Muerte en las nubes (25 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Muerte en las nubes
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»Y, de pronto, se me ofreció la verdadera solución, es decir, la verdadera si se podía comprobar un punto.

»Para que mis deducciones fuesen correctas, Anne Morisot no debía haber volado en aquel avión. Telefoneé a lady Horbury y me contestó satisfactoriamente. Su doncella, Madeleine, viajó en el avión por un capricho de última hora de su señora.

Poirot hizo una pausa. El señor Clancy observó:

—¡Hum! Veo que aún no queda muy probada mi inocencia.

—¿Cuándo dejó de sospechar de mí? —preguntó Norman.

—Nunca. Usted es el asesino. Espere y se lo explicaré todo. Japp y yo hemos trabajado mucho esta semana. Es cierto que usted se hizo dentista para complacer a su tío, John Gale. Adoptó usted su nombre cuando se estableció como socio de él, pero era usted hijo de su hermana, no de su hermano. Su nombre verdadero es Richards. Como Richards conoció usted a Anne Morisot el invierno pasado en Niza, cuando estaba allí con su señora. Lo que ella nos contó de su infancia es cierto, pero la segunda parte de la historia la inventó usted. No es cierto que ella ignorase el nombre de soltera de su madre. Giselle estuvo en Montecarlo y allí alguien mencionó su nombre auténtico. Usted pensó que allí podía haber una gran fortuna a ganar, y eso atrajo a su temperamento de jugador. Por Anne Morisot supo la relación que existía entre lady Horbury y Giselle.

»Usted concibió enseguida el plan del crimen. Giselle tenía que morir de modo que todas las sospechas recayesen en lady Horbury. Maduró su plan y este fructificó. Sobornó al empleado de la compañía aérea para que Giselle viajase en el mismo avión que lady Horbury. Anne Morisot le había dicho a usted que ella haría el viaje en tren y no esperaba verla en el avión. Esto trastornó seriamente sus planes. Si se descubría que la hija y heredera de Giselle había volado en aquel avión, las sospechas recaerían en ella. Su idea original era que reclamase la herencia protegida por una coartada perfecta, ya que no se hallaría en el avión cuando se cometiese el crimen, y entonces usted podría casarse con ella. La muchacha estaba loca por usted, pero a usted lo que le interesaba era el dinero.

»Una nueva complicación vino a sumarse a sus planes. En Le Pinet vio usted a Jane Grey y se enamoró apasionadamente de ella, y su gran pasión le llevó a un juego aún más peligroso.

»Quería usted el dinero y a la mujer que amaba. Cometiendo un asesinato por dinero no renunciaba usted a recoger el fruto de su crimen. Atemorizó a Anne Morisot, diciéndole que si se presentaba enseguida a revelar su identidad se haría sospechosa. Así pues, le aconsejó que pidiese unos días de permiso y se la llevó a Rotterdam, donde se casaron.

»A su debido tiempo la instruyó minuciosamente sobre la manera de reclamar la herencia. No había que mencionar su empleo de doncella de lady Horbury y debía dejar muy claro que ella y su marido no se hallaban presentes en el lugar del crimen. Desgraciadamente para usted, la fecha señalada para que Anne Morisot fuese a París a reclamar su herencia coincidió con mi llegada a aquella ciudad, adonde me acompañó la señorita Grey. Eso no encajaba con su guión. La señorita Grey y yo podíamos reconocer en Anne Morisot a la doncella de lady Horbury.

»Procuró usted verla a tiempo, pero fracasó y, cuando llegó usted a París, ella ya había hablado con el abogado. Al reunirse con usted en el hotel, ella le dijo que acababa de encontrarse conmigo. Las cosas se ponían sombrías y resolvió usted actuar sin tardanza.

»Era su intención que su flamante esposa no sobreviviera mucho tiempo a su condición de rica. Después de la ceremonia del matrimonio, firmaron sendos testamentos dejándose mutuamente cuanto tenían. Negocio redondo para usted.

«Supongo que intentaba usted llevar a cabo sus planes sin prisas. Se hubiera ido al Canadá, con el pretexto de haber perdido a su clientela. Allí habría vuelto a llevar el nombre de Richards y su señora se hubiera reunido con usted. De todos modos, no creo que la señora Richards hubiera tardado en morir, dejando una fortuna a un desconsolado viudo. ¡Entonces hubiera regresado usted a Inglaterra como Norman Gale, tras haberse enriquecido especulando con mucha suerte en el Canadá! Pero, en vista de las circunstancias, creyó usted que no había tiempo que perder.

