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Authors: Hal Clement

Tags: #Ciencia Ficción

Misión de gravedad (25 page)

BOOK: Misión de gravedad
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Barlennan expuso esta idea al grupo. Dondragmer señaló que, por la experiencia pasada, era posible que aun así se desviaran en exceso hacia un lado, pues no habría manera de realizar correcciones ante errores acumulados, como habían hecho con los terrícolas; el hecho de que la voz del vigía no resonara en dirección exactamente opuesta al sol no significaría nada en aquel paraje lleno de ecos. Sin embargo, admitió que era la idea más viable y que presentaba muchas probabilidades de conducirlos a su destino. Se escogió a un marinero, pues, para que actuara como vigía, y se reanudó el viaje en esa nueva dirección.

Ninguno de ellos se consideraba aún experimentado en viajes terrestres como para calcular con precisión la distancia recorrida, y todos estaban habituados a tardar mas de lo previsto; el grupo, pues, recibió una grata sorpresa cuándo un cambio en el paisaje rompió la monotonía del desierto de piedra. No era exactamente el cambio que habían esperado, pero aun así les llamó la atención.

Estaba justo frente a ellos, y por un instante algunos se preguntaron si por alguna razón incomprensible habrían andado en círculos. Una larga pendiente de tierra y canto rodado se extendía entre las rocas. Era casi tan alta como la rampa que habían construido para el puesto de observación, pero, al aproximarse, vieron que se extendía mucho más lejos a ambos lados. Cubría los pedrejones como una ola oceánica petrificada; aun los mesklinitas, nada habituados a los cráteres de explosiones o meteoritos, veían que el material había saltado desde mas allá de la pendiente. Barlennan, que había visto aterrizar varias veces los cohetes de Toorey, comprendió la causa de ello incluso antes de que la partida llegara a la loma. En líneas generales, su suposición era correcta, aunque se equivocaba en los detalles.

El cohete se erguía en el centro de la oquedad cóncava que había cavado con el feroz chorro de las toberas. Barlennan recordó la nieve que se arremolinaba cuando el cohete de carga descendía cerca de la colina de Lackland. La potencia utilizada aquí para que esa máquina se posara debía de ser mucho mayor, a pesar de que la nave fuera mucho más pequeña. No había rocas grandes alrededor; solo algunas amontonadas en los costados del cuenco. El interior del terreno estaba libre de guijarros; el proyectil había horadado el suelo, de modo que de sus seis metros de longitud solo un par asomaban sobre las rocas que cubrían la planicie.

El diámetro de la base era casi tan grande como la altura, y no variaba durante dos tercios de la longitud. Esa parte, explicó Lackland cuando instalaron el visor ante el cráter, era la que albergaba el motor.

La parte superior de la máquina presentaba forma de huso y finalizaba en una punta roma; allí se encontraba el instrumental que representaba tan tremenda inversión en tiempo, esfuerzo intelectual y dinero por parte de muchos mundos. Había una serie de aberturas, pues no se habían molestado en hacer compartimentos herméticos. Los instrumentos que debían funcionar en el vacío o en una atmósfera especial estaban sellados individualmente.

—Dijiste una vez, cuando aquella explosión estropeó el tanque, que aquí debía de haber ocurrido algo similar —dijo Barlennan—. No veo indicios de ello; además, si los orificios que veo estaban abiertos cuando aterrizó, ¿cómo pudo el oxígeno causar una explosión? Me dijiste que entre los mundos no había aire, y que el que hubiera escaparía por cualquier orificio.

Rosten intervino antes de que Lackland pudiera responder. El y el resto del grupo estaban examinando el cohete en las pantallas.

—Barl tiene razón. Lo que causó el problema no fue una explosión de oxígeno. No sé que fue. Tendremos que estar alerta cuando entremos, con la esperanza de hallar el problema… De todos modos, no es algo crucial, salvo para quienes deseen construir otro artefacto similar. Propongo que nos pongamos a trabajar; me acosa una horda de físicos ávidos de información. Es una suerte que hayan encomendado esta expedición a un biólogo; a partir de ahora, ningún físico tendrá tiempo libre.

—Tus científicos tendrán que armarse de paciencia —exclamó Barlennan—. Pareces haber olvidado algo.

—¿Qué?

—Ninguno de los instrumentos que quieres que ponga ante la lente de tu visor está a menos de dos metros del suelo; todos se encuentran entre paredes metálicas que sospecho nos resultará difícil de arrancar mediante la fuerza bruta, por blandos que parezcan vuestros metales.

—Tienes razón. Hay que volarlo. La segunda parte es fácil; casi todas las láminas externas están compuestas por paneles fáciles de extraer, y podemos mostrarte sin dificultad como hacerlo. En cuanto al resto… Hum… No tenéis escalerillas, y aunque las tuvierais, no podríais usarlas. Vuestro ascensor presenta el ligero inconveniente de que una cuadrilla debe instalarlo primero en la parte de arriba. Me temo que estoy atascado por ahora. Pero ya pensaremos en algo; hemos llegado demasiado lejos para desistir.

