Read Movimientos religiosos modernos Online
Authors: Alberto Cardín
Tags: #Ensayo,Referencia,Religión
Otro tanto sucede con los centros de comercialización de productos orientales o la venta callejera de varillas de incienso, cintas y publicaciones, que casi todas las sectas practican y que, como negocio, resultan mucho menos controlables por la contabilidad pública y mucho más rentables —por la absoluta carencia de inversión inicial— que cualquier otro negocio imaginable, hasta el punto de que a veces se computan como una parte importante de la llamada economía sumergida de las actuales sociedades industriales. De ahí a las acusaciones de tráfico de armas, que en algunas ocasiones se ha hecho al Hare Krisna, o de fuga constante de divisas de que se acusa a gran parte de las sectas, sobre todo a las que tienen su capital espiritual en países de Oriente, como la secta Moon o la Misión de la Luz Divina de Maharaj Ji, va un mínimo paso, que con frecuencia se da.
Muestras de cierta opulencia por parte de los líderes de estas sectas, y que forman parte del ritual de dignificación y veneración de los mismos que, salvadas las distancias, podrían ser consideradas gastos de representación en los grandes hombres de empresa o inversiones culturales, en muchas de las Iglesias establecidas son consideradas escandalosos ejemplos de ostentación por los mismos contribuyentes biempensantes que critican sus modos de sustentación económica. Y aún más escandalosas resultan las filtraciones que de determinados usos y doctrinas, directamente relacionados con el sexo —sobre todo en lo que respecta a los Niños de Dios— saltan de vez en cuando al gran público desde las páginas de revistas sensacionalistas.
Todo esto nos hace ver que se trata fundamentalmente de un conflicto de competencias legales, institucionales e ideológicas, en el que los problemas de la traducción o los contactos interculturales antes mencionados juegan un papel fundamental: la religión tiene en Occidente una configuración y unas competencias muy definidas, y unos modos de sostén económico que, aunque a veces no se respetan, se hallan perfectamente codificados. Y los grupos religiosos que ni en el terreno de la moral ni en el de las finanzas se ajustan a ellos caen directamente bajo los efectos del anatema social, cualesquiera que sean las intenciones trascendentes que los impulsen.
T
RASIEGO Y FECUNDACIÓN
Los ingresos y abandonos producidos en las sectas y grupos religiosos que han venido analizándose hasta aquí se deben, por lo general, a la necesidad de afianzamiento personal y seguridad, variables de acuerdo con la coyuntura y la sucesión de las modas. La tendencia al mimetismo, tan marcada en los primeros años de la juventud, configuró sin duda las primeras etapas de la contracultura durante los años sesenta, etapas marcadas por un amplio movimiento de renovación cultural que poco a poco se fue transformando en plataforma política y que logró integrar en su seno a amplios sectores de la juventud occidental. La etapa siguiente, en cambio, se vio dominada por la disgregación, la sucesión rápida de modas epigónicas y la estabilización definitiva —a mediados de los años setenta— de las diversas ofertas hasta entonces aparecidas, que constituían una amplia gama de opciones que cada cual iba probando y abandonando de acuerdo con sus propias necesidades de identificación.
Las sectas religiosas fueron parte fundamental de ese repertorio, en gran medida potenciadas por la adhesión que recibieron de un buen número de estrellas del pop, hasta constituir eso que hemos denominado, siguiendo a Greenfield, la oferta del
supermercado espiritual
.
La mayor parte de estos grupos, sectas, escuelas o simplemente tendencias filosóficas, más o menos marcados por lo oriental, establecieron entre sí —muchas veces sin pretenderlo— un
continuum
altamente permeable que permitía pasar de uno a otro sin excesivas rupturas. Tuvieron este cariz, en especial, las escuelas de yoga y meditación —tanto indias como budistas— y algunas de las escuelas teosóficas, todavía más abiertas dado su eclecticismo; los libros y las ideas circulaban con gran libertad, y los cuerpos y las mentes se establecían temporalmente en uno u otro
ashram
—en gran parte de los casos, una comuna contracultural trascendentalizada—, para pasar poco después a otro.
De todo este movimiento surgieron las actuales corrientes ecologistas y naturistas, esencialmente eclécticas, no ligadas a ninguna secta o escuela concreta y vueltas de nuevo a un cierto compromiso de tipo político, distinto del que se produjo a finales de los años sesenta: menos rígido y virulento y, por ello, más realista.
