Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (85 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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¿Casar a una niña de apenas un año de edad? Sí. La que se casaba no era una niña, sino un reino: Aragón. Ahora bien, ¿con quién concertar el enlace? Ramiro sabía con quién no debía casarla: con García Ramírez de Navarra, que, además de estar ya casado y tener dos hijos, se había convertido en persona non grata por la hostilidad de Roma. Cabía entonces la posibilidad de emparentar a la niña con la casa de León:Alfonso VII tenía un hijo, Sancho, dos años mayor que Petronila. Pero los nobles de Aragón miraban hacia otro lado: Barcelona, donde mandaba el conde Ramón Berenguer IV.

¿Por qué precisamente Ramón Berenguer IV y no otro? Fundamentalmente porque los aragoneses veían en el conde de Barcelona, cuñado de Alfonso VII de León, un excelente aliado para proteger los intereses del reino. Era ya un hombre de veinticuatro años, pero justamente eso le hacía ser el candidato ideal. Por otro lado, lo que Ramiro el Monje se había propuesto no era mantenerse en el poder, sino salvar al reino.Y así, en agosto de 1137, la niña Petronila quedó formalmente casada con Ramón Berenguer IV El pacto entre el conde de Barcelona y Ramiro el Monje era una obra de orfebrería política. Ramiro depositaba en Ramón la potestad política sobre el reino. A partir de ahora, Ramón Berenguer IV firmará como conde de Barcelona y príncipe de Aragón.Y el Monje, aun manteniendo el título de rey, se quitará de en medio.

Ramiro es muy preciso a la hora de señalar las tierras que lega a Ramón Berenguer. En los años anteriores se ha preocupado de definir con claridad las fronteras con Navarra y con Castilla. En esta última —dice el rey monje a su yerno— «te doy las villas y castillos desde Ariza hasta Herrera, desde Herrera hasta Tarazona, desde Tarazona hasta Tudela». En realidad es la línea que separa las diócesis de Osma, Sigüenza y Tarazona.Y ésta será ya definitivamente la frontera entre Castilla y Aragón. Un Aragón del que a partir de ahora habrá que hablar como Corona de Aragón, uniendo los territorios de Aragón y Cataluña.

Pero la elección de Ramón Berenguer IV como príncipe de Aragón tenía otra ventaja, y es que permitía solucionar el problema del testamento del Batallador. La fórmula puede parecernos hoy francamente estrambótica, pero lo cierto es que era la mejor solución. La idea, según parece, se le ocurrió al legado del papa en España, el cardenal Guido de Vico. El problema central seguía siendo el derecho de las órdenes militares de Tierra Santa a heredar los reinos de Aragón y Navarra. La Iglesia no renunciaba a ejecutar el testamento del Batallador, pero las órdenes militares no tenían claro qué hacer con aquel regalo y, por otro lado, ya había una situación de hecho, con dos reyes como García en Pamplona y Ramiro en Aragón, que hacía impracticable el cumplimiento. Ahora bien, había una solución: que el heredero fuera, no una orden militar, sino uno de sus miembros. ¿Y había en España un soberano que cumpliera ese requisito? Sí, lo había: Ramón Berenguer IV de Barcelona. Porque Ramón Berenguer era templario.

El arreglo funcionó como una especie de cesión de derechos: las órdenes militares depositaban en Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, sus derechos sobre los territorios que el Batallador había legado. Ramón, por su parte, compensaba a las órdenes militares con contraprestaciones económicas y con la concesión de derechos para edificar iglesias, monasterios y hospitales en las poblaciones de Aragón y de Cataluña.Y por cierto que iba haciendo falta encontrar rápidamente una solución, porque el panorama a estas alturas de nuestro relato —los años 1137-1140— se estaba oscureciendo por momentos.

