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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (92 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Los caballeros no querían ser monjes cistercienses, pero sí querían ser monjes-soldado. Por eso lo primero que hizo don García, flamante maestre de la orden, fue dirigirse al Císter y al papa para pedir una regla que rigiera la vida de la nueva comunidad. La regla estará basada en las normas habituales que el Císter prescribía para los laicos. Viene bien detallarlas, porque nos ilustra sobre cómo era la vida que aquellos guerreros abrazaban. Para empezar, los caballeros asumían las tres obligaciones básicas de los votos religiosos: obediencia, pobreza y castidad. Sobre ellas añadían el deber de guardar silencio en el dormitorio, el comedor y el oratorio. Debían ayunar cuatro días a la semana. Para dormir, debían hacerlo con su armadura.Y por vestimenta no lucirían otra cosa que el hábito blanco cisterciense con una gran cruz negra —que más tarde será roja— con flores de lis en las puntas. Era una vida dura, la de los caballeros de Calatrava; pero precisamente por eso la elegían aquellos hombres.

La aparición de la Orden de Calatrava significa un cambio fundamental en el proceso de la Reconquista: a partir de ese momento, la defensa de la frontera, la repoblación de los nuevos territorios y el gobierno efectivo de estas anchas regiones queda en manos de las órdenes militares. Pronto nacerán otras sobre el mismo modelo. Unos pocos años después de la fundación de la Orden de Calatrava, otros caballeros crearán una institución semejante bajo la advocación de Santiago.

Ésta de la Orden de Santiago es otra historia que vale la pena contar. Hemos de avanzar hasta el año 1170. Desde algún tiempo atrás funcionaba en Compostela una pequeña orden de monjes agustinos que había tomado por misión proteger y socorrer —con las armas— a los peregrinos que acudían a Santiago. Un grupo de caballeros de Extremadura se dirigió a aquellos monjes compostelanos en busca de dirección espiritual: eran los llamados «caballeros de Cáceres», a los que Fernando II de León y el obispo de Salamanca encomendaron en su día la defensa de esta ciudad. Conocemos los nombres de algunos de estos caballeros: Pedro Fernández de Fuentencalada, descendiente de los reyes de Navarra y de los condes de Barcelona; Pedro Arias, el conde Rodrigo Álvarez de Sarriá, Rodrigo Suárez, Pedro Muñiz; Fernando Odoárez, señor de la Varra, y Arias Fumaz, señor de Lentazo.Y todos estos caballeros, «arrepentidos de la vida licenciosa que hasta entonces habían llevado» —eso dice la bula fundacional—, decidieron formar una congregación para defender a los peregrinos que visitaban el sepulcro de Santiago y para guardar las fronteras de Extremadura. Así nació la Orden de Santiago.

Habrá más. Después nacerá la Orden de Alcántara, sobre la base de la preexistente orden de San Julián del Pereiro, en el entorno de Ciudad Rodrigo.Y más tarde aparecerá la Orden de Montesa, en Valencia, a iniciativa del rey de Aragón. Con ella se completa la nómina de las cuatro grandes órdenes militares que han sobrevivido hasta nuestros días: Calatrava, Santiago, Alcántara y Montesa.

Las órdenes militares cambiarán completamente el paisaje de la Reconquista.A partir de ahora, sobre ellas recaerá el principal esfuerzo de la acción militar y de la repoblación de nuevos territorios. Nacerá una forma nueva de concebir la propiedad de las tierras ganadas hacia el sur, con grandes espacios poco poblados, y donde el principal motor económico será la ganadería. Pero, por ahora, el principal reto de las órdenes militares será otro: hacer frente a un poder almohade que no para de crecer en el sur.

¿Y quiénes eran los monjes cistercienses?

Acontecimiento importantísimo en España: llega y se extiende la Orden del Císter. Hoy solemos prestar poca atención a estas cosas, pero en la Edad Media, que era una época esencialmente religiosa, los movimientos dentro de la Iglesia tenían un peso decisivo sobre todos los aspectos de la vida.Y ahora, con la llegada del Císter, asistimos a uno de estos movimientos.

Resumamos el cuadro: desde el siglo vi, la Europa cristiana se construye al ritmo que marca la Orden de San Benito, es decir, los monjes benedictinos —los «monjes negros», por el color de su hábito—, que literalmente pueblan y evangelizan nuestras tierras. Su lema ora et labora define la vida religiosa y tiñe todo el orden medieval, también en España. Después, a lo largo del siglo x, del mundo benedictino nace la reforma de Cluny —la orden cluniacense—, que llega a España tanto por Cataluña como a través de los borgoñones del Reino de León.Y ahora, mediados del siglo xü, llegan los cistercienses, la Orden del Císter.

Estos movimientos responden siempre al mismo espíritu: son reformas de la vida monástica orientadas a obtener una mayor espiritualidad, una observancia más rigurosa de la regla de San Benito y un menor compromiso con el poder. Cluny nació para reformar y purificar el monacato benedictino. Del mismo modo, el Císter nace para reformar y purificar el monacato cluniacense. La nueva orden penetra en Aragón y en Castilla.Alfonso VII, el rey emperador, había impulsado decididamente su implantación en tierras españolas. Por así decirlo, el Císter se convierte en la nueva referencia de la cristiandad.Y bien: ¿en qué consistía el Císter?

