Misterio del gato comediante (8 page)

BOOK: Misterio del gato comediante
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—Continúe —rogó Fatty, al ver que Pippin hacía una pausa para recordar el curso de los acontecimientos—. ¡Caracoles! ¡Qué suerte tuvo usted de encontrarse allí!

—Paseé mi linterna por la habitación y vi al empresario de bruces sobre su escritorio y la caja fuerte vacía en la pared, a sus espaldas —explicó Pippin—. Entonces, rompí el cristal de la ventana y me colé dentro. El empresario empezaba ya a volver en sí. Estaba bajo los efectos de algún narcótico, que probablemente alguien introdujo en su taza de té. La caja estaba completamente vacía, como es de suponer. Al punto, la he mandado a un perito en huellas dactilares para su examen, al igual que la taza, por si en ella queda algún vestigio de la droga utilizada. A buen seguro, se trata de una simple dosis excesiva de algún somnífero.

—¿Quién llevó al empresario la taza de té? —preguntó Fatty, con interés.

—¡El gato pantomímico! —declaró Pippin—. La cosa no puede ser más sospechosa, ¿verdad? Sin embargo, si uno habla con Boysie, el gato, no puede menos de pensar que ese individuo no tiene nada que ver con el asunto. Es demasiado tonto, incapaz de echar un somnífero en una taza de té, ni de saber dónde estaba la caja y la llave, y menos aún de averiguar la combinación para abrir la caja, una vez en posesión de la llave.

—Es muy interesante —repitió Fatty—. ¿Quién estaba en el Pequeño Teatro entonces, además de Boyse?

—Nadie —respondió Pippin—. ¡Ni un alma! Todos los del elenco, esto es, los actores y las actrices, habíanse marchado después de la función gratuita representada para los niños del Asilo Farleigh, y podemos comprobar sus coartadas, averiguar exactamente dónde estaban entre la hora de su partida y las ocho. El hecho sucedió entre cinco y cinco y media y ocho, es decir, entre la hora en que terminó la función y la hora en que el empresario quedóse inconsciente después de beber su taza de té.

—Comprendo —masculló Fatty—. Y tuvo usted que comprobar el paradero de todas las personas que pudieron haber vuelto al teatro para perpetrar el robo. De acuerdo. ¿Pero no cabe la posibilidad de que su autor fuera un extraño?¿Por qué había de ser forzosamente uno cualquiera de los actores?

—Porque, quienquiera que fuese el ladrón, sabía cuál era la mejor hora para llevar a cabo su fechoría —contestó Pippin—. Sabía dónde estaba la caja fuerte. Sabía que el empresario había metido en ella los ingresos el día anterior, en lugar de llevarlos al banco, como de costumbre. Sabía dónde éste guardaba la llave, en su cartera, no en su llavero, y sabía que al empresario le gustaba tomar una taza de té por la tarde. ¡Y le introdujo en ella una dosis de somnífero!

—Sí, tiene usted razón —asintió Fatty, pensativo—. Es imposible que un extraño supiera todos estos detalles. Sin duda fue uno de los miembros del elenco, un actor o una actriz. De todos modos, es raro que Boysie llevara el té, ¿no le parece? ¿Cree usted que fue cómplice del robo?

—¡Lo ignoro! —masculló Pippin—. Dice que no recuerda nada en absoluto, salvo que tenía mucho sueño y se echó a dormir ante la chimenea. Allí es, en verdad, donde «yo» le vi cuando me acerqué a mirar el interior de la habitación. Incluso afirma que no llevó la taza de té al empresario, pero eso es una necedad, porque el propio empresario asegura que así fue, y no es probable que se equivoque. En mi opinión, Boysie está asustado e insiste en que no llevó la taza de té para librarse de toda sospecha... olvidando que, con su disfraz de gato, es de todo punto inconfundible.

—En efecto —convino Fatty—. Según todos los indicios, parece ser que Boysie fue el autor de todo o bien cómplice de otra persona. Bien, muchísima gracias, Pippin. Si descubrimos algo, le pondré en antecedentes. Y recuerde: no diga nada a Goon. ¡No se lo agradecería!

