Misterio de los mensajes sorprendentes (11 page)

BOOK: Misterio de los mensajes sorprendentes
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—¡Estupendo, chicos! Esto sí que conviene que sea investigado —dijo Fatty recobrando ánimos repentinamente—. Podría haber alguien escondido allí. Quizás el mismo Smith. Os propongo que vayamos allí en seguida y echemos un vistazo por los alrededores. ¿Qué os parece?

—¡Vámonos!

Y todos salieron corriendo sobre sus bicicletas, seguidos de «Buster» que ladraba tristemente. ¿Sería esto una pista a no lo seria? ¡Una chimenea echando humo! ¡Si al menos perteneciera a Fairlin Hall!

CAPÍTULO XI
LOS GUARDAS DE FAIRLIN HALL

Cuando los seis ciclistas corrían a toda velocidad, con «Buster» jadeando detrás de ellos, tuvieron la mala fortuna de cruzarse con el señor Goon en una esquina. Este iba montado en su bicicleta y casi chocó con Ern.

—¡Ern! —gritó el señor Goon, con grandes aspavientos, haciendo que peligrara su integridad física—. Te dije que... ¿a dónde vas?... ¡Ern! ¡Ern!

Pero Ern y los demás seguían carretera adelante, aunque éste estaba realmente espantado a juzgar por su cara.

—Espero que no me siga —balbuceó. Sin embargo, se equivocaba, puesto que unos metros detrás venía el policía pedaleando vigorosamente. Unos segundos después, el muchacho volvió para asegurarse de que su tío no le seguía y cuál sería su sorpresa al verse perseguido por el señor Goon.

—Tenemos que evitar que nos vea tomar la dirección de Fairlin Hall —gritó Fatty—. Cruzaremos la mencionada mansión y nos dirigiremos hacia Cockers Hill, de esta forma Goon no podrá perseguirnos por aquel camino.

Pasaron Fairlin Hall rápidamente, al propio tiempo que cada uno por su cuenta, intentaba ver alguna casa de la que saliera humo por la chimenea. Después viraron a la derecha y prosiguieron hacia Cockers Hill. El señor Goon todavía llamaba con grandes gritos a Ern, pero empezaban a fallarle las fuerzas, debido a la fuerte subida que conducía a Cockers Hill, cosa que hizo reír a Bets maliciosamente.

—Pobre señor Goon, si es que llega a la mitad de la cuesta estará más colorado que un tomate, ¿no te parece, Fatty? —inquirió la chica.

—Él no tiene ninguna «necesidad» de seguirnos hasta aquí —expresó Fatty respirando entrecortadamente, por el esfuerzo violento a que se veía sometido.

—Bets, mira si Goon ya se ha apeado de su bicicleta —ordenó Fatty.

—En efecto —contestó ésta añadiendo—: Pobre señor Goon, muy pronto vamos a perderle de vista.

Llegaron a la colina y continuaron por la otra vertiente, disfrutando del descanso que les proporcionaba el descenso después del esfuerzo realizado. Al poco, toparon con una carretera a su derecha y se dirigieron directamente a Fairlin Hall. Goon había desaparecido y no quedaba ni rastro de él en ninguna parte. Cuando llegaron, dejaron las bicicletas apoyadas en una pared, casi frente a la verja de una casa.

De repente Daisy, señalando con el dedo una de las casas contiguas dijo:

—Mirad. ¿No sale este humo de una de las chimeneas de esta casa?

—Efectivamente —contestó Fatty.

—Qué casa más fea, fijaros en estas columnas de la puerta principal y en estos balcones de piedra. Debe haber estado deshabitada durante muchos años — opinó Larry.

Fatty se adelantó, dirigiéndose hacia la puerta principal en la que había una placa indicando que la casa estaba en venta y tomó el nombre de la Agencia que intentaba hacer la transacción.

—Paul y Ticking —susurró el muchacho—. No sería mala idea visitar a estos señores y preguntarles algunas peculiaridades de este edificio. Incluso podríamos descubrir que antiguamente se llamaba «Las Yedras».

—Es una buena idea —dijo Bets.

—¿Echamos una ojeada alrededor del edificio, para ver si hay alguien —prosiguió Pip—. Debemos saber si ésta chimenea humeante pertenece al mismo.

—Sí —contestó Fatty—. Iré con Bets, mientras vosotros os quedáis aquí, sin que os vea nadie. Daremos la vuelta por la parte trasera de la casa llamando a «Buster», como si lo hubiéramos perdido. Si hay alguien, es de esperar que salga fuera y cuando dejemos de llamar al perro, lo soltáis para que venga a nuestro encuentro.

