Misterio de los mensajes sorprendentes (19 page)

BOOK: Misterio de los mensajes sorprendentes
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Pero Fatty negó con la cabeza, diciendo:

—No, quiero ir a la floristería antes de que cierren.

—¿Por qué? ¿A comprar otra planta rara? —preguntó Bets, riéndose.

—No, a adquirir un buen ramo de rosas rojas para alguien a quien he ofendido —dijo Fatty, solemnemente—. ¡Mi madre! No puedo soportar ir a casa y ser tratado como un extraño. Mamá está muy dolida conmigo y lo siento enormemente. ¡Hasta mañana! ¡Cuidado no rompáis nada cuando lavéis el juego de té!

CAPÍTULO XX
FATTY INVESTIGA

De acuerdo con la familia Trotteville, Ern se quedó a dormir en el cobertizo de Fatty, pues prefirió esta medida, en vez de volver a su casa; el muchacho tenía una poderosa razón para pensar así, ya que si Fatty decidía ir a Fairlin Hall aquella noche, él iría también sin decírselo, porque lo único que conseguiría sería que Fatty le denegara tal petición; iría por su cuenta, con el solo propósito de procurar que no ocurriese nada malo a su amigo.

«¡Supongamos que esos dos individuos están en la casa! —pensó Ern, preocupado—. Fatty no podría defenderse contra dos hombres, de forma que procuraré que no me vea y estaré atento a cualquier anomalía.»

Así, pues, mientras iba a casa de Fatty, después de la merienda con Pip, Ern hizo sus planes. Dejaría la bicicleta detrás de un arbusto cercano a la casa y así, una vez Fatty se marchara a Fairlin Hall, él podría seguirle. Seguidamente se cercionó de que llevaba la linterna en el bolsillo.

Fatty estaba en su habitación del jardín, reposando sus notas cuando Ern llegó.

—¡Hola, Ern! —dijo—. ¿Rompisteis algo durante la limpieza?

—Nada —contestó el muchacho—; tenías que haberte quedado, jugamos a cartas y Bets ganó casi todas las partidas. ¿Compraste las rosas para tu madre?

—Sí —contestó Fatty—, y mamá estuvo muy contenta. Ya no soy «olvidado» y todo ha quedado solucionado.

—¿Vas a ir a Fairlin Hall esta noche? —preguntó Ern.

—Sí, voy a ir, pero no tú, de manera que no me lo pidas otra vez —contestó—. Si duermes aquí, en el cobertizo, podrías quedarte con «Buster», si no te molesta, ya que a lo mejor se le ocurre ladrar cuando note que marcho sin él.

—Muy bien —dijo Ern, al que le gustaba mucho el pequeño «scottie»—. Me hará compañía.

—Bueno, debo irme para asearme un poco para la cena —dijo Fatty—. Te esperan a cenar en la cocina, Ern; supongo que tendrás oportunidad de recitar algún poema de los tuyos. ¿Por qué no escribes uno ahora?

—¡Oh, no! ¡No puedo hacerlo con tanta prisa! —contestó el muchacho—. Necesito semanas para conseguir un par de líneas.

—¡Rábanos! —explicó Fatty—, recuerda lo que te dije, «deja suelta la lengua» y ¡lo conseguirás! ¡Lo conseguirás! Piensa en un buen principio, Ern, y luego ¡allá va!

Fatty se marchó, dejando a Ern preocupado y repasando su libreta de «posías», como decía el muchacho. ¡Si por lo menos se le ocurriera algo con la misma rapidez de Fatty! Podría ponerse en pie después de cenar y recitar una nueva poesía.

—Bueno, probaré una vez más —dijo valientemente, al tiempo que se levantó. Tuvo cierta dificultad en dejar la lengua «suelta», y pensó en un buen principio.

—Érase una vez un pobre ratón...

El muchacho movía su lengua desesperadamente, esperando que la siguiente línea acudiría a ella tal como le ocurría a Fatty cuando hacía versos. Titubeó y volvió a, intentarlo.

