Read Muerto Para El Mundo Online
Authors: Charlaine Harris
Andy miró a Jason, y luego me miró a mí, cada vez más rabioso.
—No os entiendo —dijo, casi gruñendo—. Sookie, sé que estabas preocupada por él. Eso no me lo invento, ¿verdad?
—No, me alegro de tener a mi hermano de vuelta. —Le di unos golpecitos en el pie, que seguía debajo de la manta.
—Y tú, tú no querías estar dondequiera que estuvieras, ¿no? Has faltado al trabajo, hemos gastado miles de dólares del presupuesto local en tu búsqueda, has trastornado la vida de centenares de personas. ¡Y ahora estás aquí, mintiéndonos!
—La voz de Andy se transformó casi en un grito al final de la frase—. ¡Y ahora, la misma noche en que tú apareces, ese vampiro desaparecido que sale en todos los carteles resulta que llama a la policía de Shreveport para decir que también ha recuperado la memoria! ¡Y en Shreveport tienen un incendio rarísimo donde se recuperan cuerpos de todo tipo! ¡Y pretendes decirme que no hay ninguna conexión!
Jason y yo nos miramos boquiabiertos. De hecho, no existía ninguna conexión entre el caso de Jason y el de Eric. No se nos había ocurrido lo extraño de la coincidencia.
—¿Qué vampiro? —preguntó Jason. Lo hizo tan bien, que casi le creí incluso yo.
—Larguémonos, Alcee —dijo Andy. Cerró el cuaderno. Se guardó el bolígrafo en el bolsillo de la camisa con tanta fuerza que me sorprendió que no se destrozara el bolsillo—. Este cabrón nunca nos contará la verdad.
—¿No crees que lo haría si pudiese? —dijo Jason—. ¿No crees que me encantaría ponerle las manos encima a quién me ha hecho esto? —Sonaba absolutamente sincero, al cien por cien, porque lo era. Los dos detectives vieron cómo su incredulidad se desmoronaba, sobre todo Alcee Beck. Pero aun así, se marcharon poco satisfechos. Me sentaba mal, pero no podía hacer nada al respecto.
A última hora, Arlene pasó a recogerme por casa para ir a buscar el coche en el Merlotte's. Se alegró de ver a Jason y le dio un fuerte abrazo.
—Tenías a tu hermana un poco preocupada, pillín —dijo—. No vuelvas a darle a Sookie nunca más un susto como éste.
—Haré lo posible —dijo Jason, con algo que se aproximaba bastante a su vieja sonrisa maliciosa—. Ha sido una buena hermana para mí.
—Eso sí que es una verdad como un templo —dije, algo amargada—. Cuando vuelva con el coche, creo que te llevaré a tu casa, hermano.
Jason pareció asustado. Nunca le había gustado estar solo en casa y después de pasar tantas horas de soledad en el frío de aquel cobertizo, tal vez le gustara aún menos.
—Me apuesto lo que quieras a que ahora que se han enterado de que has regresado, todas las chicas de Bon Temps están preparando comida para traerte a casa —dijo Arlene. La cara de Jason se iluminó de forma perceptible—. Sobre todo porque he estado explicando a todo el mundo que has vuelto hecho un pobrecito inválido.
—Gracias, Arlene —dijo Jason, que cada vez era más él.
De camino a la ciudad, se lo agradecí también.
—Muchas gracias por animarle. No tengo ni idea de todo lo que ha pasado, pero me parece que lo va a pasar mal hasta recuperarse del todo.
—Cariño, no es necesario que te preocupes por Jason. Es un superviviente por naturaleza. No sé por qué no se presentó a ese programa.
Nos estuvimos riendo todo el camino hasta la ciudad con la idea de rodar un episodio de Supervivientes en Bon Temps.
