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Authors: Charlaine Harris

Muerto hasta el anochecer (12 page)

BOOK: Muerto hasta el anochecer
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Había estado a punto de tocarle de manera instintiva, pero dejé caer la mano a un lado. Deliberadamente, Sam miró a Kevin, en vez de a mí.

—¿Qué sucede, agente? —le preguntó.

—Vamos a forzar la entrada, señor Merlotte; a menos que tenga usted una llave maestra.

¿Por qué iba a tener Sam una llave maestra?

—Es mi casero —me dijo J.B. al oído, y pegué un respingo.

—¿Ah, sí? —pregunté tontamente.

—Es el propietario de los tres adosados.

Sam había estado rebuscando en los bolsillos y finalmente sacó un manojo de llaves. Las fue pasando con pericia hasta detenerse en una y separarla de las demás. La sacó del llavero y se la entregó a Kevin.

—¿Vale para la puerta principal y la trasera? —inquirió Kevin. Sam asintió. Seguía sin mirarme.

Kevin fue hasta la puerta trasera del adosado, fuera del alcance de nuestra vista. Nos quedamos tan callados que le oímos desatrancar la puerta. Luego, entró en el dormitorio en que se hallaba el cadáver, y le vimos torcer al gesto al percibir el hedor que provenía de aquel cuerpo. Tapándose la nariz y la boca con una mano, se inclinó sobre el cadáver y le puso los dedos en el cuello. Miró por la ventana y sacudió la cabeza en señal a su compañera. Kenya asintió y se dirigió al coche patrulla para hacer una llamada por radio.

—Oye, Sookie, ¿te apetecería quedar a cenar esta noche? —me preguntó J.B.—. Esto tiene que haberte resultado muy duro, y necesitarás un poco de diversión que lo compense.

—Gracias, J.B. —era plenamente consciente de que Sam estaba escuchando—. Es muy considerado por tu parte, pero me da la sensación de que hoy voy a tener que trabajar horas extras.

Durante un breve instante su hermoso rostro perdió toda expresión. Luego, comenzó a mostrar signos de entendimiento.

—Ya. Sam va a tener que contratar a otra persona —señaló—. Tengo una prima en Springhill que está buscando trabajo. A lo mejor la aviso. Ahora podríamos vivir al lado.

Le sonreí, aunque muy débilmente, y me mantuve pegada al hombre con el que llevaba dos años trabajando.

—Lo siento, Sookie —me dijo, muy bajito.

—¿Por qué? —mi propio tono era inaudible. ¿Se refería a lo que nos acababa de pasar, o, mejor dicho, a lo que él no había dejado suceder?

—Por enviarte a ver qué pasaba con Dawn. Debería haber venido yo mismo, pero estaba seguro de que tenía un nuevo rollo y necesitaba que le recordaran lo que significa trabajar. La última vez que vine a por ella se puso hecha una fiera y no quería tener que volver a pasar por eso. Como un cobarde, te he enviado a ti y mira lo que has tenido que ver.

—Eres una caja de sorpresas, Sam.

No se volvió a mirarme ni hizo ningún comentario, pero entrelazó sus dedos con los míos. Nos quedamos un buen rato allí, al sol, cogidos de la mano, mientras la gente revoloteaba a nuestro alrededor. Tenía la palma de la mano seca y caliente, y sus dedos eran fuertes. Sentí que verdaderamente había conectado con otro ser humano. Pero luego aflojó la mano y se adelantó para hablar con el inspector que estaba saliendo del coche. Entonces J.B. se puso a hacerme preguntas sobre el aspecto del cadáver, y el mundo regresó a su sempiterna rutina.

El contraste fue cruel. Volví a sentirme completamente agotada y empecé a recordar la noche anterior con más detalle del que me hubiera gustado. El mundo parecía un lugar perverso y terrible, poblado por sospechosas criaturas; y yo, el inocente cordero que vagaba por el valle de la muerte con un cencerro al cuello. Con grandes zancadas fui hacia mi coche. Abrí la puerta y me senté de lado. Ya iba a pasar mucho tiempo de pie ese día; me sentaría mientras pudiera.

