Read Muerto Para El Mundo Online
Authors: Charlaine Harris
Pero en cuanto a los supuestos asumidos, tenía razón.
Sam había puesto ya en marcha la calefacción del vehículo, aunque no al máximo. Estaba segura de que si la ponía demasiado fuerte, Jason empezaría a encontrarse mal. Y resultó, además, que en el momento en que Jason empezó a entrar en calor, su olor se hizo más evidente. Casi le pido disculpas a Sam por ello, pero era importante evitarle a Jason más humillaciones.
—Aparte de los mordiscos y del frío, ¿te encuentras bien? —le pregunté, cuando creí que Jason había dejado de temblar y podía empezar a hablar.
—Sí —respondió—. Sí. Cada noche, cada maldita noche, entraba en el cobertizo y se transformaba delante de mí. Y cada noche yo pensaba: "Me matará y me devorará". Y me mordía cada noche. Y luego, volvía a transformarse en humano y se largaba. Sabía que era difícil para él, después de haber olido la sangre..., pero nunca pasó de los mordiscos.
—Esta noche le matarán —dije—. A cambio de que no los delatemos a la policía.
—Me parece un buen trato —dijo Jason, y lo decía en serio.
Jason fue capaz de mantenerse en pie el rato suficiente para darse una ducha, que dijo que era la mejor que se había dado en su vida. Cuando estuvo limpio y oliendo a perfume, le apliqué una pomada antibiótica. Acabé con el tubo entero. Los mordiscos parecían estar cicatrizando bien. No podía parar de pensar en cosas que podía hacerle para que se sintiese bien. Le había preparado chocolate caliente, y un plato de harina de avena caliente (lo que me pareció una elección curiosa, pero dijo que Felton lo había alimentado sólo a base de carne muy poco hecha), se había puesto el pantalón de pijama que le había comprado a Eric (demasiado grandes, pero como eran de cintura elástica no le quedaban mal) y una camiseta vieja que me quedaba grande y que me habían dado cuando hace un par de años participé en una media maratón benéfica. No paraba de tocar el tejido, como si estuviera feliz por verse vestido.
Lo que más deseaba era sentirse caliente y dormir. De modo que lo instalé en mi antigua habitación. Con una triste mirada al armario, que Eric había dejado mal colocado, le deseé buenas noches a mi hermano. Me pidió que dejara encendida la luz del recibidor y la puerta entornada. Le costó pedírmelo, de modo que no protesté y me limité a hacerlo.
Sam estaba sentado en la cocina, bebiendo una taza de té caliente. Me miró desde detrás del humo que desprendía y me sonrió.
—¿Qué tal está?
Me dejé caer en el lugar donde siempre suelo sentarme.
—Mejor de lo que pensaba —dije—. Teniendo en cuenta que se ha pasado todo este tiempo encerrado en el cobertizo, sin calefacción y siendo mordido a diario.
—Me pregunto cuánto tiempo pensaba Felton mantenerlo así.
—Hasta la luna llena, me imagino. Entonces, Felton habría visto si lo había conseguido o no.
—He mirado el calendario. Le quedan un par de semanas.
—Bien. Démosle tiempo a Jason de recuperar sus fuerzas antes de que tenga otra cosa a la que enfrentarse. —Apoyé la cabeza entre mis manos un buen rato—. Tengo que llamar a la policía.
—¿Para decirles que dejen de buscar?
—Eso es.
—¿Has pensado ya en qué vas a contarles? ¿Tiene alguna idea Jason?
—¿Que los parientes de alguna chica lo secuestraron? —De hecho, eso era verdad en gran parte.
—La policía querrá saber dónde lo tuvieron secuestrado. Si ha conseguido escapar solo, querrán saber cómo lo ha hecho y obtener de él toda la información posible.
Me pregunté si me quedaban fuerzas para pensar. Me quedé mirando la mesa sin pensar nada: el cacharro para guardar las servilletas que mi abuela había comprado en una feria de artesanía, el azucarero, el salero y el pimentero que tenían la forma de un gallo y una gallina... Vi que debajo del salero había algo.
Era un talón por cincuenta mil dólares firmado por Eric Northman. Eric no sólo me había pagado, sino que además me había dado la propina más sustanciosa de toda mi vida profesional.
—Oh —dije—. Oh, caramba. —Permanecí un minuto más mirándolo, para asegurarme de que estaba leyéndolo bien. Se lo pasé a Sam.
—Caray. ¿Es esto el pago por tener en casa a Eric? —Sam me miró y yo asentí—. ¿Qué harás con el dinero?
—Ingresarlo en el banco, mañana a primera hora.
Sam sonrió.
—Te preguntaba a largo plazo.
—Relajarme. Tenerlo me servirá simplemente para relajarme. Saber que lo tengo... —Y se me llenaron los ojos de lágrimas. Una vez más. Maldita sea—. Así no tendré que andar siempre preocupada.
—Últimamente has vivido situaciones muy tensas, lo entiendo. —Moví afirmativamente la cabeza—. Podrías... —empezó a decir, pero no pudo terminar la frase.