—De acuerdo —dijo Larry, cogiendo al perro por el collar. Fatty y Bets se alejaron hacia el lugar indicado, al mismo tiempo que daban un rodeo, llamando constantemente a «Buster». Nuestro protagonista iba dando voces diciendo: ¡«Buster»! ¡«Buster»!, ¿dónde estás? El pobre animal estaba como loco intentando desasirse de Larry para acudir a la llamada de su amo, pero aquél le tenía asido fuertemente por el collar, de tal forma que «Buster» casi se ahogaba cada vez que saltaba cuando oía la llamada de Fatty. Éste a medida que iba avanzando alrededor de la casa, intentaba ver su interior a través de las sucias y destartaladas ventanas. Su aspecto era tan siniestro por dentro como por fuera.

Llegaron a la parte trasera, donde estaba la puerta de la cocina, junto a la cual había ropa tendida, demostración evidente de que alguien vivía en aquella covacha. Fatty llamó la atención de Bets y señaló una chimenea, de la cual sabía humo tal y como había indicado Daisy anteriormente, de manera que la chica había acertado.

—¡«Buster»!, ¡«Buster»! ¿dónde estás perro travieso? —gritó Fatty, llamándole con un fuerte silbido.

Una mujer anciana salió por la puerta de la cocina. Estaba muy delgada y con una expresión de tristeza en su rostro agradable.

—¿Han perdido el perro? —preguntó.

—Estará por ahí —contestó Fatty sin faltar a la verdad—. Espero que no habremos molestado. En realidad, creí que la casa estaba vacía, porque vi el anuncio «En Venta» fijado en la puerta principal.

—Exactamente —dijo la mujer cubriéndose los hombros con un chal—. Somos los guardianes, pero aunque esta casa está deshabitada desde hace muchos años, la Agencia contrató unos guardas debido a que los gitanos y pordioseros entraban en ella continuamente. De esta forma hemos vivido aquí durante quince años y esperamos que no se venda, porque no queremos que nos dejen en la calle.

A todo esto, apareció «Buster» ladrando de alegría al ver a su amo. De acuerdo a las instrucciones recibidas, Larry había soltado el perro al dejar de llamarle Fatty.

—Aquí está su perro —dijo la mujer—. No podía haberse ido muy lejos. A veces desearía tener un perro, pues desde que vivimos aquí, han venido ladrones tres veces; me gustaría saber qué esperaban encontrar en una casa vacía!

Cuando estaban en lo mejor de la conversación, alguien llamó desde el interior, tosiendo dolorosamente, al mismo tiempo.

—Es mi pobre marido —explicó la mujer—. Está enfermo. ¿Puedo rogarles que no se marchen todavía al pueblo, pues tengo que ir a la farmacia a comprar una medicina y no me gustaría dejarle solo a ser posible?

—¡Desde luego que no! Lo mejor será que vayamos nosotros en bicicleta a por la medicina y dentro de un rato estaremos de vuelta con ella —dijo, solícito, Fatty.

—Son ustedes muy amables; voy a buscar una botella— dijo, desapareciendo en el interior de la casa.

—Me pregunto si no se llamarán Smith —comentó Fatty en voz baja.

—No creo. Viven aquí desde hace ya muchos años. ¡Ah! Aquí vuelve nuestra amiga —replicó Bets.

La mujer salió con la botella en la mano y dirigiéndose al muchacho, dijo:

—Aquí tiene este envase y un chelín para pagar la medicina. Pida la misma prescripción de la vez anterior, por favor.

—¿Qué nombre daré? —preguntó Fatty.

—Smith, señor John Smith; el farmacéutico ya lo sabe —contestó.

—Estupendo —exclamó Fatty, al saber que había un tal Smith en aquella casa cubierta casi por completo de yedra. En esto, se fijó detenidamente en Bets y pudo captar perfectamente la sorpresa de la muchacha.

—¡Vámonos, «Buster»! Estaremos de vuelta en diez minutos, señora Smith —dijo Fatty, echando a andar camino adelante.

—Son ustedes muy amables, realmente muy amables —
replicó sonriendo la interpelada, de una manera que la hacía bastante más agraciada de lo que era en realidad.

Fatty y Bets corrieron hacia sus bicicletas con «Buster» pegado a los talones. El chico estaba hecho un verdadero lío con la serie de pensamientos que acudían a su mente ininterrumpidamente. ¿Sería este Smith el que buscaba o, por el contrario, sería otra lamentable equivocación?

A todo esto llegaron donde les esperaban sus compañeros.

—¡Cuánto tiempo esperando! —protestó Larry—. ¿Qué ocurrió?

Fatty les contó de una manera breve lo que había sucedido y al final preguntó:

—¿Qué os parece de unos guardas que llevan quince años al cuidado de la casa y cuyo nombre es Smith?

Bets, que estaba bastante nerviosa después de la entrevista, dijo:

—Vámonos, tenemos que ir a la farmacia.

—¿Por qué diablos hay que ir a la farmacia? —preguntó Pip.

—Os lo contaré por el camino —contestó Fatty. Todos estaban tan interesados en la narración, que volvieron al pueblo pegados alrededor de Fatty, que casi se tocaban unos a otros con los pedales. Sin embargo, llegaron sanos y salvos a la farmacia, donde Fatty entró con la botella en la mano, dispuesto a obtener un poco más de información acerca de los Smith, si la ocasión se terciaba.