—Sugiero que te tomes desde ahora hasta que mi marinero llegue desde el puesto de observación para pensar. Si no tienes una idea mejor para entonces, pondremos en práctica la mía.

—¿Qué? ¿Tienes una idea?

—Claro. Llegamos a la cima de esa roca desde la cual vimos el cohete. ¿Por qué no utilizar aquí el mismo método?

Rosten calló medio minuto; Lackland sospechó que se estaba reprochando su torpeza.

—Solo lo veo posible por un sitio —dijo al fin—, pero os costará mas trabajo apilar las rocas. El cohete es tres veces más alto que la roca donde construisteis la rampa, aparte de que tendréis que levantarla en derredor, y no en un solo lado.

—¿Por qué no podemos hacer una rampa en un lado, hasta el nivel de los instrumentos que os interesan? Una vez allí, nos sería posible subir el resto del camino por dentro, como hacéis en los otros cohetes.

—Por dos razones. La más importante es que no podréis trepar por dentro; el cohete no fue construido para transportar tripulantes, y no hay comunicación entre las secciones. La maquinaria está construida para ofrecer acceso desde el exterior del casco, en el nivel adecuado. Además, no podéis comenzar por los niveles inferiores; aún suponiendo que fuerais capaces de levantar las tapas de acceso, dudo que pudieseis colocarlas de nuevo en su sitio cuando terminarais con una sección. Eso significa que las tapas permanecerían alrededor del casco conforme fuerais pasando a niveles superiores, y me temo que abajo no quedaría metal suficiente para soportar las secciones de arriba. La punta del cono podría derrumbarse. Esas escotillas de acceso ocupan la mayor parte de la capa externa, y tienen grosor para aguantar mucha carga vertical. Quizás el diseño sea deficiente, pero recuerda que esperábamos abrirlas en el espacio exterior, sin ningún peso.

»Me temo que tendréis que enterrar el cohete por completo, hasta el nivel mas alto que contenga instrumental, y luego cavar hacía abajo. Quizá sea aconsejable extraer la maquinaria de cada sector a medida que termináis; eso reducirá la carga al mínimo. A fin de cuentas, sólo quedará un esqueleto de aspecto frágil cuando saquéis todas esas láminas, y prefiero no imaginar qué le ocurriría soportando el peso de todo el instrumental bajo setecientas gravedades.

—Entiendo. —Barlennan tardó un rato en continuar—. ¿No se te ocurre otra alternativa? La que has expuesto implica, como bien señalas, una ardua labor.

—De momento, no. Seguiremos tu recomendación y pensaremos hasta que el vigía llegue desde el puesto de observación. Sin embargo, sospechó que trabajamos con una gran desventaja. Me parece improbable que se nos ocurra una solución que no exija la utilización de máquinas que no podemos hacerte llegar.

El sol continuó surcando el cielo a poco mas de veinte grados por minuto. Hacía rato que habían llamado al vigía para anunciarle el descubrimiento, y supuestamente ya estaba en camino. Los marineros se dedicaron a descansar y a distraerse; todos descendieron por la suave pendiente de la zanja que habían cavado las toberas, para examinar el cohete de cerca. Eran demasiado inteligentes para atribuir esta operación a la magia, pero aun así los sobrecogía. No entendían los principios operativos, aunque podrían haber intuido algo si Lackland se hubiera preguntado por qué una raza que no respiraba podía hablar en voz alta. Los mesklinitas poseían una disposición de sifón bien desarrollada, semejante a la de los cefalópodos terrícolas, pues sus ancestros anfibios la habían empleado para nadar a gran velocidad; les servía como fuelle para cada conjunto de cuerdas vocales terrícolas, pero aun podían usarla para su función original. La naturaleza los había dotado bien para comprender el principio del cohete.

La falta de comprensión no era lo único que suscitaba el respeto de los marineros. Los miembros de esa raza construían ciudades y se consideraban buenos ingenieros; pero las murallas más altas que habían levantado se elevaban a ocho centímetros del suelo. Los edificios de varios pisos, y los techos que no consistieran en paños de tela, chocaban violentamente contra su instintivo temor a tener materiales sólidos encima. Las experiencias de este grupo habían contribuido a transformar esa actitud de temor irracional en un respeto inteligente por el peso, pero el hábito persistía. El cohete era ochenta veces mas alto que cualquier estructura artificial que hubiera creado esa raza; así pues, era inevitable que la contemplaran con veneración.

Cuando llegó el vigía, Barlennan regresó a la radio, pero no había surgido ninguna idea mejor, cosa que no le sorprendió. Desechó las disculpas de Rosten y se puso a trabajar con sus tripulantes. Los observadores ni siquiera sospechaban la posibilidad de que su agente tuviera ideas propias sobre el cohete.