J.B. me siguió. Ahora que me había redescubierto, no me iba a dejar marchar así como así. Me acordé de que cuando aún iba al instituto, la abuela se había hecho muchas ilusiones con respecto a nosotros. Pero lo cierto es que hablar con J.B., o leer su mente, resultaba tan interesante como una cartilla de primaria para un lector avezado. Que alguien tan lerdo tuviese un cuerpo tan elocuente debía de ser una broma de Dios.

Se arrodilló ante mí y me cogió de la mano. Me sorprendí pensando en lo maravilloso que sería que alguna vieja y adinerada dama pasara por allí y le propusiera matrimonio. Alguien que le cuidara y disfrutara de lo que él podía ofrecer. Se estaría llevando una ganga.

—¿Dónde trabajas ahora? —le pregunté, sólo por distraerme.

—En el almacén de mi padre —me contestó.

Ese era el último recurso, el trabajo al que J.B. siempre regresaba cuando le despedían por hacer alguna estupidez, no aparecer, u ofender de modo imperdonable a alguno de sus supervisores. El padre de J.B. tenía un taller de repuestos para el automóvil.

—¿Y qué tal os va?

—Pues bien. Oye, Sookie, deberíamos hacer algo juntos.

«No me tientes», pensé.

Algún día las hormonas se iban a apoderar de mí y haría algo que lamentaría después; y podía ser bastante peor que hacerlo con J.B. Pero decidí contenerme y esperar a algo mejor.

—Gracias, cielo —le dije—. A lo mejor más adelante. Ahora mismo no me encuentro muy bien.

—¿Estás enamorada del vampiro? —me preguntó sin ambages.

—¿Dónde has oído eso?

—Es lo que Dawn decía —su cara se nubló al acordarse de que Dawn estaba muerta. Lo que Dawn había dicho, descubrí inspeccionando su mente, era: «Al vampiro nuevo le gusta Sookie Stackhouse. Yo le iría mejor. Necesita a alguien a quien le gusten las emociones fuertes, y Sookie gritaría si la tocara».

No tenía sentido enfadarse con una muerta, pero me concedí ese capricho durante unos segundos.

Luego, el inspector se encaminó hacia nosotros y J.B. se puso en pie para alejarse.

El inspector adoptó la misma postura que J.B., acuclillándose frente a mí. Debía de tener muy mal aspecto.

—¿Señorita Stackhouse? —preguntó, con ese tono de gravedad que muchos profesionales emplean en los momentos críticos—. Soy Andy Bellefleur —los Bellefleur llevaban asentados en Bon Temps casi tanto tiempo como el que había pasado desde su fundación, así que no encontré especialmente gracioso que un hombre se apellidara «bella flor». De hecho, lo sentí por quienquiera que lo hiciera, a la vista de la imponente estampa del inspector. Este miembro de la familia en particular se había graduado justo un año antes que Jason, y yo había ido a clase con su hermana, Portia.

El también me había estado ubicando.

—¿Qué tal le va a tu hermano? —me preguntó en voz baja, aunque el tono no era del todo neutro. Parecía haber tenido algún encontronazo que otro con Jason.

—Por lo poco que sé, le va bien —respondí.

—¿Y a tu abuela?

—Esta mañana ha estado plantando flores en el jardín —dije, con una sonrisa.

—Eso está bien —dijo, con esa sincera sacudida de cabeza que suele indicar sorpresa y admiración—. Bueno, parece ser que trabajas en el Merlotte's.

—Así es.

—¿Igual que Dawn Green?

—Sí.

—¿Cuándo viste a Dawn por última vez?

—Hace dos días, en el trabajo —me sentía completamente exhausta. Sin levantar las piernas del suelo ni mi brazo del volante, me recosté en el asiento del conductor.

—¿Hablaste con ella?

Intenté hacer memoria.

—Creo que no.

—¿Mantenías una relación estrecha con ella?

—No.