—¿Para el señor Smith? —preguntó el farmacéutico, que conocía también a Fatty—. ¿Qué tal está el anciano? Lleva enfermo desde el año pasado; lo mejor que puede hacer es marcharse de esa vieja y sucia casa, porque le conviene vivir en alguna parte cerca del mar; claro está que son más pobres que unas ratas.

—La señora Smith parece una buena mujer —sugirió Fatty—, a su marido no le conozco.

—Es un tipo muy raro —explicó el farmacéutico, mientras escribía sobre una etiqueta—. Es hombre de muy pocas palabras, raramente sale de su casa y cuando su mujer estuvo enferma y no tenía más remedio que venir a la farmacia, casi no hablaba una sola palabra. Creo que no quieren que se venda la casa, puesto que tendrían que buscarse alojamiento en cualquier otra parte, cosa nada fácil actualmente, máxime cuando uno tiene ya muchos años y es pobre.

—¿A quién pertenecía antiguamente Fairlin Hall? —
preguntó Fatty.

—No tengo ni idea —contestó el farmacéutico—. La casa ha estado vacía durante muchos años, cosa que no me extraña, puesto que además de triste y sucia se está cayendo de vieja.

El farmacéutico envolvió la botella y dejándola sobre el mostrador dijo:

—Bueno, ahí tiene la botella —diciendo seguidamente—, un chelín, por favor.

El chico le entregó la moneda.

—Dé muchos recuerdos a la señora Smith de mi parte —
concluyó el hombre.

—Gracias —contestó Fatty, saliendo de la tienda con Bets.

Se reunieron nuevamente con los demás y, como siempre, el muchacho dio nuevas instrucciones:

—Volveremos a Fairlin Hall —explicó— y trataré de obtener más información de la señora Smith. Después iremos a la Agencia, pues tenemos que saber a toda costa si esta casa se llamó alguna vez «Las Yedras», y si así fuera, estaríamos, con toda seguridad, sobre la pista de todo este misterio.

Volvieron de nuevo a la casa y Fatty y Bets la rodearon de nuevo, para llegar a la puerta trasera, esta vez con «Buster» danzando a su lado. La puerta de la cocina estaba cerrada y llamaron con los nudillos.

—Si es la medicina, déjenla junto a la puerta —dijo la señora Smith desde el interior—, mi marido tiene un ataque de tos y no puedo salir en este momento. De todas maneras, muchas gracias.

Fatty dejó la botella donde le habían dicho, un tanto malhumorado por no poder continuar indagando. Se quedó mirando a su alrededor y pudo comprobar que en esta parte del edificio, la limpieza era considerable, las ventanas tenían sus cortinas y hasta los cristales estaban limpios. Junto a la puerta de la cocina, la botella vacía de la leche estaba completamente limpia y en espera de ser recogida por el lechero.

Una vez terminada la inspección se dirigió a Bets, un tanto desalentado.

—Bueno, el señor Smith quizá sea un hombre con nombre falso y un pasado complicado —explicó Fatty, aproximándose al grupo.

Se quedó pensativo y añadió:

—Pero con respecto a esa mujer, no hay nada que objetar, incluso el farmacéutico opinó que era una buena persona. Además le tengo cierta simpatía, ¿y tú, Bets? —preguntó el muchacho.

—Lo mismo; espero que no le pase nada malo al señor Smith, pues su mujer sufriría mucho. Sin duda, el hombre que escribió estas notas no puede ser este señor Smith —dedujo Bets.

—Puede que tengas razón —dijo Fatty—. Ahora debemos hacer una visita a la Agencia.

Mientras decía esto, se originó un fuerte ruido frente a la verja de la casa.

—¿Qué ocurre? —preguntó Fatty, un tanto alarmado.

El muchacho no tardó mucho tiempo en darse cuenta que el motivo del alboroto era nada más y nada menos que el señor Goon en persona, iba montado en su bicicleta, cuando de repente vio a Larry, Daisy, Pip y Ern.

También vio las bicicletas de Fatty y Bets apoyadas al muro, todo lo cual hizo que sintiera una fuerte curiosidad.

Se bajó de la bicicleta pesadamente, después de cerciorarse de que «Buster» no anduviera cerca de sus tobillos y, preguntando a qué se debía que todo el grupo estuviera allí reunido.

—Descansando un poco —dijo Pip—. Subir a Cockers Hill a toda prisa cansa bastante, señor Goon. ¿No le ocurre a usted lo mismo?

—No me gustan las bromas —balbuceó el señor Goon—. ¿Dónde está el gordinflón? ¿A qué ha venido? ¡Ah, ya veo! ¡Otra casa cubierta de yedra! Bueno, no creo que os sirva de mucho, puesto que está vacía.

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