Mujer sobre mujer (33 page)

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Authors: Carmela Ribó

BOOK: Mujer sobre mujer
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Eso intento. Decirte que yo deseo y necesito que me cuentes de todo. De tus andanzas, tus sentires, tus sedes infinitas, tus remembranzas. Tus mujeres también. Yo quiero de algún modo improbable ponerme al día con tu vida. No me hagas mucho caso, caracola. Yo ni siquiera estoy frustrada con la vida, con ellas o contigo. Estoy enamorada. Y te requiero tanto que todo lo que exceda de mi órbita me pone así, medio insufrible.

Bien, ya me he confesado. Y como ya sabemos, la confesión es bálsamo para las almas! No me juzgues severa, caracola. Ni se te ocurra rezongarme por mis intromisiones. Yo soy así, no sé guardarme cosas que me superan. Las digo, me libero, pido perdón como una niña buena. Y por cierto, cuál será mi penitencia? Si han de ser oraciones, que sea esta: «Amarás a Conchita con todo tu corazón y sin arrebatos indeseables». Si han de ser obras, pues no sé… qué caridades me impondría, caracola?

Te quiero, Concha Navarro. Prometo que no habrá más confesiones con soliviantos de primavera. Seamos felices ahora. Y cuando digo ahora digo siempre, porque este ahora es lo único que existe para todas. No volveré a pensar en nada que no sea dichoso.

Y sí, soy dulce. A veces con un chorrito de limón…

Dejarás de quererme por tan poco?

Laura.

 

Un día después:

 

¡Qué locura, Lauri, princesa: son casi las cuatro de la madrugada y no dejo de pensar en ti! ¿Qué bebedizo sutil me administra mi brujita para tenerme así? ¿Qué locura es esta, dueña mía? ¿Qué has hecho con la llave de mi corazón? ¿Podrás devolvérmela algún día?

El caso es que a menudo sueño cómo sería una vida prolongada contigo. Quizá ya hemos crecido demasiado para adaptarnos a vivir largamente juntas, pero quién sabe, si se dieran las circunstancias, es posible que el mantenido amor lo permitiera. Tonterías que pienso. También me veo tomando el avión regularmente para visitarte cada pocos meses o a ti visitándome a mí cada poco. Dejemos abierto el futuro. En la vida pasan cosas. Hacemos un camino juntas en la distancia, eso es lo que tú y yo hacemos, y no sabemos lo que depara ese camino, quizá algún día nos sorprenda facilitando aún más nuestro amor. No sé. Estoy pensando en voz alta, mientras pulso las teclas. Prefiero abrir un gran interrogante. De lo único que estoy segura es de que te quiero y de que te quiero tan arrebatadoramente que pienso que hasta ahora nunca conocí el amor, cuando a lo largo de mi vida a veces pensé que me había enamorado.

Esta vez un beso tierno, tierno, suave, suave, en esos labios dormidos.

C.

PD: Por cierto, ¿qué fue de Julia? No has vuelto a mencionarla. ¿Os veis alguna vez?

C.

 

Tres horas después:

 

Conchita:

Así que caracola se desvela pensando en su brujita. Y hace muy bien! No esperaba otra cosa de mi dulce amor. O será que solo yo tengo que desvelarme, mientras ella sigue únicamente ocupada en sus importantísimas tareas, especialmente regir la casa de ese señor tan poderoso que la adquirió (solo a la casa o también a la propia Conchita?). La vida es justa. Justísima. No hay desorden. No existe el caos ni locura alguna. Todo se desenvuelve con la majestuosa cadencia de una obra soñada en todos sus detalles. Todo me arrastra a ti.

La llave de tu corazón? La encontré un día ya lejano, abandonada en una playa adonde la arrastraron las tormentas del mundo. Yo no sabía de quién era. La tomé igual, porque brillaba y me pareció que estaba ahí, esperándome. Ahora es mía. Me pertenece enteramente y no pienso devolverla. Era un despojo. Un olvido. Ahora es mi tesoro, porque custodia el ritmo de tu vida, mi vida. No pensarás que voy a devolverla. O sí?