—Gracias, pero no puedo hacerle eso a la gente —dije con firmeza—. La abuela siempre decía que era la forma más segura de terminar con una amistad.
—Podrías vender este terreno, comprarte una casa en la ciudad, tener vecinos —sugirió Sam, como si llevara meses con ganas de decirlo.
—¿Irme de esta casa? Esta casa lleva habitada por mi familia desde hace ciento cincuenta años. Eso no la convierte en algo sagrado ni nada por el estilo, claro está, y la casa se ha ampliado y ha sufrido reformas muchas veces. He pensado a veces en vivir en una casita moderna, con los suelos nivelados y baños arreglados, y una cocina moderna con muchos enchufes. Sin que el calentador del agua se vea, aislamiento sonoro... ¡Una plaza de aparcamiento!
Deslumbrada ante la imagen, tragué saliva.
—Me lo pensaré —dije, sintiéndome atrevida por el mero hecho de plantearme la idea—. Pero en estos momentos no puedo pensar apenas en nada. Sólo esperar a que llegue mañana ya será bastante duro.
Pensé en las horas que la policía había dedicado a la búsqueda de Jason. De pronto me sentía agotada. No podía ni intentar inventarme una historia que contarles.
—Tienes que acostarte —dijo Sam.
No pude sino asentir.
—Gracias, Sam. Muchas gracias. —Nos levantamos y le di un abrazo. Se convirtió en un abrazo más prolongado de lo que tenía pensado, pues me resultó inesperadamente relajante y confortable—. Buenas noches —dije—. Y conduce con cuidado, por favor. —Pensé por un momento en ofrecerle una de las camas de la planta de arriba, pero tenía siempre el piso cerrado y allá arriba debía de hacer un frío terrible; y tendría que subir y preparar la cama. Estaría más cómodo yendo a su casa, aun con la nieve.
—Lo haré —dijo, y me soltó—. Llámame por la mañana.
—Gracias de nuevo.
—Ya basta de gracias —dijo. Eric había clavado un par de clavos en la puerta principal para que cerrase hasta que yo comprara un nuevo pestillo. Cerré con llave la puerta trasera cuando se hubo marchado Sam, y a duras penas me cepillé los dientes y me puse el camisón antes de meterme en la cama.
Lo primero que hice a la mañana siguiente fue ir a ver cómo estaba mi hermano. Jason seguía profundamente dormido y a la luz del sol pude ver con claridad las consecuencias de su encarcelamiento. Llevaba barba de varios días. Incluso dormido, parecía mayor. Tenía moratones por todos lados, y eso que sólo le veía la cara y los brazos. Abrió los ojos cuando me senté en la cama. Sin moverse, recorrió la habitación con la mirada. Y se detuvo cuando se encontró con mi cara.
—No lo he soñado, ¿verdad? —dijo. Hablaba con voz ronca—. Tú y Sam vinisteis a rescatarme. Me soltaron. La pantera me soltó.
—Sí.
—Y ¿qué pasó mientras yo no estaba? —preguntó a continuación—. Espera, ¿puedo ir al baño y tomarme una taza de café antes de que me lo cuentes?
Me gustó que preguntara antes de ponerse a hablar él (hablar sin parar era uno de sus rasgos característicos) y me alegré de decirle que sí e incluso de ir a prepararle el café. Jason parecía encantado en la cama con su taza de café con azúcar, y se acomodó entre los almohadones mientras charlábamos.
Le conté lo de la llamada de Catfish, nuestro ir y venir con la policía, la búsqueda en el jardín y que me había llevado de su casa su rifle Benelli, que me exigió ver de inmediato.
—¡Lo has disparado! —dijo sorprendido, después de examinarlo.
Me quedé mirándolo.
—Me imagino que funcionó tal y como se supone debe funcionar una escopeta de caza —dijo—. Ya que te veo aquí sentada y con buen aspecto.
—Gracias, y no vuelvas a preguntármelo —dije.
Asintió.
—Ahora tenemos que pensar en la historia que le contaremos a la policía.
—Me imagino que no podemos contarles la verdad.
—Por supuesto, Jason, contémosles que el pueblo de Hotshot está lleno de hombres pantera y que como te acostaste con una de ellos, su amigo también quiso convertirte en hombre pantera, para que ella no te prefiriera a ti antes que a él. Y que por eso se transformó cada día en pantera y se dedicó a morderte.
Hubo una prolongada pausa.
—Ya me imagino la cara de Andy Bellefleur —dijo Jason, casi abatido—. Aún no ha superado que el año pasado me declararan inocente del asesinato de aquellas dos chicas. Le habría encantado que me hubiesen declarado neurótico perdido. Catfish habría tenido que despedirme y no creo que me gustara mucho quedarme ingresado en una clínica mental.
—Lo que es evidente es que tus oportunidades de salir con chicas se habrían visto limitadas.
—Crystal... ¡Dios, qué chica! Y mira que me lo advertiste. Pero estaba tan colado por ella. Y resulta que era una..., bueno, ya lo sabes.
—Por el amor de Dios, Jason, es una cambiante. No sigas refiriéndote a ello como si fuese el monstruo de la laguna Negra, o Freddy Krueger, o yo qué sé.