—Érase una vez un pobre ratón... érase una vez un pobre ratón...

—¡Rábanos fritos! —exclamó el pobre chico—. La lengua de Fatty debe ser diferente que la mía.

Pensando en eso, y por asociación de ideas, añadió:

—¿Qué habrá para cenar esta noche?

A las diez de la noche, Fatty dio las buenas noches a sus padres y se fue a la cama. Esperó una media hora y les oyó hacer lo mismo instantes después. La luz se apagó. Rápidamente se puso su abrigo y bajó las escaleras sigilosamente con «Buster» pegado a sus talones; el perro movía la cola muy contento. ¡Un paseo y a estas horas!

Nevaba un poco cuando Fatty se dirigió a su choza, llamando a la puerta muy débilmente. Ern abrió la misma.

—¡Dios mío, no te vas a desnudar, Ern! —exclamó Fatty, sorprendido—; te dejé un pijama, ¿no?

—No tengo sueño todavía —dijo Ern, sin faltar a la verdad—. ¡Hola, «Buster»! ¡Ven aquí, ven aquí!

El perro se le acercó dócilmente y el muchacho dijo:

—Buena suerte, Fatty.

—Gracias, ahora me voy —contestó su amigo, y saliendo de la estancia continuó a lo largo del caminito donde los copos de nieve brillaban muy blancos a la luz de su linterna.

Ern esperó unos segundos, con el abrigo puesto, y después salió sin hacer ruido, pero «Buster», que no se resignaba a quedarse sin su paseo, empezó a ladrar sin contemplaciones, pues no consentía que tanto Fatty primero, como Ern ahora, le dejasen abandonado.

—¡Buf! —exclamó el sobrino de Goon—. ¡Espero que no despierte a nadie, menos mal que esta covacha está un poco apartada de la casa!

Corrió a lo largo del camino del jardín, siguiendo después a la verja que daba a la calle, viendo por un instante a Fatty al pasar debajo de un farol, ya bastante lejos; entonces continuó acelerando el paso sin hacer ruido al pisar la nieve que cubría el camino.

Fatty no tenía idea de que Ern le siguiera, pues iba preocupado solamente con sus ideas sobre el sótano, la cocina, las cañerías que goteaban, la carbonera, etc., y las posibilidades de esconder algo en estos lugares. El muchacho comprobó que llevaba consigo la llave de la cocina, sin dejar de pensar cada vez más en la carbonera, pues creía que ofrecía amplias posibilidades para esconder aquellos diamantes.

Ern iba detrás de Fatty estudiando los más mínimos pasos de su amigo. Éste pasó por delante de la casa muy despacio para comprobar si había luz en ella. Ern vigilaba sus movimientos desde la esquina, escondido al amparo de la oscuridad.

Fatty no vio luz alguna, aunque desde luego era imposible verla, puesto que la compañía eléctrica había desconectado el cable de conducción hacía muchos años. Si en realidad los dos hombres estaban en la casa, tendrían que utilizar linternas, porque los Smith tenían, por toda luz, una lámpara de aceite en la cocina, a falta de gas y electricidad.

«Esta gente se instalará en la casa, lo más tarde, durante la próxima semana —pensó Fatty—, no creo que la compren en realidad, lo que intentan es encontrar los diamantes que robaron hace tanto tiempo, para luego marcharse. De todas maneras, tienen las llaves y pueden entrar en cualquier momento.»

Llegó muy quedamente a la puerta de la cocina, dejando de hacer suposiciones; la abrió, dejándola de esta manera por si llegaba el caso de tener que salir corriendo. Cruzó la cocina de puntillas, dirigiéndose a la puerta que comunicaba con el vestíbulo, la abrió también y se quedó quieto par ver si oía algún ruido, pero no percibió nada.

Entonces se quitó los zapatos y continuó avanzando en la espesa oscuridad hasta el pie de la escalera que daba acceso al piso superior. No se veía luz en ningún sitio y tampoco se oía ningún ruido.

