Mujer sobre mujer (44 page)

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Authors: Carmela Ribó

BOOK: Mujer sobre mujer
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Ya estoy llegando tarde a la biblio. Te escribiré esta noche. Te escribiré una carta mientras viva, aún si alguna vez estoy contigo, te escribiré, mi dueña, por no perder la costumbre, esta tierna locura de hacerte letras. Te deseo y te quiero con todo mi ser.

Laura.

 

Un día después:

 

Princesa:

Me arde la frente. Espero que sea solo una fiebre pasajera. He pasado la tarde echada en el sofá, con escalofríos y la calefacción a tope, repasando revistas, zapeando en la tele, en ayunas, y sin ganas apenas de vivir (aunque he encontrado fuerzas para celebrar nuestra ceremonia una vez). Supongo que es la combinación del cansancio y un enfriamiento. He dicho a Danilo que si alguien telefonea diga que he salido. Si esas brujas saben que estoy indispuesta, se presentarán en tropel para verme abatida. No tengo ganas de ver a nadie.

Estoy muy cansada y no tengo ánimo para seguir. Se me cierran los ojos. Te envío esta carta y aguardo a la tuya, pero no pienses que porque no lleva palabras de amor es menos amorosa. Quiero disipar de una vez esa sombra estúpida que se nos ha interpuesto. Te quiero, como te quería hace unos días, si no más. Solo te digo eso. Espero que estas palabras te alcancen.

Un beso que no sé si recibirás con agrado.

C.

 

Un día después:

 

Mi dueña y señora:

Ahora solo quiero que te repongas de tantos afanes. Te quiero, dueña de mi vida. Vos sos mi luz, mi dulce amor y mi secreto. Estás en mí como una medalla junto a mi corazón (y en medio de mis lolas, que son tuyas). Vos sos la mujer más deliciosa de este mundo.

Tus besos. Son todos míos! Y son el único respiro para mis días de angustia. Cuando me enojo, cuando te hago reproches casi siempre infundados, cuando me ahoga la ternura, cuando el deseo inasible es tan intolerable que de un modo inconsciente (me doy cuenta) surgen los roces entre nosotras. Esos pleitos que no tendrían más de diez minutos, si pudieras cogerme sin contemplaciones y allí mismo, donde quiera que estuviéramos. O si tan solo pudieras abrazarme y recordarme con esa tu dulzura quién es mi amor, mi dueña. Si pudiera claudicar sin reclamos y sin condiciones con solo verte esa sonrisa de ángel (a mí también solo me sale esta metáfora) y tenerte al alcance de mi boca… En todos estos días, meses, siglos que hace que te conozco hay algo que permanece, subyace y sobrevive a pesar de tanta malignidad amenazante: Yo te quiero, Concha. Y aunque no voy a morirme si esto se termina, y aunque no necesito de tu amor para quererte (se puede amar sin ser correspondido): tendré la dicha inmensa, acaso inmerecida, de saber que caracola me corresponde? Necesito que me ames para ser dichosa. Y necesito que tu amor sea un amor responsable y me protejas, nos protejas a ambas, Concha. No nos dejes vulnerables y vulneradas a merced de la maldad del mundo. Mi dueña sabrá cuidarse y cuidar a su Princesa.

 

Un día después:

 

Mi adorada princesa:

Hoy me siento mucho mejor, cansada todavía, pero ya sin fiebre. También inapetente, pero eso hasta me conviene porque de este modo adelgazaré algo sin esfuerzo. Le he comunicado a Emilio que en adelante no asistiré a ninguna de sus monterías, y él, ¡milagro!, lo ha aceptado sin replicar. O sea, ya se relame porque así tendrá un buen pretexto para llevar a la amante. Y el caso es que me parece muy bien.

