Me levanté despacio y caminé hasta el balcón. Retiré la cortina y abrí la ventana dejando que entrara la brisa fresca. Temblé, pero no estaba segura de si por el frío o por la imagen de Cristianno sentado en la arena contemplando el mar.
Me alejé del balcón y me escondí tras la cortina. Mi corazón se había acelerado, sabía que podía ser un buen momento para hablar con él, pero solo de pensarlo me ponía frenética.
Respiré hondo (sin lograr calmarme) y decidí que lo mejor era bajar y aclarar ciertas cosas. Todos dormían y podríamos estar solos.
Fui al armario y cogí unos vaqueros y un jersey azul celeste de Luca. Su ropa me iba algo ancha, pero daba igual. Me atusé el cabello y salí de la habitación intentando no hacer ruido.
Mientras bajaba las escaleras, descubrí a Luca durmiendo sobre el pecho de Eric, y a Eric durmiendo sobre las piernas de Mauro. Era la perfecta foto para partirse de la risa, pero tenía que dejarlo para otro momento si no quería despertarlos.
Salí al porche por la cocina y caminé hacia Cristianno cruzando mis brazos sobre el pecho. Hacía más viento del que esperaba.
No se dio cuenta de mi presencia hasta que me senté a su lado. Me miró sorprendido y serio, pero pude ver en sus ojos que le confortaba que estuviera allí.
—Hola —musité.
—Hola —dijo sin quitarme los ojos de encima—. Deberías estar durmiendo, aún es temprano.
Me esquivó volviendo a mirar al mar.
—¿Desde cuándo estás tú aquí? Por tus ojos, creo que varias horas. —Dibujé una sonrisa contenida.
—No podía dormir.
—A mí me ha despertado este dolor de cabeza. —Apoyé mi cabeza en las rodillas antes de sentir los dedos de Cristianno rozar mi nuca.
Me estremecí.
No quería que los retirara. No lo hizo.
—¿Te duele?
—Apenas.
Tragó saliva y deslizó su mano por mi cuello antes de retirarla. Resopló y apretó la mandíbula. Le notaba raro, como si estuviera agobiado.
—Gracias por… salvarme… otra vez. —No sabía cómo decírselo exactamente.
Recordé aquel día en el colegio, cuando estuve a punto de caer desde un tercer piso y él lo evitó cogiéndome con fuerza.
—Te dije que no te acercaras a él. Mira lo que podrías haberte evitado.
Fruncí el ceño sintiendo el calor de la frustración recorrer mi cuerpo. Intentaba ser amable con él y me respondía con altivez. Ni siquiera en un momento como aquel tenía consideración.
—No esperaba vivir la misma situación dos veces —mascullé mirándole fijamente.
Cristianno supo bien a qué me refería. Él, días antes, había intentado lo mismo que Giulio, ¿no?
Se levantó de un salto, sacudió sus pantalones y se disponía a marcharse, pero me interpuse en su camino. Le puse una mano en el pecho, gesto que no le hizo ninguna gracia, y le miré furibunda.
—Sueles escapar muy a menudo —dije.
—Yo no escapo. —Retiró mi mano de su torso y me acercó a él.
—¿Por qué te fuiste, entonces?
—No es de tu incumbencia.
Me soltó y se dio la vuelta dándome la espalda. Esperé su reacción. Estaba claro que teníamos muchas cosas que solucionar. Y Cristianno parecía preparado para ello. Se dio la vuelta, me cogió de la mano y me obligó a caminar.
Dejé que me llevara hasta la orilla, cerca del peñón. Me colocó frente a él bruscamente.
—Lo siento, ¿de acuerdo? —dijo mirándome fijamente—. No estuvo bien y me arrepiento. No suelo comportarme de ese modo.
Me quedé impactada. Cristianno Gabbana jamás pedía disculpas y, sin embargo, allí estaba, haciéndolo. En aquel momento parecía tan débil, tan perdido, que mis ojos le miraron con ternura. Me sentía una privilegiada porque me dejase ver aquella parte de él.
Tragué saliva antes de hablar, pero Cristianno me interrumpió.
—Si te hice daño, lo lamento. Si he sido un imbécil, lo lamento. Y no, no quiero que dejes de hablarme.
—¿Por qué dices eso? —pregunté sorprendida.
—En la fiesta de Adriano dijiste que lo mejor era que dejáramos de hablarnos, y no quiero que eso ocurra.
—Eso no iba a pasar. Solo estaba algo… ofuscada.
—Sueles estarlo siempre —bromeó.
—Sí, claro. —Lo empujé siguiendo la broma, pero él me cogió de los brazos y se acercó a mí.
Lo miré hechizada. Deseaba tantas cosas en aquel momento que no sabía qué hacer. Entonces me asaltó la pregunta. Necesitaba saberlo.
—Cristianno…
—¿Sí?
—¿Por qué… por qué lo hiciste? —susurré y noté cómo se encogía.
Se humedeció los labios, tragó saliva y volvió a humedecerse los labios. No sabía qué decir, pero, tras unos segundos de silencio, negó con la cabeza.
—No lo sé. Estaba al borde de un ataque de nervios y… se me escapó de las manos.