Poirot se detuvo para tomar aliento y Norman Gale, echando atrás la cabeza, prorrumpió en un carcajada.

—¡Es usted muy listo imaginando lo que se proponen hacer los demás! ¿Por qué no se pone a escribir como el señor Clancy? —Y cambiando de tono, exclamó indignado—: Nunca había oído tal sarta de disparates. ¡No es demostrable, monsieur Poirot, todo eso que ha imaginado!

Poirot se mantuvo inalterable.

—Tal vez no. Pero tengo algunas pruebas.

—¿De veras? —repitió Norman, en tono de mofa—. ¿Acaso puede probar que fui yo quien mató a la vieja Giselle, siendo así que todos los que iban en el avión saben bien que nunca me acerqué a ella?

—Le diré exactamente cómo cometió usted el crimen —le contestó Poirot—. ¿Qué me dice usted de lo que contenía su maletín? ¿No estaba de viaje de recreo? ¿Para qué quería la chaqueta blanca de dentista? Eso es lo que me pregunté. Y he aquí la respuesta: por lo mucho que se parecía a una chaqueta de camarero.

»Verá usted lo que hizo. Cuando el café fue servido y los dos camareros pasaron al otro compartimiento, entró usted en el lavabo, se puso la chaqueta blanca, se hinchó los carrillos con algodón, salió, cogió una cucharilla de café del armario, que quedaba al otro lado, corrió a lo largo del pasillo como corren los camareros, cuchara en mano, hasta la mesa de Giselle. Le clavó el dardo en el cuello, abrió la fosforera y soltó la avispa. Inmediatamente volvió al lavabo, se cambió la chaqueta y volvió tranquilamente a ocupar su asiento. Todo en un par de minutos.

»Nadie se fija en un camarero. La única persona que hubiera podido reconocerlo era Jane Grey. Pero ya conoce usted a las mujeres. En cuanto una mujer se ve sola, especialmente cuando viaja en compañía de un hombre agradable, aprovecha la ocasión para mirarse al espejo y empolvarse un poco.

—Realmente —se burló Gale— sería una reconstrucción admirable si fuese cierta. ¿Y nada más?

—Bastante más —afirmó Poirot—. Como he dicho, en las charlas uno tiende a hablar de sí mismo. Usted fue lo bastante imprudente para comunicarme que, durante algún tiempo, estuvo en una granja de Sudáfrica. Lo que no dijo usted entonces, pero que yo he averiguado, es que se trataba de una granja de reptiles.

Por primera vez se reflejó el miedo en la cara de Norman Gale. Intentó hablar, pero no encontró palabras.

—Estuvo usted allí bajo el nombre de Richards —continuó Poirot—. Y allí han reconocido un retrato suyo transmitido por telefacsímil. Esa misma fotografía ha sido identificada en Rotterdam como la del Richards que se casó con Anne Morisot.

De nuevo intentó hablar Norman inútilmente. Se produjo en él un cambio completo. El joven guapo y vigoroso parecía una rata que busca un agujero por donde escapar y no lo encuentra.

—Sus planes se venían abajo rápidamente. La superiora del Institut de Marie precipitó las cosas telegrafiando a Anne Morisot. Ocultar este telegrama hubiera infundido sospechas. Advirtió usted a su mujer que, si no suprimía ciertos hechos, uno de los dos se haría sospechoso de asesinato, ya que, desgraciadamente, ambos estuvieron en el avión al ocurrir el crimen. Cuando, al verla después, se enteró usted de que yo había asistido a la entrevista, apresuró usted las cosas. Temía usted que yo arrancase a Anne la verdad. Tal vez ella misma sospechaba de usted. Le hizo abandonar precipitadamente el hotel. Le administró a la fuerza cianuro en el tren y le dejó el frasco en la mano.

—¡Qué condenada sarta de mentiras...!

—¡Ah, no! Había una contusión en su cuello.

—Repito que todo es mentira.

—Hasta dejó sus huellas dactilares en el frasquito.

—Miente. Llevaba...

—¡Ah! ¿Llevaba guantes? Creo, monsieur, que esta confesión nos basta.

—¡Es usted un maldito charlatán!