—¿Tú qué crees? Con esos bosques llenos de jabalíes y con esa huella de pantera, se lo pasarían bien con un Supervivientes: Bon Temps —dijo Arlene—. No te imaginas lo mucho que nos reiríamos de ellos Tack y yo.
Aquello me proporcionó una buena entrada para bromear sobre Tack, un tema que le encantaba a Arlene, y al final acabó animándome tanto como lo había hecho con Jason. Arlene era muy buena en eso. Mantuve una breve conversación con Sam en el almacén del Merlotte's y me explicó que Andy y Alcee ya habían ido a verle para comprobar si su relato coincidía con el mío.
Prácticamente me echó del almacén antes de que pudiera volver a darle las gracias.
Llevé a Jason a su casa, aunque dio claras muestras de que le apetecía quedarse conmigo una noche más. Cogí también el rifle Benelli y le dije que aquella tarde se dedicara a limpiarlo. Me prometió que lo haría, y cuando me miró, adiviné que quería preguntarme de nuevo por qué había tenido que utilizarlo. Pero no lo hizo. Aquellos últimos días le habían servido a Jason para aprender muchas cosas.
Volvía a trabajar en el turno de noche, de modo que tendría poco tiempo libre cuando llegara a casa antes de prepararme para ir al trabajo. Pero el día pintaba bien. De camino a casa no encontré hombres corriendo por la carretera y, en el transcurso de las dos horas siguientes, tampoco telefoneó nadie ni apareció nadie con una crisis inminente. Pude cambiar las sábanas de las dos camas, lavarlas, barrer la cocina y poner en su sitio el armario que disimulaba el escondite. Pero entonces llamaron a la puerta.
Sabía quién sería. Estaba ya oscuro y, por supuesto, era Eric.
Me miró con una cara no muy feliz.
—Estoy algo confuso —dijo sin más preámbulos.
—Y por lo tanto, tengo que dejar todo lo que tengo entre manos para ayudarte —dije, poniéndome al instante en plan de ataque.
Levantó una ceja.
—Seré educado y te preguntaré si puedo pasar. —No le había rescindido la invitación, pero él no quería irrumpir en mi casa sin permiso. Muy diplomático.
—Sí, pasa. —Me hice atrás.
—Hallow ha muerto, después de haber sido obligada a deshacer mi maleficio, evidentemente.
—Pam ha hecho un buen trabajo.
Eric asintió.
—Era Hallow o yo —dijo—. Prefiero haber sido yo.
—¿Por qué eligió Shreveport?
—Sus padres fueron encarcelados en Shreveport. También eran brujos, y además eran estafadores. Utilizaban la magia para convencer a sus víctimas de su sinceridad. En Shreveport se les terminó la racha de suerte. La comunidad sobrenatural se negó a hacer nada para sacarlos de la cárcel. Estando entre rejas, la mujer se vio implicada en una pelea con una sacerdotisa vudú y el hombre tuvo también una pelea con navajas, y todo eso.
—Buenos motivos para tenérsela jugada a los sobrenaturales de Shreveport.
—Dicen que he pasado varias noches aquí. —Eric había decidido de pronto cambiar de tema.
—Sí —le confirmé. Intenté mostrarme interesada en lo que tuviera que decir.
—Y durante ese tiempo..., ¿nunca...?
No quise fingir no entender lo que quería preguntarme.
—¿Te parece eso probable, Eric?
No se había sentado, y se acercó un poco más a mí, como si mirándome fijamente pudiera conocer la verdad. Le habría resultado fácil de dar un paso más, de estar incluso más cerca.
—No lo sé —dijo—. Y me siento un poco incómodo por ello.
Sonreí.
—¿Te gusta estar de nuevo trabajando?
—Sí. Pero Pam lo ha dirigido todo muy bien durante mi ausencia. He enviado flores al hospital. Para Belinda y para una mujer lobo llamada María Cometa, o algo por el estilo.
—María Estrella Cooper. A mí no me has enviado —observé con cierto sarcasmo.
