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Authors: Charlaine Harris

Muerto hasta el anochecer (29 page)

BOOK: Muerto hasta el anochecer
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¡Dios mío! Estaba pensando que Jean-Anne había tenido suerte de que no la estrangulara. Y entonces percibí con total claridad algo que me dejó helada; el sheriff Dearborn pensaba que «de todos modos, estas chicas no son más que escoria».

Pude integrar el pensamiento en su contexto porque el sheriff resultó ser muy «legible». Capté sin problemas los matices de la idea; estaba pensando: «Trabajos poco cualificados, sin estudios universitarios, jodiendo con vampiros... Son la hez de la sociedad».

Las palabras «herida» y «furiosa» no se acercan siquiera a describir cómo me sentía ante semejante juicio de valor.

Paseé de mesa en mesa, como una autómata, llevando las bebidas y los bocadillos y recogiendo los restos, trabajando tan duro como siempre, con esa horrenda sonrisa cruzándome la cara. Hablé con veinte conocidos, la mayoría de los cuales tenían pensamientos más inocentes que los de un niño. Casi todos los clientes pensaban en su trabajo, en tareas del hogar pendientes, o en algún pequeño problema que necesitaran solucionar, como llamar al servicio técnico para que les arreglasen el lavavajillas, o limpiar la casa para las visitas del fin de semana.

Arlene se sentía aliviada por que le hubiera bajado la regla, y Charlsie estaba absorta en sentimentaloides reflexiones sobre su promesa de inmortalidad: un nieto. Rezaba por que su hija tuviera un embarazo saludable y un parto fácil.

Lafayette pensaba que trabajar conmigo se estaba convirtiendo en algo espeluznante.

El agente de policía Kevin Pryor se preguntaba qué estaría haciendo Kenya, su compañera, en su día libre. El estaba ayudando a su madre a limpiar el cobertizo del jardín y aborrecía cada minuto.

Escuché muchos comentarios, tanto en voz alta como mentales, sobre mi pelo y mi cutis, y sobre la venda del brazo. Parecía resultarles más deseable a muchos hombres... y a una mujer. Algunos de los chicos que habían participado en la expedición de castigo a los vampiros de Monroe pensaban que ya no tenían ninguna posibilidad conmigo, debido a mi afinidad con los no muertos, y lamentaban aquel acto impulsivo. Tomé nota mental de sus nombres; no iba a olvidar que podían haber matado a mi Bill, aunque, en aquel momento, el resto de la comunidad vampírica no figurara entre mis afectos.

Andy Bellefleur y su hermana, Portia, estaban comiendo juntos; algo que hacían al menos una vez por semana. Portia era la versión femenina de Andy: estatura media, complexión recia, boca y mandíbula que transmitían gran determinación... La similitud entre ambos favorecía más a Andy que a Portia. Tenía entendido que era una abogada muy competente; de no haber sido mujer, creo que se la habría recomendado a Jason cuando estaba buscando representante legal. Aunque eso habría sido pensar más en el bienestar de Portia que en el de mi hermano.

Aquel día, la abogada se sentía bastante deprimida porque, aunque tenía estudios y ganaba bastante dinero, nunca tenía una cita. Esa era su preocupación íntima.

Por su parte, a Andy le repugnaba mi prolongada relación con Bill Compton; se sentía fascinado por la mejoría de mi aspecto, e intrigado por las relaciones sexuales de los vampiros. Lamentaba tener que arrestar a Jason con casi toda probabilidad. Consideraba que las pruebas contra él no eran mucho más sólidas que las que había contra otros hombres, pero Jason era el que parecía más asustado, lo que significaba que tenía algo que ocultar. Y además, estaban los vídeos, en los que Jason aparecía practicando sexo —y no precisamente de tipo convencional— con Maudette y Dawn.

Me quedé mirándolo mientras procesaba sus pensamientos, lo que le hizo incomodarse. El sí sabía de lo que yo era capaz.

—Sookie, ¿vas a traerme esa cerveza? —preguntó tras unos instantes, mientras hacía un gesto con la mano en el aire para asegurarse de que le prestaba atención.

—Ahora mismo, Andy —respondí, distraída, y saqué una de la nevera—. ¿Quieres más té, Portia?

—No, gracias, Sookie —dijo ella cortésmente mientras se limpiaba los labios con una servilleta de papel. Portia estaba pensando en su época de instituto, cuando habría vendido su alma al diablo por una cita con el guapísimo Jason Stackhouse. Se preguntaba qué haría Jason ahora, si tendría algún pensamiento en la cabeza que pudiera interesarle. ¿Merecería aquel cuerpo el sacrificio de la compañía intelectual? Así que Portia no había visto las cintas, no sabía de su existencia. Andy estaba siendo un buen policía.

Traté de imaginarme a Portia con Jason, y no pude evitar sonreír. Sería toda una experiencia para ambos. Deseé, y no por primera vez, poder implantar ideas del mismo modo en que podía cosecharlas.

Para cuando terminó mi turno, no me había enterado de nada, aparte de que los vídeos que había grabado mi hermano con tan poca cabeza contenían algo de
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suave, lo que había llevado a Andy a pensar en las marcas de ligaduras en los cuellos de las víctimas.