Extrañamente, la tarea no fue tan dura ni tan prolongada como todos habían esperado. La razón era simple; la roca y la tierra arrancadas por las toberas estaban flojas, pues el aire tenue de la meseta no las apisonaba. Un ser humano, utilizando el anulador de gravedad que los científicos esperaban desarrollar mediante los conocimientos escondidos en el cohete, no habría podido clavar una pala, pues la gravedad era un buen agente de apisonamiento; estaba floja solo según las pautas mesklinitas. Grandes terrones resbalaban por la pendiente interior de la fosa hasta la pila que crecía alrededor de la nave; los guijarros eran extraídos del suelo e impulsados con un ronquido de advertencia. El ronquido era necesario, pues descendían a tal velocidad que el ojo humano no podía seguirlos, y por lo general quedaban enterrados por completo en la pila de tierra removida.

Aun los observadores más pesimistas comenzaron a pensar que ya no podían sobrevenir mas contratiempos, a pesar de las muchas decepciones que habían sufrido sus expectativas. Ahora observaban con creciente alegría mientras el metal brillante del proyectil de investigación se hundía cada vez mas en la pila de roca y tierra hasta desaparecer por completo, a excepción de un cono de treinta centímetros que indicaba el nivel más alto donde habían instalado instrumentos.

Los mesklinitas dejaron de trabajar, y la mayoría de ellos se alejó del túmulo. Habían acercado el visor, que ahora enfocaba la protuberancia de metal, donde se veía parte de la línea delgada que trazaba una escotilla de acceso. Barlennan se tendió frente a la entrada, al parecer aguardando instrucciones para abrirla; y Rosten, tan tenso como todos los demás, se lo explicó. Había cuatro tornillos de desconexión rápida, uno en cada esquina de la placa trapezoidal. Los dos superiores estaban a la altura de los ojos de Barlennan; los otros se hallaban quince centímetros mas abajo del nivel actual del montículo. Normalmente se liberaban empujando hacia dentro y dando un cuarto de vuelta con un destornillador de hoja ancha; parecía probable que las pinzas mesklinitas pudieran efectuar la misma operación. Barlennan, volviéndose hacia la placa, descubrió que así era. Las anchas cabezas con ranura giraron dócilmente y saltaron hacia fuera, pero la placa no se movió.

—Será mejor que sujetéis cuerdas a una o ambas cabezas, para poder jalar de la placa a una distancia prudente cuando hayáis cavado lo suficiente y la hayáis liberado —indicó Rosten—. No queremos que caiga encima de nadie; ésta tiene un grosor de seis milímetros, pero las de abajo son bastante mas gruesas.

Los mesklinitas aceptaron la sugerencia y excavaron deprisa hasta que el borde inferior de la placa quedó al descubierto. Los tornillos de abajo tampoco presentaron problemas, y poco después un fuerte tirón de las cuerdas desprendió la placa del fuselaje del cohete. Primero se percibió un movimiento hacia fuera; luego desapareció de pronto y reapareció en posición horizontal, mientras una especie de escopetazo llegaba a oídos de los observadores. El sol, alumbrando el casco recién abierto, mostró claramente el único aparato del interior; los hombres de la sala de pantallas y del cohete de observación lanzaron un hurra.

—¡Muy bien, Barlennan! Te debemos mas de lo que podemos expresar. Si retrocedes y nos dejas tomar una fotografía, te daremos instrucciones para extraer el instrumento y llevarlo hasta la lente.

Barlennan no respondió de inmediato; sus actos hablaron antes que sus palabras.

En vez de apartarse de la lente, reptó hacia ella e hizo girar el visor para apuntar hacia el lado opuesto.

—Antes debemos discutir ciertos asuntos —dijo en voz baja.

19 – UN NUEVO TRATO

U
n silencio de muerte reinaba en la sala de pantallas. La cabeza del pequeño mesklinita llenaba la pantalla, pero nadie podía interpretar la expresión de aquel «rostro» inhumano. Nadie sabía qué decir; preguntar a Barlennan a qué se refería era desperdiciar palabras, pues obviamente se proponía decirlo. Barlennan aguardo un largo instante antes de recobrar el habla; y cuando lo hizo, utilizo un inglés mejor del que Lackland creía que había aprendido.

—Doctor Rosten, hace unos minutos dijiste que nos debías mas de lo que podías pagarnos. Entiendo que tus palabras eran muy sinceras en un sentido, pues no dudo por un instante de tu gratitud. Pero en otro sentido eran pura retórica. No tienes intenciones de darnos más de lo que acordaste, es decir, información sobre el tiempo, orientación a través de los mares, y quizá la asistencia material que Charles mencionó hace un tiempo en relación con la recolección de especias. Comprendo que según vuestro código moral no tengo derecho a más; hice un pacto y debo atenerme a él, sobre todo porque vuestra parte del trato está mas que cumplida.

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