Moby Dick (2 page)

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Authors: Herman Melville

BOOK: Moby Dick
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«Ella vino a encargar una sepultura para su primer amor, que había sido muerto por una ballena en el océano Pacífico, hace no menos de cuarenta años.»

Ibídem

«No, señor, es una ballena —contestó Tom—, he visto el chorro; ha lanzado un par de arcoiris tan bonitos como puede desear ver un cristiano. ¡Es un verdadero barril de aceite ese bicho!»

C
OOPER
,
El Piloto

«Trajeron los periódicos, y vimos en la
Gaceta de Berlín
que allí han introducido ballenas en escena.»

E
CKERMANN
,
Conversaciones con Goethe

«¡Dios mío! Señor Chace, ¿qué pasa? Yo contesté: Nos ha desfondado una ballena.»

Relato del naufragio del ballenero Essex, de Nantucket, que fue atacado y finalmente destruido por un gran cachalote en el océano Pacifico. Por Owen Shace, de Nantucket, primer oficial del mencionado barco. Nueva York, 1821

Una noche un marino en los obenques

escuchaba el silbido de los vientos:

la luna estaba pálida, entre sombras,

y brillaba una estela de ballena

con fósforo, al pasar ella jugando.

E
LIZABETH
O
AKES
S
MITH

«La cantidad de estacha retirada de diferentes botes dedicados a la captura de esta sola ballena ascendió en conjunto a 10.440 yardas, o cerca de seis millas inglesas... A veces la ballena agita en el aire su tremenda cola, que restallando como un látigo, resuena a distancia de tres o cuatro millas.»

S
CORESBY

«Loco con las agonías que recibe de estos ataques, el enfurecido cachalote da vueltas y vueltas; levanta su enorme cabeza y con grandes mandíbulas distendidas lanza bocados a todo lo que le rodea; se precipita con la cabeza contra los botes, que son empujados ante él con gran rapidez, y a veces totalmente destruidos... Es motivo de gran asombro que la consideración de las costumbres de un animal ran interesante, y desde un punto de vista comercial, tan importante como el cachalote, haya sido tan enteramente descuidado, o haya excitado tan escasa curiosidad entre los numerosos observadores, muchos de ellos, competentes, que en los últimos años deben de haber tenido las ocasiones más frecuentes y convenientes de observar sus hábitos.»

T
HOMAS
B
EALE
,
Historia del Cachalote, 1839

«El cachalote no sólo está mejor armado que la ballena propiamente dicha (la ballena de Groenlandia) por poseer un arma temible en cada extremo del cuerpo, sino que también muestra con mayor frecuencia una disposición a emplear ofensivamente esas armas, de un modo a la vez ran artero, atrevido y perverso, que hace que se considere el ataque más peligroso de todas las especies de la tribu de las ballenas.»

F
REDERICK
D
EBELL
B
ENNETT
,
Viaje ballenero en torno al Globo, 1840

«13 de octubre.

—Allí sopla —gritaron desde la cola.

—¿Por dónde? —preguntó el capitán.

—Tres cuartas a proa, a sotavento, capitán.

—¡Abatir! ¡Cambia!

—Cambio.

—¡Eh, vigía! ¿Ves ahora al cachalote?

—¡Sí, sí, capitán! ¡Un banco de cachalotes! ¡Allí sopla! ¡Allí sale!

—¡Señala, señala a cada vez!

—¡Sí, sí, capitán! ¡Allí sopla! ¡Allí-allí-allí sopla, sooopla!

—¿A qué distancia?

—Dos millas y media.

—¡Truenos y rayos! ¡Tan cerca! ¡Todos a cubierta!»

J. R
OSS
B
ROWNE
,
Grabados de un viaje ballenero, 1846

«El ballenero Globe, a bordo del cual ocurrieron los horribles hechos que vamos a relatar, pertenecía a las islas de Nantucket.»

Narración sobre el motín en el Globe, por
Lay
y
Hussey
, supervivientes, 1828

«Perseguido una vez por una ballena que había herido, paró el asalto durante algún tiempo con una lanza, pero el furioso monstruo al final se precipitó sobre el bote, y él y sus compañeros sólo se salvaron echándose al agua cuando vieron que el choque era inevitable.»

Diario Misionero de
Tyerman
y
Bennett

«EI propio Nantucket —dijo el señor Webster— es una porción sorprendente y peculiar de la renta nacional. Hay una población de ocho o nueve mil personas, que viven allí en el mar, y aumentan todos los años la riqueza nacional con el trabajo más atrevido y perseverante.

Informe del discurso de Daniel Webster en el Senado de Esstados Unidos, sobre la petición de construir un rompeolas, en Nantucket, 1828

«La ballena cayó encima de él, y probablemente le mató en un momento.»

«
La ballena y sus capturadores» o «Aventuras del ballenero y biografía de la ballena», compilado en el viaje de regreso del comodoro Preble. Por el Rev. Henry

T. C
HEEVER

«Si haces el menor maldito ruido —contestó Samuel—, te mando al infierno.»