La situación de Aragón, en efecto, no es fácil. Existe una aguda conciencia de peligro. Sin un poder político nítido, crece el miedo. Alfonso VII de León tiene que ocuparse de reactivar la Cofradía de Belchite —la primera orden militar española, como vimos aquí— para que se mantenga firme frente al moro. El obispo de Barbastro, por su parte, constata que la ciudad se está quedando despoblada y llama «a todos los hombres temerosos de Dios, de cualquier orden o condición» para que acudan a la defensa de Barbastro, previa concesión de indulgencias a los cruzados. ¿Qué está pasando? Está pasando que a la altura de 1135 los almorávides han reaccionado en Aragón y vuelven a ser una amenaza, lo cual tal vez guarde relación con aquel episodio del asalto de una caravana mora con la consiguiente ruptura de la tregua, episodio que acabamos de contar aquí y que ocurrió precisamente en 1135. Una de las primeras medidas de Ramón Berenguer IV será reactivar la guerra contra los almorávides. Y con éxito.

La gran campaña comenzó alrededor de 1140. Era el momento oportuno y será esta ofensiva aragonesa la que quiebre definitivamente el poder almorávide en la región. En los dos años siguientes los aragoneses consolidan sus posiciones en Sariñena, Pina de Ebro,Velilla de Ebro, Chalamera, Alcolea de Cinca, Monzón, Tamarite, Daroca… La crónica dice una cosa muy interesante: que estas plazas las tomaron «los señores de las tierras de Zaragoza».Y es muy interesante porque eso quiere decir que el esfuerzo bélico ya no lo protagonizaba el rey, sino los señores y caballeros de Aragón, a los que probablemente Ramón Berenguer IV dio carta blanca por primera vez para afrontar campañas por su cuenta y riesgo.

Y a todo esto, ¿qué fue de Ramiro el Monje? Los últimos años de Ramiro son un misterio. Seguía siendo rey, porque no había perdido ni el título ni la dignidad, pero en la práctica estaba apartado de todo. Al parecer vivió entre los monasterios de San Pedro elViejo, en Huesca, y San Úrbez de Sarrablo, en Nocito, en la sierra de Guara.Y allí, sin más noticia relevante, se extinguió mansamente su vida veinte años después de haber delegado el poder en su yerno. Ramiro II el Monje murió pasados los setenta años. En San Pedro elViejo se conservan sus restos.

Un tipo sorprendente, Ramiro II el Monje.Tanto como su hermano Alfonso el Batallador. Alfonso había sido el rey cruzado por antonomasia, capaz de sacrificarlo todo a su ideal.Y Ramiro, por su parte, demostrará al cabo un desdén hacia el poder verdaderamente poco común en los monarcas de este y de todos los tiempos. A fin de cuentas, ¿qué hizo Ramiro II? Salir del convento forzado por las circunstancias, hacerse cargo de la corona en un momento especialmente dificil, engendrar una heredera, recomponer el paisaje político y confiar el poder a alguien con sobradas cualidades. Nacida la niña Petronila, Ramiro se separó de su circunstancial esposa, Inés de Poitiers, que también se retiró a un convento.Y solventado todo esto, al cabo de muy pocos años, Ramiro el Monje abandonó el trono con la misma sobriedad con que había llegado a él.

Lo que nació de aquel matrimonio político entre la niña Petronila y Ramón Berenguer fue una realidad que marcaría la historia de España: una corona nueva, la corona de Aragón, que al viejo reino pirenaico añadía los condados catalanes —excepto Pallars y Urgel, aún independientes— y su proyección hacia Francia. Apenas dos siglos después, esa misma corona de Aragón sería dueña absoluta del Mediterráneo.Y así las barras de Aragón ennoblecen desde hace muchos siglos el escudo de España.

