En los últimos centenares de miles de años la Tierra ha sufrido diversas glaciaciones. Hace 20.000 años, lo que hoy es Chicago se hallaba cubierto por una capa de hielo de kilómetro y medio de espesor. Ahora estamos entre dos glaciaciones, en lo que se llama un periodo interglaciar. La diferencia de temperatura media global entre una glaciación y un periodo interglaciar es sólo de entre 3 °C y 6 °C. Esto debería hacer sonar de inmediato los timbres de alarma: un cambio de sólo unos pocos grados puede ser algo sumamente serio.
Con todo este bagaje, que les sirve para calibrar su competencia, los meteorólogos pueden ahora intentar predecir cómo puede cambiar el clima de la Tierra si seguimos quemando combustibles fósiles y vertiendo gases invernadero en la atmósfera a un ritmo frenético. Varios equipos científicos —equivalentes modernos del oráculo de Delfos— han empleado modelos informáticos para calcular el incremento térmico esperado y vaticinar cuánto aumentaría la temperatura global si, por ejemplo, se doblara la cantidad de dióxido de carbono, lo que al ritmo actual de consumo de combustibles fósiles sucederá a finales del siglo XXI. Los principales oráculos son el Laboratorio Geofísico de Dinámica de Fluidos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), en Princeton; el Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, en Nueva York; el Centro Nacional de Investigación Atmosférica, en Boulder, Colorado; el Departamento de Energía del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, en California; la Universidad de Oregon; el Centro Hadley de Predicción e Investigación Climáticas, en Gran Bretaña, y el Instituto Max Planck de Meteorología, en Hamburgo. Todos predicen que el incremento de la temperatura media global oscilará entre 1 °C y 4 °C.
Se trata del cambio climático más rápido observado desde que apareció la civilización. Si el aumento es el mínimo estimado, por lo menos las sociedades desarrolladas e industriales podrán adaptarse, no sin esfuerzo, al cambio de circunstancias. Si el aumento es el máximo estimado, el mapa climático de la Tierra se alterará de modo espectacular y las consecuencias quizá sean catastróficas para todas las naciones, tanto ricas como pobres. En buena parte del planeta los bosques y la vida salvaje están confinados en zonas aisladas, y no podrán trasladarse cuando cambie el clima. Se acelerará considerablemente la extinción de especies. Habrá que realizar grandes desplazamientos de cultivos y poblaciones.
Ninguno de los equipos citados afirma que se enfriará la Tierra si se dobla el contenido de dióxido de carbono en la atmósfera. Ninguno asegura que el planeta se calentará en decenas o centenares de grados. Disfrutamos de una ventaja negada a muchos de los antiguos griegos: podemos acudir a diversos oráculos y comparar sus profecías. Al hacerlo, observamos que todos vienen a decir más o menos lo mismo. De hecho, las respuestas coinciden con los oráculos más antiguos sobre la materia, incluido el químico sueco Svante Arrhenius, premio Nóbel, quien a principios de siglo ya hizo una predicción similar, con un conocimiento mucho más limitado de la absorción infrarroja del dióxido de carbono y de las propiedades de la atmósfera terrestre. La física empleada por todos estos grupos de investigación predice correctamente la temperatura presente de la Tierra, así como los efectos invernadero en otros planetas como Venus. Claro está que podría haber algún error simple que todo el mundo haya pasado por alto. Aun así, es seguro que estas profecías concordantes merecen ser tomadas muy en serio.
Existen otros signos inquietantes. Investigadores noruegos han dado cuenta de una disminución de la superficie de la banquisa ártica desde 1978. En el mismo periodo se han advertido enormes grietas en la plataforma antártica de Wordie. En enero de 1995, un fragmento de hielo de 4.200 kilómetros cuadrados se desprendió de la plataforma de Larsen para penetrar en el océano Antártico. En toda la Tierra se ha registrado un retroceso notable de los glaciares alpinos. Aumentan en el mundo entero los episodios de temperaturas extremas. El nivel del mar sigue ascendiendo. Por sí misma, ninguna de estas tendencias es una prueba concluyente de la responsabilidad de las actividades de nuestra civilización, pero, juntas, resultan muy inquietantes.
Cada vez son más numerosos los expertos que se adhieren a la conclusión de que en el calentamiento global se adivina la «firma» del hombre. En 1995, representantes de los 25.000 científicos del Foro Intergubernamental sobre Cambio Climático dedujeron, tras un estudio exhaustivo, que «el balance de las pruebas sugiere que existe una influencia humana discernible sobre el clima». Aunque todavía no esté «más allá de toda duda razonable», dice Michael MacCracken, director del programa estadounidense de investigación acerca del cambio global, la evidencia «es cada vez más convincente». «Es muy improbable que [el calentamiento observado] responda a una variabilidad natural», señala Thomas Karl, del Centro Nacional de Datos Climáticos, de Estados Unidos. «Hay una probabilidad de entre un 90 % y un 95 % de que no nos estemos engañando.»