Vida de Samuel Gomstock (el amotinado), por su hermano William C. Otra versión del relato sobre el ballenero Globe

«Los viajes de los holandeses y los ingleses al océano Nórdico, para ver si era posible descubrir un paso por él hacia la India, aunque fracasaron en su principal objetivo, dejaron abiertos los lugares donde viven las ballenas.»

M
C
C
ULLOCH
,
Diccionario Comercial

«Estas cosas son recíprocas: la pelota rebota sólo para volverse a lanzar adelante, pues ahora, al dejar abiertos los lugares donde viven las ballenas, los balleneros parecen haber dado indirectamente con nuevas pistas hacia ese mismo misterioso Paso del Noroeste.»

De «algo» no publicado

«Es imposible encontrar en el océano un barco ballenero sin sorprenderse por su aspecto de cerca. El navío, con las velas acostadas, con vigías en las cotas, escudriñando ansiosamente la ancha extensión en torno a ellos, tiene un aire totalmente diferente que los dedicados a un viaje regular.»

Corrientes y Pesca de Ballena, Ex. Ex. de EEUU

«Los caminantes en las cercanías de Londres y en otros lugares quizá recuerden haber visto grandes huesos curvados y puestos de pie en tierra, para formar arcos en entradas, o accesos a miradores, y quizá les hayan dicho que son costillas de ballenas.»

Relatos de un viajero ballenero al océano Ártico

«Cuando los botes volvieron de perseguir a estas ballenas, entonces los blancos vieron su barco en sangrienta posesión de los salvajes enrolados entre la tripulación.»

Noticia en los periódicos sobre la toma y recuperación del ballenero Hobomack

«Es generalmente sabido que de las tripulaciones de los barcos balleneros (americanos) pocos regresan en los barcos a bordo de los cuales partieron.»

Crucero en un Ballenero

«De repente una enorme masa emergió del agua, y se disparó verticalmente por el aire. Era la ballena.»

Miriam Coffin o El Pescador de Ballenas

«La ballena es arponeada, desde luego; pero imaginaos cómo os las arreglaríais con un poderoso potro sin domar, simplemente aplicándole un cabo atado a la base de la cola.»

Un capítulo sobre la pesca de la ballena, en «Cuadernas y roletes»

«En una ocasión vi dos de esos monstruos (ballenas), probablemente macho y hembra, nadando lentamente uno tras otro, a menos de un tiro de piedra de la orilla (Tierra del Fuego), sobre la cual el haya extendía sus ramas.»

D
ARWIN
,
Viaje de un naturalista

¡Todo atrás! —exclamó el oficial cuando al volver la cabeza vio las mandíbulas abiertas de un gran cachalote ante la proa del barco amenazándolos con su destrucción inmediata—: ¡todo atrás por vida nuestra!»

Wharton el cazador de ballenas

¡Alegres, pues, muchachos animosos, que el arponero hiere a la ballena!

Canción de Nantucket

Rara y vieja ballena, entre galernas,

siempre estará en su casa en el océano,

gigantesca en poder, reinando fuerte como rey de los mares sin fronteras.

Canto de balleneros

I
 
Espejismos

Llamadme Ismael. Hace unos años —no importa cuánto hace exactamente—, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala. Con floreo filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, calladamente, me meto en el barco. No hay nada sorprendente en esto. Aunque no lo sepan, casi todos los hombres, en una o en otra ocasión, abrigan sentimientos muy parecidos a los míos respecto al océano.

Ahí tenéis la ciudad insular de los Manhattos, ceñida en torno por los muelles como las islas indias por los arrecifes de coral: el comercio la rodea con su resaca. A derecha y a izquierda, las calles os llevan al agua. Su extremo inferior es la Batería, donde esa noble mole es bañada por olas y refrescada por brisas que pocas horas antes no habían llegado a avistar tierra. Mirad allí las turbas de contempladores del agua.

Pasead en torno a la ciudad en las primeras horas de una soñadora tarde de día sabático. Id desde Corlears Hook a Coenties Slip, y desde allí, hacia el norte, por Whitehall. ¿Qué veis? Apostados como silenciosos centinelas alrededor de toda la ciudad, hay millares y millares de seres mortales absortos en ensueños oceánicos. Unos apoyados contra las empalizadas; otros sentados en las cabezas de los atracaderos; otros mirando por encima de las amuradas de barcos arribados de la China; algunos, en lo alto de los aparejos, como esforzándose por obtener una visión aún mejor hacia la mar. Pero ésos son todos ellos hombres de tierra; los días de entre semana, encerrados entre tablas y yeso, atados a los mostradores, clavados a los bancos, sujetos a los escritorios. Entonces ¿cómo es eso? ¿Dónde están los campos verdes? ¿Qué hacen éstos aquí?