Así que, en conjunto, abrir la mente para ayudar a mi hermano había sido un ejercicio inútil. Lo que había oído sólo servía para preocuparme más y no proporcionaba ninguna información adicional al caso.

Por la noche vendría gente distinta. Nunca había ido al Merlotte's por gusto, ¿debería pasarme aquella noche? ¿Qué iría a hacer Bill? ¿Quería verlo?

Me sentía sola, sin amigos; no tenía a nadie con quien pudiera hablar de Bill, a nadie que lograra siquiera no asustarse al verlo. ¿Cómo iba a contarle a Arlene que estaba preocupada porque los congéneres de Bill eran aterradores y despiadados, y que uno de ellos me había mordido la noche anterior, había sangrado sobre mi boca y había acabado muerto, atravesado por una estaca? No era la clase de problemas que Arlene estaba preparada para escuchar.

No se me ocurrió nadie que lo estuviera.

No conseguía que se me viniera a la cabeza ninguna chica que se citara con un vampiro y que no fuera una fanática indiscriminada, una «colmillera» irredenta capaz de liarse con cualquier «chupasangres».

Cuando me marché del Merlotte's, mi aspecto físico «mejorado» ya no lograba darme confianza en mí misma. Me sentía como un bicho raro.

Trasteé por la casa, me eché una pequeña siesta y regué las flores de la abuela. Hacia el anochecer comí algo tras calentarlo en el microondas. Estuve dudando hasta el último momento si volver o no, y al final me puse una camisa roja, unos pantalones blancos, un par de pendientes, y regresé al Merlotte's.

Me resultó muy extraño entrar como cliente. Sam estaba al fondo, detrás de la barra, y arqueó las cejas al advertir mi llegada. Aquella noche trabajaban tres camareras a las que sólo conocía de vista, y al mirar por la ventanilla comprobé que otro cocinero se encargaba de las hamburguesas. Jason estaba en la barra. De puro milagro, el taburete contiguo no estaba ocupado, y allí me senté.

Se volvió hacia mí con el rostro preparado para recibir a una nueva conquista: la boca relajada y sonriente, los ojos brillantes y bien abiertos. Cuando vio que era yo, su expresión experimentó un cambio cómico.

—¿Qué coño estás haciendo aquí, Sookie? —me preguntó, con voz indignada.

—Cualquiera diría que no te alegras de verme —comenté. Cuando Sam se detuvo ante mí, le pedí un bourbon con Coca-Cola sin mirarlo a los ojos—. He hecho lo que me pediste y, por ahora, nada —le susurré a mi hermano—. He venido esta noche para probar con alguien más.

—Gracias, Sookie —dijo, tras una larga pausa—. Supongo que no me di cuenta de lo que te pedía. Eh, ¿te has hecho algo en el pelo?

Hasta me pagó la copa cuando Sam me la puso delante.

No parecía que tuviéramos mucho que decirnos, lo que de hecho fue positivo, ya que trataba de escuchar a los demás clientes. Había unos cuantos forasteros, y los sondeé primero para ver si podían ser posibles sospechosos. Tuve que reconocer, aunque un poco reacia, que eso no parecía muy probable. Uno pensaba en lo mucho que echaba de menos a su mujer, y el contexto indicaba que le era totalmente fiel. Otro, que era la primera vez que venía al bar y que la copa estaba buena. Un tercero se limitaba a concentrarse en permanecer erguido y confiaba en poder conducir de vuelta al motel.

Me tomé otra copa.

Jason y yo habíamos estado intercambiando conjeturas sobre a cuánto ascendería la minuta de los abogados cuando se resolviera la herencia de la abuela. Echó una mirada a la puerta y dijo:

—Oh, oh.

—¿Qué pasa? —pregunté, sin girarme a ver qué le había sorprendido.

—Hermanita, acaba de llegar tu novio. Y no ha venido solo.

Mi primer pensamiento fue que Bill se habría traído a uno de sus colegas vampiros, lo que habría resultado irritante y poco inteligente por su parte; pero, al girarme, me di cuenta de por qué Jason parecía contrariado. Bill estaba con una chica. El la cogía del brazo y ella se le acercaba como una auténtica zorra. El pasaba la vista por cada rincón del local. Deduje que estaba claro que intentaba provocarme.

Me bajé del taburete, y cambié de opinión. Estaba borracha. Rara vez bebo, y si bien los dos bourbon con Coca-Cola casi seguidos no habían bastado para tumbarme, como mínimo llevaba un buen «punto».

La mirada de Bill se cruzó con la mía; no esperaba encontrarme allí. No podía leer su mente, como había hecho con Eric durante un terrible instante, pero sí podía interpretar su lenguaje corporal.

—¡Eh, Bill, el vampiro! —saludó Hoyt, el amigo de Jason. Bill inclinó la cabeza con educación hacia él, pero empezó a conducir a la chica, menuda y morena, en dirección a donde yo estaba.

No tenía ni idea de qué hacer.

