Multimillonarios por accidente, El nacimiento de facebook. Una historia de sexo, dinero, talento y traición. (9 page)

BOOK: Multimillonarios por accidente, El nacimiento de facebook. Una historia de sexo, dinero, talento y traición.
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—¿Conoces a esos tipos? —le preguntó Mark.

—No conozco a Divya, pero sí a los gemelos Winklevoss. Son alumnos de último curso, creo que viven en el Quad. Hacen remo.

Mark asintió. Por supuesto, él también conocía a los gemelos Winklevoss. No personalmente, claro, pero no podías dejar de verlos en algún momento. Dos gemelos idénticos de metro noventa y cinco, era difícil perdérselos. Pero ni Eduardo ni Mark habían intercambiado nunca una palabra con ellos; no se movían precisamente en los mismos círculos. Tyler y Cameron eran del Porc. Eran atletas, e iban con atletas.

—¿Vas a hablar con ellos?

—¿Por qué no?

Eduardo se encogió de hombros. Volvió a mirar el e-mail. A decir verdad, no tenía un gran presentimiento sobre aquello. No conocía a los Winklevoss ni a Divya, pero sí conocía a Mark y no se imaginaba que pudiera llevarse bien con tipos como ésos. Hacía falta cierta «comprensión» para llevarse bien con Mark. Y los tíos como los Winklevoss… bueno, nunca eran demasiado comprensivos con colgados como Eduardo y Mark.

Sin duda, Eduardo estaba haciendo grandes progresos ahora que iba con los del Phoenix y avanzaba en el proceso de iniciación. En una semana o así estaba seguro de que el proceso terminaría y que pasaría a ser un miembro de pleno derecho de un Club Final. Pero había una gran diferencia entre ser un miembro del Phoenix y ser un miembro del Porcellian. En el Phoenix se trataba de aprender a hablar con chicas, beber mucho y con suerte llevárselas a la cama. En el Porcellian se trataba de aprender a gobernar el mundo.

—Yo diría que los jodan —respondió Eduardo—. No los necesitas.

Mark volvió a coger el e-mail y se lo puso en el bolsillo. Luego se tiró de los cordones de los zapatos para aflojarlos.

—No sé —dijo, y Eduardo se dio cuenta perfectamente de que ya había tomado una decisión. Tal vez en el fondo la idea de ir con tíos como los Winklevoss le resultara atractiva, o tal vez fuera otra salida de las suyas, como Facemash: algo que le parecía que podía resultar divertido.

O bien, como decía siempre Mark:

—Podría ser interesante.

CAPÍTULO 10:
25 de noviembre de 2003

—Oh mierda. Encerrad a vuestras novias. Mirad quién viene a cenar.

Tyler y Cameron estaban ya a medio camino y seguían avanzando a toda prisa entre las mesas del comedor de Kirkland, cuando finalmente ocurrió lo que tenía que ocurrir. Tyler vio a un estudiante con aspecto de búfalo que venía hacia ellos, con los brazos abiertos en un falso placaje y una efusiva sonrisa sobre sus carrillos carnosos, y no pudo evitar una carcajada. La sola idea de que pudieran tener una reunión en la residencia del río sin que nadie los viera era una tontería; tanto él como Cameron tenían muchos amigos en Kirkland, entre ellos algunos miembros del Porc y un puñado de compañeros de remo. Davis Mulroney no era ni lo uno ni lo otro; pero era difícil de esquivar, teniendo en cuenta que debía pesar más de cien quilos y que jugaba de centro en el equipo de fútbol de la universidad; y ahora venía directamente hacia ellos.

Tyler trató de esquivarlo por la izquierda, pero fue demasiado lento y Davis lo atrapó en un abrazo de oso a la altura de la cintura y lo levantó del suelo durante cinco segundos. Cuando finalmente lo volvió a dejar en el suelo, les dio la mano a ambos hermanos y luego levantó una peluda ceja.

—¿Una visita por el río? ¿Qué os trae desde el Quad?

Tyler lanzó una mirada a Cameron. Ambos habían acordado que era mejor por el momento no decir nada sobre su reunión con el informático. No era que su página web fuera un secreto total; sus amigos sabían algo del tema, y también algunos de sus compañeros del Porc. Pero ese Zuckerberg era una especie de celebridad en el campus en aquel momento, y ciertamente no estaban listos para anuncios en el
Crimson.

Lo cierto era que ni siquiera se habían reunido con el tío aún, pero sí sabían que estaba muy interesado en su página y quería formar parte del proyecto. Tanto Divya como Victor Gua habían intercambiado algunos e-mails con él y decían que parecía muy interesado. Sus palabras exactas en uno de sus últimos e-mails parecían justificar una excursión a la residencia del río:

De acuerdo con lo de vernos y hablar del asunto, pero aún estoy lidiando con las consecuencias de
Facemash:
¿mañana tal vez? Estoy muy interesado en que me expliquéis vuestro proyecto.