Visita de Julia. Como siempre en su papel de animalito indefenso y necesitado de cariño. Un par de matecitos, buenas palabras de consuelo y algunos consejos que sé que no seguirá. Me apena mucho, pero ya hice bastante por ella. No sé, intento ayudarla, pero no puedo darle lo que viene buscando.

Ayer estuve navegando y buscando fotos de caracola en aquella rueda del Rastrillo. Qué guapa estabas con tu traje azul! Tenía razón tu madre: qué lindas piernas! Y esa carita… Voy a comerte a besos, voy a ser tan cargosa en mis amores que me vas a espantar como a una mosca molestosa! También alguna vez me haré la interesante y fingiré distancias, pensamientos ensimismados muy profundos, vagarosos esplines sudamericanos… Será solo una estrategia! Cuando vea la angustia asomar en tus ojos, me reiré como una niña perversa que hace travesuras. Y confesaré mis maldades, con la secreta esperanza de recibir una buena tunda de palmadas. (Y de besos ansiosos, apasionados besos de perdón).

Te adoro, Concha. Y sí, vos estás en el centro de todos mis desvelos. Pero estás ahí con mi alegría. Envuelta en mi optimismo, en mis ganas de ser lo que quieras que sea para vos. Te dejo un beso. Uno solo. Pero tan largo y dulce. Tan hambriento, que durará cuanto dure la vida.

Laura.

 

Cuatro horas después:

 

Pocahontas malvada:

He borrado una carta de celos que te escribía, terrible. La he borrado porque después de recapacitar advierto que eres bondadosa y que por eso no has dejado a un lado enteramente a Julia, como creo que dijiste que harías. Tú la conoces mejor que yo y espero que no te equivoques, que de verdad sea esa pobre chica desamparada que tú crees que es y no una lagarta taimada que se lo hace para seguir a tu amparo, a tu sombra, a tu amor que solo debe ser mío.

Hoy tengo cena con ejecutivos agresivos y esposas lobotomizadas o tarascas (las hay de los dos tipos), de las que terminan a altas horas de la madrugada. Resignación. Mañana te escribiré más, pero, mientras tanto, quiero y exijo una carta larga y enamorada que me consuele de todos los celos reprimidos de hoy y de los que me quedan por padecer. ¡Lo que daría por estar contigo en un cuarto en penumbra escuchando música suave, y explorando tus geografías, ya saciada de ti (si ello fuera posible)!

Un beso largo, dulce, suave.

C.

 

Un día después:

 

Amiguita:

Conque estamos problemáticas, condenadas a copas en la alta noche! Ahora solo falta que me digas también que te viste forzada a contemporizar con damas de discutible moral e indiscutible encanto… Por las dudas, voy a aclarar mis suspicacias: está muy bien que mi marquesa esté ocupada en sus quehaceres de esposa de ejecutivo importante. También que deba frecuentar reuniones de copete y cenas alargadas. Y, desde luego, sería algo muy bueno (para el alma, naturalmente) que te vieras obligada a un encuentro cercano con alguna otra bella. O feíta, quizá. «Que solo en ser mujer abunda en hermosuras» e igualmente sirve a los propósitos de la fe. Resumiendo: que me extrañes mucho, mucho, caracola!

Así que Conchita quiere y exige «una carta larga y enamorada». Pues yo no sé si de verdad merece… Porque ya le escribí dos con tanta azúcar que se podría hacer un dulce de pomelos, pero sin respuesta. Nada. Tanta nada ha llegado que me pregunto ahora si las habrás recibido. Cierto que no había mucho que contestar… A fin de cuentas, eran tan solo palabritas de amor. Así que, viendo el éxito que tienen mis dulzuras, esta será una carta larga (no dirás que no atiendo a tus deseos), pero los temas serán más elocuentes. Y ya que amenacé, ahora cumplo.

