniendo hijos y violándolos? ¿No todas han salido tan enfermas y trastornadas como entraron? ¿Cómo puedo saberlo? Lo único que sé en este momento es que Mapleshade bajo mi control, guiado por mis instintos y decisiones, se ha convertido en un imán para el horror y el asesinato, un coto de caza de un monstruo. Bajo mi liderazgo, Mapleshade ha sido destruido por completo. Eso lo sé.

—Entonces…, ¿ahora qué?—preguntó Hardwick con brusquedad.

—¿Ahora qué? Ah. La voz de una mente pragmática. —Ashton cerró los ojos y no dijo nada durante al menos un minuto entero. Cuando habló otra vez, lo hizo con tensa vulgaridad—. ¿Ahora qué? ¿El siguiente paso? El siguiente paso para mí es bajar a la capilla, dar la cara, hacer lo que pueda para calmar sus nervios. ¿Cuál es su siguiente paso…? No tengo ni idea. Dicen que han venido por una corazonada. Será mejor que le pregunten a su instinto qué hacer a continuación.

Se levantó de su enorme silla de terciopelo y cogió del cajón del escritorio algo parecido al control remoto de la puerta de un garaje.

—Las luces y las cerraduras de abajo se controlan de manera electrónica—dijo, explicando el mecanismo.

Empezó a irse, llegó hasta la puerta, volvió y encendió el gran monitor de ordenador que tenía detrás de su escritorio. Apareció una imagen: el interior de la capilla, con suelo de piedra y altas paredes también pétreas cuya incolora austeridad quedaba rota por intermitentes cortinas color borgoña e indescifrables tapices. Los bancos de madera oscura no estaban puestos en las habituales filas típicas de las iglesias, sino que los habían reordenado en media docena de zonas de asientos, cada una formada por un triángulo de tres bancos, evidentemente para facilitar la conversación. Había un buen número de chicas adolescentes. Desde los altavoces del monitor se oyó el sonido de voces femeninas.

—Hay una cámara de alta resolución y un micrófono abajo, que transmite a este ordenador—dijo Ashton—. Observen y escuchen. Quizá puedan entender todo esto mejor. —Entonces se dio la vuelta y salió de la oficina.

75
No abras los ojos

L
a pantalla del ordenador mostró a Scott Ashton entrando por la parte de atrás de la capilla—detrás de los grupos de bancos—y cerrando la puerta a su espalda con estrépito, con el pequeño mando a distancia todavía en la mano. Las chicas llenaban la mayoría del espacio en los bancos, algunas sentadas normalmente, otras de costado, algunas en posiciones de yoga con las piernas cruzadas, otras de rodillas. Algunas parecían perdidas en sus propios pensamientos, pero la mayoría de ellas estaban participando en conversaciones, unas más audibles que otras.

La sorpresa para Gurney fue lo normales que parecían esas chicas. A primera vista eran como la mayoría de las adolescentes, nadie diría que estaban internas en una institución rodeada de alambre de espino. A esa distancia de la cámara, la perversa conducta que las había llevado allí era invisible. Gurney supuso que solo cara a cara, con sus expresiones más enfocadas, sería obvio que esas criaturas eran más egocéntricas, despiadadas, crueles y guiadas por el sexo que lo común. En última instancia, como ocurría con sus fotos de archivo policial, el signo del peligro, el hielo, estaría en los ojos.

Entonces se fijó en que no estaban solas. En cada uno de los triángulos de bancos había uno o dos individuos mayores, probablemente profesores, consejeros o como llamaran en Mapleshade a quienes proporcionaban orientación y terapia. En un rincón del fondo de la sala, casi invisible en las sombras, se alzaba el doctor Lazarus, con los brazos cruzados y una expresión imperturbable.

Momentos después de que entrara Ashton, las chicas empezaron a fijarse en él y el alboroto de las conversaciones empezó a disminuir. Una de las chicas que parecían mayores, muy atractiva, se acercó a Ashton cuando este se hallaba en la parte de atrás del pasillo central. La chica era alta, rubia, de ojos almendrados.

