Read Nacida bajo el signo del Toro Online
Authors: Florencia Bonelli
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Esa tarde, Alicia Buitrago advirtió la desazón de Camila apenas la vio entrar. Se lo mencionó entre paciente y paciente mientras tomaba unos mates en la cocina. Camila, que completaba un ejercicio de francés, detuvo la lapicera y se quedó mirando la nada. Los ojos se le tornaron acuosos. No quería llorar de nuevo frente a Alicia. Se suponía que ella era una chica madura y ecuánime, capaz de hacerse cargo de un bebé.
—¿Qué pasa, corazón? —insistió Alicia, y le apretó la mano.
El mentón de Camila tembló.
—Tuve un día horrible —dijo, con voz quebrada.
—¿Qué pasó?
—No quiero molestarte con mis cosas. Demasiado con lo de ayer. Con lo de Bárbara —aclaró.
—No me molestás.
Yo
estoy preguntándote. Vamos, Señorita Perfección, deje de lado su Luna en Virgo y muéstreme su dolor.
Camila escondió la cara en los antebrazos y se echó a llorar. Lucito, que masticaba una galleta en la silla alta, junto a Camila, detuvo la actividad y soltó una parrafada inentendible.
—Sí, Lucito, sí. Cami está triste hoy.
Habló entre hipos y sollozos, y, al terminar, se preguntó si Alicia habría entendido algo.
—De pronto —dijo la mujer—, parece que tu mundo se puso patas arriba, ¿no?
—Antes no me pasaba nada. Ahora me pasa de todo. Todo malo.
—¿Sí? ¿Todo malo? ¿Que las chicas más populares de la división te inviten a bailar es algo malo? ¿Que dos chicos se peleen por vos es algo malo?
—No me gustan las peleas. Ayer, Bárbara intentó tirarse a las vías del subte. Al menos eso es lo que creo. Hoy andaba como si tal cosa, pensando en ir a bailar. Gálvez me quitó el diario, de seguro leyó su nombre en todas las páginas, y Gómez se metió, le dio patadas y lo dejó en el piso. ¡Qué desastre!
—¿Sabés si Bárbara hace terapia? —Camila sacudió los hombros—. La verdad es que no podemos meternos, Cami. No sabemos a ciencia cierta lo que pensaba hacer en esa estación. Sé que vos estás segura de que quería arrojarse, pero también cabe la posibilidad de que no. Tal vez, con el tiempo, si se hacen más amigas, te lo cuente.
Camila asintió, aunque en su fuero íntimo sabía que Bárbara había intentado arrojarse delante del tren.
—¿Quién es el tal Gómez? No lo habías mencionado antes. —Camila volvió a sacudir los hombros para fingir indiferencia—. Parece que le interesás. Mirá que enfrentarse al musculoso de la división… Me imagino qué magullado habrá quedado el ego de tu leonino, si Gómez lo dejó boca abajo.
Camila asintió, mientras recordaba la destreza sorprendente del
nerd.
—Sebastián se va a enojar conmigo. Estoy segura.
—Sí, es lo más probable. Y lo hará para ocultar su orgullo herido. ¿Cómo es Gómez? Su personalidad, me refiero.
—Es raro —dijo Camila, al cabo de unos segundos—. Es callado, siempre tiene cara de malo, me mira como si estuviese acusándome de un crimen. ¡Me molesta cuando me mira así! Es inteligente. Muy inteligente.
—¿Sabés de qué signo es?
—No. Creo que cumple años en noviembre.
—Tal vez sea escorpiano —conjeturó Alicia—, aunque también podría ser sagitariano. Si es de Escorpio, es tu opuesto complementario. —Camila reparó en la media sonrisa y en los ojos chispeantes de la psicóloga—. Él posee por naturaleza la energía que vos tenés que aprender a hacer propia.
—No entiendo.
—¿Te acordás de que te dije que tu Ascendente era Escorpio? —Camila asintió—. Pues bien, para Gómez es natural aquello que para vos se presenta como una amenaza. Cami —dijo Alicia con una inflexión—, no te asustes por las cosas que están pasándote. Es parte de tu crecimiento. Es parte de la energía de tu Ascendente.
Abandonó la silla y se dirigió a la sala. Camila la siguió con Lucito en brazos. Alicia buscaba un libro en la biblioteca.
—Aquí está. —Extrajo un libro amarillo—. Tal vez sea un poco complicado para vos, pero me gustaría que leyeses la parte que corresponde al Ascendente en Escorpio.
Camila calzó a Lucito en el hueso de la cadera y tomó el libro con la mano derecha.