—¿Y por qué has venido hoy? —le expliqué que Dawn no había ido ayer a trabajar y que Sam me había pedido que me pasara por allí—. ¿Le contó el señor Merlotte por qué no podía venir él mismo?

—Sí, había llegado un camión de reparto y tenía que ayudar a poner las cosas en su sitio —la mitad de las veces, Sam se ponía a descargar las cajas para aligerar el proceso.

—¿Crees que el señor Merlotte mantenía algún tipo de relación con Dawn?

—Bueno, era su jefe.

—No. Quiero decir fuera del trabajo.

—Entonces, no.

—Pareces muy segura.

—Lo estoy.

—¿Estás saliendo con Sam?

—¿No?

—Entonces, ¿por qué estas tan segura?

Buena pregunta. ¿Porque de vez en cuando había oído pensamientos que indicaban que si Dawn no odiaba a Sam, desde luego no le tenía mucho cariño? No era muy inteligente decirle eso al inspector.

—A Sam le gusta mantener una atmósfera profesional —contesté. Me sonaba ridículo hasta a mí, pero era la pura verdad.

—¿Estabas al corriente de la vida privada de Dawn?

—No.

—¿No os llevabais bien?

—No especialmente —mi mente se puso a divagar, mientras el inspector ladeaba la cabeza, sumido en sus propias reflexiones. Al menos eso era lo que parecía.

—¿Y eso por qué?

—Supongo que no teníamos nada en común.

—¿Como qué? Dame un ejemplo.

Resoplé exasperada. Si no teníamos nada en común, ¿cómo iba a darle un ejemplo?

—Vale —dije lentamente—. Dawn llevaba una vida social muy activa, y le gustaba estar con hombres. No le apetecía mucho pasar tiempo con otras chicas. Su familia es de Monroe, así que no tiene lazos familiares aquí. Además, bebía y yo no. Yo leo mucho y ella jamás había abierto un libro. ¿Está bien así?

Andy Bellefleur inspeccionó mi expresión para ver si decía la verdad. Lo que vio debió de tranquilizarlo.

—Así que ¿nunca quedabais fuera del trabajo?

—Eso es.

—Entonces, ¿no te pareció extraño que Sam te pidiera que vinieras a verla?

—Pues la verdad es que no —contesté, muy resuelta. Por lo menos no me lo parecía ahora, después de que Sam me hubiera contado el numerito de Dawn—. Esto me queda de camino al bar, y no tengo niños, como Arlene, la otra camarera que hace mi turno. Así que me era más fácil a mí —eso tenía sentido, pensé. Si le hubiera dicho que Dawn se había puesto a gritar la última vez que Sam había venido, habría dado una impresión equivocada.

—¿Qué hiciste anteayer después de trabajar, Sookie?

—No fui a trabajar. Tenía el día libre.

—¿Y qué planes tenías?

—Estuve tomando el sol y ayudé a mi abuela a limpiar la casa porque teníamos visita.

—¿De quién se trataba?

—Se trataba de Bill Compton.

—El vampiro.

—Sí.

—¿Hasta qué hora permaneció el vampiro en tu casa?

—No sé. Puede que hasta medianoche, o la una de la madrugada.

—¿Qué impresión te dio?

—Pues..., buena.

—¿Parecía crispado o irritado?

—No.

—Señorita Stackhouse, tendremos que seguir hablando en comisaría. Este asunto nos va a llevar algún rato aquí, como es evidente.

—Está bien, supongo.

—¿Podrías volver en un par de horas?

—Si Sam no me necesita en el bar... —dije, comprobando la hora.

—La cuestión, señorita Stackhouse, es que este asunto tiene más importancia que trabajar en un bar.

Vale, ya me había cabreado. No porque no pensase que la investigación de un asesinato fuese más importante que llegar puntual al trabajo, hasta ahí estábamos de acuerdo; sino porque percibí claramente el desprecio implícito hacia mi trabajo.

—Puede que pienses que mi trabajo no vale gran cosa, pero se me da bien y me gusta. Soy tan digna de respeto como tu hermana, la abogada. Y no lo olvides: no soy una idiota, ni una guarra.