Gurney miró a Hardwick, que estaba inclinado hacia delante en la silla, estudiando la pantalla.

—¿Te has fijado en si la ha llamado?—preguntó Gurney.

—Puede que le haya hecho una seña—dijo—. Una especie de saludo. ¿Por qué?

—Simple curiosidad.

En la pantalla de alta definición, los perfiles de Ashton y la chica eran claros hasta el punto de que los movimientos de sus labios resultaban visibles, pero sus voces eran indistintas: palabras y frases que se mezclaban con las voces de un grupo de estudiantes que estaban cerca de ellos.

Gurney se inclinó hacia el monitor.

—¿Tienes idea de lo que están diciendo?

Hardwick se concentró intensamente en sus caras, inclinando la cabeza como si eso pudiera aumentar la discriminación de su oído.

En la pantalla, la chica dijo algo y sonrió; Ashton contestó y gesticuló. Acto seguido, el psiquiatra caminó con determinación por el pasillo central y se acercó a una zona elevada del suelo, al parecer el lugar que había ocupado el altar cuando la capilla tenía un uso litúrgico. El hombre se volvió hacia la reunión de estudiantes, de espaldas a la cámara. El murmullo se fundió y enseguida se hizo el silencio.

Gurney miró inquisitivamente a Hardwick.

—¿Has entendido algo?

Él negó con la cabeza.

—Podría haberle dicho cualquier cosa a la rubia. No he podido distinguir las palabras del ruido de fondo. Quizás alguien que lea los labios. Yo no.

En la pantalla, Ashton empezó a hablar con una autoridad que parecía natural, con su voz de barítono, serena y suave, y más profunda de lo habitual, gracias a la resonante nave neogótica.

—Señoritas—comenzó, modulando la palabra con una gentileza casi reverencial—, han sucedido cosas terribles, cosas espantosas, y todo el mundo está inquieto. Ira, miedo, confusión y malestar. Algunas de vosotras estáis teniendo problemas para dormir. Ansiedad. Pesadillas. Pero no saber lo que realmente está pasando puede ser la peor parte. Queremos saber con qué nos estamos enfrentando, y nadie nos lo dice.

Ashton irradiaba la angustia de los estados mentales a los que se refería. Se había convertido en una imagen de la emoción y la comprensión y, sin embargo, al mismo tiempo, quizás a través de la sonoridad calmada de su voz, su timbre casi de violonchelo, estaba logrando comunicar en un nivel inconsciente, una profunda tranquilidad.

—El tío sabe lo que hace—dijo Hardwick, en el tono de quien admira los dedos ligeros de un magnífico carterista.

—Desde luego es un profesional—coincidió Gurney.

—No tan bueno como tú, campeón.

Gurney torció el gesto en un signo de interrogación.

—Seguro que podría aprender un par de cosas de tu curso en la academia.

—¿Qué sabes de mi…?

Hardwick señaló a la pantalla.

—Chis. No nos perdamos nada.

Las palabras de Ashton fluían como agua clara sobre rocas pulidas.

—Algunas me habéis preguntado sobre el avance de la investigación. ¿Cuánto sabe la Policía? ¿Qué está haciendo? ¿Está cerca de detener al culpable? Preguntas lógicas, preguntas que muchos de nosotros nos estamos planteando. Creo que ayudaría saber más, que todos tuviéramos la oportunidad de compartir nuestras preocupaciones, de preguntar lo que queramos preguntar, de obtener algunas respuestas. Por eso he invitado a los detectives que trabajan en el caso a venir aquí a Mapleshade mañana por la mañana, para que hablen con nosotros, para que nos cuenten lo que está sucediendo, lo que es probable que pase en el futuro. Ellos tendrán sus preguntas; nosotros, las nuestras. Creo que será una conversación muy útil para todos.

Hardwick sonrió.

—¿Qué opinas?

—Creo que es…

—¿Suave como un cerdo engrasado?

Gurney se encogió de hombros.

—Yo diría que es bueno controlando la forma en que la gente ve las cosas.

Hardwick señaló la pantalla.