Lívido de rabia, con el rostro desencajado, Gale se lanzó contra Poirot. Pero Japp fue más rápido que él e, incorporándose de un brinco, lo sujetó con sus manos de hierro mientras decía:

—James Richards, alias Norman Gale, tengo una orden judicial para detenerle bajo la acusación de asesinato. Es mi deber advertirle que cuanto diga servirá de prueba en su contra.

El detenido se echó a temblar con violentas sacudidas y parecía a punto de desmoronarse. Una pareja de policías de paisano aguardaba junto a la puerta. A una orden, se llevaron a Norman Gale.

Cuando se vio solo con Poirot, el señor Clancy lanzó un profundo suspiro de felicidad.

—¡Monsieur Poirot! —exclamó—. Acabo de pasar por la emoción más grande que he experimentado en mi vida. Ha estado usted maravilloso.

Poirot sonrió con aire de modestia.

—No, no. Japp es más digno de admiración que yo. Él ha obrado milagros para identificar a Gale como Richards. La policía de Canadá le busca. Una muchacha con la que estaba liado allí, murió. Al parecer, suicidio; pero luego se han descubierto hechos que parecen indicar que fue asesinada.

—¡Es terrible! —exclamó el señor Clancy.

—Es un asesino —confirmó Poirot—. Y como muchos criminales, atractivo para las mujeres.

El señor Clancy carraspeó.

—Esa pobre muchachita, Jane Grey...

Poirot asintió con tristeza.

—Sí, la vida puede ser muy dura. Aunque es una muchacha valiente y se sobrepondrá al golpe.

Maquinalmente se puso a ordenar una pila de revistas que Norman Gale había derribado con su brinco. Algo llamó su atención: la imagen de Venetia Kerr en una carrera de caballos, charlando con lord Horbury y un amigo.

Alargó la revista al señor Clancy.

—¿Ve usted esto? Antes de un año leeremos una noticia: «Se ha concertado la boda, que tendrá lugar en breve plazo, entre lord Horbury y lady Venetia Kerr». ¿Y sabe quién la habrá logrado? ¡Hércules Poirot! Y aún conseguiré otra.

—¿Entre lady Horbury y el señor Barraclough?

—¡Ah, no! Ese par no me interesa en absoluto. No, me refiero a la de monsieur Jean Dupont y la señorita Jane Grey. Ya lo verá usted.

Un mes después, Jane fue a ver a Poirot.

—Debería odiarle, monsieur Poirot.

—Ódieme un poco, si quiere. Pero estoy persuadido de que es usted de las personas que prefieren saber la verdad, por cruel que sea, a vivir en un falso paraíso, aunque tampoco hubiera vivido en él mucho tiempo. Librarse de las mujeres es un vicio que va en aumento.

—¡Con lo atractivo que era! —exclamó Jane, y añadió—: Jamás volveré a enamorarme.

—Claro —aceptó Poirot—. El amor ya ha muerto para usted.

Jane asintió.

—Pero lo que ahora debo hacer es trabajar, ocuparme en algo interesante que absorba mi pensamiento.

—Le aconsejaría que se fuese a Irán con los Dupont. Tendría una ocupación interesante, si quiere.

—Pero... pero yo creía que eso era solo una broma.

—Al contrario. Se me ha despertado tal interés por la arqueología y la cerámica prehistórica que les he mandado el donativo prometido. Y esta mañana he tenido noticias de que confiaban en que usted se uniera a la expedición. ¿Tiene usted nociones de dibujo?

—Sí, en la escuela dibujaba bastante bien.

—Magnífico. Se divertirá usted de lo lindo.

—Pero ¿de veras desean que vaya yo?

—Cuentan con usted.

—Sería maravilloso poderse alejar una temporada —Los colores afluyeron de pronto a su rostro—. Monsieur Poirot... —lo miró con cierto recelo—... ¿no dirá eso solo para mostrarse amable?

—¿Amable? —repitió Poirot, fingiendo horrorizarse ante la idea—. Puedo asegurarle, mademoiselle, que, cuando se trata de dinero, solo soy un hombre de negocios.

Parecía tan ofendido que Jane rápidamente se apresuró a disculparse.

—Quizá —aceptó ella— no sería mala idea que visitase algún museo, para familiarizarme con la cerámica prehistórica.

—Muy buena idea.

Ya en la puerta, decidió volver junto a Poirot para decirle:

—Tal vez no haya sido amable con todos en este caso, pero ha sido usted muy bueno conmigo.

Y tras darle un beso en la frente, se alejó.


Ça, c'est tres gentil!
—exclamó Hércules Poirot.

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