Ya no resisto más: hasta aquí llegaron las penitencias de Conchita. Leerte ha tenido un efecto muy benéfico en mis benevolentes perdones. Tampoco quiero levantar sospechas de prevaricación contigo. Te escribiré de amor. Del mío, claro.

Hoy he estado en Mitilene. En realidad, voy cada día, aunque no siempre te cuento. Yo vivo allí, esa es mi casa. El lugar del mundo donde te espero. Camino mucho por la playa, pienso, recuerdo mi vida antes de estar aquí, ese improbable tránsito que ahora me parece tan lejano…

Mi Concha aún no llega. Andará esos caminos, en sus ajetreos sociales, siempre con gente que le es ajena (o eso asegura), descomulgada de mí, de mis caricias, pero igualmente acompañada de mi amor. Como cada mañana, fui al pozo con mis cántaros, y subí un agua fría y con reflejos. Qué delicia! He llevado una jícara a la alcoba. Cuando mi amor regrese, de seguro sedienta, le daré de beber con sorbos de mi boca. Caracola estará húmeda, esa costumbre suya de bañarse en el mar antes de entrar a casa. Ya tantos días que no viene! Tendrá las mejillas soleadas, la cabeza ardiente. Voy a ponerle aceite de cardamomo y sándalo (que son afrodisíacos), así podré peinarla y dejarla fragante. Mañana en la mañana se sentará en el patio, la cabellera mojada al sol, los ojos entrecerrados, como en ensueño, y me dirá que le arregle el peinado. Voy a recortarla un poco. No mucho, tengo que asegurarme mis placeres… (O me lo impedirás temiendo que mi arte sea inferior al de tu pomposa peluquera, perdón,
coiffeur
, esa Lorena Morlotte que peina a la reina y a las estrellas).

Pero hoy, aquí en nuestra alcoba, seguiré mezclando aceite y agua con las palmas para entibiarla. Mi dueña ya se habrá desnudado de su túnica. Comienza un lento amasar por la espalda, otro poco de sándalo, un masaje en los hombros, en la nuca. Iré bajando lentamente por la columna, voy a tocar apenas tus mitades (no sé si eso te gustará) y seguiré sobándote las piernas, comprimiendo, siguiendo músculos y huesos largos. También los pies. (Ya te habrás dado vuelta). Te escucharé suspirar de alivio. Y dar gemidos de puro y celestial placer. Te dormirás ahora?

Fin de la primera parte.

Es necesario, Conchita. Si continúo, ya no podré alargar mis días. Tengo que ser avara y asegurarme tu interés, porque (ya se sabe la historia) en eso va mi vida. Te gustó regresar a nuestra casa?

L.

 

Un día después:

 

Pocahontas:

He vuelto a tu carta con deleite. ¿No es verdad que nos expresamos a veces, enamoradas, con las yemas de los dedos, en las caricias suaves y calientes, más que con las palabras? Ya ardo en impaciencias de tenerte cerca, inmediata, y sentir esas delicias que me prometes. No hay parte vedada, ni siquiera las mitades (yo me deleitaré mucho con las tuyas).

Quisiera soñar en que regreso a la casa de adobe, muy cansada de los quehaceres del día, a la hora del crepúsculo, a encontrarme con la única verdad de mi vida. ¿No es paradoja? La única verdad es un ilusorio (¿ilusorio?) edificio de sueños que he levantado en una lejana playa del Egeo a la que quizá nunca he de volver; a unos fugaces días del pasado que viví intensamente para regurgitarlos (ahora lo sé) ahora; a una amiga/amante que no conozco (¿te conozco algo, mi vida?) cuya existencia discurre en un lejano lugar, al otro lado del inmenso piélago, en orillas opuestas, donde es de noche cuando aquí es de día y viceversa.