La gráfica anterior ofrece una perspectiva muy amplia. A la izquierda está la situación hace 150.000 años; tenemos hachas de piedra y nos sentimos realmente satisfechos de nosotros mismos por haber dominado el fuego. Las temperaturas globales varían con la sucesión de glaciaciones y periodos interglaciares. La amplitud total de las fluctuaciones, desde la temperatura más fría a la más cálida, es de unos 5 °C. Tras el final de la última glaciación, tenemos arcos y flechas, animales domesticados, el origen de la agricultura, la vida sedentaria, armas metálicas, ciudades, fuerzas policiales, impuestos, el crecimiento exponencial de la población, la Revolución Industrial y armas nucleares (la última parte, en el extremo derecho de la curva de trazo continuo, es una estimación). Llegamos al presente, el final de esa línea. La de trazo discontinuo revela algunas proyecciones del rumbo que seguiremos a causa del efecto invernadero. Esta gráfica deja bien claro que las temperaturas que ahora conocemos (o conoceremos muy pronto si prosigue la tendencia actual) no sólo son las más cálidas del último siglo, sino las más elevadas de los últimos 150.000 años. He aquí otra muestra de la magnitud de los cambios globales que estamos generando los seres humanos y de su naturaleza sin precedentes.
El calentamiento global no es en sí mismo causa de mal tiempo, pero sí hace que éste sea más probable. Si bien es verdad que el tiempo inclemente no requiere un calentamiento global, todos los modelos informáticos señalan que éste iría acompañado de un incremento significativo del mal tiempo: graves sequías tierra adentro, grandes frentes tormentosos e inundaciones cerca de las costas, mucho más calor y mucho más frío a escala local, todo ello determinado por un incremento relativamente modesto en la temperatura planetaria media. Esta es la razón de que un enero extremadamente gélido en Detroit, por ejemplo, no constituya una refutación patente del calentamiento global, tal como pretenden algunos editoriales periodísticos. El tiempo inclemente puede resultar muy costoso. Veamos un caso: en 1992, y tras un solo huracán (Andrew), las compañías norteamericanas de seguros tuvieron una pérdida neta de 50.000 millones de dólares. Los desastres naturales cuestan cada año en Estados Unidos más de 100.000 millones de dólares. El total mundial es muy superior.
Los cambios del clima afectan también a los animales y microbios portadores de enfermedades. Se sospecha que los recientes brotes de cólera, malaria, fiebre amarilla, dengue y síndrome pulmonar de hantavirus están relacionados con alteraciones meteorológicas. Según un reciente estudio epidemiológico, el incremento del área terrestre ocupada por zonas tropicales y subtropicales y la consecuente proliferación de mosquitos portadores de la malaria determinará cada año para finales del siglo que viene entre 50 millones y 80 millones de casos más de paludismo. A no ser que se haga algo. Un informe científico de Naciones Unidas declaraba en 1996: «Aunque es probable que el cambio climático ejerza un impacto adverso en la salud de la población, no tenemos la opción habitual de buscar una prueba empírica definitiva antes de tomar medidas. Esperar a ver qué pasa sería, en el mejor de los casos, imprudente, y en el peor, un sinsentido.»
En lo que se refiere al vertido de gases invernadero en la atmósfera, el clima previsto para el siglo XXI depende de que mantengamos el ritmo presente, lo aceleremos o lo reduzcamos. A más gases invernadero, más calor. Aun suponiendo sólo incrementos moderados, parece ser que las temperaturas se elevarán significativamente. Ahora bien, éstas son medias globales; en algunos sitios el tiempo será mucho más frío y en otros mucho más cálido. Cabe prever que en grandes áreas aumentarán las sequías. Muchos modelos predicen que las grandes regiones productoras de alimento en el sur y el sureste asiáticos, en América central y meridional y en el África subsahariana se tornarán más calientes y secas.
Es posible que al principio resulte beneficiada la exportación agrícola de algunas naciones de latitudes medias y altas (Estados Unidos, Canadá y Australia, por ejemplo). El impacto sobre los países pobres será, en cambio, mucho más duro. En este aspecto, como en otros muchos, durante el siglo XXI podría aumentar espectacularmente la disparidad global entre ricos y pobres. Según enseña la historia de las revoluciones, millones de personas con hijos hambrientos y muy poco que perder plantearán un serio problema a los países opulentos.
La posibilidad de una crisis agrícola global precipitada por las sequías comienza a hacerse significativa hacia el 2050.