Y por fin nace el Reino de Portugal

Cuando Alfonso VII se coronó solemnemente «emperador de toda España», hubo alguien que aprovechó para hacer un gesto de disidencia: su primo Alfonso Enríquez, el conde de Portugal, que ni asistió a la cere mona ni envió a nadie en su nombre. Enríquez había prestado vasallaje al rey pocos años antes, pero ahora el paisaje había cambiado: el hijo de Teresa y Raimundo, nieto de rey después de todo, estaba dispuesto a hacer valer sus derechos.Y lo conseguiría: con él nacerá el Reino de Portugal.

En esta actitud rebelde del conde portugués hay un factor que no conviene pasar por alto: su alianza con García Ramírez de Pamplona. Recordemos que García de Pamplona, el nieto del Cid, nombrado rey de Navarra, también se había apresurado a rendir vasallaje feudal a Alfonso VII; a cambio de ello había obtenido la tenencia de Zaragoza. Pero después las cosas se torcieron: Roma no le reconoció como rey y, por otro lado, Ramiro el Monje, el de Aragón, recompuso relaciones con León en perjuicio de García. Así la amistad de García Ramírez con Alfonso VII se convirtió en hostilidad. Ahora García Ramírez era un monarca en precario; se sentía injustamente tratado, incluso traicionado por el rey de León, al que había prestado vasallaje, y no le faltaba razón.

García Ramírez no era un enemigo fácil. Se sabía en riesgo y no dejará de multiplicar los gestos ofensivos. Cuando vea peligrar la frontera con Castilla, intensificará las acciones bélicas en el oeste.Y cuando se sienta amenazado por el este, no dudará en invadir territorios aragoneses. En una de estas campañas llegó incluso hasta la mismísima jaca, la vieja capital del Reino de Aragón. En otra sucesiva, derrotará a las huestes de Ramón Berenguer IV en Gallur, a mitad de camino entre Tudela y Zaragoza. El rey de Navarra se sabía solo.Y enemistado con Alfonso VII, no tardó en buscar el apoyo del otro incómodo vecino de León: el portugués Alfonso Enríquez, que al fin y al cabo era su aliado natural.

A Alfonso Enríquez le venía muy bien la alianza navarra: mientras más ocupadas estuvieran las tropas castellanas en su frontera oriental, o sea, en Pamplona, más relajarían la presión en su frontera occidental, o sea, en Portugal. ¿Y para qué quería Alfonso Enríquez esa libertad de movimientos? Para actuar en Galicia, territorio al que no había renunciado. La enemistad de Enríquez con los condes de Traba —los que cortaban el bacalao en Galicia— era irreductible. Mientras el rey de León intentaba solucionar el follón aragonés, el conde de Portugal había intensificado las acciones militares en la frontera gallega. Incluso había intentado por dos veces invadir el territorio vecino. Pero no le acompañó el éxito: aunque en 1137 logró tomar Tuy, enseguida fue derrotado y tuvo que aceptar una tregua. Para colmo de males, ese mismo verano los almorávides aprovechaban la inestabilidad portuguesa y atacaban la fortaleza de Leiría, amenazando nada menos que Coímbra. Alfonso Enríquez, necesitado de auxilio, se vio obligado a prestar vasallaje a Alfonso VII una vez más.

Probablemente la rebeldía de Enríquez habría acabado aquí si por el camino no se hubiera mezclado otra seria cuestión: la voluntad de las diócesis portuguesas de no someterse al poder de Santiago de Compostela ni al de Toledo. Aquí ya hemos hablado de la cuestión de las diócesis y su decisiva importancia. Las diócesis episcopales eran la auténtica instancia de organización territorial en la Edad Media. Digámoslo de este otro modo: en aquel momento la corona se ve a sí misma como la forma política de una determinada comunidad cristiana.Y en Portugal ya había nacido una comunidad cristiana con rasgos singulares en torno a las diócesis de Braga y Oporto, regidas por los obispos Palo Mendes y Joao Peculiar. Ambos apoyarán a Alfonso Enríquez en su proyecto político, y Enríquez, por su parte, aprovechará sus excelentes contactos con los cluniacenses —recordemos que su padre era borgoñón— para reafirmar la independencia de estas sedes episcopales.