Ascendentes en astrología. Segunda
parte
. Lo había escrito un tal Eugenio Carutti.
—Leelo —insistió Alicia—. Después me preguntás lo que quieras.
Esa noche, Camila dejó de lado el libro de Victoria Holt y se zambulló en el de astrología. Apenas comenzar, quedó boquiabierta, pues Carutti aseguraba que, usualmente y desde pequeños, los individuos con Ascendente en Escorpio son testigos de las peleas y de las discusiones de quienes los rodean; es común que se produzcan rupturas en sus senos familiares. El autor afirmaba también que no solo eran parte de un círculo de peleas, celos y posesividad, sino que estaban signados por la muerte. Lo que leyó a continuación le robó el aliento:
Es muy común que estas personas asistan en forma totalmente “casual” a la muerte de otras y, muchas veces, incluso al
suicidio.
Se incorporó en la almohada y se quitó los auriculares. Como un rumor molesto llegaron los reproches de su madre y las respuestas airadas de su padre. Pensó en Bárbara, también en Gálvez y a continuación en Gómez, porque Carutti declaraba que los nacidos con el Sol en la constelación de Escorpio manejan con naturalidad la intensidad de la ruptura, del desapego a la materia, de la pérdida y de la muerte. La última frase le provocó un escalofrío y la llevó a recordar sus ojos oscuros que la desestabilizaban:
Un Sol en Escorpio… nace
con la marcada predisposición a ver nítidamente en los demás todo
aquello que los seres humanos habitualmente deseamos negar.
Al día siguiente, con rodeos y argucias, le preguntó a Benigno cuándo era el cumpleaños de Gómez. La respuesta –17 de noviembre– confirmó la sospecha: Lautaro Gómez era escorpiano, su opuesto complementario y alguien con la capacidad innata de ver nítidamente lo que ella deseaba esconder.
El sábado por la mañana, Camila se arreglaba con esmero delante del espejo y no se detenía a cavilar por qué estaba ansiosa cuando se trataba de un encuentro con Gómez para realizar un trabajo de Geografía. ¿Iría a buscarla? Después de todo, no le había preguntado la dirección; es más, no le había dirigido la palabra durante el resto de la semana. ¿Aún querría hacer el trabajo con ella? Sebastián Gálvez tampoco le había hablado y, en una ocasión en que quedaron frente a frente en la cantina del colegio, dio vuelta la cara y siguió de largo. ¿Qué estaba pasando? Su Ascendente en Escorpio demostraba ser demasiado para ella. Decía Carutti:
¿Cómo participar de tanta intensidad sin sentirse
aniquilado por su turbulencia?
Alegaba el autor que la energía del Escorpión resultaba complicada de asimilar en especial para un taurino, que es todo apego y posesión. Suerte perra. ¡Justo a ella le tocaba tener que aprender una energía opuesta a la suya! Carutti hablaba de que el Ascendente en Escorpio debía sufrir para familiarizarse con el dolor. Pensó en la pérdida de la fábrica, en la ruptura con el tío Humberto, en las peleas de sus padres, en la falta de dinero. Le daba miedo sufrir.
Se acordó de Bárbara Degèner. Parecía increíble que estuviesen haciéndose amigas. Ella la buscaba en los recreos, y Camila le enseñaba Química para la prueba del lunes. La enorgullecía la admiración que la más linda de la división le profesaba.
—¡Sos una bocha! ¿Cómo hacés para entender toda esta mierda? Lo explicás mejor que el viejo de Química. Es un pelotudo. A él no le entiendo nada. Con vos es refácil.
Lucía Bertoni se les unía con mala cara y bufaba cuando empezaban a estudiar. A Camila le molestaban su olor a cigarrillo, el ruido que hacía cuando mascaba chicle, lo mal que le quedaba el
piercing
sobre el labio superior y que siempre quisiese hablar de Linkin Park o de la ropa de Lady Gaga.
—¡Ufa, me voy! —decía cuando sacaban el cuaderno con las fórmulas de los óxidos básicos y de los óxidos ácidos, y se ponían a hablar del grupo de los oxidrilos.