—No abriré la boca —prometió Pippin—. ¡Cielos! ¡Ahí viene ya y todavía no he empezado el informe que me ha pedido! Será mejor que salga por la puerta trasera, amigo Federico.

Goon apareció ante el portillo, con aire importante. Hablaba con el vicario, en tono grave y solemne.

Fatty salió al vestíbulo y encaminóse a la cocina de puntillas, con «Buster» en brazos. Su intención era salir al jardín trasero, saltar la valla del fondo y dirigirse a casa de Pip. ¡Cuánto tenía que contar a los demás!

De pronto, llegó a sus oídos la sonora voz de Goon:

—¿Sabe usted lo que me ha dicho el vicario, Pippin? Que ayer fue usted muy rudo con su hermano, tratando de arrebatarle el sombrero o algo parecido. Creo sinceramente...

Pero Fatty no aguardó a que Goon expresara su opinión. ¡Pobre Pippin! ¡Ahora tendría que pagar cara su curiosidad respecto a la gente pelirroja! Fatty sentíase realmente consternado.

«Si hubiéramos sabido que Pippin era una persona tan honrada, jamás le habríamos gastado semejantes bromas —se dijo Fatty, mientras se dirigía a casa de Pip, donde le esperaban los otros, ansiosamente—. No obstante, tal vez podré compensarle de todo con la aclaración de este extraño misterio. ¡El Misterio del Gato Pantomímico! ¡Qué bien suena!»

Larry, Daisy, Pip y Bets aguardaban el regreso de Fatty consumidos por la impaciencia. ¡Llevaba una hora y media fuera! ¿Qué diablos estaría haciendo?

—¡Ahí viene, al fin! —exclamó Bets desde la ventana—. Ahora recorre el sendero con «Buster» con aire muy importante. Parece rebosante de satisfacción. ¡Seguramente trae muchas noticias!

Así era, en efecto. El muchacho empezó a explicarlo todo desde el principio, y cuando llegó al momento en que Goon había asestado un golpe al pobre «Buster» con un atizador, Bets, lanzando un chillido precipitóse al lado del sorprendido «scottie».

—¡«Buster»! —exclamó la niña, de rodillas junto a él—. ¿Estás herido? ¡Oh, «Buster»! ¿Es posible que haya alguien «capaz» de golpearte así? ¡Detesto a Goon! ¡Le aborrezco! Ya sé que no está bien detestar a la gente, pero aún es peor «no» detestar a las personas crueles como Goon. ¿Te ha lastimado, «Buster»?

El relato de la historia fue interrumpido por espacio de diez minutos, durante los cuelas «Buster» fue cuidadosamente examinado por todos los Pesquisidores. Fatty estaba convencido de que «Buster» no presentaba ninguna herida, pues el animal tenía un pelaje muy tupido; pero cuando vio la solicitud de los demás, empezó a preguntarse si el pobre «Buster» no «estaría» realmente malherido. Los cinco muchachos separaran el tupido pelo a lo largo del lomo del animal y examinaron con ternura la rosada piel, milímetro a milímetro. «Buster» sentíase emocionado. El perrito permanecía acostado sobre su barriguita, meneando complacido su peluda cola ante semejante solicitud. Su emoción era tal que, sacando su roja lengua, se puso a jadear de contento.

El animal no tenía absolutamente nada, salvo una diminuta marca en un punto del lomo.

—Ahí es donde le dio —exclamó Bets, triunfalmente—. ¡De buena gana golpearía a Goon con un atizador hasta dejarle molido!

—¡Qué sanguinaria estás, Bets! —comentó Daisy, sorprendida—. ¡De todos modos, apuesto a que echarías a correr como alma que lleva el diablo al menor grito de Goon!

—No me sorprendería en absoluto que Bets «atizase» de veras a Goon si le viese dispuesto a lastimar a «Buster» —intervino Fatty—. Es posible que le tenga miedo, pero se revestiría de valor si comprendiese que iba a perjudicar a alguien. ¡Conozco a Bets!