Me duele el corazón y me remuerde el alma porque te di esperanzas que luego he contrariado. Lo siento, lo siento con toda mi alma. Estaba decidida a romper con todo, a volar a ti, y en la medida en que avanzo voy encontrando pequeñas dificultades que se suman para hacer una grande y retardar mi propósito, pero eso no quiere decir que lo haya abandonado. No me he sabido explicar quizá. Mi plan sigue siendo cambiar de vida, pero después de arreglar ciertos asuntos. Es que mi vida acá es demasiado compleja, niña mía, pero, como intento explicarte, solo quiero hacer bien las cosas.

Y disculpa también mis exigencias y mis ardimientos. Me gustaría construir contigo un amor platónico que ardiera con una llama tranquila en la distancia, no este incendio devastador que te asusta y me asusta. Me gustaría que entre nosotras hubiera nacido un amor sin arrebatos, pero no puedo, ni siquiera lo intento, quiero entregarme en cada segundo de esta vida recuperada que tú propicias tal como soy, sin otros artificios. Ya sé que te he tomado al asalto vulnerando tu intimidad y tus íntimas convicciones. Lo siento.

No quiero sombra alguna que empañe nuestro amor. Me entrego a ti como quieras, Lauri, sin condiciones, solo armada de ternura y de la bondad que pueda haber en mí, soterrada debajo del monstruo exigente y caprichoso en el que me transforma el amor y el deseo.

¿Me perdonas, princesa? ¿Volverás a tu dulce amor cuando esta noche a tu regreso de los libros encuentres esta carta esperándote, enamorada, en los umbrales de nuestra casa de adobe? Esta vez no intentaré vulnerar el lugar donde estás, que es sagrado. Sentada en la arena, mirando el mar, aguardaré a que vengas a rescatarme de mí misma, de mis murrias, de mis amarguras y de mis extravíos.

Así tendremos tiempo de reflexionar sobre nuestra vida y nuestro futuro, ¿no?

No sabría decirte, triste y todo como me siento ahora, cómo te quiero y con qué dulzura, esta vez sin arrebatos, pongo mi amor a los pies de mi princesa, aguardando a que su enfado se disipe y regrese al amor. Ya no sabría vivir sin lo que tú eres y sin lo que tú me das. Te quiero siempre.

C.

 

Cinco horas después:

 

Te quiero tanto, Concha!

Caracola, yo intentaré no zarandearte más con esos ataques repentinos que me vienen, porque no quiero que te sientas triste por mi causa. Yo nunca quiero eso. Es mi herencia italiana… (A alguno habrá que echarle las culpas).

Soy explosiva algunas veces, sobre todo cuando me siento amenazada o desvalorizada. (Y no estoy diciendo que vos me hagas estas cosas. Es una reflexión). De todos modos, últimamente parecería estoy más sensible o arrebatada que de costumbre. No tengo paz, mi dueña. Tu lejanía algunas veces me apena demasiado y me pone cercana al despropósito. Yo siempre tengo sed de vos, y siempre insatisfecha. Es como una tortura. Algo muy dulce y sin embargo amargo, amarguísimo. Siempre desear, soñar, añorar, siempre los mismos verbos. Este empujar los días hacia un futuro incierto, indefinido.

Ah, Conchita, yo no sé, cuando te escribo varias cartas seguidas sucede que no me contestás a todo lo que te digo… Pero cómo evitarlo? Escribirte es mi ceremonia secreta, mi íntimo diálogo con la mujer más deseada de mi vida.

Aún tengo que aclarar dos cositas más. La primera, aquella angustia inexplicable que yo sentía y que torpemente atribuí a aquel cambio de tus intenciones… Perdón, mi amor! Perdón por esa sombra de desconfianza! Nada de eso era como parecía, ahora me doy cuenta: mi corazón intuía la oscuridad, porque había otras cosas que estaban sucediendo y que vos, por amor a mí, me ocultabas. Yo me sentía triste, con una cierta alarma, y no entendía por qué. Mis sensores son afinados y cuando detectan algo es inequívoco. Pero mis dotes de Sherlock Holmes (mi raciocinio) dejan mucho que desear! No volveré a ser injusta con caracola, porque he comprendido al fin quién es realmente mi dueña y cómo es.