—Siento haberme comportado como lo hice. Dije cosas que no debía…
—Estabas en tu derecho —dijo interrumpiéndome. Volvió a acercarse a mí—. Pero te aseguro algo…
—¿Qué? —Le miré aturdida, deseando que hiciera cualquier cosa.
—No volverá a ocurrir. No volveré a tocarte… —Cerró los ojos y tomó aire mientras se acercaba aún más—, hasta que tú me lo pidas.
«Te lo pido, Cristianno.»
Sus labios rozaron los míos y cerré los ojos sintiendo que mi corazón se desbordaba.
—Aunque me muera de ganas —susurró en mis labios antes de marcharse.
Chocó con mi hombro suavemente y me dejó con la ansiedad en el cuerpo. Jamás había deseado que me besaran con tanta fuerza.
Me quedé mirando las olas ensimismada. Cristianno me había dicho miles de cosas con solo aquel gesto. Estaba dispuesto a esperar a que yo decidiera el momento. Se ponía en mis manos sin saber que yo estaba en las suyas.
Me disponía a regresar a la casa cuando escuché el sonido de su moto. Salí corriendo.
Cristianno
Puse primera en el momento en el que Kathia apareció con la respiración entrecortada.
Sentado en mi moto, vi cómo se acercaba caminando lentamente.
—¿Te vas? —preguntó agitada.
El cielo comenzó a relampaguear y oímos un trueno. Miré al cielo y de nuevo a ella.
—Sí.
—¿Por qué? —volvió a preguntar casi sin dejarme acabar de responder.
Se colocó a un solo paso de mí y me observó expectante.
—Bueno… está a punto de llover y…
En realidad me iba porque no quería tenerla cerca. No estaba seguro de poder aguantar las ganas de besarla. Deseaba tumbarla en la arena y besarla durante horas, pero le había hecho una promesa y debía cumplirla. Esperaría hasta que ella me permitiera romperla.
Kathia arrugó la frente. Estaba claro que no quería que me marchara y aquello me volvió loco. Ella quería estar conmigo tanto como yo con ella. Así que le extendí la mano. La miró sin terminar de comprender.
—Ven conmigo —le dije inclinándome hacia ella.
Por un momento pensé que se alejaría, que se tensaría por la cercanía, pero no se inmutó. Parecía desear que me lanzara sobre ella. Sonrió antes de alzar la pierna y tomar asiento en mi moto.
—No hay casco, ¿verdad? —preguntó observando que solo llevaba uno.
Bajé de la moto y entré en la casa. Sin pensarlo, cogí el casco de Mauro. Él podría volver con los demás. Se lo tendí a Kathia y volví a montarme. Noté su peso cuando ella se subió.
De repente, rodeó mi cintura con sus brazos. Sus manos rozaron mi cadera con toda intención. Su pecho se acopló a mi espalda y se acercó a mi oído.
—Si tenemos un accidente —dijo con su labio inferior recreándose en mi lóbulo antes de que pudiera colocarme el casco—, juro que te atormentaré desde el otro mundo.
Sonreí girándome de lado. De nuevo, nuestros labios se rozaron.
—Ya me atormentas, guapa.
Bajé la visera y arranqué.
Kathia
Aceleró en cuanto me agarré a sus caderas. Aquel gesto bastó para que sonriera. Ya no quedaba nada del Cristianno que había en la playa minutos antes. No había ni un ápice de inseguridad en él y, aunque no podía asegurarlo, tenía la impresión de que era la primera vez que se llevaba a una chica a cualquier lugar solo por el placer de estar con ella.
Soltó una de sus manos y cubrió su garganta abrochándose el botón de la chaqueta. Lo hizo con parsimonia y sin dejar de acelerar; pareció darle igual manejar la moto con una sola mano y a esa velocidad.
—¿Podrías estar pendiente de la carretera? —hablé alto para que me escuchara por encima del fuerte viento y del casco.
—¿Tienes miedo, Carusso? —preguntó con sorna antes de soltar el manillar por completo.
Abrió las palmas de las manos y las levantó. Me agarré a él aún más fuerte.
—Eres un kamikace, Gabbana —bromeé mientras sentía cada músculo de su vientre. Suspiré.
Volvió las manos a su sitio mientras soltaba una carcajada.
—No vuelvas a hacer eso, ¿de acuerdo? —Le di un manotazo en la espalda.
—Tranquila… —repuso todavía sonriente. Miró hacia abajo y observó mis manos. La solitaria carretera se abría paso ante nosotros—. ¿Tienes frío?
—No sabes cuánto…
Solo llevaba aquel jersey, sin nada debajo.
De repente sentí sus dedos en mi mano. Lentamente, como estudiando mi reacción, fue cubriéndola con la suya. ¿Qué reacción esperaba que tuviera? Era agradable sentirlo. Tiró con suavidad e hizo lo mismo con la otra mano. Las unió y las protegió con la suya.
—¿Mejor? —preguntó entrelazando sus dedos con los míos.
—Sí… mucho mejor. —Tragué saliva, mientras sentía el tacto de su cinturón.
