Muerte y vida de Bobby Z (26 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Policíaco

BOOK: Muerte y vida de Bobby Z
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—Quedamos en algún lugar cercano al dinero. Un lugar tranquilo.

—Espera.

Tim aprieta el auricular contra la camisa y le pregunta a One Way un lugar tranquilo con una buena vista del barco.

—The Arches —contesta One Way—. Hay un parque al final de Blue Lantern Street. Se dobla a la izquierda en Bluffside Walk. Bajando una pendiente, al otro lado de un puente de madera que cruza el cañón, hay tres arcos de hormigón, todo lo que queda de un hotel de lujo a medio construir de antes del crac del veintinueve. Desde allí podrás ver el barco. Podrás verlo todo.

Tim se lo dice al tipo, y que estará allí dentro de una hora.

—Por la mañana —contesta el otro—. No vamos a encontrarnos de noche en ningún sitio. La gente que se te acerca en la oscuridad acaba muerta, Bobby Z.

Tim quiere hablar con Kit, pero el mexicano cuelga.

—Tienen a Kit —le explica a One Way—. Dicen que lo matarán.

—Lo salvaremos. Les daremos el dinero y después...

Los ojos de One Way brillan de fanática alegría.

—Después ¿qué?

—Nos iremos en el barco.

—No sé navegar.

One Way sonríe como un querubín lunático.

—Yo sí —dice.

—¿Podrías pilotar ese barco?

—A cualquier parte.

—¿Y lo harías?

—Con mucho gusto. Entonces One Way frunce el ceño y su sonrisa se transforma en una mueca de vergüenza.

—Hay un problema.

Claro, piensa Tim.

—¿Qué problema?

—El policía.

—¿Un policía gordo? ¿Cabeza alargada y afeitada?

—Sí.

—¿Boca desagradable?

—Un poli malo.

—Lo conozco. ¿Qué pasa con él?

—Dijo que si te encontraba tenía que decirle dónde estabas —susurra One Way—. De lo contrario, me mataría.

Tim piensa un momento.

—Pues dile dónde estoy.

—¡No!

—Sí. Dile exactamente qué voy a hacer. Dile que voy a entregarme a Don Huertero a cambio de Art Moreno y mi hijo.

—Don Huertero... Moreno... hijo.

—Pero no le digas lo del barco.

—¿Qué barco?

Tim suspira.

—El barco que...

One Way le detiene con una mano sobre el brazo.

—Lo sé —dice.

Le guiña un ojo teatralmente y se va corriendo por la playa.

67

Mientras Tim recoge sus cosas, sabe bien lo que debería hacer.

Lo que debería hacer es subirse a ese barco esa misma noche y largarse con unos estupendos tres millones. Uno puede esconderse para siempre y, de puta madre, con tres millones en metálico. Incluso con un chalado como capitán. Puedes fondear en alguna isla caribeña, beber bebidas con sombrillitas y follar con mujeres bronceadas de largas piernas hasta morir. A los ochenta y tres años, rico y relajado, y morir de un infarto dale que te pego, tío. Brindarle a alguna muñeca caribeña una historia que contarles a sus nietos. Dejar al cabrón de Don Huertero sentado sobre su culo, dejar al cabrón de Gruzsa comiéndose su propio hígado, dejar los problemas de Bobby Z a... Resumiendo, dejar que los muertos entierren a sus muertos.
Adiós
, mamones. Por una sola vez en su puta vida, Tim Kearney tiene una vía de escape. Tiene el botín y tiene la vía de escape, y por una vez debería aprovecharla. Eso es lo que debería hacer.

Pero incluso mientras está embutiendo la sudadera en la bolsa, el capullo de Tim Kearney sabe que no va a hacer lo que debería.

Menuda novedad, ¿a que sí? Como siempre, Tim Kearney pasa de la opción inteligente. Pero así es como se llega a ser un triple reincidente, ¿no? Saber cuál es el movimiento correcto y hacer lo contrario.

No es por la mujer. Sabe que eso es lo que pensarán todos. Que todos los idiotas meten la pata hasta el cuello por algún coño. Sobre todo, por ese coño. Pero no es eso. Aunque tiene muy claro que la quiere, podría dejarla.

Es por el crío.

Maldita sea, maldita sea, maldita sea, y ni siquiera es su hijo, joder.

Tres millones de dólares y toda una vida en libertad, y probablemente conseguirá que lo maten por culpa del crío.

Porque lo más probable es que Huertero me liquide, piensa Tim, en cuanto tenga el dinero en su poder.

Así que lo que debería hacer es abrirme.

Termina de preparar la bolsa, se guarda la pistola en el cinto y sube al coche.

Se despide de la caravana y de la playa donde podría haber vivido feliz.

Pero no era ese su destino, piensa.

68

El portero no deja entrar a One Way y amenaza con llamar a la policía.

—Me conocen —contesta el chiflado.

El portero amenaza con quitarle la tontería de encima, pero One Way le dice que llame a la habitación de Gruzsa o se colará en el aparcamiento y se cagará allí.

—En cambio, si llama a esa habitación —prosigue—, nunca más volveré a rebuscar en sus cubos de basura.

