Read Muerto y enterrado Online
Authors: Charlaine Harris
Mi hermano Jason también estaba sentado a una mesa, junto con Mel Hart. Mel trabajaba en el taller mecánico de Bon Temps y era más o menos de la edad de Jason, unos treinta y uno. Delgado y de complexión robusta, Mel tenía el pelo largo y castaño claro, barba y bigote, y una cara bonita. Últimamente se le veía mucho con Jason. Supuse que mi hermano había tenido que llenar el hueco que había dejado Hoyt. Jason no estaba cómodo sin un colega cerca. Esa noche, ambos tenían citas. Mel estaba divorciado, pero Jason seguía casado, al menos sobre el papel, así que no se esperaba de él que tuviese relaciones con otras mujeres en público. Tampoco es que ninguno de los presentes fuese a culparle de nada. Habían pillado a Crystal, la mujer de Jason, poniéndole los cuernos con un tipo del pueblo.
Oí que Crystal —y el bebé que esperaba— se había vuelto a su pequeña comunidad de Hotshot para quedarse con su familia. (En realidad, ella podía entrar en cualquier casa allí y encontrar parientes. Así era aquel lugar). Mel Hart había nacido en Hotshot también, pero era uno de los raros miembros de la tribu que había decidido vivir en otro sitio.
Para mi sorpresa, Bill, mi ex novio, estaba sentado con otro vampiro, Clancy. Al margen de su condición de no vivo, Clancy no era santo de mi devoción. Ambos tenían delante sendas botellas de TrueBlood. Creo que Clancy nunca se había dejado caer por el Merlotte’s para tomar un trago por casualidad, y ciertamente nunca en compañía de Bill.
—Hola, chicos, ¿otra ronda? —pregunté, invirtiendo en ello mi mejor sonrisa. Siempre me siento un poco nerviosa cuando estoy cerca de Bill.
—Por favor —respondió Bill educadamente, mientras Clancy empujaba su botella vacía hacia mí.
Fui detrás de la barra para coger dos botellas de TrueBlood de la nevera, las abrí y las metí en el microondas (quince segundos es lo mejor). Agité las botellas suavemente y puse los tibios brebajes sobre la bandeja con servilletas nuevas. La helada mano de Bill tocó la mía cuando le puse su botella delante.
—No dudes en llamarme si necesitas ayuda en casa —me dijo.
Sabía que lo decía con la mejor de las intenciones, pero no dejaba de poner de relieve mi estatus de soltera. La casa de Bill estaba cerca de la mía, al otro lado del cementerio, y ya que se pasaba las noches despierto, estaba segura de que sabía que no tenía compañía masculina.
—Gracias, Bill —contesté, forzándome a sonreírle. Clancy se limitó a mofarse.
Tray y Amelia entraron en el bar. Después de dejarla a ella sentada a una mesa, Tray se acercó a la barra, saludando a todo el mundo por el camino. Sam salió de su despacho para unirse al fornido hombre, que medía al menos doce centímetros más que él y era dos veces más grande. Se saludaron con una sonrisa. Bill y Clancy se pusieron alerta.
Los televisores repartidos por el local dejaron de emitir el partido del momento. Una serie de pitidos alertaron a los parroquianos de que algo estaba a punto de ocurrir en pantalla. El bar fue quedándose en silencio, con la salvedad de algunas conversaciones aisladas. «Informativo especial», apareció en pantalla, sobreimpreso ante un locutor de pelo corto y engominado y un rostro muy serio. Con voz solemne, anunció:
—Soy Matthew Harrow. Esta noche les presentamos este informativo especial desde Shreveport, donde, al igual que en todos los centros de emisión del país, contamos con un invitado.
La cámara amplió el enfoque para mostrar a una atractiva mujer. Su rostro me era ligeramente familiar. Dedicó a la cámara un gesto de saludo calculado. Vestía una especie de muumuu hawaiano, osada elección para salir en televisión.