El inspector enrojeció muy despacio y con poca gracia.

—Lo siento —dijo, muy envarado. Seguía intentando negar la antigua relación, el instituto en común, el contacto entre ambas familias. Pensando que debería haber ejercido en otro pueblo, donde pudiera tratar a la gente de la manera en que él creía que un agente de policía debería.

—No, te iría mejor aquí si corrigieras esa actitud —le dije. Sus ojos grises centellearon y experimenté una satisfacción casi infantil por haberlo dejado sin palabras, aunque estaba segura de que antes o después tendría que pagar por ello. Siempre que daba una muestra de mi tara, terminaba ocurriendo lo mismo.

En general, la gente salía despavorida cuando les ofrecía una dosis de lectura mental, pero Andy Bellefleur estaba maravillado.

—Entonces, es cierto —soltó, como si estuviéramos en cualquier sitio a solas en vez de en la entrada de un decrépito adosado de la Luisiana rural.

—No, olvídalo —me apresuré a decir—. Es sólo que a veces sé lo que piensa la gente por los gestos que hacen.

Intencionadamente, él se puso a pensar en desabotonarme la blusa, pero yo ya estaba en guardia, y me limité a sonreír ampliamente. De todos modos, creo que no conseguí engañarlo.

—Cuando estés listo, pásate por el bar. Podemos hablar en el almacén o en el despacho de Sam —dije con firmeza, e introduje las piernas en el coche.

Cuando llegué allí, el bar era un hervidero de gente. Sam había llamado a Terry Bellefleur, un primo segundo de Andy, si no recuerdo mal, para que se ocupara del bar mientras él hablaba con la policía en casa de Dawn. Terry lo había pasado mal en Vietnam y subsistía con estrecheces gracias a una pensión por algún tipo de invalidez de guerra. Lo habían herido, capturado y retenido durante dos años; y sus pensamientos daban tanto miedo que ponía un cuidado especial cuando él estaba cerca. Terry había tenido una vida muy dura y actuar con normalidad le resultaba todavía más difícil que a mí. Gracias a Dios, Terry no bebía.

Mientras cogía la bandeja y me lavaba las manos, le di un pequeño beso en la mejilla. A través de la ventana de la cocina, vi a Lafayette Reynold, el cocinero, dándole la vuelta a unas hamburguesas y metiendo unas patatas en la freidora. En el Merlotte's se sirven también algunos bocadillos, y poco más. Sam no quiere que se convierta en un restaurante. Pretende que sea un bar en el se puede pedir algo de comer.

—¿Y eso a qué ha venido? No es que me queje, claro —dijo Terry. Había arqueado las cejas. Era pelirrojo, aunque cuando no se había afeitado, se adivinaban canas en sus patillas. Terry pasaba mucho tiempo al aire libre, pero nunca tenía la piel exactamente bronceada. Adquiría un aspecto áspero y rojizo, que resaltaba aún más las cicatrices de su mejilla izquierda, aunque eso no parecía preocuparle. Un día que llevaba unas copas de más, Arlene se había acostado con él, y después me dijo que Terry tenía en su cuerpo cicatrices mucho peores que aquélla.

—A que estás aquí —le contesté.

—¿Es verdad lo de Dawn?

Lafayette puso dos platos en la ventanilla. Me guiñó un ojo con un barrido de sus densas pestañas postizas. Siempre se pone un montón de maquillaje. Estaba tan acostumbrada a él que ya no me llamaba la atención; pero esta vez, su sombra de ojos devolvió a Jerry, el muchacho de la noche anterior, a mi cabeza. Le había dejado ir con tres vampiros sin rechistar. Seguramente, había obrado mal; pero siendo realistas, no había nada que yo hubiese podido hacer. Jamás habría conseguido que la policía los detuviera a tiempo. De todos modos, se estaba muriendo, y pretendía llevarse consigo a tantos humanos y vampiros como pudiera. Y era un asesino en el sentido literal de la palabra. Advertí a mi conciencia de que ésa era la última conversación que mantendríamos sobre Jerry.

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