Pero una cena en Kirkland no era exactamente un compromiso en firme, y Tyler no tenía ningún interés en que el campus supiera que él y su hermano estaban trabajando con el tío de Facemash antes de que fuera realmente cierto. Pero igualmente era estúpido por su parte pensar que él y su hermano podían entrar en Kirkland sin toparse con un montón de amigos. La novia de Davis era compañera de habitación de una de las ex de Cameron; y en todo caso los horarios del fútbol y del remo eran parecidos, de modo que siempre estaban tropezando los unos con los otros.

—Oímos que era la noche de los bocadillos de carne —respondió Tyler—. Siempre estamos a punto para un buen bocadillo de carne.

Davis soltó una carcajada. Hizo un gesto hacia la mesa de al lado de la ventana, que estaba llena de chicos de aspecto imponente, con camisetas a juego del equipo de atletismo de Harvard.

—¿Por qué no os unís a nosotros? Después vamos a tomar una copa en el Spi y tal vez luego iremos al Grafton. Mi colega ha quedado con unas chicas de Wellesley para que vengan en el Polvo Bus. Podría ser divertido.

Tyler puso los ojos en blanco. El «Polvo Bus» era toda una institución en Harvard: un autobús con aspecto de furgoneta que hacía viajes de ida y vuelta entre el campus de Harvard y media docena de universidades femeninas de los alrededores —además de algunos campus mixtos más liberales—, sobre todo los fines de semana. Cualquier graduado de Harvard socialmente funcional había estado en el Polvo Bus al menos una vez en su carrera universitaria; Tyler sólo tenía que cerrar los ojos para recordar el aroma maravillosamente intenso a alcohol y perfume que parecía impregnar los asientos de vinilo del autobús. Pero aquella noche no estaba interesado en el Polvo Bus, ni tampoco en su contenido.

—Lo siento tío, esta noche no podemos. ¿Tal vez en otra ocasión?

Tyler le dio una palmada en la espalda al mastodonte, lanzó un saludo a la mesa de atletas y siguió avanzando por el comedor. Mientras lo hacía no podía dejar de pensar que en cierto modo el proyecto en el que estaban trabajando él y su hermano guardaba cierta analogía con el Polvo Bus. Harvard Connection tendría elementos que podrían describirse como un Polvo Bus electrónico: una forma superfácil de conectar chicos y chicas, pero en lugar de consistir en un largo paseo en el asiento trasero de un autobús, sólo tendrías que apretar una tecla de tu portátil. Compra al instante, por decirlo así, en la escuela mixta de tus sueños.

Cameron le tocó el brazo y señaló hacia una mesa situada al fondo del comedor rectangular. En el centro había un chico que les hacía señas. Era un tipo de aspecto desgarbado y con una melena rizada de color rubio-castaño. Llevaba una camiseta estampada y bermudas, a pesar de que fuera estaban bajo cero, y sus mejillas estaban pálidas como si llevara tiempo sin ver el sol.

Había otro chico en la mesa —un tipo bajo y de pelo oscuro con algo de perilla, tal vez su compañero de habitación— pero se fue mientras ellos se acercaban para dejar solo a Mark. Tyler fue el primero en llegar a la mesa, con la mano extendida.

—Tyler Winklevoss. Este es mi hermano, Cameron. Lo siento pero Divya no ha podido venir, tenía un seminario que no se podía saltar.

La mano de Mark parecía un pescado muerto. Tyler se dejó caer en una silla de delante de Mark y Cameron tomó asiento a la derecha de Tyler. No parecía que Mark fuera a decir nada, de modo que empezó Tyler.

—Lo llamaremos Harvard Connection —arrancó, yendo al grano. Luego se lanzó a una completa descripción de la página web que querían construir. Trató de no complicar demasiado las cosas al principio, explicando su idea de crear un punto de encuentro
online
donde los chicos y las chicas de Harvard pudieran conocerse, compartir información, conectar. El sitio tendría dos secciones, una para citas, la otra para contactos. Los estudiantes podrían colgar fotografías suyas, dar alguna información personal y buscar puntos de encuentro entre ellos. Luego pasó a la ideología que había detrás de la página: la relativa ineficiencia de la forma como se conocían las personas, el gran número de obstáculos que había que salvar para encontrar a la persona perfecta, y que Harvard Connection pondría en contacto a las personas de acuerdo con su personalidad —o a lo que fuera que pusieran en la red— y no según su proximidad.

Aunque resultaba difícil interpretar su cara, daba la impresión de que Mark había pillado la idea al instante. Le gustó el concepto de una página web para conocer a chicas, y estaba seguro de que no le costaría mucho resolver las cuestiones de programación. Preguntó hasta dónde había llegado Victor con el programa y Cameron sugirió que lo viera por sí mismo: podían darle a Mark las contraseñas necesarias para entrar en el trabajo de Victor, y si quería podía descargarse el programa para trabajar a partir de él con su propio ordenador. Cameron suponía que estaban hablando de unas diez, tal vez quince horas de programación pendiente: nada excesivo para un chico como Mark. Cameron entró en más detalles mientras Tyler se echaba atrás en su silla, contemplando al chico.

