Misterio de los anónimos (7 page)

BOOK: Misterio de los anónimos
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Al cabo de media hora Larry, Daisy, Bets y Pip estaban con Fatty en la esquina, cerca de la casa del viejo Ahuyentador con los bocadillos y los regalos para Gladys. Goon no había dado señales de vida.

Pero al cabo de diez minutos, Larry, que estaba de guardia, lanzó un silbido. Era la señal de que Goon salía de su casa. Iba en su bicicleta, y su figura rechoncha de piernas cortas resultaba aún más grotesca en aquella postura, y sus enormes botas apoyadas sobre los pedales les hacían parecer extraordinariamente pequeños.

Había tomado el camino que llevaba al río.

—¡Puede que lo cruce en el vaporcito! —jadeó Fatty pedaleando furiosamente—. ¡Vamos! No doblemos la esquina todos al mismo tiempo para que no nos descubra. Yo siempre iré el primero.

Pero por desgracia el señor Goon había bajado a la orilla del río sólo para dejar un recado al granjero que allí vivía. Le encontró en el campo y le dio el mensaje de viva voz, volviendo luego rápidamente a su bicicleta para subir de nuevo la colina. Dobló la esquina a toda velocidad y se encontró de repente en el centro de los cinco Pesquisidores.

Se cayó al suelo con gran estrépito. Los niños se apearon tratando de ayudarle, mientras «Buster», saltando fuera de su cesta, ladraba alegremente.

—¿Se ha hecho usted daño, señor Goon? —le preguntó Fatty, cortés—. Venga, deje que le ayude.

—¡Dejadme en paz! —replicó el señor Goon de mal talante—. ¡Ir los cinco en hilera por un camino tan estrecho! ¿Qué os proponíais?

—Cuánto lo siento, señor Goon —dijo Fatty, y Pip tuvo que contener la risa. ¡El viejo Ahuyentador estaba tan gracioso tratando de librarse de su bicicleta!

—Sí, reíros, tenéis un valor —gruñó el señor Goon—. Ya os arrepentiréis, de eso me encargo yo. Esta mañana iré a ver a vuestra madre para quejarme de vosotros. Voy a ir ahora mismo.

Fatty cepilló la espalda del señor Goon con tal vigor que el policía se apartó de un salto.

—Está usted completamente cubierto de polvo, señor Goon —le dijo Fatty—. No puede ir así a casa de la señora Hilton. ¡Sólo unas cuantas sacudidas más y estará usted limpio!

—¡Aguarda a que tú recibas las sacudidas que «te» mereces! —dijo el señor Goon volviendo a ponerse el casco con fuerza—. ¡En mi vida he visto unos niños como vosotros! ¡En donde aparecéis no hay más que complicaciones! ¡Bah!

Y se alejó dejando a los niños de pie junto a sus bicicletas.

—Bueno, ha sido mala suerte el tropezar con él de esta manera —dijo Fatty—. No quería que hoy viera a ninguno de vosotros. No quiero que sospeche que le seguimos. Dejadme pensar... ahora va a ver a tu madre para que le entregue esas cosas para Gladys, Pip. No cabe la menor duda. Así que lo que tenemos que hacer es esperarle en alguna parte y entonces seguirle cautelosamente.

—Vayamos todos a la esquina de la iglesia —dijo Pip—. No tiene más remedio que pasar por allí vaya donde vaya. ¡Vamos!

Así que allí se fueron, escondiéndose tras unos árboles en espera de que el viejo Ahuyentador tomara el camino de la casa de Gladys.

CAPÍTULO VIII
CHARLANDO CON LA POBRE GLADYS

Al cabo de media hora llegó el señor Goon en su bicicleta y pasó junto a los niños escondidos sin verles.

—¡Ahora escuchadme! —dijo Fatty—. Es inútil que le persigamos en grupo porque en seguida nos descubriría. Yo iré primero y os llevaré una buena delantera, y vosotros me seguís, ¿comprendido? Si tengo que tomar algún otro camino os lo haré saber arrojando una hoja de mi librito de notas.

—Hoy hace viento. Será mejor que te bajes de la bicicleta y señales con tiza en los indicadores cuál es el camino que has tomado —le dijo Pip—. El papel podría volar. ¿Llevas tiza, Fatty?

—¡Pues claro! —replicó Fatty sacando un pedazo de sus bien surtidos bolsillos—. Sí, es una idea mejor que la mía. ¡Bien por ti, Pip! Bueno, ahora saldré delante de vosotros. Mirad, ahí se ve al viejo Ahuyentador subiendo lentamente la colina en la distancia. Parece como si fuera a tomar la carretera principal.

Fatty se alejó silbando, y los otros aguardaron un poco antes de salir tras él. Era fácil distinguirle en el campo abierto, pero pronto llegaron a una bifurcación y Fatty había desaparecido de su vista.

—¡Ahí está su señal hecha con tiza! —exclamó Daisy, cuyos ojos despiertos habían descubierto la marca en uno de los caminos—. ¡Es por aquí!