Muchos de los que en este trasiego ocuparon cargos de responsabilidad, bien fuera como líderes o como administradores de alguna de las sectas o escuelas, acabarían convirtiéndose en ejecutivos contratados por los grandes consorcios de Estados Unidos dedicados a las nuevas tecnologías alternativas —aunque también siguen con las dudas precedentes— o las microtecnologías electrónicas. Tampoco es escaso el número de quienes, desde el mundo del
show-bizz
, pasaron al supermercado espiritual, actuaron como
managers
de las estrellas espirituales —gurús,
rishis, saddhus
, etcétera— para pasar, a finales de los años setenta, al mundo mucho más complejo y burocratizado de las nuevas multinacionales del disco de los años ochenta.
Estos cambios han dado lugar a un nuevo tipo de individuos, característico de la década de los ochenta, mucho más seguros de sí mismos, bastante más escépticos —han pasado por demasiadas cosas en un plazo de tiempo muy corto— y también mucho menos crédulos y pasionales, lo cual, sin embargo, no parece haberlos conducido hacia el camino del fatalismo y la pasividad.
Nuevas metas de carácter tanto político como espiritual —la defensa del medio ambiente, los movimientos pacifistas y antinucleares— han venido a sustituir a las contraculturales de los años sesenta y a la búsqueda de trascendencia, individual o en grupos reducidos, de los setenta. Dotados de una mayor flexibilidad ideológica, fruto de la acumulación crítica de doctrinas diversas, y mucho mejor informados del entramado político y económico que rige las leyes sociales —leyes que los movimientos anteriores se limitaban a rechazar—, los individuos que integran, apoyan o comprenden los nuevos planteamientos culturales de la década de los ochenta se muestran mucho más reconciliados con su entorno social —en un sentido crítico y de lucha civil— y mucho más comprensivos para con las Iglesias
establecidas
, de las que antes se abominaba como estructuras momificadas. Estos hechos son, sin duda, la mejor muestra de los efectos que las doctrinas orientales, y en especial el zen y la Meditación Trascendental, han producido en su imperceptible difusión por Occidente.
En cuanto a los que pasaron por la experiencia más o menos traumática de las sectas
tenebrosas
, es poco lo que de ellos se sabe. Los
desprogramados
nos presentan siempre a una serie de individuos felices, de mirada radiante, que manifiestan su alborozo por haber conseguido liberarse de la dependencia sectaria. Tal vez sea aún pronto para sacar conclusiones de los efectos reales de la desprogramación. La impresión que tales individuos dan a veces es la de que han pasado de un estado de dependencia a otro —como en ocasiones ocurre con ex drogadictos o ex alcohólicos—, aunque bien puede tratarse de un estado transitorio. Pueden darse casos, tanto de individuos desprogramados como de apóstatas espontáneos, en los que los usos sexuales o comerciales aprendidos en la secta y que antes quedaban neutralizados o santificados por su orientación comunitaria, se apliquen después con fines individuales, de carácter a veces claramente delictivo; pero sin duda son los menos.
Lo cieno es que, tanto unos como otros, tanto los que han experimentado directamente la comunidad sectaria, como los que de manera directa o indirecta han recibido sus doctrinas, no cabe duda de que han pasado por una experiencia crucial, que es también la de toda una coyuntura de la conciencia occidental; pero ello les ha servido como una especie de autocrítica de la que, de manera no del todo consciente, en estos momentos se benefician.
¿U
NA RELIGIÓN RENOVADA
?
El hecho de hablar de las nuevas sectas religiosas en pasado no quiere decir que éstas hayan desaparecido por completo. Es cieno que todas ellas han dado ya de sí todo cuanto tenían que dar, y que sus mejores adeptos, los que entraron en ellas y las promocionaron en los mejores tiempos del
supermercado espiritual
—en tomo al año 1975—,
juegan
ahora, como un poco a la ligera suele decirse en la jerga moderna, a otra cosa. Muchas parecen haber desaparecido por entero del mapa —algunas ni siquiera llegaron a implantarse en países como España, Italia o gran parte de los latinoamericanos—, y quedan como verdaderas momias en los libros especializados. Otras, perseguidas o presionadas de diversas maneras —como el Hare Krisna—, han tenido que abandonar sus shows callejeros y sus vistosos hábitos, y pasean camuflados por la calle, vendiendo cintas de música india y libros de la secta, sin decir siquiera el nombre que los avala.
Quedan por Europa las sectas cristianas más o menos pentecostales, como los Testigos de Jehová o los activos mormones, con sus predicadores rubios, de corbata, traje de confección y biblia bajo el brazo, que fueron precisamente las que menos relevancia tuvieron en la eclosión de las sectas, las que menos consecuencias ideológicas han dejado y, desde luego, las más convencionales y menos problemáticas.