—Eh, Sookie, ¿a qué juega éste? —dijo Jason. Le salía humo por las orejas—. Esa chica es una «colmillera» de Monroe, la conocí cuando aún le gustaban los humanos.

Seguía sin saber qué hacer. Un gran dolor se estaba apoderando de mí, pero mi orgullo seguía tratando de contenerlo. Y a toda esa maraña de sentimientos encima tenía que añadir un toque de culpabilidad: yo no me encontraba donde Bill me habría buscado y ni siquiera le había dejado una nota. Pero, por otro lado —como el quinto o el sexto lado—, la noche anterior ya había sufrido bastantes sustos en la opereta celebrada a petición de su excelencia el Señor de Shreveport, y si había asistido a tal sarao era únicamente por mi relación con él.

Mis impulsos contradictorios me impedían moverme. Me daban ganas de lanzarme sobre ella y partirle la cara, pero no me habían educado para pelearme en los bares —también me apetecía darle una buena a Bill, pero para el daño que iba a hacerle, lo mismo valdría darse de cabezazos contra la pared—. Además, tenía muchas ganas de llorar porque me había hecho mucho daño, pero eso mostraría mi debilidad. La mejor opción era no demostrar nada, porque Jason estaba a punto de lanzarse contra Bill, y el menor gesto por mi parte bastaría para accionar el gatillo.

Demasiados conflictos, además de demasiado alcohol.

Mientras consideraba todas esas opciones, Bill se acercó a mí abriéndose paso por entre las mesas, con la chica a remolque. Observé que la sala estaba en silencio; en lugar de estudiar a los demás, ahora era yo la observada.

Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas mientras apretaba los puños. Genial, lo peor de las dos posibles respuestas emocionales.

—Sookie —dijo Bill—, mira lo que Eric me ha dejado a la puerta.

Apenas logré entender lo que quería decir.

—¿Y? —repuse, furiosa. Me fijé en los ojos de la chica, que eran grandes y oscuros, y reflejaban su excitación. Mantuve los míos muy abiertos, sabiendo que si parpadeaba no podría retener las lágrimas.

—Como recompensa —añadió Bill. No sabía bien cómo se sentía al respecto.

—¿«Refresco» gratis? —dije, casi sin dar crédito a lo venenosas que sonaban mis palabras.

Jason me puso la mano en el hombro.

—Tranquila, hermanita —dijo, en un tono tan grave y cargado de inquina como el mío—. Este no se lo merece.

No sabía qué era lo que Bill no se merecía, pero estaba a punto de averiguarlo. Resultó casi estimulante no tener ni idea de lo que iba a hacer a continuación, tras toda una vida de autocontrol.

Bill me estudiaba detenidamente. Los fluorescentes de encima de la barra acentuaban su palidez. No se había alimentado de ella, y tenía los colmillos retraídos.

—Vamos fuera. Tenemos que hablar —dijo.

—¿Con ella? —mi voz casi era un gruñido.

—No —contestó—, tú y yo. A ella tengo que enviarla de vuelta.

La repulsión de su voz me ablandó un poco, y lo seguí al exterior, manteniendo alta la cabeza y sin mirar a nadie. Bill mantuvo agarrado el brazo de la chica, que casi se veía obligada a andar de puntillas para poder seguirlo. No me enteré de que Jason nos acompañaba hasta que me giré y lo vi detrás de mí, cuando ya salíamos al aparcamiento. Allí la gente entraba y salía, pero resultaba algo más íntimo que el abarrotado bar.

—Hola —dijo la chica, como si tal cosa—. Me llamo Desiree. Creo que ya nos conocemos, Jason.

—¿Qué estás haciendo aquí, Desiree? —le preguntó Jason con voz serena. Casi daba la impresión de estar relajado.

—Eric me ha enviado aquí, a Bon Temps, como recompensa para Bill —dijo, coqueta, mirando a Bill por el rabillo del ojo—. Pero él no parece muy emocionado, y no sé por qué. Podría decirse que mi sangre es de la mejor cosecha; soy casi un «gran reserva».

—¿Eric? —preguntó Jason, dirigiéndose a mí.

—Un vampiro de Shreveport. Es dueño de un bar. El Gran Jefe.

—La ha dejado delante de mi puerta —me explicó Bill—, yo no la he pedido.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

—Enviarla de vuelta —dijo con impaciencia—. Tú y yo tenemos que hablar.

Tragué saliva y estiré los dedos.

—¿Necesita que la lleven de vuelta a Monroe? —preguntó Jason.

Bill parecía sorprendido.

—Sí, ¿te estás ofreciendo? Yo tengo que hablar con tu hermana.

—Claro —dijo Jason, de lo más cordial. Comencé a desconfiar al instante.

—No puedo creer que me rechaces —dijo Desiree, mirando a Bill y poniendo morritos—. Nadie me había despreciado hasta ahora.

—Desde luego, estoy agradecido. Y no dudo que seas, como tú dices, un auténtico reserva —dijo Bill con cortesía—. Pero tengo mi propia bodega.

La pequeña Desiree lo contempló sin comprender durante un segundo, hasta que sus ojos castaños se fueron iluminando poco a poco.

—¿Es tuya? —le preguntó, señalándome con la cabeza.

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