Siguieron adelante. Ahora veían a Fatty muy raramente, ya que él y el señor Goon habían abandonado la carretera principal y avanzaban por caminos estrechos y zigzagueantes, pero en cada recodo dudoso encontraban su inconfundible señal.

—Esto es muy divertido —dijo Bets, a quien le encantaba buscar aquellas flechas blancas—. ¡Pero, pobre de mí, ojalá no sea muy lejos!

—Parece como si Gladys viviese en Haydock Heth —les dijo Larry—. Esta carretera conduce allí. Mirad, ahora viene una subida. ¡Arriba! Apuesto a que Fatty la encontrará muy pesada llevando a «Buster» en la cesta. «Buster» parece como si pesara muchísimo más cuando va en la cesta de la bicicleta.

En la cima de la colina, junto a un recodo, les aguardaba Fatty, al parecer muy excitado.

—¡Ha entrado en la última de esas casas! —exclamó—. Y mirad qué suerte... hay un letrero que dice «Refrescos» en la ventana. Eso significa que venden limonadas y coca-colas, de manera que tenemos muy buena excusa para entrar cuando el viejo Ahuyentador se haya marchado.

—Será mejor que nos metamos por ese camino, ¿no os parece? —dijo Larry—. Quiero decir... ¡que si el viejo Ahuyentador sale de repente nos verá!

De manera que llevaron sus bicicletas a un caminito tortuoso cuyos árboles eran tan espesos que formaban como un túnel verde sobre sus cabezas.

—Dejemos que «Buster» corretee un poco —dijo Fatty sacándole de la cesta, pero por desgracia en aquel momento pasaba un gato por el camino, que acababa de salir repentinamente del seto, y «Buster» emprendió rápidamente su persecución ladrando con alboroto. Los gatos y los conejos le entusiasmaban.

El gato, al ver a «Buster», decidió actuar rápidamente, y salió disparado saltando la tapia del jardín posterior de la casa en la que entrara el señor Goon. «Buster» trató de saltar a su vez sin conseguirlo..., pero haciendo uso de su inteligencia, decidió que debía haber otra entrada y fue hacia la puerta principal.

Entonces se armó tal algarabía de ladridos y aullidos, mezclado con el cacareo de gallinas asustadas, que los niños quedaron como petrificados. ¡Y allí salieron el señor Goon con una mujer de nariz aguileña... y Gladys!

—¡Largo de aquí! —le gritaba el señor Goon a «Buster»—. ¡Perro malo! ¡Lárgate!

Con un ladrido de alegría «Buster» se abalanzó sobre los tobillos del policía mordisqueándolos juguetonamente. El señor Goon le propinó una patada que le hizo huir aullando.

—¡Es el perro de ese niño! ¡Márchate! ¿Qué estará haciendo aquí? ¿Es que ese niño Federico Trotteville ha estado enredando por aquí?

—Esta mañana no ha venido nadie más que usted—respondió Gladys—. Oh, señor Goon, y no pegue al perro de esa manera. No le ha hecho daño.

Era evidente que «Buster» estaba dispuesto a morder y Fatty, muy contrariado por tener que descubrirse, vióse obligado a montar en su bicicleta y llegarse hasta allí para llamar a «Buster».

—¡Eh, «Buster»! ¡Ven aquí!

El señor Goon se volvió dirigiendo a Fatty una mirada que hubiera acobardado a un león, pero que dejó impasible a Fatty.

—¡Vaya, señor Goon! —exclamó quitándose la gorra con toda cortesía—. ¡Qué casualidad «encontrarle» aquí! ¿También ha venido a dar un paseo en bicicleta? Hace un día espléndido, ¿no es cierto?

El señor Goon casi estalla.

—¿Y qué es lo que estás haciendo «tú» aquí? —le preguntó—. Explícamelo.

—Por el momento todo lo que he hecho es dar un bonito paseo en bicicleta —replicó Fatty alegremente—. ¿Y qué es lo que hace «usted» aquí, señor Goon? ¿Tomando un Coca-Cola? He visto un letrero en la ventana. Yo también voy a beber algo. Hoy hace mucho calor.

Y, ante el regocijo de los otros niños y la contrariedad del señor Goon, Fatty avanzó por el sendero del jardín delantero y entró en la casa. En el interior había una mesa pequeña en la que la gente podía sentarse para tomar sus refrescos. Fatty así lo hizo.

—Lárgate de aquí —le ordenó el señor Goon—. Yo estoy aquí por mi trabajo, ¿comprendes? Y no voy a consentir que me moleste un entrometido como tú. Yo «sé» para qué has venido aquí... para investigar... y para tratar de descubrir pistas y convertirte en un estorbo enojoso como siempre.

—Oh, eso me recuerda... —dijo Fatty empezando a registrar sus bolsillos con mirada grave—. ¿No dijimos que intercambiaríamos nuestras pistas, señor Goon? Dónde habré puesto ese...

—¡Como vuelvas a sacar esa rata blanca te desollaré vivo! —rugió el señor Goon, cuyos dedos estaban deseando dar papirotazos en las orejas de Fatty.