Hemos de viajar a la Borgoña francesa, a Citeaux, cerca de Dijon.A la altura del año 1098, el monje Roberto de Molesmes ha fundado allí una abadía con otros veintitrés hermanos. Roberto ve con desagrado la acumulación de riqueza y poder que exhiben los monasterios cluniacenses: la reforma de Cluny había nacido para volver a un espíritu más austero y auténtico, pero el paso del tiempo y los vaivenes políticos habían desvirtuado el impulso original. Se imponía una nueva reforma, y eso es lo que Roberto de Molesmes quiere hacer.

¿Cuáles eran los vectores fundamentales de esta nueva reforma? En realidad, sólo uno: volver a la austeridad y sencillez de la regla benedictina original. Roberto predicaba el alejamiento del mundo, el ascetismo, el rigor litúrgico y una vida de pobreza. Entre otras cosas, impuso la obligación del trabajo manual en los monasterios, especialmente las labores agrícolas.Y ese trabajo manual, combinado con la vida contemplativa, retomaba el viejo lema benedictino: ora et labora. El papa reconoció a la nueva orden en el año 1100. El Císter se extendió con rapidez. En 1115 ya contaba con cinco monasterios en Francia: al original de Citeaux (de donde viene el nombre de Císter, que es la denominación latina de esa localidad), se sumaron los de La Ferté, Montigny, Morimond y Claraval.

En el monasterio cisterciense de Claraval destacó pronto un joven monje: Bernardo de Fontaine. El Císter es ya una pujante realidad con una regla propia, la Carta de Caridad, implantada por el abad San Esteban Harding: total pobreza, obediencia a los obispos, dedicación exclusiva al culto divino, alejamiento de las ciencias profanas, etcétera. A esa realidad espiritual, Bernardo de Claraval le otorga además un sustancial impulso estético: el Císter desarrolla un tipo singular y propio de arte, una manera específicamente cisterciense de concebir la arquitectura y la escultura.

Bernardo de Claraval, que vivió entre 1090 y 1153, fue el gran motor del florecimiento cisterciense. La estética del Císter se define, ante todo, por su sencillez. En contraposición al suntuoso estilo de Cluny, el Císter aboga por la máxima austeridad: candelabros de simple hierro, cálices sin labrar, crucifijos de humilde madera pintada; sencillez también en la liturgia e incluso en la vestimenta, limitada a un modesto hábito blanco. La arquitectura cisterciense huye deliberadamente del adorno. Sus primeras construcciones son de madera o adobe. Cuando, más adelante, empiecen a utilizar la piedra, lo harán de tal manera que la austeridad prime sobre todas las cosas: nada de ornamentos, nada de elementos superfluos. Muros y paredes desnudos. ¿Por qué? Porque nada —ni vidrieras de colores, ni esculturas ni ninguna otra cosa— debía distraer la atención de los monjes. Los monjes han renunciado al mundo para adorar a Dios: ésa es su vida; no necesitan ningún estímulo exterior para su vocación religiosa.

Curiosamente, en su teoría sobre el arte religioso San Bernardo marca una clara diferencia entre los monasterios y las parroquias: todo lo que en el monasterio es sencillez y desnudez, en las parroquias debe ser brillantez y adorno. ¿Por qué? Porque —decía el santo— «hay más admiración por la belleza que veneración por la santidad».Y así lo explicaba él:

Muéstreles un cuadro hermoso de algún santo. Cuanto más brillantes son los colores, más santificado les parecerá a ellos (…). Así las iglesias se adornan. Vemos los candelabros de bronce grandes, maravillosamente labrados. ¿Cuál es el propósito de tales cosas? ¿Ganar la contrición de penitentes o la admiración de los espectadores? Si las imágenes sagradas no significan nada para nosotros, ¿por qué no economizamos por lo menos en la pintura? Convengo: permitamos que esto se haga en iglesias porque si es dañoso para el inútil y codicioso, no lo es para el simple y el devoto.

Pero los monjes no eran simples ni devotos, y a ellos, en su mundo interior del convento, debía corresponder una estética de rigurosa desnudez. San Bernardo convirtió la iglesia en un simple oratorio: nada de criptas, tribunas ni torres. Nada tampoco de fachadas ornamentales. Con frecuencia las paredes se resuelven en una simple capa de pintura blanca. Los relieves escultóricos no existen; las únicas imágenes que visten las paredes son las que representan a la Virgen. Pero esta austeridad extrema no es un desprecio de la estética, al revés: es una estética nueva que bebe en tres principios, a saber, claridad, limpieza y durabilidad. Por eso las construcciones del Císter, a pesar de su sencillez extrema, muestran una exquisita armonía en las proporciones.