Tyler podía ver que Mark se entusiasmaba cada vez más con la idea a medida que su hermano hablaba. Su torpeza se volvía menos aparente cuanto más entraban en asuntos informáticos y, a diferencia de los demás estudiantes de informática con los que habían hablado, Mark parecía compartir la energía y la visión que Tyler y su hermano habían expresado. Sin embargo, Tyler sabía que el chico querría saber qué habría para él en caso de que la página funcionara, de modo que entró en ese tema tan pronto como su hermano terminó.

—Si la página funciona, todos ganaremos dinero —dijo—. Pero más que el dinero, lo importante es que será muy
cool.
Y queremos que seas el centro del proyecto. De ese modo volverás a las páginas del
Crimson,
pero esta vez el periódico te estará lanzando elogios, no basura.

La oferta era muy simple, desde la perspectiva de Tyler. Serían socios en el proyecto, de modo que si había dinero todos saldrían ganando. Pero mientas tanto, Mark podría usar el lanzamiento de la página web para rehabilitar su imagen. Y podría ser el centro de atención —algo que los informáticos nunca conseguían, pues los otros terminaban por dejarlos en segundo plano— y utilizar la página como quisiera para mejorar su situación social.

Viendo al tío, solo en un rincón de su comedor, visiblemente a disgusto, como si se sintiera incómodo en su propia piel, Tyler sabía que la idea tenía que resultarle atractiva. Sólo tenía que poner en marcha la página, hacerse un poco famoso con ella y quién sabe, tal vez el chico se convirtiera en una persona distinta. Había que darle una vida social, sacarlo del circuito de los colgados, ponerlo en contacto con la clase de chicas que es imposible encontrar en un laboratorio de informática.

Tyler no sabía nada del chico, ¿pero quién podía negarse a una oferta como ésa?

Para cuando terminó la reunión, Tyler sabía que ya lo tenían. Volvieron a estrecharse las manos, y la suya era menos pescado muerto y más la de un ingeniero pletórico de energía. Y Tyler se fue de la mesa excitado por haber encontrado por fin a alguien que parecía comprender realmente lo que estaban tratando de hacer.

Estaba tan excitado, de hecho, que decidió que él y su hermano tenían tiempo de unirse a los del fútbol para ir a tomar algo en el Spi. Harvard Connection estaba un paso más cerca de hacerse realidad, y tal vez fuera hora de celebrarlo.

¿Y qué celebración más adecuada que una visita del Polvo Bus?

CAPÍTULO 11:
Cambridge, 1

En un buen día, el intenso aroma a ajo tostado y a queso parmesano que salía de la cocina de cristal cromado habría resultado estimulante, aunque tal vez un poco excesivo. Pero aquel no era un buen día. La cabeza de Eduardo palpitaba de dolor y sus ojos ardían como si los hubiera bañado en lejía. El aroma le estaba asfixiando, y lo único que deseaba era arrastrarse bajo la mesa del estrecho compartimento donde estaba sentado, encogerse como una bola en el suelo y entrar en coma. En lugar de eso, estaba tomando pequeños sorbos del vaso de agua helada que tenía delante mientras trataba de encontrar algún sentido en las borrosas palabras del pequeño menú que tenía en las manos.

Eduardo no pretendía echarle la culpa al restaurante de su estado físico; Cambridge, 1 era uno de sus locales preferidos en Harvard Square, y habitualmente esperaba con impaciencia sus gruesas pizzas cargadas de ingredientes. El aroma de Cambridge, 1 podía olerse desde dos manzanas más allá de Church Street, y había buenas razones para que todas las mesas del pequeño y moderno lugar estuvieran ocupadas, al igual que todos los asientos del pequeño bar situado al lado de la cocina abierta. Pero en aquel momento Eduardo no tenía ningún interés en la pizza. La idea misma de la comida ponía en peligro su frágil equilibrio, hasta el punto de que debía luchar contra el impulso de salir corriendo a su habitación, esconderse bajo la manta y desaparecer durante dos días.

Tal vez lo hubiera conseguido, de haberlo intentado. Era la primera semana de enero y ni siquiera habían empezado las clases después de los dos meses de pausa invernal. De hecho, acababa de volver de Miami el día anterior. Tras aterrizar en Logan, había ido directamente al Phoenix para iniciar la descompresión después de tanta vida familiar.

Eduardo había regresado al campus con la necesidad de una experiencia purificadora, y no le costó demasiado conseguirla en el Phoenix. Allí se había encontrado con algunos de los nuevos miembros, y entre todos la habían montado a lo grande. Era como si trataran de recrear el daño que les habían infligido la noche de su iniciación en el club, sólo diez días antes.

Eduardo sonrió a pesar de su dolor al pensar en aquella noche: realmente fue una de las más desmadradas de su vida. Había comenzado de forma bastante inocua: como un pulcro soldado vestido de esmoquin, había desfilado en compañía de otros iniciados por Harvard Square. Luego todos habían regresado a la mansión de Mt. Auburn Street y subido a la sala de arriba del club.

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