Las que mejor sobreviven son las basadas en escuelas teosóficas, aunque su incidencia real es poco conocida; se multiplican los humanismos gnósticos, con su oferta de saberes trascendentales, presentados como ciencias; y queda, sobre todo, la Meditación Trascendental —con sus fastuosas universidades en Suiza, Inglaterra y Estados Unidos, y sus lujosas sedes en todas las ciudades—, cada vez más burocratizada, con el retrato de Maharishi ya casi como una reliquia de otra era, mientras los
profesores
, los actuales gurús profesionalizados, parecen más mormones que indios.
De vez en cuando, las revistas sensacionalistas vuelven a levantar el gazapo: «El drama de Guyana puede repetirse», y ofrecen como noticia fresca cifras, chismes, supuestos crímenes y desfalcos que pueden encontrarse en cualquier libro especializado dedicado a las nuevas sectas en general y a las sectas
tenebrosas
en particular.
Todo está, pues, perfectamente estabilizado, y los frutos de la anterior efervescencia aparecen plasmados en la ideología ambiente y en los multicentros naturistas, así como en las librerías, colecciones, editoriales y movimientos conectados bien sea con el esoterismo o con la ecología, o con ambas cosas a la vez.
Por su parte, ¿qué lecciones han extraído de todo esto las Iglesias
establecidas
? Diríamos que, adoctrinadas por la crisis y la ebullición del mundo en que se inscriben —que pronto tuvieron su reflejo interno en ellas— e inducidas por su propia prudencia institucional, se han dedicado a tomar nota de las novedades ideológicas y religiosas para extraer consecuencias tanto doctrinales como institucionales y rituales. Los cambios rituales, evidentemente siempre los más sencillos de llevar a cabo, pronto tuvieron su reflejo en el ámbito de la más uniforme y rígida de las Iglesias establecidas, la católica, tras ese gran experimento —para muchos un cataclismo— de puesta al día que fue el concilio Vaticano II; las primeras novedades introducidas fueron la aceptación de las lenguas vernáculas en la liturgia y de formas folclóricas locales —algunas de ellas aún bastante cargadas de connotaciones paganas—, que hicieron los modos litúrgicos más adecuados a las formas gestuales y lingüísticas de cada lugar.
A continuación comenzaron —
ad experimentum
, como la prudencia romana suele recalcar— los tanteos de reforma doctrinal, en los que han llegado a admitirse de manera tácita formulaciones que habrían escandalizado a más de un teólogo apenas veinte años antes: una cierta aceptación del
matrimonio a prueba
en algunos países africanos; una mayor flexibilidad para la traducción de las fórmulas dogmáticas según las mentalidades y la filosofía tradicional de cada país; y una mayor laxitud en general en las técnicas de oración, meditación y vida comunitaria, tomadas de diversos modos orientales y primitivos —desde el zen y el yoga—, llegando incluso a tolerar la introducción en la liturgia de la misa de diversos tipos de danza extática africana —aunque, eso sí, convenientemente lenificados y adaptados.
Finalmente, en lo que hace a la estructuración institucional y jerárquica de las Iglesias, no sólo se ha dado cabida a una mayor pluralidad de opciones y de modelos, sino que la disciplina de las autoridades eclesiásticas se ha relajado considerablemente, relegándose el uso de los anatemas y las suspensiones sacramentales disciplinarias a casos verdaderamente extremos, lo que ha dado lugar a una proliferación de experimentos comunitarios, agrupacionales y hasta paraeclesiales que, sin llegar a poner en cuestión la estructura organizativa de las Iglesias dotadas de episcopado, mantienen la obediencia debida en unos límites mínimos, de cuidadoso y crítico equilibrio que permiten una gran fluidez institucional y una impregnación de la problemática social y cultural repleta de grandes posibilidades.
Puede decirse, en este sentido, que si bien la tendencia al autoritarismo en las Iglesias establecidas no ha desaparecido del todo, la autoridad jerárquica mantiene en estos momentos una prudente reserva y una gran apertura, que han permitido la reintegración a dichas Iglesias de muchos individuos y grupos que en la década anterior se habían visto abocados a la experiencia sectaria por no hallar lugar en su interior.
Una nueva forma de búsqueda de la trascendencia —tanto en el
más allá
como en la comunidad humana actual— ha hecho su aparición en el interior de las Iglesias establecidas, lo que las ha dotado de una nueva funcionalidad social en su misma disfuncionalidad interior: la efervescencia tanto social como religiosa, que en las dos décadas anteriores había tenido que realizarse al margen de las grandes Iglesias, encuentra ahora eco y acogida casi inmediatos en éstas, insuflándoles nueva vida.