Es un gran sacrificio, porque en los cubos de basura del Ritz-Carlton se encuentran las mejores exquisiteces de la costa sur. One Way sabe por experiencia que los ricos tienden a desperdiciar montones de comida solo para demostrar que pueden, de modo que sus cubos de basura son una meca para un
gourmand
de la
haute cuisine
reciclada.

El portero le dice que vaya a ocultarse en las sombras, en algún lugar a resguardo del viento, y que mantenga la puta boca cerrada. Solo han transcurrido diez minutos cuando Gruzsa sale enfurruñado y lo ve.

Lo arrastra hasta el aparcamiento y lo empuja contra un Mercedes 510 SL.

—¿Qué? —pregunta Gruzsa.

—Es sobre Bobby Z —dice One Way.

—¿Lo has visto?

—En carne y hueso.

—¿Dónde, joder?

—En la puta Laguna Beach —miente One Way—. Va a...

Gruzsa le suelta una hostia.

—¿Sigue allí? —pregunta.

—¿Cómo voy a saberlo? —responde One Way—. Yo estoy aquí.

—¿Estaba todavía cuando te fuiste?

—Oh, sí.

Gruzsa medita un segundo.

—¿Qué va a hacer? —pregunta.

—Le he oído decir por teléfono que iba a entregarse a Don Huertero por la mañana.

Gruzsa pasea la vista a su alrededor, no ve a nadie, entonces saca la automática y la hunde bajo la barbilla de One Way.

—¿Me estás tomando el pelo, chiflado? ¿Se trata de alguna especie de trampa?

—Es una verdad como un templo.

—¿Por qué coño quiere hacer eso?

—Tienen a su hijo.

—¿Su hijo? No sabía que tenía un puto hijo.

—Don Huertero lo llamará a usted en cuanto se haya cumplido el trato. Soltarán a Moreno en la frontera.

—No me jodas.

—Se lo aseguro.

Gruzsa guarda el arma.

—Si alguna vez le cuentas algo de esto a alguien, te encontraré y te juro que te volaré los sesos. ¿Entendido?

—Sí, señor.

Gruzsa masculla «Jodido chiflado» y lo aparta de un empujón. Ve cómo One Way se marcha corriendo.

Poco después, Gruzsa vuelve a su suite y le dice al tipo que está tendido en la cama viendo la tele:

—Enhorabuena, es cabrón muerto.

—¿En serio?

—A primera hora de la mañana.

Gruzsa se sirve un whisky de malta del minibar.

—¿Sabías que tenías un hijo? —pregunta.

—No.

—Bueno, supongo que tienes un hijo.

—¿Y...?

—Y nada. Tienes un hijo, eso es todo.

El tipo se encoge de hombros y vuelve a mirar la tele.

69

Cuando Tim entra en Blue Lantern Street, ya hay allí una limusina aparcada. Ventanas tintadas para que no pueda verse el interior, pero no le cabe duda de que Kit está en el coche.

Un enorme tiarrón mexicano con un bulto bajo la chaqueta señala hacia Bluffside Walk.

Tim contempla la vista mientras camina. La mañana está neblinosa, pero aún se puede distinguir la masa del puerto abajo, aunque no los barcos por separado. Confía en que One Way esté en el maldito barco con el dinero.

Tim baja unos cuantos peldaños y enseguida ve tres arcos de hormigón que desentonan en el lugar. Como si hubieran cogido un pedazo de Grecia y lo hubieran dejado caer en Dana Point. El sueño de alguien antes del crac. Tim sabe cómo debió de sentirse el pobre perdedor, sobre todo porque hay un tipo parado en el extremo más cercano del puente, que lo coge por el brazo y lo conduce fuera de la pasarela, debajo del puente. Donde nadie nos vea, piensa Tim, convencido de que van a darle una buena paliza.

Bajo el puente hay un pequeño lugar llano, un cuadrado de tierra desgastado por la gente que va a beber, follar, fumar mierda o todo a la vez. Se percibe un cierto olor a orina rancia y cerveza. El sitio está situado en el borde de un barranco empinado. Al fondo, grandes palmeras datileras crecen entre pedruscos.

Será una caída de la hostia, piensa Tim.

Un pequeño grupo de gente está congregado bajo el puente.

Un tipo con traje gris, tres guardaespaldas con traje oscuro y Elizabeth.

Los de los trajes oscuros llevan gafas de sol y están hablando por pequeños micrófonos de guardaespaldas, como en las películas. Tim sabe que están cortando los accesos al paseo.

Ningún civil va a pasear por esa parte del camino hasta que la historia haya terminado.

A Elizabeth se la ve destrozada. Va vestida muy puesta, observa Tim, pero sus ojos verdes están apagados. Ha visto esa mirada a veces, en el patio de la cárcel, antes de que algún tipo reciba una buena. Se acerca, la estrecha entre sus brazos, y, sin necesidad de que nadie se lo diga, sabe que Elizabeth lo ha vendido.

—Gracias a Dios que has venido —le susurra al oído.