Se removió sobre el asiento para pegarse más a mí. Se encogió de hombros y cogió mi rodilla con suavidad empujándola hacia delante. Todas sus caricias me parecían versos de una poesía. Sabía dónde tocar y por qué. Sabía cómo hacer que me descontrolara con solo un roce, aunque fuese cubierta por la tela más gruesa.
Ahora estaba completamente echada sobre él y mi cabello envolvió su cuello antes de volver hacia atrás.
—No pasará nada si te acercas más…, lo prometo —aferró aún más mi rodilla.
Sonreí detrás de sus hombros.
Retiré una de mis manos y con lentitud la acerqué hasta mi rodilla. La coloqué sobre su mano y dibujé sus dedos. Sonrió antes de morderse el labio. Cualquier movimiento que hiciera me resultaba increíblemente sensual. No tardé en sentir cómo entrelazaba sus dedos con los míos.
Se llevó nuestras manos a su pecho antes de que comenzara a disminuir la velocidad. Detuvo la moto en el aparcamiento de una gasolinera. Me indicó que bajara y colocó el caballete antes de hacerlo él también.
Se quitó el casco y desabrochó su chaqueta. Yo le miraba interrogante.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté extrañada.
—Desayunar. Tengo hambre.
Comenzó a caminar sabiendo que le seguiría.
—No te preocupes, yo invito. —Me dedicó una sonrisa preciosa mientras abría la puerta de la cafetería y me dejaba pasar.
Cristianno
El café más malo que había probado en mi vida ya no era el de mi tía Patrizia (la madre de Mauro). El de aquella cafetería lo superaba con creces. Sabía a óxido y seguramente lo habría escupido de no haber estado tan bien acompañado.
Kathia daba pequeños sorbos mirándome de reojo.
—¿Qué preferís, huevos revueltos o el desayuno especial? —preguntó la camarera con poca gracia.
—¡Nada! —contestamos los dos a la vez—. Gracias.
En cuanto se marchó, comenzamos a reír.
—No quiero ni imaginar cómo sería el desayuno especial —dijo Kathia.
Miró por la ventana, lanzó un suspiro y retiró su cabello de la cara. No me cansaba de mirar sus ojos. Eran demasiado perfectos para ser reales.
—¿Qué piensas? —quise saber.
Ella me miró y sonrió débilmente.
—Tu primo me preguntó lo mismo el otro día.
—¿Y qué contestaste? —Me acerqué a ella.
Tragó saliva y deduje que había estado hablando de mí con Mauro. Estaba nerviosa, no esperaba que le preguntara aquello. Me levanté echando mano a mi cartera. Necesitaba salir de allí cuanto antes para poder sentir de nuevo cómo Kathia me tocaba; aunque solo fuera por la necesidad de no caerse de la moto.
Pero contestó de la forma más imprevisible.
—Le dije que quería saber dónde estabas. —No titubeó, no estaba nerviosa, simplemente soltó la verdad y yo me quedé alucinado.
Salimos de la cafetería cuando la lluvia arreciaba. Podíamos regresar a Roma sin problemas, pero empapados.
Me quité la chaqueta y me acerqué hasta Kathia por la espalda. Retiré su cabello, sin poder evitar acariciar su piel, y le coloqué la chaqueta acercándome todo lo que pude.
—¿Y qué pensabas ahí dentro? —le dije bajito.
Ella cerró los ojos.
—Que si vuelves a marcharte, te mataré. —Enarcó las cejas provocativa y se alejó de mí.
Para colmo, se giró y me miró por encima del hombro sonriente.
Kathia
Abracé con fuerza su cintura como si así pudiera alargar los minutos que me quedaban para estar con él. Ya entrábamos por mi calle. Cristianno respondió a aquella caricia con un escalofrío. Seguramente, si no hubiese estado conduciendo, habría respondido a aquel gesto.
Se detuvo frente a la verja de mi casa y resopló mientras nos quitábamos los cascos.
—¿Te veré… mañana… en el instituto? —pregunté dudosa.
—Claro… —sonrió.
Enseguida se puso serio y me contempló fijamente, con intensidad. Yo le respondí de la misma forma, pero no pude evitar levantar la mano y acariciar su cabello. Estaba mojado, como nuestros cuerpos. Me gustó la sensación.
Cogió mi mano y me arrastró hasta su pecho. Me abrazó con fuerza.
—Espero que ahora no fantasees conmigo por esto —bromeó sin dejar de abrazarme.
—Imbécil.
—Yo también te quiero.
—Hasta mañana. —Asentí antes de darme la vuelta.
Me alejé sonriente.
Su sonrisa fue lo último que vi antes de atravesar la verja y entrar en el jardín. El sonido de su moto se alejó por la calle y yo me apoyé en la puerta deseando que las horas pasaran rápidas para volver a verle.
Me dirigía a mi habitación cuando mi madre surgió de la nada y me agarró del brazo con fuerza. Al darme la vuelta, recibí una bofetada.
Instintivamente, la empujé.
—Pero ¿qué coño te pasa? —grité llevándome la mano a la mejilla.
—Si vuelvo a verte con ese Gabbana, juro que yo misma me encargaré de encerrarte.