¿Qué locura es esta nuestra, princesa Lauri? ¿Qué extraño arrebato nos está consumiendo, me abrasa a mí que ya no creía en nada, y mucho menos en el amor, si es que alguna vez creí en el amor? ¿Es solamente que escapamos de nosotras mismas por huir de la soledad y soñamos con alguien inasible que nos habla, nos entiende y se nos entrega?

El caso es que escribiendo estas líneas soy feliz, aunque nunca dejo de sentir ese lejano dolor de sabernos adelantadas en nuestras vidas y atadas a una existencia irreversible.

Sueño con apretarte contra mí, en un abrazo, largo, intenso, casi doloroso, antes de buscarte los labios y el aliento. Te quiero, remota princesa india. Te quiero y te deseo, entreverada y fundida. Con tus olores de sándalos, con tus aceites, con tus místicos afanes, con tu amplitud toda. También con tus recuerdos quemantes. ¿Cuándo me contarás de la herida no olvidada que me mencionaste un día, la de tu problema psíquico? Esa es una hondura que nunca me has detallado y siento que me falta saberla para entenderte en tu entereza. No temas espantarme con nada. Al contrario, te voy a querer más cuando sepa que sufriste y lo que sufriste sin tenerme a mi lado, desterrada de nuestra casa de adobe.

Te adoro. Quiero que esta carta salga pronto a tu encuentro con besos en los párpados, en las mejillas, en los labios, en las orejitas, amor.

C.

PD: A partir de ahora numera tus cartas, por favor, tengo la sensación de que algunas se pierden. A veces me dices de cartas que creo que no han llegado.

 

Dos horas después:

 

Caracola:

No puedo dormir. Ando desvelada, ocupada en mis madrugadas de lecturas con té de naranjas y, últimamente, con ensueños enamorados también. Estarás ahí, mi sol? Acabo de leer tu carta. Y necesito hablar contigo. Pero no estás. Tendré quizá más tiempo de explicarme.

Atada a una existencia irreversible? Quién dijo eso. Vos reconocés que estás presa en una jaula de oro. Escapa de ella y sé tú misma, no la mera prolongación, el adorno caro de quien te compra y te alimenta. Ya tus hijos están crecidos e independientes. Qué es lo que te ata? El dinero, los abrigos de pieles, los servidores, la piscina invernal, el chofer en la puerta? Tan barata vendes tu libertad, amor?

Quieres tu libertad? Te animarás a vivirla conmigo? Porque yo sí, caracola, pretendo hacerla piel con vos.

Por eso y por tu insistencia te contaré ese problema psíquico que tanto te inquieta y espero que ya nunca jamás volvamos sobre ello, sí? Yo ya lo superé. Me perdoné y perdoné a todos los involucrados. En Buenos Aires yo era una niña rica, tan rodeada de comodidades y de cuidados como puedas estarlo tú. Teníamos un bungalow en el bañado de Quilnes y una quinta en los
countries
de Villa Luján. Yo era apenas una niña de catorce años acostumbrada a vivir bien, un piso con servicio, una quinta en las afueras, auto con chofer. Hija de un periodista prestigioso, director de periódico famoso cuyas opiniones pesaban en el Gobierno. De pronto, todo eso termina bruscamente. Mi padre secuestrado en paradero desconocido y la familia sospechosa de no sé qué subversiones. A mi madre también se la llevaron al otro año y, después de violarla cada día, muchas veces, la liberaron. Todo es muy sórdido, amor, un policía que trabajaba de guarda nocturno del periódico de papá fue el que la violó repetidamente, con muchas sevicias. Llevaba una capucha en la cabeza, pero ella lo reconoció por cierta señal en una mano, aunque disimuló como si no lo hubiera descubierto. Quizá por eso salvó la vida, porque a los pocos días de abusos la dejó en libertad. Después de eso, qué podíamos hacer? Ya sabíamos que mi padre no iba a volver, que lo habrían asesinado, así que emigramos a Nueva York.

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