A medida que el dorado con que había patinado a Bárbara se deslucía y la realidad le mostraba que, bajo tanta belleza y perfección, se hallaba una chica con problemas, Camila cobraba seguridad. Le hacía bien enseñarle Química; la satisfacía que Bárbara apreciase el conocimiento y que se alegrase cuando resolvía correctamente un ejercicio. Era muy bonita cuando sonreía. No obstante, existía un sustrato en ella al que Camila le temía. No sabía de qué se trataba; solo sabía que allí estaba, debajo, oculto, no se revelaba. Esa presencia intangible la amenazaba, por lo que no se abría con confianza como había hecho en el pasado con su prima Anabela o con su amiga Emilia. Tal vez se tratase de una fabulación; sin embargo, la sensación resultaba casi física. “Confiá en tu instinto”, la había alentado Alicia en varias oportunidades. “La percepción de una taurina es proverbial”. ¿Por qué Bárbara no le hablaba de lo que había sucedido en la estación de subte? Ella no se atrevía a sacar el tema porque no deseaba avergonzarla.
La sobresaltó el timbre del portero eléctrico y se puso nerviosa. Se arqueó deprisa las pestañas y se pellizcó el párpado. Las lágrimas brotaron de manera automática. “¡Mierda!”, dijo para sí. Se pasó por los labios un brillo incoloro Christian Dior, de la época de las vacas gordas, y salió del baño.
—¡Cami! Te busca tu compañero.
—Ya voy, pa.
—Juan Manuel, acompañala abajo y echale un vistazo a ese chico —ordenó Josefina.
Durante el trayecto en ascensor, Camila trató de disuadir a su padre de que la acompañase, sin éxito. La puerta del edificio se abrió, y Juan Manuel salió primero. Lautaro Gómez se hallaba en la vereda, cerca del cordón, con un labrador sentado a su lado.
—Hola. Vos debés de ser Lautaro, ¿no?
—Sí, señor. Buen día. —Ofreció la mano, que Juan Manuel aceptó—. Hola, Camila.
—Hola —susurró, avergonzada, y fijó la vista en el perro, que la miró con ojos bonachones y bellísimos, de un verde que refulgía en el pelaje color chocolate.
—¿Así que Camila y vos van a hacer juntos un trabajo?
—Sí, para Geografía.
—En tu casa.
—Sí, señor.
—¿Estarán tus padres?
—Mi mamá. Mi papá falleció hace casi cuatro años.
Camila levantó la cabeza y estudió el semblante tranquilo de Gómez. Era la primera vez que lo escuchaba mencionar al padre muerto.
—Ah, lo siento —expresó Pérez Gaona, turbado.
—Está bien, señor.
—Mi hija no sabe decirme dónde vivís ni cuál es tu teléfono. ¿Podrías dármelos por cualquier cosa? —Extrajo un papel y una lapicera del bolsillo trasero del pantalón.
—Sí, por supuesto —accedió Gómez, y le dictó la información.
—Eso es cerca de acá.
—A ocho cuadras.
—¿A qué hora tenés pensado volver, hija?
—No sé, pa —admitió, y, por primera vez, buscó los ojos oscuros de Gómez, que le concedió una mirada fugaz antes de hablar.
—Tipo cinco, seis de la tarde, si le parece, señor. Yo la acompaño hasta acá.
—Muy bien, Lautaro —acordó Juan Manuel, y le sonrió por primera vez mientras le extendía la mano, que el joven apretó con decisión.
Los primeros metros los caminaron en silencio. Camila, todavía incómoda y avergonzada, se oprimía el pecho con la carpeta y contaba las baldosas de la vereda. El celular de Gómez anunció la llegada de un mensaje. Camila lo observó leerlo. El ceño se le profundizaba segundo a segundo. Al final, se mordió el labio inferior y apretó una tecla. ¿Quién le habría escrito?
—¿Cómo supiste dónde vivía? —se atrevió a preguntar, sin mirarlo.
—Porque un día, el año pasado, vi un listado en el despacho de Rita —aludía a la preceptora— con las direcciones de todos los chicos de la división.
—¿Y te las aprendiste de memoria? —preguntó, socarrona.
—Solo la tuya.
La respuesta le provocó una conmoción que supo disimular apretando las manos en torno a la carpeta hasta que sus nudillos se blanquearon. “¿Solo la mía porque fue la única que alcanzaste a ver o porque solo te interesaba la mía?”.
—Solamente me interesaba la tuya —añadió, y Camila tuvo miedo de haber pensado en voz alta. Por supuesto que no lo había hecho. ¿Acaso Gómez le leía la mente? A veces, en el colegio, cuando lo pescaba observándola, tenía la sensación de que sabía lo que a ella le sucedía. Entonces, recordó la frase del libro de Carutti y casi le dio por reír:
Un Sol en Escorpio
(...) nace con la marcada predisposición a ver nítidamente en los
demás todo aquello que los seres humanos habitualmente deseamos
negar
.