Pero ¡mirad! Ahí vienen más multitudes, andando derechas al agua, y al parecer dispuestas a zambullirse. ¡Qué extraño! Nada les satisface sino el límite más extremo de la tierra firme; no les basta vagabundear al umbroso socaire de aquellos tinglados. No. Deben acercarse al agua tanto como les sea posible sin caerse dentro. Y ahí se quedan: millas seguidas de ellos, leguas. De tierra adentro todos, llegan de avenidas y callejas, de calles y paseos; del norte, este, sur y oeste. Pero ahí se unen todos. Decidme, ¿les atrae hacia aquí el poder magnético de las agujas de las brújulas de todos estos barcos?

Una vez más. Digamos que estáis en el campo; en alguna alta tierra con lagos. Tomad casi cualquier sendero que os plazca, y apuesto diez contra uno a que os lleva por un valle abajo, y os deja junto a un remanso de la corriente. Hay magia en ello. Que el más distraído de los hombres esté sumergido en sus más profundos ensueños: poned de pie a ese hombre, haced que mueva las piernas, e infaliblemente os llevará al agua, si hay agua en toda la región. En caso de que alguna vez tengáis sed en el gran desierto americano, probad este experimento, si vuestra caravana está provista por casualidad de un cultivador de la metafísica. Sí, como todos saben, la meditación y el agua están emparejadas para siempre.

Pero aquí hay un artista. Desea pintaros el trozo de paisaje más soñador, más sombrío, más callado, más encantador de todo el valle del Saco. ¿Cuál es el principal elemento que emplea? Ahí están sus árboles cada cual con su tronco hueco, como si hubiera dentro un ermitaño y un crucifijo; ahí duerme su pradera, y allí duermen sus ganados; y de aquella casita se eleva un humo soñoliento. Hundiéndose en lejanos bosques, serpentean un revuelto sendero, hasta alcanzar estribaciones sobrepuestas de montañas que se bañan en el azul que las envuelve. Pero aunque la imagen se presente en tal arrobo, y aunque ese pino deje caer sus suspiros como hojas sobre esa cabeza de pastor, todo sería vano, sin embargo, si los ojos del pastor no estuvieran fijos en la mágica corriente que tiene delante. Id a visitar las praderas en junio, cuando, a lo largo de veintenas y veintenas de millas, andáis vadeando hasta la rodilla entre tigridias: ¿cuál es el único encanto que falta? El agua, ¡no hay allí una gota de agua! Si el Niágara no fuera más que una catarata de arena ¿recorreríais vuestras mil millas para verlo? ¿Por qué el pobre poeta de Tennessee, al recibir inesperadamente un par de puñados de plata, deliberó si comprarse un abrigo, que le hacía mucha falta, o invertir el dinero en una excursión a pie hasta la playa de Rockaway? ¿Por qué casi todos los muchachos sanos y robustos, con alma sana y robusta, se vuelven locos un día u otro por ir al mar? ¿Por qué, en vuestra primera travesía como pasajeros, sentisteis también un estremecimiento místico cuando os dijeron que, en unión de vuestro barco, ya no estabais a la vista de tierra? ¿Por qué los antiguos persas consideraban sagrado el mar? ¿Por qué los griegos le dieron una divinidad aparte, un hermano del propio Júpiter? Cierto que todo esto no carece de significado. Y aún más profundo es el significado de aquella historia de Narciso, que, por no poder aferrar la dulce imagen atormentadora que veía en la fuente, se sumergió en ella y se ahogó. Pero esa misma imagen la vemos nosotros mismos en todos los ríos y océanos. Es la imagen del inaferrable fantasma de la vida; y ésa es la clave de todo ello.

Ahora, cuando digo que tengo costumbre de hacerme a la mar cada vez que empiezo a tener los ojos nebulosos y que empiezo a darme demasiada cuenta de mis pulmones, no quiero que se infiera que me hago jamás a la mar como pasajero. Pues para ir como pasajero, por fuerza se ha de tener bolsa, y una bolsa no es más que un trapo si no se lleva algo dentro. Además, los pasajeros se marean, se ponen pendencieros, no duermen por las noches, y en general, no lo pasan muy bien: no, nunca voy como pasajero; ni, aunque estoy bastante hecho al agua salada, tampoco me hago jamás a la mar como comodoro, como capitán ni como cocinero. Cedo la gloria y distinción de tales cargos a aquellos a quienes les gusten. Por mi parte, abomino de todas las honorables y respetables fatigas, pruebas y tribulaciones de cualquier especie. Todo lo que sé hacer es cuidarme de mí mismo, sin cuidarme de barcos, barcas, bergantines, goletas, y todo lo demás. Y en cuanto a ir de cocinero —aunque confieso que hay en ello considerable gloria, porque un cocinero es a bordo una especie de oficial—, no sé por qué, sin embargo, nunca se me ha antojado asar pollos, por más que, una vez asados, juiciosamente untados de manteca, y legalmente salados y empimentados, no haya nadie que hable de un pollo asado con más respeto, por no decir con más reverencia, que yo. A causa de las manías idólatras de los antiguos egipcios por el ibis a la parrilla y por el hipopótamo asado, se pueden ver las momias de esas criaturas en sus grandes hornos, que eran las pirámides.

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