Bernardo dirigió la orden durante veinte años. En ese periodo nacieron setenta y dos monasterios. Y los distintos lugares elegidos para construir los conventos respondían también al espíritu del Císter: invariablemente se trata de parajes inhóspitos, hermosos pero yermos, sólo aliviados por la existencia de agua. El trabajo de los monjes consistía en aprovechar esos cursos de agua para crear cultivos y, así, convertir en fér tiles las duras tierras donde habían ido a asentarse. Aisladas en tales soledades, las abadías cistercienses se concebían como centros autosuficientes, y por eso todas ellas incluyen numerosas instalaciones: hospedería, enfermería, molino, fragua, palomar, granja, talleres y, en fin, todo lo que permita sobrevivir de manera autónoma a una comunidad. En el centro de ese despliegue constructivo está el cuadro monástico: la iglesia y las celdas de los monjes. El objetivo espiritual es siempre el mismo: por encima de todo, la pobreza. Así lo explicaba San Bernardo:

Pero los monjes que han renunciado a las cosas preciosas y encantadoras de este mundo para entregarse a Cristo, ¿estamos buscando dinero o más bien beneficio espiritual? Todas estas vanidades costosas pero maravillosas, inspiran a la gente a contribuir con dinero más que a rogar y rezar.Visten a la iglesia con piedras de oro y dejan a sus hijos ir desnudos. Los ojos de los ricos se alimentan a expensas del indigente. ¿Finalmente, son buenas tales cosas para los hombres pobres? ¿Y para los monjes, los hombres espirituales?.

Añadamos un poquito más de historia del arte. El estilo predominante en estas primeras construcciones cistercienses es el románico de Borgoña, con sus bóvedas de cañón apuntadas y sus bóvedas de arista. Cuando San Bernardo tuvo que construir una nueva abadía para acoger a los numerosísimos monjes que llegaban allí a profesar, lo hizo deliberadamente sobre ese estilo: es la abadía de Claraval II, la primera gran construcción cisterciense. Pero muy pronto, en 1140, apareció el estilo gótico en la abadía benedictina de Saint-Denis y los cistercienses lo adoptaron, de forma que en las siguientes construcciones del Císter ya conviven el románico y el gótico mezclados. Poco a poco, el gótico predominará sobre el románico.Y así los cistercienses se convertirán en el principal agente de expansión del arte gótico por toda Europa.

La influencia del Císter en el mundo medieval fue fulgurante. El propio Bernardo de Claraval tenía que atender con frecuencia la llamada de papas y reyes que le pedían consejo. En el siglo anterior, la Orden de Cluny había sido la gran protagonista de la vida de la Iglesia; ahora el protagonismo había pasado al Císter.Y San Bernardo, consciente de que ese poder sobrevenido podía dar al traste con el espíritu de austeridad que la orden buscaba, multiplicó las medidas para contener a los monjes dentro de la más estricta observancia de las reglas fundacionales.

En esta primera mitad del siglo xii el Císter se extiende por todas partes: Inglaterra, Alemania, Italia, Irlanda… y España. Parece que el primer monasterio del Císter fundado en España fue el de Fitero, en Navarra, allá por 1140: es el mismo cuyo abad terminará impulsando la Orden de Calatrava. Pero hay otros muchos más: Poblet en Tarragona, Santa María de la Huerta en Soria, Santes Creus en Tarragona, Moreruela en Zamora,Veruela en Zaragoza, La Espina en Valladolid, Oya en Pontevedra, Las Huelgas en Burgos, y las numerosas abadías cistercienses de Galicia.

La España y la Europa en la que ahora nos movemos, mediado el siglo xii, es una España y una Europa cisterciense. Los monjes blancos —porque blanco era su hábito— estaban dando un nuevo impulso a la cristiandad medieval.Y así fueron determinantes para nuestra historia.

Bronca en Castilla: los Lara contra los Castro

Bronca en Castilla. El rey Sancho III ha muerto después de sólo un año de reinado. No deja otra herencia que un niño de tres años, Alfonso. Este Alfonso será inmediatamente proclamado rey como Alfonso VIII, pero la suya es una coronación puramente formal: un niño de tan corta edad no puede reinar. Aquí entran en juego varias cosas. Una, quién se hace cargo de la regencia de la corona mientras Alfonso crece. La otra, quién toma bajo su protección al niño para que llegue efectivamente a reinar. Quienes de verdad controlan el Reino de Castilla en ese momento son los grandes linajes nobiliarios.Y ellos protagonizarán un tenso y largo conflicto que va a marcar toda esta época en tierras castellanas.

En ese momento había en Castilla dos grandes linajes que destacaban por encima de todos los demás: los Lara y los Castro. ¿Y quién era esa gente?

Los Lara eran un viejo clan con sede en el alfoz de Lara, comarca de Burgos. No tienen relación directa con los Lara primigenios, los que dieron lugar al condado independiente de Castilla, sino que aparecieron después. En nuestra historia ya han salido algunos de ellos: por ejemplo, Pedro González de Lara, el amante de la reina Urraca, y su hijo Manri que de Lara, al que hemos visto en la campaña de Almería. Este Manrique se había convertido en el hombre más poderoso de Castilla: había heredado la fortuna de su padre, era alférez mayor del Reino y desempeñaba las tenencias de Ávila,Toledo, Baeza yAtienza. Lo que se dice un potentado.

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