—Sook, sabes muchas cosas que los demás no sabemos, ¿verdad? Empiezo a darme cuenta.
—Sí, supongo.
—Aparte de los vampiros.
—Sí.
—Hay mucho más.
—Intenté decírtelo.
—Yo me creía todo lo que contabas, pero no lo acababa de captar. Hay gente que conozco —me refiero, además de Crystal— que no siempre es persona, ¿no es eso?
—Eso es.
—¿Como cuánta gente?
Conté los seres de dos naturalezas que había visto en el bar: Sam, Alcide, aquella pequeña mujer zorro que estaba tomando copas con Jason y Hoyt hacía un par de semanas...
—Al menos tres —respondí.
—Y ¿cómo sabes tú todo esto?
Me quedé mirándolo.
—Está bien —dijo, después de una larga pausa—. No quiero saberlo.
—Y ahora, tú —dije con delicadeza.
—¿Estás segura?
—No, y no lo estaremos hasta de aquí a un par de semanas —dije—. Calvin te ayudará si lo necesitas.
—¡No pienso permitir que esos me ayuden! —Los ojos de Jason echaban chispas y parecía volver a estar lleno de energía.
—No te queda otra alternativa —dije, intentando no ser brusca—. Y Calvin no sabía que estabas allí. Es un buen tipo. Pero aún no es momento de hablar de ello. Lo que tenemos que pensar ahora es qué le decimos a la policía.
Pasamos como mínimo una hora repasando nuestras historias. Intentando encontrar partes de verdad que nos ayudaran a urdir un plan.
Al final llamé a comisaría. La telefonista del turno de día estaba harta de oír mi voz, pero seguía intentando mostrarse amable.
—Sookie, tal y como te dije ayer, cariño, te llamaremos cuando averigüemos alguna cosa sobre Jason —dijo, intentando reprimir la exasperación que realmente existía detrás de aquel tono conciliador.
—Ya lo he encontrado —dije.
—¿Qué..., qué? —El grito fue alto y claro. Incluso Jason hizo una mueca de disgusto.
—Que ya lo he encontrado.
—Enviaré a alguien enseguida.
—Estupendo —dije, aun sin sentirlo.
Tuve la previsión de quitar los clavos de la puerta principal antes de que llegara la policía. No me apetecía que me preguntasen qué le había pasado a la puerta. Jason me había mirado con extrañeza cuando me vio con el martillo, pero no dijo una palabra.
—¿Dónde está tu coche? —preguntó de entrada Andy Bellefleur.
—En el Merlotte's.
—¿Por qué?
—¿Puedo contároslo una sola vez a ti y a Alcee cuando estéis juntos? —Alcee Beck estaba subiendo las escaleras de acceso a la casa. Él y Andy habían venido juntos y al ver a Jason acostado en el sofá, tapado, ambos se detuvieron en seco. Entonces me di cuenta de que nunca habían esperado volver a ver a Jason con vida.
—Me alegro de verte sano y salvo, tío —dijo Andy, y le estrechó la mano a Jason. Tomaron asiento, Andy en el sillón reclinable de la abuela y Alcee en el sillón que normalmente ocupo yo. Me instalé en el sofá, a los pies de Jason—. Nos alegramos de verte en el mundo de los vivos, Jason, pero tenemos que saber dónde has estado y qué te ha pasado.
—No tengo ni idea —dijo Jason.
Y siguió manteniéndolo durante horas.
No existía historia creíble que Jason pudiese contar y que justificase todo lo sucedido: su ausencia, su deplorable estado físico, las marcas de mordiscos, su repentina reaparición. Lo único que podía decir era que lo último que recordaba era haber oído un ruido curioso mientras estaba en casa pasándoselo bien con Crystal y haber recibido un golpe en la cabeza cuando había salido a investigar. No recordaba nada hasta que, no sabía cómo, se había sentido empujado desde el interior de un vehículo y había aparecido en mi jardín la noche anterior. Yo lo había encontrado cuando Sam me trajo a casa al salir del trabajo. Había vuelto a casa en el coche de Sam porque me daba miedo conducir con tanta nieve.
Naturalmente, habíamos hablado el tema con Sam previamente, y él se había mostrado de acuerdo, a regañadientes, en que era la mejor forma de salir del asunto. Sabía que a Sam no le gustaban las mentiras, como tampoco me gustaban a mí, pero teníamos que mantener cerrada aquella caja de los truenos.
La belleza de la historia radicaba en su sencillez. Mientras Jason fuera capaz de resistir la tentación de adornarla, seguiría a salvo. Sabía que le resultaría duro, pues a Jason le encantaba hablar, y le encantaba hablar exagerando. Pero mientras permanecí allí sentada, recordándole las consecuencias, mi hermano consiguió contenerse. Tuve que levantarme a prepararle otra taza de café —los policías no querían más— y cuando entré de nuevo en la sala de estar, me encontré a Jason diciendo que creía recordar una habitación oscura y fría. Lo miré fijamente y dijo entonces:
—Pero tengo la cabeza tan confusa que tal vez no sea más que un sueño.