—Les presento a Patricia Crimmins, que se mudó a Shreveport hace algunas semanas. Patty… ¿Puedo llamarte Patty?
—En realidad prefiero Patricia —dijo la morena. Recordé que era uno de los miembros de la manada que había sido absorbida por la de Alcide. Las partes de su cuerpo que no estaban cubiertas por el muumuu parecían fuertes y bien formadas. Sonrió a Matthew Harrow.
—Estoy aquí esta noche en representación de un pueblo que ha estado viviendo entre vosotros desde hace muchos años. Dado el éxito de los vampiros a la hora de darse a conocer, hemos decidido que ha llegado el momento de hablaros de nuestra existencia. Después de todo, los vampiros están muertos. Ni siquiera son humanos. Nosotros, sin embargo, somos gente normal, como vosotros, salvo por una leve diferencia. —Sam subió el volumen. Los parroquianos empezaron a removerse sobre sus asientos para ver lo que pasaba.
La sonrisa del locutor se había vuelto rígida y se notaba que estaba nervioso.
—¡Qué interesante, Patricia! ¿Qué…, qué eres entonces?
—¡Gracias por hacerme la pregunta, Matthew! Soy una licántropo. —Patricia tenía las manos entrelazadas sobre la rodilla. Sus piernas estaban cruzadas. Parecía tan vivaz como una vendedora de coches de segunda mano. Alcide había hecho una buena elección. Además, si alguien acababa con ella en el momento, bueno…, no dejaba de ser la nueva.
El Merlotte’s iba conteniendo el aliento a medida que la noticia se extendía de mesa en mesa. Bill y Clancy se habían levantado para ponerse en la barra. Entonces me di cuenta de que habían ido para mantener la paz en caso necesario; Sam debió de pedírselo. Tray empezó a desabrocharse la camisa. Sam llevaba una camiseta de manga larga, y se la sacó por encima de la cabeza.
—¿Quieres decir que te conviertes en loba durante la luna llena? —trinó Matthew Harrow, tratando de mantener la sonrisa y la expresión de interés. No se le dio muy bien.
—Y en otros momentos también —explicó Patricia—. Durante la luna llena, la mayoría de nosotros se ve obligada a transformarse, pero los que son cambiantes de purasangre pueden hacerlo en otros momentos también. Existen muchos tipos de cambiantes, y en mi caso el animal es el lobo. Somos los más numerosos de la doble estirpe. Ahora te enseñaré cómo funciona este increíble proceso. No te asustes. No me pasará nada. —Se descalzó, pero no se quitó el muumuu. Enseguida comprendí que lo llevaba puesto para no tener que desvestirse delante de la cámara. Patricia se arrodilló en el suelo, sonrió a la cámara una última vez y empezó a contraerse. El aire que la rodeaba tembló merced a la magia, y todos los presentes en el Merlotte’s entonaron un asombrado murmullo.
Justo cuando Patricia inició su transformación en la televisión, Tray y Sam hicieron lo propio, allí, delante de todos. Llevaban ropa interior que no les importaba reducir a harapos. Todo el mundo se debatió entre ver como la bella mujer del televisor se convertía en una criatura de largos y blancos dientes y el espectáculo de que hicieran lo mismo las dos personas a las que conocían. Hubo exclamaciones por todo el bar, la mayoría de ellas irrepetibles en un círculo culto. La compañera de Jason, Michele Schubert, de hecho se levantó para ver mejor.
Estaba muy orgullosa de Sam. Hacía falta mucho valor, ya que tenía un negocio que, en cierta medida, dependía de lo bien que él le cayera a los demás.
De un instante a otro, todo terminó. Sam, uno de los escasos cambiantes puros, adoptó su forma más familiar: un collie. Vino a sentarse ante mí y lanzó un alegre ladrido. Me incliné para acariciarle la cabeza. Sacó la lengua y me sonrió. La manifestación animal de Tray era mucho más espectacular. No es muy habitual ver un lobo enorme en el norte de Luisiana; y, las cosas como son, da bastante miedo. La gente se removía incómoda, y bien habrían podido salir corriendo de no haberse acercado Amelia a Tray y haberle rodeado el cuello con los brazos.