Toda mujer es un misterio y abriga otras facetas, otros yoes... Son potencialidades, aspectos que más bien podrían ser de otra y que permanecen dentro de nuestra naturaleza, latentes, aunque no siempre visibles para una misma. Cuando sentimos celos de amor, cuando no podemos aceptar que la magia se ha ido y que lo que sea que teníamos ha cambiado, pueden pasar muchas cosas dentro de nuestra psique. Algunas, las benévolas, aceptamos (no sin el consabido berrinche) que aquella clase de amor ya no está y que algo ha cambiado irremediablemente. Otras, más primitivas o menos amorosas, pueden ser capaces de una transformación que, a estas alturas, no debería sorprender a nadie que haya vivido y tenga cierta experiencia en las lides de amor. La integridad de mi carácter, mi natural inclinación al Bien y mi orgullo de antigua dama me impidieron ceder a la tentación de algunos desbordes que, no obstante y en aquel momento de desesperación, se me ocurrieron inquietantemente.

Y eso sin contar con que las mujeres llevamos siglos y siglos manejando una única arma para sobrevivir al patriarcado: el poder de la seducción y las intrigas de serrallo que no han pasado de moda.

Bien, esto ha sido una visita al insondable mundo de lo femenino! Y un reconocimiento (el mío) del potencial de nuestra naturaleza femenina, a veces del todo reprobable, pero muy real. Nunca antes he hablado de estas cosas. Espero que puedas valorar la desnudez y la honradez de estas apreciaciones que no nos dejan muy bien paradas.

Te envío esta con toda la sinceridad y la crudeza de mis pensamientos y con todo el amor de que soy capaz. En todas mis cartas, en todas las que te envié, me he desnudado. Ya que no podés verme actuar en la vida, ya que escribirte es mi única forma de que sepas cómo soy o cómo pienso. Soy lo que soy. Y soy también una mujer enamorada.

Te quiero, Concha.

L.

PD: Cuándo vendrás, amor? Piensas todavía en esa nueva vida a mi lado o lo has aplazado definitivamente. No quiero presionarte, caracola, solo saber qué piensas. Si tú no vienes, iré yo, en mis cortas vacaciones de verano.

Solo pensar en abrazarte, amor, me sube una sensación como de alas, un estremecimiento interno que desborda hacia afuera, hacia la piel. Mmm…! Cuántos besos y abrazos nos esperan! Cuántos te quiero susurrados al oído, interrumpidos por suspiros y quejidos de amor. Será como un incendio, Concha, avivado por estos meses, estos siglos de espera. Qué delicia descasar a tu lado, verte dormir el sueño inquieto y reparador de las amantes. Voy a decirte también muchas cosas cuando estés dormida entre mis brazos. Esas cosas que ahora siento y me guardo, porque son un secreto entre tu alma y yo.

Buenas noches, caracola. Buenos días, mi dueña.

Laura.

 

Un día después:

 

Te quiero, Lauri. Más que he querido nunca, mucho más allá de lo que creía mi capacidad de amar, te quiero como si mi amor hubiera desbordado mis límites y se derramara desmedido por el infinito universo, tiñéndolo todo de ti, abarcándolo todo. ¡Cuántos años perdidos y secos antes de tenerte, niña mía! ¿Quién me los devolverá?

¿Estamos locas, Lauri? ¿Qué locura es esta que nos atonta y nos arranca fuera de la existencia cotidiana de dos seres adultos, sensatos, programados, previsibles, dos seres que debieran controlar sus vidas, dos seres supuestamente juiciosos? A veces me asaltan dudas. Pienso, esto no me puede pasar a mí, que he sido siempre una señora centrada, nada proclive a las expansiones sentimentales que perturban el espíritu y anulan el recto juicio. Otras veces pienso que quizá sea la venganza de la Diosa contra este descreimiento mío. No sé, solo sé que soy feliz de tenerte, aunque no pueda evitar el íntimo desgarro de la distancia, mi lady halcón siempre cercana y nunca alcanzada.