«¡Casi puedo oír el silencio! —pensó—, bueno, decididamente no hay nadie. Examinaré la carbonera que supongo estará en el patio, pues no recuerdo haberla visto en la cocina cuando estuve con los Smith.»

Nuevamente se puso los zapatos, y de puntillas otra vez, atravesó el vestíbulo y la cocina hasta salir al patio sin sospechar que su compañero estaba escondido e inmóvil como una estatua a la sombra de unos arbustos, muy cerca de él; en cambio Ern se dio cuenta de todos sus pasos gracias a la linterna de Trotteville, así es que vio perfectamente cómo se dirigía a la carbonera.

Ésta estaba cubierta por una verja enorme, que hacía las veces de puerta. Nuestro hombre levantó el picaporte y comenzó a descender por una escalera de madera, dándose cuenta en seguida de las enormes dimensiones del recinto, motivo por el cual, pensó que más que una carbonera parecía un refugio.

Como la escalera estaba en pésimas condiciones, tal y como la señora Smith dijera a Ern, decidió no seguir bajando más y examinar la mencionada carbonera desde su posición actual, iluminándola con su linterna.

Enfocó el final de la escalera y seguidamente el rayo de luz iluminó uno por uno todos los rincones de la pieza. Las cuatro paredes estaban completamente vacías y en el suelo sólo se veía un poco de carbón, insuficiente a todas luces para esconder unas joyas. De modo que, rápidamente, llegó a la conclusión de que era imposible que hubieran ocultado los diamantes en aquel lugar.

Fatty regresó a la casa e iluminó la chimenea de la cocina.

«¿Podía existir algún escondrijo en ella? —se preguntó—. No, probablemente no.»

De pronto oyó un ruido y se paró a escuchar. ¿Qué podría ser? ¿Tal vez alguien abriendo la puerta principal? El corazón de Fatty empezó a latir apresuradamente. Si eran los ladrones de diamantes probablemente irían a la cocina para iniciar la búsqueda. Así es que apagó la linterna y estuvo quieto, apoyado en la pared del pequeño baño, aguzando el oído.

Inesperadamente, algo rozó sus cabellos, haciendo que empezara a perder el control de sus nervios. Era una sensación parecida a la que produce una araña posándose sobre la cabeza. Volvió a pasarle lo mismo, simplemente un roce suave sobre el pelo y seguidamente se llevó la mano a la cabeza, comprobando que eran sólo gotas de agua.

«Pierde por esta junta —pensó el chico, mirando la unión de dos cañerías—. ¡Por poco me hace gritar!»

Levantó la mano hasta tocar la juntura y comprobó que la conexión de las dos tuberías se movía, motivando la pérdida de agua. Súbitamente pasó una idea por su mente, una idea que le cortó la respiración. ¿Podría ser...? ¡No, no podía ser cierto lo que estaba pensando!

Su mano temblaba un poco mientras iluminaba esta parte de la tubería. ¿Por qué tenía que haber allí la unión de dos cañerías, reforzadas con un tubo de hierro? ¿Habrían cortado intencionadamente la conducción del agua para esconder algo dentro del tubo y unir luego las cañerías con otro tubo de hierro?

Fatty observó durante unos segundos la parte inferior del tubo mientras percibía el tenue chasquido de cada gota de agua desparramándose fuera. Recordó que la señora Smith comentó que el agua del grifo salía con muy poca presión y que el caudal era muy pobre, ¡hasta tal punto que no caía agua suficiente para templar el baño! Seguro que se debía a una obturación en la cañería por algún cuerpo extraño, ¿obstruida quizá por diamantes?

El muchacho enfocó nuevamente la juntura y comprobó que este trabajo no tenía un acabado tan perfecto como las demás conexiones del resto de las tuberías, cosa que le produjo una excitación de alegría.

«¡Me parece que di con ello! —pensó para sí—. Realmente creo que no me equivoco. ¡Palabra, que si Wilfrid Hasterley ocultó los diamantes aquí, era un mago! Supongo que pondría los más grandes en primer lugar para que no pudieran ser arrastrados por el agua más allá de la estrechez de la cañería.»