La niña mostróse tan complacida con esta declaración de Fatty, que se ruborizó y ocultó la cara en el pescuezo de «Buster». Fatty apresuróse a darle unas palmaditas en la espalda.

—También a mí me entraron ganas de golpear a Goon en la cabeza cuando le arrebaté el atizador de la mano —confesó el muchacho—. ¡Cielos! ¡Tendríais que haber visto la cara que puso cuando vio el atizador en mi poder!

—Ahora prosigue tu relato —rogó Pip—. Cada vez se pone más interesante. ¡Cáscaras! ¡Hubiera dado cualquier cosa por encontrarme allí!

Fatty siguió el hilo de su historia. Todos prorrumpieron en carcajadas al oír que Goon había pedido todas las falsas pistas y que éstas habíanle sido solemnemente entregadas por Pippin.

—¡Irá a esperar el tren del domingo, Fatty! —cloqueó Pip—. ¿Podremos ir nosotros también?

—¡Por «favor»! —suplicó Bets—. ¡Déjanos ir! Goon se pondría hecho un basilisco al vernos allí. ¡Probablemente se figuraría que estamos en el secreto!

—¡Y no se equivocaría! —ironizó Larry—. Al fin y al cabo, todo es obra nuestra.

—Sí, es una buena idea —convino Fatty—. Una excelente idea. No estaría mal que me disfrazase y fingiera llegar en ese tren para despertar las sospechas de Goon e inducirle a que me siguiera.

—Y nosotros iríamos todos detrás —propuso Bets con una risita—. ¡No nos lo perdamos! Es mañana, ¿verdad? ¡Oh, Fatty! ¡Qué divertido sería!

—Prosigue tu relato —instó Daisy—. Ya haremos planes cuando acabes de contárnoslo. A este paso, Fatty no terminará de explicar su aventura hasta la hora de almorzar.

Entonces, Fatty llegó al final de su historia. Todos se alegraron mucho al saber que Pippin había defendido a «Buster» y a Fatty, y convinieron en que el joven policía era una persona muy simpática. Lo del gato pantomímico les emocionó de veras, y las dos muchachas se arrepintieron profundamente de no haber tenido la valentía de ir a atisbar por la ventana del pórtico para verle la noche anterior.

—¿Crees que fue él el autor del robo, Fatty? —inquirió Bets—. Si de veras llevó el té al empresario, es posible que sea el culpable. A lo mejor es más listo de lo que creemos.

—Podría ser, Bets —murmuró Fatty—. Tendré que ir a interpelarle. De hecho, creo que podríamos ir todos, como si fuésemos chicos interesados en él. Es posible que esté en guardia con los mayores, pero no con los niños.

—Sí, es una buena idea —aprobó Larry—. ¡Atiza, qué caso más emocionante! ¡Pensar que pusimos nuestras pistas en el mismo lugar donde iba a suceder todo esto y que, además, enviamos allí un policía destinado a descubrir la fechoría! ¡Es increíble!

—Bien, ahora debemos aguzar el ingenio —aconsejó Fatty—. Sólo disponemos de un par de semanas para desentrañar este embrollo... y Goon se propone lo mismo, aunque con el impedimento de unas pistas falsas. En cambio, nosotros contamos con la ayuda de Pippin.

—¿Cómo iniciaremos nuestra tarea? —preguntó Larry.

—Primero tenemos que hacer un plan —respondió Fatty—Un plan con todas las de la ley, como solemos en estos casos. Una lista de sospechosos, otra de pistas, etc.

—¡Oooh, «sí»! —aprobó Bets—. Empecemos ahora mismo, Fatty. En este preciso instante. ¿Tienes un cuaderno de notas?

—Naturalmente —asintió Fatty, sacándose una voluminosa agenda y una hermosa estilográfica.

Y tras trazar unas pocas líneas muy pulcramente, profirió:

—Veamos. Primero los «sospechosos».

Procedente del vestíbulo llegó el fuerte tañido de una campana.

—¡Sopla! —refunfuñó Bets—. ¿Ya es hora de comer? Oye, Fatty, ¿vendrás esta tarde, verdad?