Ashton estaba cogiendo el teléfono móvil de un clip en su cinturón. Lo miró, frunció el ceño, apretó un botón y se lo llevó a la oreja. Dijo algo, pero las chicas de los bancos habían vuelto a hablar entre ellas, y sus palabras se perdieron de nuevo en la charla de fondo.

—¿Estás pillando algo?—preguntó Gurney.

Hardwick observó los labios de Ashton y negó con la cabeza.

—Igual que antes cuando estaba hablando con la rubia. Podría haber dicho cualquier cosa.

La llamada terminó y Ashton volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo. Una chica de la parte de atrás estaba levantando la mano, pero Ashton no la vio o no le hizo caso. La chica se levantó y agitó la mano a un lado y a otro, y eso al parecer captó la atención de Ashton.

—¿Sí? Señoritas… Creo que alguien tiene una pregunta ¿o un comentario?

La chica, que resultó ser la rubia de ojos almendrados a la que Hardwick acababa de referirse, hizo su pregunta.

—He oído un rumor de que hoy han visto a Héctor Flores aquí, en la capilla. ¿Es verdad?

Ashton parecía extrañamente aturdido.

—¿Qué…? ¿Quién te ha dicho eso?

—No lo sé. Las chicas hablaban en el hueco de la escalera en la casa principal. No estoy seguro de quién lo dijo. Yo no podía verlas desde donde estaba. Pero una dijo que lo había visto, que había visto a Héctor. Si es verdad, da mucho miedo.

—Si fuera cierto, daría miedo—dijo Ashton—. Tal vez la persona que dijo que lo vio nos podrá dar más detalles. Estamos todos aquí. Quien lo dijo también ha de estar aquí. —Miró a las reunidas en un silencio expectante, dejando que pasaran cinco largos segundos antes de añadir con una tolerancia paternal—: Tal vez a algunas personas les gusta difundir rumores espeluznantes. —Pero no sonaba del todo tranquilo—. ¿Hay alguna pregunta más?

Una de las chicas de aspecto más joven levantó la mano y preguntó:

—¿Cuánto tiempo más hemos de quedarnos aquí?

Ashton sonrió como un padre afectuoso.

—Hasta que el proceso sea útil; ni un minuto más. Espero que en los grupos estéis compartiendo vuestros pensamientos, preocupaciones, sentimientos y, sobre todo, los temores que, como es natural, ha suscitado la muerte de Savannah. Quiero que expreséis todo lo que se os ocurra, que aprovechéis la ayuda que los facilitadores del grupo pueden ofrecer, la ayuda que os podéis prestar unas a otras. El proceso funciona. Sabemos que funciona. Confiad en él.

Ashton bajó del estrado y comenzó a andar por la estancia, al parecer ofreciendo una palabra de aliento aquí y allá, pero sobre todo observando los grupos de discusión alrededor de los bancos. A veces daba la impresión de que escuchaba con atención; otras parecía encerrarse en sus propios pensamientos.

Mientras Gurney observaba, le llamó la atención de nuevo lo raro que era todo aquello. Pese a que estuviera desacralizado, el edificio todavía tenía el aspecto, el olor y daba la impresión de una iglesia. Combinar eso con las energías salvajes y retorcidas de las residentes de Mapleshade ante el despliegue de posibilidades de un caso de asesinato complejo era desconcertante.

En la escena de la capilla, en la pantalla, Ashton continuaba su paseo entre las estudiantes y sus «facilitadores», pero Gurney había dejado de prestar atención.

Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el cojín de terciopelo de la silla. Se concentró lo mejor que pudo en su simple respiración, en el aire que entraba y salía por su nariz. Estaba tratando de vaciar su mente de lo que parecía una maraña incoherente de escombros. Casi lo logró, pero un pequeño detalle se negaba a ser barrido.

Un pequeño detalle.

Era un comentario de Hardwick que había estado mordisqueando el borde de su conciencia, el que había hecho cuando le había preguntado si había entendido lo que Ashton le había dicho a la chica que se le había acercado cuando este había entrado en la capilla.

Hardwick había respondido que la voz de Ashton se mezclaba con todas las demás voces de la capilla. Era indistinguible y las palabras se volvían indescifrables.

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