No se percibía sonido alguno, creyendo ciertamente que se había equivocado al pensar que había entrado alguien en la casa. ¡Hubiera oído otros ruidos, después de los primeros!

Se quedó pensativo, haciendo cábalas sobre dónde estaría colocada la llave principal del paso del agua, con la idea de cerrarla y una vez hecho esto, intentar separar las dos cañerías por la mencionada juntura y ver el resultado.

«Pero, ¿dónde estaba la llave de paso? —se preguntó—. No es hora de pasearse por esta casa arriba y abajo en busca de ella, de modo que me iré a la mía y mañana me pondré en contacto con el superintendente, ¡aunque tenga que telefonearle al otro mundo!»

Salió silenciosamente del reducido cuarto de baño alumbrándose con la linterna cuando, ¡tuvo el susto más grande de su vida! Alguien saltó sobre él desde un rincón, agarrándole tan fuertemente que ni siquiera pudo moverse!

Le enfocaron con una linterna y una voz exclamó:

—¡El chico gordinflón! ¿Por qué estás aquí otra vez? ¿Qué buscas? ¡Vamos, desembucha o lo pasarás muy mal!

El muchacho pudo ver a los dos hombres. ¡Rábanos fritos! ¡Qué asno había sido al no comprobar los ruidos que oyera!

Empezó a chillar con todas sus fuerzas.

—¡Dejadme! ¡Socorro! ¡Dejadme!

—Nadie te va a oír —dijo uno de los hombres—. ¡Cállate! ¡Cállate!

CAPÍTULO XXI
ERN ACTÚA OPORTUNAMENTE

Pero alguien oyó a Fatty, desde luego. A Ern, que todavía estaba escondido en la oscuridad de un arbusto, se le puso la carne de gallina al oír chillar a su compañero.

«¡Le han cogido; alguien que estaba en la casa le ha atrapado! —pensó, temblando de pies a cabeza—. ¿Qué podría hacer? Si entro me cogerán también. ¡Oh, Fatty, ¿qué haré para ayudarte?»

Salió de su escondite y se acercó a la puerta de la cocina y desde allí pudo oír perfectamente la lucha sostenida por Fatty, que trataba a toda costa de dar un puntapié en las espinillas de los dos hombres; también pudo oír los quejidos de Fatty, al que pegaban sin consideración.

—¡Dejadme! ¡Oh, bruto! ¡Fuera! —gritaba el muchacho.

Ern estaba angustiado y tenía deseos de ir en su ayuda, pero, ¿de qué serviría si les atrapaban a los dos? ¡Pobre Fatty! Agudizó el oído intentando enterarse de lo que estaba diciendo uno de los hombres.

—Enciérralo en esta alacena —dijo—. ¡Es duro de roer! ¡Pégale un puñetazo en la cabeza!

—No, porque no estoy dispuesto a que me metan otra vez en la cárcel! —contestó el segundo.

El otro, bastante malhumorado al no poder llevar a cabo sus aviesas intenciones, empujó tan violentamente a Fatty, que éste chocó con una estantería dándose un golpe tan fuerte en la cabeza que perdió el conocimiento al tiempo que se produjo un ruido tremendo de escobas, cubos y botellas, después del cual, reinó un absoluto silencio, de manera que Ern ya no volvió a oír a su amigo.

—Cierra la puerta —dijo una de las voces—, se ha quedado un poco atontado por el golpe. ¡Maldita sea!, me ha dado una patada tan fuerte que casi me rompe una pierna. Ahora vamos a continuar buscando estas piedras preciosas. ¡Tienen que estar aquí en alguna parte!

Mientras tanto el corazón de Ern latía tan fuertemente que tenía la impresión de que estos hombres podían oírlo; permaneció quieto viendo cómo las linternas de los intrusos apuntaban aquí y allí, en busca del escondite de los diamantes. No se oía a Fatty ni siquiera un gemido, así es que empezó a perder la calma.

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