Todo empuja al nacimiento de una realidad política nueva. Los obispos de Braga y Oporto han impulsado un monasterio en Coímbra, el de la Santa Cruz, que empieza a proporcionar a Portugal un clero propio y específico. Ese clero propiamente portugués tiene una misión: llevar la palabra de Dios al sur, más allá de la frontera, en las tierras que aún ocupan los moros. Después de la última incursión almorávide, el castillo de Leiría había quedado destrozado. Los portugueses lo reconstruyeron inmediatamente: aquella plaza era la punta de lanza hacia el sur, hacia las tierras que también aquí se llamaban la Extremadura, sobre el horizonte del Tajo. La densidad de población en el Portugal viejo, entre el Miño y el Duero, era ya muy alta. Resultaba preciso encontrar nuevas tierras y el sur ofrecía anchos campos por cultivar. La Iglesia portuguesa será la primera a la hora de impulsar aquí la Reconquista.

De esta comunidad de intereses religiosos y políticos en un mismo territorio nacería el Reino de Portugal. ¿Cuándo exactamente? ¿Cuándo comenzó a llamarse «rey» a Alfonso Enríquez? Dice la tradición que todo ocurrió después de una gran batalla, la de Ourique, en el Alentejo, en julio de 1139.Así lo cuenta la leyenda:

Marchaba Alfonso Enríquez en campaña por tierra de moros. Era julio, el mes de Santiago.Y los portugueses lanzaban una de las habituales campañas de saqueo hacia el sur. Pero ese día sucedió algo nuevo. Nuevo y terrible: un grueso ejército musulmán, mandado por cinco reyes, salió al encuentro de los cristianos.Todo se teñía de malos presagios. ¿Qué hacer? Sólo cabía huir. Pero cuando todo parecía perdido ante la enorme superioridad del enemigo, Alfonso Enríquez tuvo una visión: un coro de ángeles y el mismo Cristo le garantizaban la victoria en el combate.Y el portugués dio la orden de combatir.

La victoria portuguesa fue aplastante. Los moros quedaron vencidos. Los cinco reyes musulmanes perecieron. Por eso hay cinco pequeños escudetes en el escudo de Portugal: cada uno representa a uno de esos reyes moros.Y sobre el propio campo de batalla, en la alegría de la victoria, los nobles y caballeros del ejército proclamaron a Alfonso Enríquez rey de los portugueses. Así Portugal se convirtió en reino aquel 25 de julio de 1139.

Esto es lo que cuenta la leyenda. En realidad, parece que las cosas fueron un poco distintas. Alfonso Enríquez ya se venía intitulando rey desde marzo de ese año, por lo menos. Por otro lado, aunque es muy probable que efectivamente se diera una batalla, no parece que fuera en el Alentejo. En cuanto la visión mística del rey, se ha demostrado que es un elemento narrativo añadido con mucha posterioridad, varios siglos después.

En todo caso, lo cierto es que en ese contexto de expansión hacia el sur Portugal se reconoció a sí mismo como reino.A partir de ese momento, Portugal llevará una vida propia. Sigue siendo reino vasallo de León, pero reino independiente. Los dos Alfonsos, los dos primos, tendrán sus más y sus menos. Habrá pugnas y habrá reconciliaciones. Alfonso de León, emperador, reconocerá a Alfonso de Portugal como rey en 1143, en elTratado de Zamora. En cuanto a Alfonso Enríquez, dirigirá personalmente la Reconquista en el oeste de la Península. Cuando recale en Portugal una escuadra de cruzados ingleses y normandos que se dirigía a Tierra Santa, Alfonso Enríquez les convencerá para que le ayuden a atacar Lisboa. Así volverá a manos cristianas la que hoy es capital de Portugal.

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