—Entiende lo que decís —dijo animosamente a la gente de la mesa más cercana. La sonrisa de Amelia era amplia y genuina—. Eh, Tray, llévales este posavasos. —Le dio uno de los posavasos del bar y Tray Dawson, uno de los luchadores más implacables, tanto en su forma humana como lupina, trotó por el establecimiento para dejarlo sobre el regazo de una clienta. Ella parpadeó varias veces, vaciló y finalmente rompió a reír.
Sam me lamió la mano.
—Dios bendito de mi vida —exclamó Arlene en voz alta. Whit Spradlin y su colega estaban de pie. Pero, si bien algunos parroquianos más parecían nerviosos, ninguno de ellos tuvo una reacción tan violenta.
Bill y Clancy contemplaron la escena con rostros inexpresivos. Obviamente, estaban listos para lidiar con cualquier problema, pero parecía que la Gran Revelación de los cambiantes no estaba yendo mal. La de los vampiros no fue tan tranquila, al ser la primera de las conmociones que la sociedad iba a sentir durante los años que seguirían. Poco a poco, los vampiros se habían convertido en una parte reconocida de Estados Unidos, si bien su ciudadanía aún estaba sujeta a ciertas limitaciones.
Sam y Tray pasearon entre los clientes habituales, dejando que los acariciaran como si fuesen animales domésticos normales. Mientras, el locutor de la televisión temblaba visiblemente frente a la bella loba blanca en la que Patricia se había convertido.
—¡Mira, está tan asustado que tiembla y todo! —dijo D’Eriq, el ayudante de sala y cocina. Rió ostensiblemente. Los parroquianos del Merlotte’s se relajaron lo suficiente como para sentirse superiores. A fin de cuentas, habían lidiado con el fenómeno con aplomo.
Mel, el nuevo colega de Jason, comentó:
—Nadie debería asustarse de una señorita tan guapa, aunque imponga un poco. —Y las risas y la relajación cundieron por el bar. Sentí alivio, aunque pensé que, irónicamente, muchos de ellos no se reirían tanto si Jason y Mel se hubieran transformado; eran hombres pantera, aunque Jason no pudiera transformarse del todo.
Pero después de las risas sentí que todo iría bien. Tras echar un cuidadoso vistazo alrededor, Bill y Clancy volvieron a su mesa.
Whit y Arlene, rodeados por un montón de ciudadanos que se estaban tomando esa enorme cucharada de información con aparente naturalidad, parecían muy desconcertados. Capté que Arlene estaba especialmente confundida acerca de cómo reaccionar. Después de todo, Sam había sido nuestro jefe desde hacía sus buenos años. A menos que estuviera dispuesta a perder su trabajo, no podía optar por la alternativa drástica. Pero también percibí su miedo y la creciente rabia que le iba a la zaga. Whit siempre mostraba la misma reacción ante las cosas que no comprendía. Las odiaba, y el odio es contagioso. Miró a su compañero de bebida y ambos se intercambiaron oscuras miradas.
Los pensamientos se agolpaban en la mente de Arlene como las bolas de la lotería en el bombo. Resultaba difícil prever cuál afloraría primero.
—¡Jesús, acaba con todos ellos! —dijo Arlene, enardecida. La bola del odio había resultado ser la ganadora.
—¡Vamos, Arlene! —protestaron algunas voces… Pero todos escuchaban.
—Esto va en contra de la naturaleza de Dios —dijo Arlene en voz alta e iracunda. Agitó su melena roja teñida con vehemencia—. ¿Queréis que vuestros hijos vayan con estas cosas?
—Nuestros hijos siempre han estado con esas cosas —respondió Holly con la misma fuerza—. Lo que pasa es que no lo sabíamos. Y nadie hasta ahora les ha hecho ningún daño —añadió levantándose también.