—De acuerdo —convino el muchacho—. A las dos y media, todos aquí. ¡A ver si aguzáis el ingenio! ¡Éste es el mejor misterio con que nos hemos enfrentado!

CAPÍTULO IX
PIPPIN COLABORA

Fatty estuvo reflexionando durante todo el almuerzo. Al verle tan silencioso, su madre comenzó a preguntarse de nuevo si no le dolerían las muelas. La señora Trotteville miró atentamente a su hijo. Sus mejillas parecían haberse deshinchado, cobrando una vez más su volumen habitual... ¡que ya se las traía!

—¿Qué tal tu muela, Federico? —preguntó la dama de repente.

Fatty miró a su madre con desconcierto. ¿A qué venía aquella pregunta?

—¿Mi muela? —repitió el chico—. ¿Qué muela, mamá?

—Vamos, Federico, no seas bobo —le reconvino su madre—. Sabes perfectamente que esta mañana tenías la cara hinchada. Te he preguntado por la muela porque, a juzgar por lo hinchadísima que tenías la cara, te habrá dolido lo suyo. Creo que será mejor pedir hora al dentista a pesar de esa aparente «mejora».

—¡Pero, mamá! —repuso Fatty desesperadamente—. No era dolor de muelas... Eran unas almohadillas postizas para abultar las mejillas.

Esta vez fue su madre la desconcertada.

—¿Qué almohadillas? —farfulló—. ¿De «qué» estás hablando, Federico?

—Son unos postizos para alterar el aspecto de la cara —explicó Fatty, arrepentido de haber probado su eficacia en presencia de su madre—. Una... una especie de disfraz, mamá.

—¡Qué ocurrencia! —exclamó su madre, disgustada—. No me gusta que hagas esas cosas, Federico. Ahora comprendo por qué estabas tan horroroso.

—Lo siento, mamá —disculpóse Fatty, con la esperanza de que cambiara de tema.

Y así fue, en efecto. La señora Trotteville pasó a comentar la curiosa conducta de Pippin, que, según sus informes, había tirado del pelo o del sombrero al señor Twit, no sabía exactamente cuál de las dos cosas. Agregó que el vicario habíase quejado de ello al señor Goon, de regreso ya de sus vacaciones para hacerse cargo de aquel nuevo caso del robo en el Pequeño Teatro.

—Y espero, Federico —concluyó su madre—, «espero» que no tratarás de inmiscuirte en «este» caso. Al parecer, el señor Goon está en vías de ponerlo en claro y se halla en posesión de una magnífica colección de pistas. «No» me gusta ese hombre, pero, según todos los indicios, esta vez se ha mostrado muy diligente: le ha faltado tiempo para regresar de sus vacaciones, ya está sobre la pista del ladrón.

—No lo creas —murmuró Fatty, en voz baja.

—¿Qué dices, Federico? —profirió su madre—. No me gusta que murmures. Bien, me figuro que no sabes una palabra de este caso. Conque mantente al margen y no molestes al señor Goon.

Fatty se abstuvo de contestar. Sabía una infinidad de cosas del caso, proponíase intervenir en él con todas las de la ley y no pensaba desperdiciar la menor ocasión de fastidiar al señor Goon. Pero, claro está, no podía decir todo esto a su madre y, en vista de ello, optó por encerrarse de nuevo en su mutismo, aprovechando la ocasión para recapacitar en lo tocante a todos los sospechosos.

Lo primero que debía hacer era averiguar sus nombres, quiénes eran y dónde vivían. Saltaba a la vista que el delito sólo podía haber sido cometido por un miembro del personal del teatro. Dicho individuo había regresado al teatro aquella noche, entrado en él subrepticiamente y perpetrado el hecho. ¿Pero cuál era su identidad?

Fatty decidió ir a ver al señor Pippin inmediatamente después de almorzar para pedirle la lista de nombres y direcciones. Así, pues, a las dos menos cuarto, cuando se levantó de la mesa, dirigióse presurosamente al domicilio de Pippin para ver si el joven estaba disponible. Si Goon se hallaba en casa, tendría que desistir de su empeño, ante la imposibilidad de interrogar a Pippin en su presencia.

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