Me preguntaste hace días por mi decisión, si oriento mi vida hacia ti, rompo con todo y comienzo de nuevo en Brooklyn a tu lado. No me olvido. He estado haciendo cálculos. Creo que podría mantenerme con cierto decoro con las rentas de mis propiedades aquí. Solo me retienen mis hijos, Vicky en especial, porque a Borja no le veo el pelo, apenas llama, está en su vida. Ellos lo entenderán, eso pienso, y en cuanto a lo material, ya he dejado de recorrer la casa, como antes hacía, abriendo y cerrando armarios y calculando el equipaje que podría llevarme y los recuerdos y propiedades de los que no quiero desprenderme. Cada vez rememoro más aquellos versos de Machado que aconsejan partir ligero de equipaje, como los hijos de la mar. Es solo que, ya sabes, tengo una edad y debo enfrentarme a los miedos de un cambio tan brusco. De pronto me voy a ver en una tierra extraña, chapurreando inglés solamente, sin más asidero que tú. Entiende que debo hacerme a la idea. La vida me lleva a ti con un único impulso, porque la vida aquí se me hace insoportable, cada vez declino más compromisos, me finjo indispuesta, dejo el gobierno de la casa en manos de Danilo, me encierro en mi alcoba, digo que no me pasen llamadas y no quiero saber de nadie. Solo de ti, mi amor. Ten paciencia y no dejes de quererme.

El mar. Quiero imaginarte en esa playa solitaria, desnuda, de noche, me gustaría contemplar tu piel mojada a la luz de la luna, cumplir nuestros ritos sobre la arena apelmazada por las olas recientes, quererte y sentirte en tu piel salada, comerte la frutita de la perla que en mis labios sabrá a mar, a percebe, a almeja…¡humm!

Todo llegará, princesa. Tan solo te pido un poco de paciencia para que termine mis cosas aquí y cierre debidamente esta etapa de mi vida. Ahora un beso calmo, casi dormido, en aquellas partes que más sientas.

C.

 

Un día después:

 

Mi dueña asiria:

Ya ves que desde siempre habito con mi bruja, o ella me habita y me define: la verdadera Laura! La que te ama irremediablemente en todas tus aristas, enojándose a veces, pero admirándote siempre hasta en tus defectos: carnívora, tozuda, mudable de opiniones
qual piuma al vento
(hoy quiere dejar esa vida absurda que lleva en Madrid, mañana se arrepiente y decide continuarla porque no puede pasar sin ella…). Ah, qué deseos de abrazarte ahora mismo! Y de comerte a besos e interrumpirte sin remedio y sin apelación alguna en tus serias tareas. Ya ves como estas distancias tienen también su parte positiva, en tanto te permiten hacer muy libremente aquello que más te gusta hacer. Bueno, quizá con alguna excepción…

Tu amor me llena de ilusión, tantos sueños y antojos! Cuántas encontradas emociones. Gracias, caracola, por esta melodía, esta sinfónica que dirigís en mí enteramente regiamente a tu antojo. Y no creas que peco de inmodestia por lo que voy a decirte ahora: pero soy algo así como tu
magna opus
. Y hablando de esto, he buscado una canción napolitana para mandarte, pero no logro encontrarla en la red. Se llama
Dicitencello vuie
y, aunque me gusta más la versión de Pavarotti, encontrarás la de Franco Corelli que es igualmente hermosa. La buscarás, mi dueña? Es lo que estoy escuchado justo ahora. Es un tema de amor dirigido a una amada, las cosas que él le dice son las mismas enamoradas cosas que yo te siento y te diría, si supiera expresarme con la elocuencia de los versos. «Un día entre los días» te haré versos, pero serán caricias con mi pelo derramado y recorriendo tu espalda. Mmm…!

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