—Dios se enfurecerá con nosotros si no acabamos con ellos primero —afirmó Arlene, señalando a Tray dramáticamente. Tenía el rostro casi tan rojo como el pelo. Whit la contemplaba con aprobación—. ¡No lo comprendéis! ¡Iremos todos al infierno si no recuperamos nuestro mundo de sus manos! ¡Mirad a quién han puesto ahí para que los humanos nos comportemos! —Su dedo se agitó para señalar a Bill y a Clancy, aunque, como éstos ya habían vuelto a sentarse, el efecto no fue precisamente el que buscaba.
Posé mi bandeja sobre la barra y di un paso atrás, con las manos convertidas en puños.
—Todos nos llevamos bien aquí en Bon Temps —dije, manteniendo la voz tranquila—. Pareces ser la única molesta, Arlene.
Horadó el bar con la mirada, tratando de cruzarse con los ojos de algunos parroquianos. Los conocía a todos. Arlene estaba genuinamente desconcertada porque hubiera más gente que no compartiera su reacción. Sam se sentó frente a ella. Alzó sus preciosos ojos caninos para mirarla a la cara.
Me acerqué un paso a Whit, por si las moscas. Estaba decidiendo qué hacer, si lanzarse contra Sam o no. Pero ¿quién se le uniría para pegar a un collie? Hasta él vio lo absurdo de la situación, y eso hizo que odiara a Sam aún más.
—¿Cómo has podido? —le gritó Arlene a Sam—. ¡Me has estado mintiendo todos estos años! ¡Pensé que eras humano, no una maldita criatura sobrenatural!
—Es humano —expliqué—. Es sólo que, además, también tiene otro rostro.
—Y tú —dijo, escupiendo las palabras—. Tú eres la más extraña e inhumana de todos.
—Ya vale —me defendió Jason. Se había puesto de pie a toda prisa y, tras un instante de titubeo, Mel se unió a él. Su cita parecía alarmada, a pesar de que la amiga de Jason se limitó a sonreír—. No te metas con mi hermana. Ha hecho de canguro de tus hijos, te ha limpiado la caravana y ha aguantado tu mierda durante años. ¿Qué clase de amiga eres?
Jason no me miró. Yo estaba helada de asombro. Era un gesto muy poco típico de él. ¿Habría madurado algo por fin?
—Soy de la clase que no quiere estar cerca de seres sobrenaturales como tu hermana —contestó Arlene. Se arrancó el delantal y, antes de irse al despacho de Sam a grandes zancadas para coger su bolso, le dijo al collie—: ¡Dejo este trabajo!
Puede que una cuarta parte de los presentes se mostrara alarmada y molesta. Y la mitad estaba fascinada con todo este drama. Eso dejaba a otra cuarta parte por decidirse. Sam gimió como un perrito triste y escondió el hocico entre las patas. En cuanto eso provocó la risa de todos, el incómodo momento se esfumó. Vi como Whit y su colega salían por la puerta delantera, y me relajé en cuanto su ausencia fue un hecho.
Por si Whit aprovechaba el momento para sacar una escopeta de su camioneta, miré a Bill, que se deslizó por la puerta tras él. Al segundo estaba de vuelta, haciendo un gesto con la cabeza para indicar que los de la Hermandad se habían largado.
En cuanto la puerta trasera se cerró tras Arlene, el resto de la noche fue bastante tranquila. Sam y Tray se metieron en el despacho del primero para volver a la forma humana y vestirse. Sam volvió después a su puesto tras la barra como si nada hubiese pasado, y Tray volvió a sentarse a la mesa con Amelia, quien le plantó un buen beso. Durante un tiempo, la gente se mantuvo alejada de ellos y hubo un buen número de miradas de soslayo; pero al cabo de una hora, el ambiente del Merlotte’s parecía haber vuelto a la normalidad. Me encargué de atender las mesas de Arlene, y procuré mostrarme especialmente agradable con quienes aún no se habían decidido del todo acerca de los recientes acontecimientos.