Algunos científicos creen que es remota —quizá sólo del 10 %— pero aun así resulta obvio que cuanto más esperemos más probable será. Durante un tiempo a algunas regiones (Canadá, Siberia) quizá les vaya mejor (si el suelo resulta adecuado para la agricultura), por mucho que empeoren las cosas en las latitudes inferiores, pero si esperamos lo suficiente el clima se deteriorará en todo el mundo.
Cuando la Tierra se calienta, el nivel del mar asciende. Es posible que hacia el final del siglo XXI se haya elevado decenas de centímetros, y quizás hasta un metro. Esto se deberá en parte a que el agua del mar se expande al calentarse y en parte a la fusión de los hielos glaciares y polares. Nadie sabe cuándo sucederá, pero según las previsiones llegará un momento en que quedarán por completo sumergidas algunas islas muy pobladas de Polinesia, Melanesia y el océano índico. Resulta comprensible que se haya constituido una Alianza de Pequeños Estados Isleños resuelta a frenar cualquier incremento ulterior de gases invernadero. También se predicen efectos devastadores sobre Venecia, Bangkok, Alejandría, Nueva Orleans, Miami, la ciudad de Nueva York y, más en general, para las populosas cuencas de los ríos Misissipi, Yang-tsé, Amarillo, Rin, Ródano, Po, Nilo, Ganges, Níger y Mekong. Sólo en Bangla Desh, la elevación del nivel del mar desplazará decenas de millones de personas. Con unas poblaciones en crecimiento, un medio ambiente cada vez más deteriorado y unos sistemas sociales cada vez más incompetentes para afrontar cambios rápidos, surgirá un nuevo y vasto problema: el de los refugiados ambientales. ¿Adónde se supone que irán? Para China cabe anticipar problemas semejantes. Si seguimos actuando como hasta ahora, la Tierra se calentará más cada año que pase, tanto las sequías como las inundaciones se harán endémicas, muchas ciudades, provincias y hasta naciones enteras quedarán sumergidas bajo las aguas, a no ser que se emprendan colosales obras públicas para evitarlo. A largo plazo, tal vez sobrevengan consecuencias aún peores, incluyendo el colapso de la plataforma del Antártico occidental, que en caso de fundirse provocará otra gran ascensión del nivel del mar y el anegamiento de casi todas las ciudades costeras del planeta.
Los modelos de calentamiento global predicen efectos diferentes —subida de temperatura, sequías, meteorología inestable y elevación del nivel del mar— que se hacen visibles en distintas escalas temporales, de décadas a siglos. Estas consecuencias parecen tan indeseables y su remedio tan costoso que es natural que se hayan realizado esfuerzos serios por encontrar algún fallo argumental. Algunos sólo responden al escepticismo científico habitual ante toda idea nueva; otros están motivados por el afán de lucro de las industrias afectadas. Una cuestión clave es la de la retroacción.
En el sistema climático global son posibles tanto retroacciones positivas como negativas. Las primeras resultan peligrosas. He aquí un ejemplo: la temperatura se eleva algo en
razón
del efecto invernadero y se funde parte del hielo polar; ahora bien, el hielo es más brillante que el mar abierto, de modo que, por obra de esa fusión, la Tierra se oscurece ligeramente, absorbe más luz solar, se funde una cantidad mayor de hielo polar y el proceso se amplifica a sí mismo de manera quizá desenfrenada. Ésta es una retroacción positiva. Veamos otra: un poco más de CO
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en el aire calienta un tanto la superficie del planeta, incluyendo los océanos; de los mares ahora más cálidos escapa algo más de vapor de agua hacia la atmósfera; el vapor de agua es también un gas invernadero, así que retiene una cantidad mayor de calor y la temperatura se eleva aún más.
Existen también retroacciones negativas. Estas son homeostáticas. Un ejemplo: calentemos algo la Tierra vertiendo en la atmósfera un poco más de dióxido de carbono; como antes, esto inyecta en el aire más vapor de agua, generando más nubes; éstas son blancas, de manera que reflejan más luz solar y, por consiguiente, el planeta se calienta menos. Así pues, el incremento de temperatura acaba determinando su propio descenso. Otra posibilidad: pongamos en la atmósfera un poco más de dióxido de carbono; las plantas se aprovecharán de ello creciendo más deprisa, y de esa manera eliminarán dióxido de carbono del aire, con lo que se reducirá el efecto invernadero. Las retroacciones negativas son como termostatos del clima global. Si fuesen lo bastante enérgicas, tal vez el efecto invernadero se auto limitase y pudiéramos permitirnos el lujo de emular a los oyentes de Casandra sin compartir su destino.