—No, pero te dejé algo más importante debajo del salero —dijo, siguiendo mi tono—. Tendrás que pagar impuestos sobre esa cantidad. Por lo que te conozco, estoy seguro de que le darás una parte a tu hermano. He oído decir que ya ha aparecido.
—Así es —respondí brevemente. Sabía que estaba acercándome al punto de acabar estallando, y sabía también que tenía que marcharse pronto para evitarlo. Había aconsejado a Jason que mantuviera la boca cerrada, pero ahora me costaba mucho aplicarme a mí esa misma receta—. ¿Qué es lo que quieres decir?
—El dinero no durará mucho tiempo.
No creo que Eric fuese consciente de la enorme cantidad que eran cincuenta mil dólares para mis estándares.
—¿Qué quieres saber? Estoy segura de que quieres alguna cosa, pero no tengo ni idea de qué es.
—¿Existe algún motivo por el que pueda haber encontrado tejido cerebral en la manga de mi chaqueta?
Noté que me quedaba blanca. Y a continuación, me encontré sentada en el sofá con Eric a mi lado.
—Creo que hay ciertas cosas que no estás contándome, querida Sookie —dijo. Pero su voz era amable.
La tentación resultaba abrumadora.
Pero pensé en el poder que Eric tendría entonces sobre mí, más poder incluso del que tenía ahora; sabría que me había acostado con él, y sabría que había matado a una mujer y que él era el único testigo. Sabría que no sólo me debía la vida (probablemente), sino que yo también le debía la mía.
—Me gustabas más cuando no recordabas quién eras —dije, y con esa verdad en primer plano de mi mente, supe que tenía que mantener la calma.
—Unas palabras duras —dijo, y casi me creo que estuviera realmente dolido.
Por suerte para mí, alguien más llamó a la puerta. Era una llamada fuerte e insistente, y me sentí alarmada por un momento.
Era Amanda, la mujer lobo de Shreveport que me había insultado.
—Hoy vengo por un asunto oficial —dijo—, por lo que seré educada.
Un cambio de actitud que no estaba mal.
Saludó a Eric con un ademán de cabeza y dijo:
—Me alegro de ver que has recuperado la cabeza, vampiro —dijo en un tono de total indiferencia. Se notaba que los licántropos y los vampiros de Shreveport habían retomado su antiguo tipo de relación.
—Y yo también me alegro de verte, Amanda —dije.
—Por supuesto —dijo, aunque sin darle importancia—. Estamos haciendo interrogatorios por encargo de los cambiantes de Jackson.
Oh, no.
—¿Sí? Siéntate, por favor. Eric estaba a punto de marcharse.
—No, me encantaría quedarme para escuchar las preguntas de Amanda —dijo Eric, resplandeciente.
Amanda me miró levantando las cejas.
Poco podía hacer para alterar la situación.
—Oh, sí, quédate, por supuesto —dije—. Sentaos los dos, por favor. Lo siento, pero no tengo mucho tiempo pues de aquí a un rato tengo que irme a trabajar.
—En este caso, iré directa al grano —dijo Amanda—. Hace dos noches, la mujer de la que abjuró Alcide..., la cambiante de Jackson, aquella que llevaba ese peinado tan raro...
Moví afirmativamente la cabeza, para indicarle que la seguía. Eric no se enteraba de nada. Y seguiría sin enterarse.
—Debbie —recordó la mujer lobo—. Debbie Pelt.
Eric puso los ojos como platos. Sí que recordaba aquel nombre. Empezó a sonreír.
—¿Que Alcide abjuró de ella? —preguntó.
—Tú estabas allí presente —le espetó Amanda—. Oh, claro, lo olvidaba. Eso fue mientras estabas bajo aquel maleficio.
Le encantó decir aquello.
—Pues resulta que Debbie no regresó a Jackson. Su familia está preocupada por ella, sobre todo desde que se han enterado de lo de Alcide, y temen que pueda haberle pasado alguna cosa.