—Esa rata blanca no era ninguna pista después de todo —dijo Fatty en tono serio—. Me equivoqué. Debe ser una pista de otro caso del que me ocupo. Espere un poco... ¡oh, esto debe ser una pista!

Y sacando de su bolsillo una pinza de tender la ropa se la quedó mirando con aire grave. ¡El señor Goon, completamente fuera de sí, se la arrebató bruscamente y arrojándola al suelo la pisoteó! Luego, cuando estaba a punto de estallar, cogió su bicicleta por el manillar y se volvió a Gladys y la otra mujer.

—Ahora no olviden lo que les he dicho. Y comuníquenme cualquier cosa que ocurra. ¡Y no hablen con nadie de este asunto... son mis órdenes estrictas!

Y se alejó tratando de conservar una postura digna, pero por desgracia «Buster» corrió tras él, saltándole a los tobillos, de manera que el miedo lo hizo encorvarse y apresurar el paso. En cuanto se hubo marchado los niños rodearon a Fatty riendo.

—¡Oh, Fatty! ¿Cómo has podido? ¡Uno de estos días el viejo Ahuyentador te matará!

—¡Gladys! ¡Cuánto he «sentido» que te fueras! ¡Vuelve pronto! ¡Mira lo que te he traído!

La tía de nariz aguileña hizo un gesto de impaciencia.

—¡Esta mañana no voy a poder ir a comprar! —exclamó—. Voy a irme ahora mismo, Gladys. Procura que la comida esté a su debido tiempo... y haz caso de lo que te ha dicho ese policía.

Y ante el alivio de los niños, se puso su sombrero viejo y un echarpe y desapareció por el camino caminando de prisa. Se alegraron de verla marchar porque parecía tener muy mal genio. Rodearon a Gladys, quien sonreía por la alegría de verles.

—¡Gladys! Sabemos que ha ocurrido algo que te hace sentirte desgraciada —dijo la pequeña Bets poniendo una bolsa de caramelos en la mano de la muchacha—. Y hemos venido para decirte que lo sentimos y para traerte unas chucherías. ¡Y por favor, vuelve, vuelve!

Gladys parecía muy conmovida y les llevó al interior de la casa donde les sirvió unos refrescos

—Sois muy amables —les dijo llorosa—. Las cosas se han puesto difíciles... y a mi tía no le ha hecho mucha gracia mi regreso pero no puedo continuar viviendo en Peterswood cuando sé que... que... que...

—¿Que qué? —le dijo Fatty para ayudarla.

—No quieren que hable de ello —replicó Gladys.

—Bueno... sólo somos niños. No importa que «nos» lo digas —intervino Bets—. Todos te queremos, Gladys. Explícanoslo. ¡Vaya, nunca se sabe, puede que podamos ayudarte!

—Nadie puede ayudarme —exclamó Gladys mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Comenzó a desempaquetar las cosas que le habían llevado... caramelos, chocolate, un broche con la letra G, y dos pañuelitos. Ella pareció emocionarse mucho.

—Qué buenos sois —dijo—. Dios sabe cuánto necesito ahora un poco de simpatía.

—¿Por qué? —le preguntó Daisy—. ¿Qué ha ocurrido? Cuéntanoslo, Gladys. Te hará bien desahogarte con alguien.

—Pues ocurre lo siguiente —dijo Gladys—. Una vez hice algo malo de lo que me avergüenzo, ¿entendéis? Y tuve que ir a un reformatorio para que me enseñaran a comportarme bien. Era un reformatorio muy bonito, me gustaba mucho y nunca volví a hacer nada malo. Bien, salí de allí y encontré trabajo... con su madre, señorito Pip, ¡y lo feliz que era yo trabajando, todos me trataban bien y yo ya me olvidaba de los malos tiempos!

—¿Sí? —dijo Fatty cuando Gladys hizo una pausa—. Continúa, Gladys. No te detengas.

—Entonces... entonces... —comenzó Gladys deshaciéndose en lágrimas—. Alguien me envió una carta diciéndome: «Sabemos que eres una mala persona y no debieras estar entre gente decente. ¡Márchate o te denunciaremos!»

—¡Qué vergüenza! —exclamó Fatty—. ¿Quién envió la carta?

—Eso no lo sé —replicó Gladys—. Estaba todo escrito con letras mayúsculas. Bueno, estaba tan disgustada que me eché a llorar delante de la señora Luna; ella me cogió la carta, y la leyó, y dijo que debía enseñársela a su madre, señorito Pip, y contárselo... pero yo no quería por temor a perder mi empleo. Pero ella me dijo: «Sí, ve, la señora Hilton lo arreglará todo». Así que fui, pero estaba tan trastornada que no pude pronunciar palabra.

—¡Pobre Gladys! —exclamó Daisy—. Pero estoy segura que la mamá de Pip fue amable contigo.

—Oh, sí... y le contrarió mucho una carta tan cruel —dijo Gladys enjugándose los ojos—. Y me dijo que podía marcharme dos o tres días a casa de mi tía para reponerme, mientras ella hacía averiguaciones para descubrir quién había escrito la carta... y evitar que hablaran de mí; así que aproveché la oportunidad, pero a mi tía no le agradó mucho verme.

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