Luego lo besa en la mejilla y lo abraza con fuerza, y Tim se prepara para el golpe. Lo recibe justo detrás de la oreja, y jodidamente deprisa, el segundo mexicano lo despoja del arma antes de que sus rodillas toquen el suelo.

Tim ve que la cara borrosa de Elizabeth dice:

—Lo siento.

Lo sientes, piensa Tim.

70

Las tropas de Escobar se despliegan temprano.

Salen como sabuesos que han percibido un olor, porque han visto el coche al sur de Laguna, en la carretera del Pacífico. Lo cual es una buena noticia, porque en Dana Point hay un barrio de los suyos justo a la salida de la carretera, en lo alto de la colina que domina el puerto. Así que hay un jodido pelotón de chicanos recorriendo la ciudad en busca del coche. Algunos van en moto porque son demasiado jóvenes para conducir, y todos están muy emocionados, porque corre el rumor de que DFN Cruz va a llegar desde el este de Los Ángeles.

Todos saben que nadie debe perder la calma y cagarla. Que nadie decida ser un héroe y se ponga a disparar, porque aunque Bobby Z no acabe contigo, Luis Escobar sí lo hará.

Dos chicos mayores recorren Santa Clara, y uno de ellos señala con la cabeza hacia Blue Lantern y ríe.

—Vamos a mirar.

Y no dan crédito a sus ojos, porque el coche está aparcado ahí, a la vista de todo el mundo, como si ese tío tuviera
cojones
. Al lado de una gran limusina negra, de modo que marcan el número de Cruz y bajan del coche para echar un vistazo.

El conductor de la limusina se mete la mano en la chaqueta cuando los dos chicos aparecen, y ellos levantan las manos hasta los hombros.

—¿Qué pasa? —preguntan.

El conductor también tiene pelotas, porque contesta:

—Lo que pasa es que os vais de aquí cagando leches, eso es lo que pasa.

—Solo queremos dar un paseo —dice uno de los chicos.

Y el conductor de la limusina contesta: —Pues pasead en dirección contraria.

Eso hacen. Sonríen y retroceden poco a poco para demostrar que no tienen miedo. Vuelven al coche y el conductor de DFN Cruz llama y le dicen: «Ven para acá, está pasando algo».

Así que Cruz empieza a sumar dos y dos, echa un vistazo alrededor, y el chófer se encamina hacia Santa Clara y Blue Lantern.

Mientras, los dos chicos atraviesan Santa Clara en dirección a Blue Lantern, donde podrán entrar en el parque por el otro lado, porque saben que el legendario Bobby Z debe de estar haciendo algo en el Bluffside Walk.

Y quieren estar allí cuando DFN Cruz se encargue de él.

71

—El gran Bobby Z —dice Huertero—. La leyenda.

Sacude la cabeza y le da una patada a Tim en la cara.

Un puto mocasín Gucci entre los ojos, directamente donde la nariz se junta con el cráneo. Un par de centímetros a uno u otro lado con aquella punta y le saca un ojo, pero de esa forma solo le rompe la nariz, de modo que todavía puede ver de forma borrosa cómo Huertero lo agarra del pelo para alzarle la cabeza, lo contempla fijamente, forma una gran bola de flema y se la escupe entre los ojos.

Tim nota cómo la saliva tibia se mezcla con la sangre que resbala por su cara junto con las lágrimas, porque los ojos no le dan abasto; y no es que esté llorando, pero tampoco es que no esté llorando.

Huertero lo suelta.

Uno de sus chicos acude presto con un pañuelo. El mexicano se seca las manos con él y luego lo tira al suelo.

Tim mira a Elizabeth.

—¿Dónde está Kit? —le pregunta.

—En la limusina. Se encuentra bien. —Después, como si le suplicara, añade—: Lo siento, Bobby. Tuve que hacerlo.

Pues claro, piensa Tim. Sabía que me iban a pillar fuera como fuese, de modo que ha hecho lo mejor para el crío. Salvarse para poder ocuparse de él.

—Está bien —dice Tim.

—¿Tu hijo? —pregunta Huertero.

—Sí.

El hombre asiente en silencio y parece abismarse en sus pensamientos. Tim supone que estará rumiando la forma de liquidarlo.

Pero la cosa aún no ha terminado.

—Tengo tus tres millones —le dice.

Huertero enarca una ceja y sonríe.

Alentado, Tim añade lo que sabe.

—Están en un barco, en el puerto de Dana Point. Allí abajo. Devuélveme a mi hijo, bajamos y te los doy.

—Así de sencillo.

—Quiero pagar la deuda. Uno de mis hombres...

Huertero se agacha y lo abofetea con tanta fuerza que le derriba. Cuando Tim abre los ojos, Huertero está de pie sobre él, con la cara congestionada y airada.

—¿Me hablas de dinero? —ruge—. ¿Te atreves a hablarme de dinero? ¡Me robaste mi tesoro!

Tim está terriblemente confuso.

—Oh, mierda —oye musitar a Elizabeth.

—Me robaste a mi hija —añade Huertero.

¿Qué coño...?

—Me robaste a mi hija —repite el hombre.

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