—¿Por qué piensas que me habría dicho algo a mí?
Amanda hizo una mueca.
—Bien, la verdad es que creo que antes habría comido cristal que volver a hablar contigo. Pero estamos obligados a interrogar a todos los presentes.
De modo que no era más que una cuestión rutinaria. No es que me hubiesen identificado por alguna razón. Noté que me relajaba. Por desgracia, también podía notarlo Eric. Yo llevaba su sangre, podía adivinar cosas sobre mí. Eric se levantó y se fue a la cocina. Me pregunté qué estaría haciendo.
—No la he visto desde aquella noche —dije, lo que era verdad, pues no especifiqué desde qué hora—. No tengo ni idea de dónde puede estar. —Y eso era más cierto aún.
—Nadie ha reconocido haber visto a Debbie desde que abandonó la zona de la batalla —me explicó Amanda—. Se marchó de allí en su coche.
Eric regresó a la sala. Le miré de reojo, preocupada por lo que pudiera estar tramando.
—¿Han visto su coche? —preguntó Eric.
No sabía que precisamente era él quien lo había escondido.
—Ni rastro —dijo Amanda—. Estoy segura de que se ha largado a alguna parte para superar su rabia y su humillación. Que abjuren de ti es terrible. Hacía años que no oía mencionar esa palabra.
—¿Piensa otra cosa su familia? ¿Que se ha ido a alguna parte para reflexionar sobre el tema?
—Temen que haya atentado contra su vida —dijo Amanda. Intercambiamos miradas, demostrando con ello que coincidíamos en la probabilidad de que Debbie se hubiese suicidado—. No creo que hiciera nada tan conveniente —dijo Amanda, que tuvo la sangre fría de expresar en voz alta lo que yo no me atreví a decir.
—¿Cómo lo está llevando Alcide? —pregunté con cierta ansiedad.
—No puede sumarse a la búsqueda —observó—, pues fue él quien abjuró de ella. Actúa como si no le importase, pero me he dado cuenta de que el coronel va llamándolo para tenerlo al corriente de lo que pasa. Que no es nada, hasta este momento. —Amanda se incorporó, y yo me levanté también para acompañarla a la puerta—. Parece que estamos en temporada de desapariciones —dijo—. Pero he oído por radio macuto que tu hermano ha regresado, y veo que Eric parece haber recuperado su estado normal. —Le lanzó una mirada para dejarle claro que su personalidad normal le gustaba muy poco—. Ahora es Debbie la que ha desaparecido, pero a lo mejor reaparece también. Siento haberte molestado.
—No pasa nada. Buena suerte —dije, un deseo que no tenía sentido, dadas las circunstancias. Cerré la puerta y deseé con desesperación poder salir también, subirme al coche e irme a trabajar.
Me volví. Eric se había levantado.
—¿Te vas? —pregunté, incapaz de evitar sonar sorprendida y aliviada a la vez.
—Sí, has dicho que tenías que ir a trabajar —dijo.
—Y así es.
—Te sugiero que te pongas la chaqueta, la que es demasiado ligera para el tiempo que hace —dijo—. Tu abrigo sigue en mal estado.
Lo había puesto a lavar en agua fría, pero supuse que no lo había mirado bien para asegurarme de que todas las manchas se hubieran ido. Eso era lo que había ido a hacer Eric, buscar mi abrigo. Lo había encontrado colgado en el porche trasero y lo había inspeccionado.
—De hecho —dijo Eric, dirigiéndose a la puerta—, lo he tirado. Tal vez lo he quemado.
Se marchó, cerrando con mucho cuidado la puerta a sus espaldas.
Sabía, con la misma seguridad que sabía cómo me llamaba, que mañana me enviaría otro abrigo, en el interior de una caja preciosa, con un gran lazo. Sería de la talla correcta, de buena marca y sería caliente.